Aunque el petróleo de mucho dinero, es un mal negocio

El otro día, mientras escribía la anterior entrada, tuve un momento de mala conciencia, incluso temí que, posteriormente, algún comentario me acusara de insolidaria, en relación a los países productores. Pensé que alguien me diría que si nos acoplamos energéticamente, los países consumidores dejaríamos, después de explotarlos durante años, de «ceder» una parte de la renta mundial a aquellos que nos han suministrado energía durante décadas. Esta es una cuestión sobre la que he pensado bastante -sin llegar a ninguna conclusión satisfactoria-, pues si la producción de energía se descentralizara, las rentas que reciben los países exportadores de petróleo, como pago por el producto de su subsuelo, podrían disminuir o peligrar. Esta cuestión es ambivalente, ya que si bien es cierto que la existencia de estas rentas ha ayudado a mantener en el poder a regímenes autoritarios -gracias a la distribución de las mismas a la población, manteniendo la paz social-, no es menos cierto que gracias, también, a estas rentas, las sociedades de buena parte de los países petroleros han tenido un nivel de vida mucho más satisfactorio que el de otros países subdesarrollados. Esto es especialmente cierto para el caso de los Países Árabes de la OPEP. Por ello, mi opinión es que cuando se plantean hipotéticos cambios de modelo energético, esta es tambien un variable crucial a considerar. Esta semana, sin embargo, mis pensamientos se decantan más del lado de la balanza de que, tal vez sí, tal vez, ha llegado el momento de acabar definitivamente con estos regímenes. Pienso, concretamente, en Arabia Saudí.

Todo empezó cuando, preparando clases, visualicé un vídeo que una colega me había indicado hace unos meses. El vídeo en cuestión es un documental de Documentos TV, cuyo título es Planeta en venta. Este documental habla del expolio que los fondos de inversiones de todo tipo y las grandes compañías agroalimentarias están haciendo en cualquier lugar del mundo con tierras «disponibles». Para mi sorpresa, viéndolo, descubro que Arabia Saudí es uno de los grandes jugadores de esta partida, pues su definición de seguridad alimentaria pasa por la compra masiva de tierras en África o Brasil. Debería matizarlo, pero mi primera sensación al verlo fue pensar en las nuevas formas que el colonialismo -financiero- está adoptando.

Hoy en día, buena parte de los excedentes de liquidez que lubrican los mercados financieros internacionales y financian «nuestros» déficits provienen de los Fondos Soberanos, unos fondos de inversión estatales que se nutren de los excedentes de las balanzas por cuenta corriente. Hoy, de los aproximadamente 5.000 miles de millones de dólares que tienen estos fondos, poco menos de 3.000 tienen como origen la venta de recursos energéticos y minerales en el mercado internacional, y poco más de 2.000 la venta de otros bienes y manufacturas. Aproximadamente, un 10% de estos fondos pertenecen a Arabia Saudí. Según la última clasificación del Sovereign Wealth Institute, el fondo saudí es de 532,8 miles de millones, y sólo es superado en importe, por el de Abu Dhabi, Noruega y China. Este esbozo de cifras apunta hacia el significado de la metamorfosis del petróleo, que de bien energético internacional pasa a activo financiero global. Cada vez que se paga por un barril de petróleo, el los mercados «reales» o de los de «papel», los accionistas de las empresas energéticas acumulan dividendos, y las fondos de los países productores, petrodólares. Esta es una de las particularidades del petróleo frente a otras fuentes de energía, pues es a la vez potente activo energético y financiero.

En una economía financiarizada como la que tenemos, es esta «otra cara» del petróleo -la capacidad de a partir de un barril de petróleo de crear una «riqueza» inmensa-, el que lo convierte en irremplazable. Por ello, también, convierte en insustituibles unas estructuras de poder -de gobernanza- monopolistas -las de la industria energética internacional- que, en el sistema, son las encargadas de «captar», moldear y canalizar el excedente energético hacia los mercados internacionales de capital.

En el año 2009, ya escribí un artículo en la revista Culturas en el que sostenía que existía una fuerte interdependencia entre Estados Unidos y Arabia Saudí por el hecho de dinero del petróleo. Esta es una línea discursiva cuyos fundamentos se pueden encontrar, en los años 1970, en obras de estructuralistas como Jean Marie Chévalier y que se ha concretado, en los 1990, en los escritos de algunos economistas institucionalistas-radicales de Estados Unidos como Shimshon Bichler y Jonathan Nitzan.

Estos días en los que se conmemora el primer aniversario de las revueltas en el Mundo Árabe y ha resurgido el malestar con Irán, gracias a la lectura de un texto de Paul Stevens que un buen amigo me hizo llegar, he vuelto a pensar en esta cuestión.

El texto cuenta que 2010 fue un año récord en excedentes petrolíferos ociosos. A finales de este año había un cierto pánico en los mercados, pues se consideraba que existía un serio riesgo de desplome de los precios del petróleo en el mercados internacional, como ocurrió en 1998. Frente a ello, el conflicto con Irán, actúa como un bálsamo: se absorbe la capacidad excedente, sube el precio del crudo por el miedo a conflictos mayores en la zona, y Arabia Saudí añade entre dos o tres millones de barriles al día a un «buen precio» superior ¿Quienes se benefician de ello? A día de hoy, tres grupos de agentes: los saudíes, los gestores de los fondos soberanos en los mercados internacionales de capital y todas aquellas compañías que vendan petróleo crudo.

Me doy risa a mi misma, llevo más de diez años predicando que la OPEP nunca ha tenido el poder que se le suele atribuir, pues son tan sólo un eslabón de la cadena energética internacional; pero, dicho esto, estos días empiezo a pensar que Arabia Saudí sí que es imprescindible. Básicamente, porque, desde mediados de los 1970, ha sido pieza clave en la creación de petrodólares y, por ello, su actuación es vital para satisfacer las necesidades de liquidez del sistema. Por esta razón, son también pieza clave de esa industria energética internacional que con sus prácticas monopolísticas alimenta a «los mercados».

Así, mientras nos dominen «los mercados», padeceremos las consecuencias de la geopolítica del dinero del petróleo. Aunque la OPEP dejara de existir, aunque las compañías privadas entraran en Libia y en Iraq, aunque cambie todo lo demás, la gran paradoja es que, para que el flujo financiero del dinero del petróleo se mantenga, se necesita a una Arabia Saudi como la de hoy. Una Arabia Saudí capaz de intervenir de forma rápida, porque el destino de toda su producción y de todo el dinero que ésta genera están en manos de la misma persona: el Rey. Un país en el que no hay fisuras ni intereses distintos ni accionistas a los que contentar. Esta unicidad es la que asegura que el sistema se mantenga tal como es.

Así, una vez más, vuelvo al punto de partida del blog: un modelo energético basado en el petróleo es nocivo para la humanidad, pues requiere de estructuras de poder autoritarias y centralizadas para poder cumplir la función que le asigna el sistema. Incluso, cuando ya es evidente que podrían existir fuentes energéticas alternativas, su dinero, «obliga» a mantener estructuras de producción -y por tanto de poder- verticales, centralizadas y jerarquizadas. Por ello, como reza esta entrada: ¡aunque dé mucho dinero, el petróleo no es buen negocio!

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