Esta semana entre noticia esperpéntica y noticia esperpéntica, también nos llegó la del cierre -definitivo- de la central nuclear de Garoña. En el blog radiocable.com leo las declaraciones del corresponsal del periódico alemán Tageszeitung, Reiner Wandler, en la que se dice «que el adelanto del cierre de la central nuclear española no ha sido por el desastre de Japón, ni por un cambio de política energética, sino por una cuestión puramente de rentabilidad y un rifirrafe entre el gobierno y las eléctricas”
Me llega un envio de Greenpeace, en que siguiendo la línea de lo que ya nos dijeron en el mes de Septiembre –¡Garoña cierra gracias a ti!-, afirman que una de las cosas que tenemos que celebrar este fin de año es el Adiós a Garoña. Es curioso, pero siendo como soy una anti-nuclear convencida, yo, no me alegro de este cierre de la central nuclear de Garoña. Y, sobre todo, creo que poco tenemos que celebrar. De hecho, pienso todo lo contrario ¿Por qué?
En primer lugar, porque aunque el fin pudiera parecer una gran noticia, el cómo se ha logrado debería deprimir a los activistas anti-nucleares. Nos pese, lo que nos pese, Garoña se ha cerrado, como afirma el corresponsal del Tageszeitung, por un rifirrafe entre el Gobierno y las eléctricas. Se ha cerrado, porque éstas no quieren pagar impuestos. Desde mi punto de vista esto es como encarcelar a Al Capone por fraude fiscal. Nos puede hacer mucha gracia, pero que nadie se lleve a engaño, esta es la prueba definitiva que, en (des)política energética, quién manda en España son las empresas eléctricas. Ellas son las que tienen poder. Y, este poder, como es lógico, lo destinan a lograr el máximo de beneficios que puedan, no a ser activistas en pro de una política energética más justa y sostenible.
Como activistas anti-nucleares deberíamos deprimirnos, pues el significado de lo que acabo de decir es que Garoña se cierra, no por qué se crea que la energía nuclear es mala o peligrosa, no por convencimiento o por la justeza de la causa; se clausura porque «las eléctricas» quieren seguir manteniendo el «chollo» de facturar sin contabilizar, en el balance, los costes de la energía nuclear. Así que creo que más que estar brindando, deberíamos estar pidiendo explicaciones.
Digo lo de las explicaciones, porque lo que se deriva de este cierre es todavía peor que mantener en funcionamiento la central de Garoña. Es peor, porque es la muestra de que aquí sólo se hace lo que los monopolios quieren e indican al Ministro; es peor, porque sospecho que si las compañías eléctricas se desentienden de las nucleares por unos relativamente escasos euros de impuestos en el presente, más se se van a desentender de la financiación y de la gestión de los residuos en el largo plazo; y, por último, es peor, porque en esta improvisación, en este parar sin pensar en qué haremos mañana, la alternativa mainstream inmediata es aumentar las exportaciones de energía fósil, volver al carbón o potenciar la explotación de gas no convencional. Todas ellas, como lo he expresado reiteradamente –y lo seguiré diciendo en 2013- opciones nefastas.
No sé, a veces me pregunto si con la crisis también nos hemos recortado el sentido común: ¿cómo podemos alegrarnos de que las eléctricas no quieran responsabilizarse de los despojos de una actividad que, hasta hoy, les han dado pingües beneficios? ¿Cómo podemos alegrarnos de tener otro concepto que -por absoluta omisión de quien lo genera- se sumará, también, a la factura de la luz? Factura que no hace falta que les recuerde que ayer se anunció que volvería a subir, sin que el Ministro Soria considere necesario hacer nada, al respecto.
Sé que se podrá pensar que soy una soberbia, pero es que no entiendo nada. No entiendo que porque unas empresas no quieran asumir -con impuestos- el coste de velar por los desechos nucleares, se modifique de hoy para mañana el mix energético español. Máxime cuando sólo hace dos días se nos decía que no podríamos sobrevivir sin las nucleares. Y, no entiendo que estemos tan contentos de que ello haya pasado, pues el significado del cierre de Garoña es, primero, que las eléctricas nos están diciendo que no van a pagar por los residuos nucleares. Y, segundo, que el Gobierno -al menos el Ministerio de industria- se pliega ante sus reivindicaciones. Es decir, parece que ni las unas ni el otro entienden que aunque la herencia nuclear sea un fardo muy pesado, moralmente, como sociedad, estamos obligados a ocuparnos para siempre de nuestro legado.
Nunca debimos iniciar el camino de la energía nuclear, pero, por mucho que nos pese, ahora, tenemos el imperativo ético de responsabilizarnos de sus despojos. Por ello, confío en que, ya que ni las eléctricas ni el Gobierno lo hacen, pasado el momento de los brindis, los activistas anti-nucleares recobraremos el sentido que nunca debimos perder. En otras palabras, este cierre de la nuclear de Garoña no es una victoria, es un gol….