Esta mañana, me ha llamado mi buen amigo y colega Albert Puig, profesor de la Universitat Oberta de Cataluña (UOC), para comentarme algunos cuestiones sobre Chipre. Curiosamente, poco hemos hablado del euro y mucho del gas. Como soy un poco compulsiva, después de hablar con él, he empezado a recordar y a mirar mapas.
Al tiempo, me ha llegado un breve del Foreign Affairs, cuyo título es Trouble in the Eastern Mediterranean Sea. Este breve artículo relata del auge del gas que está experimentando el Mediterráneo Oriental. Cuenta que:
a) En los últimos años se han iniciado muchas perforaciones off-shore en las costas de Chipre, Líbano, Egipto, Israel, Siria y Turquía
b) Israel ha sido el principal beneficiario de esta fiebre del gas, y que ello ya ha añadido tensión a las siempre tensas relaciones entre el Líbano e Israel
c) Que, al firmar acuerdos Chipre con Israel, Chipre es el segundo mayor beneficiario de este auge, pues the island straddles Israel’s most likely gas export route to European markets. Cyprus also lays claim to its own gas deposits. The Aphrodite field, which is adjacent to Leviathan, may contain up to seven tcf of natural gas — enough to meet Greek Cypriot domestic consumption needs for decades to come.
d) Que, como es lógico, Turquía reclama la co-propiedad de estos potenciales yacimientos y que, por ello, upping the ante, Turkey has scheduled major naval exercises to coincide with drilling by Greek Cypriot contractors and has sent its own exploration vessels to disputed waters, threatening to drill on behalf of Turkish Cypriots
El mismo joven amigo, que en otras entradas, ha sido mi suministrador de información, hoy me manda un correo electrónico en el que me da otra buena pista, la del papel de Rusia en todo este juego. Como sabrán, hace un par de días saltó la noticia de que Chipre, ante el abandono de la Unión Europea, miraba hacia ella en busca de ayuda. En un artículo del Der Spiegel International, se explican muchos de los motivos de ello: la fuerte presencia de residentes rusos en Chipre, los vínculos -al igual que con Grecia- con la Iglesia Ortodoxa, el «salvar» los depósitos de los rusos en la Isla, y, lo más interesante: que una de las contrapartidas de la ayuda fuera que se le dieran los derechos de explotación de los yacimientos de gas a la empresa rusa Gazprom. Puede ser cierto, o no. De hecho, hoy Rusia lo ha desmentido, pero la mera existencia de todas estas quinielas es relevante, pues indica que en la esfera de influencia de Europa se abren posibilidades nunca imaginadas antes.
Hace unos días ya dije que estamos asistiendo al fin del atlantismo en las relaciones energéticas. Un efecto colateral de ello, es que pasen acontecimientos, que acaban produciendo alianzas que antes nunca concebimos. La llamada primavera árabe es un buen ejemplo de ello, y lo que ahora ocurre en Chipre, también podría serlo.
Aunque soy economista, no tengo muy claro porqué la Unión Europea ha optado de forma descordinada y patosa por una (no) actuación tan drástica en Chipre. Por lo pequeño de su economía, por lo lejos que está de la concepción dominante de lo que es Europa, la de Occidente, tiendo a inclinarme que es porque se pensó que un buen castigo ejemplar, mostraría la seriedad con la que «Europa» se enfrenta a la crisis y avisaría a aquellos que se están desviando del recto camino, que las consecuencias serían onerosas.
En otros tiempos, una torpeza de este tipo, no hubiera tenido mayores consecuencias geo-políticas, pues en ese mundo de ayer, para una isla como Chipre, la opción entre pertencer nominalmente a Europa o cualquier otro tipo de alianza o bloque regional, tenía una respuesta clara: Europa. Tampoco nadie se hubiera atrevido a cortejar a un país nominalmente europeo. Hoy si seguimos, las especulaciones que tenemos sobre la mesa, está claro que las cosas ya no son así.
Chipre es una economía pequeña, un país, por muchos considerado insignificante dentro de la Unión Europea, del que a veces he pensado que sólo está en la UE por dos razones: para que los jubilados del Norte se retireren o vayan de vacaciones, o para cerrar la puerta «en los morros» a Turquía.
Hace unos cuantos años, escribí en un artículo en el que decida que geo-energéticamente Turquía era parte del espacio europeo; argumenté que esta era una razón adicional para considerar seriamente el ingreso de Turquía en la UE. Nadie tenía porqué, pero está claro que los decisores en Bruselas no pensaron lo mismo que yo. Hoy, he recordado ese artículo, pues desde este punto de vista, la situación de Chipre, todavía es más cómica.
Europa lamenta constantemente tener que comprar al exterior energía primaria. Pues bien, parece que Chipre tiene gas, y qué se hace desde la Unión Europea, sentar las bases para que Chipre decida irse de ella, o para que alguno de los muchos novios que tiene este gas -Israel, Turquía o Rusia-, después de los ajustes impuestos a Chipre, se lo puedan quedar a precio de saldo.
Ello, en un conexto en el que:
1) Estados Unidos ya no parece preocuparse, al menos por ahora, por los hidrocarburos del Mediterráneo; no lo hizo en Libia, no lo hizo con el gas de Egipto; y, mucho menos lo hará, con un gas que Israel también pretende.
2) El gas del Mediterráneo oriental parece estar dando entrada a nuevos jugadores de fuera de la región, como son los qataríes, en el caso de Egipto, o podrían ser los rusos en el caso de Chipre.
3) La Turquía de Ergodán, que ya hace tiempo que se cansó de esperar y dejó de llamar a la puerta de Europa, se orientaliza, pues está mirando con buenos ojos organismos regionales como la Organización de Cooperación de Shangai.
En resumen, la Unión Europea se ceba con Chipre, en un contexto de deserción del tradicional aliado de Europa en el Mediterráneo; en un contexto de entrada de nuevos jugadores en él; y en un contexto de creciente deseuropeización de Turquía. Se mire por donde se mire, es una postura muy torpe, pues con ella y en ese contexto, lo menos que le puede pasar a Europa es quedarse fuera del ámbito de decisión del nuevo juego gasístico que se está abriendo en el Mediterráneo oriental; y lo de más que pierda para muchas décadas, sino para siempre, su influencia en esta zona del mundo.
Claro, para los que defendemos otros modelos energéticos, todo esto debería darnos igual, pero en esta maltrecha Europa lo que, siendo injusto, en el mundo de ayer, casi no hubiera tenido consecuencias, hoy puede ser el hecho que muestre, sin otra interpretación posible, el empequeñecimiento de una Europa que, paradojicamente y nominalmente, es la que, en el último siglo, ha ocupado más espacio en el mapa.
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