Pistas desde la economía para valorar la transición energética

Todas mis entradas están pensadas para activar el debate energético, aunque reconozco que algunas son más o menos personales. Ésta de hoy, casi podría decir que es una demanda de debate, surgida a raíz de mi contacto con el CMES. Un colectivo de ingenieros e ingenieras que está trabajando muy activamente para mostrar que la transición energética hacia un modelo descentralizado de energía renovable es posible, y que, además, será extremadamente beneficioso. Desde que los conozco, que no hace mucho, me han llenado la cabeza de cadenas eléctricas y yo, desde mi más osado, que profundo, conocimiento, me he propuesto a buscarles argumentos económicos que apoyen su iniciativa.

Dándole vueltas al asunto, he decidido escribir esta entrada con algunas ideas. todavía deslavazadas, para ver si alguien «pica» y me ayuda en este propósito.

Desgraciadamente el pensamiento económico no se encuentra en sus mejores momentos, así que la cuestión no es fácil. Ayer escribí, sin pensar, una frase en la que afirmaba que el argumento económico de una determinada opción energética debía ser «tal». Después, enseguida me dí cuenta, que había muchos argumentos económicos posibles y que, aunque en mi mente, todos estuvieran interrelacionados, pues en la realidad están todos entrelazados, tenía la obligación de intentar, aunque sólo fuera con fines pedagógicos, separar los niveles de análisis. Así que voy a presentar un primer esbozo de ello.

El primer aspecto, al menos tal como yo lo veo, es tener claro que no todos los economistas entenderán las cuestiones energéticas -y casi nada- del mismo modo. En economía hay una gran distancia -con muchos matices- entre aquellos que entienden que la economía es apersonal -los que hablan de Economia, como traducción de Economics– y los que creen que la economía son las relaciones económicas que se dan en un momento determinado en una sociedad determinada; los que hablan de Economía política (la economía que se da en la polis).

Más allá de ello, analíticamente, los economistas podemos emplear cuatro niveles de análisis: el micro, el meso, el macroeconómico y el sistémico. De las dos formas de ver la economía, la primera escuela se centrará fundamentalmente en el análisis microeconómico -el del individuo- y conciben el resto como agregación de las unidades micro, sin entrar en lo que implican las relaciones a nivel mesoeconómico o sistémico; los segundos centran su análisis en el sistema -en la sociedad-, para interpretar las relaciones económicas que se dan en los tres niveles «inferiores».

Así, si trasladamos ambas visiones del mundo económico a la energía, tendremos el primer tipo de economistas que entenderá que la energía -al igual que la economía- es el resultado de la agregación de elecciones individuales de empresas (oferentes) o consumidores (demandantes). Mientras que, los de la segunda categoría, entenderán la energía como el resultado de unas relaciones -sociales y, por tanto, de poder- energéticas conformes al sistema vigente.

Para los que han ido leyendo mi blog, estará claro que yo pertenezco a la segunda escuela de pensamiento y, por ello, mi visión de la energía es más sistémica que microeconómica. A pesar de ello, considero que si el objetivo es valorar modelos energéticos posibles, en un caso como el de la energía que atraviesa todos los aspectos de nuestra vida, puede ser positivo buscar que hay de «utilizable» en cada uno de los cuatro niveles citados.

1) En el ámbito microeconómico que, cuando hablamos de energía, se centra mucho en el análisis de costes y beneficios (cuanto cuesta la energía solar en relación a la fósil, por ejemplo), entiendo, como argumentabaHermann Scheer que este debate, al menos tal como se hace, es estéril, pues se están comparando cosas incomparables. Comparamos como si fuera igual, producir electricidad con petróleo que viene del otro lado del mundo con infraestructuras desarrolladas en los últimos 150 años y una industria madura y consolidad, que producir directamente la electricidad en casa, con una placa de tecnología reciente y desarrollada por un sector naciente.

En cambio, sí que creo que un debate de costes cualitativo es útil. Tal vez no podamos saber cuánto más costosa es la electricidad generada a partir de petróleo que la generada a partir del sol, pero sí que sabemos que para producir electricidad a partir de petróleo se han de dar muchos más pasos (extraer petróleo, transportarlo desde el otro lado del mundo, refinarlo y convertirlo en combustible, quemarlo, convertirlo en energía mecánica y, luego en eléctrica) que si en una placa fotovoltaica la luz del sol se convierte directamente en energía eléctrica; como sabemos también que el petróleo se paga y el sol no.

Así, el análisis de costes cualitativo nos enseñaría qué partidas de coste nos podríamos ahorrar y cuáles añadir (por ejemplo los residuos) si se optara por un tipo u otro de energía.

2) El nivel mesoeconómico, en el caso de la energía nos indicaría cómo se organiza la producción y el uso final de energía y, por tanto, cuál será la cadena -de valor- energética y la estructura de la industria. Para un no economista, esto puede ser más difícil de entender, pero lo ilustraré con un ejemplo. En el momento que se opta por una fuente energética fósil, alejada del lugar de uso final; estamos optando por una industria energética monopolista -pues las barreras de entrada y la tecnología son elevadas- y transaccional; y estamos optando por producir, transportar y comercializar la energía internacionalmente, de forma centralizada. Es decir, damos un poder -económico y, por tanto, político- a los grandes conglomerados energéticos mundiales; otorgándoles el poder de decidir para quién producen y en qué condiciones.

Por el contrario si se opta por producir a partir de fuentes renovables, cercanas a los usuarios finales; el tamaño y el poder de la industria energética frente a los que la acaban empleando cada día, será menor o mucho más equitativo.

Económicamente -aunque no sólo- lo primero tiende a crear sociedades más desiguales y lo segundo sociedades más equitativas. Por tanto, considero que éste, el grado de monopolio que determinadas formas de producir y emplear la energía acarrean, es también un factor económico a tener en cuenta al valorar la política energética que se quiera implementar. Además, en este ámbito, también resulta relevante considerar si se desacoplan los lugares de gasto de los de inversión, o no.

3) En el ámbito macroeconómico, una buena forma de valorar las cuestiones energéticas es por los efectos que una determinada política energética, como política sectorial que incide transversalmente en todos los objetivos «deseables» de la política económica de un país, pudiera tener. Una vez más, pongo algún ejemplo. Es decir, cómo afecta el «modelo» del petróleo a la inflación, a la creación de empleo, al equilibrio externo, etc… y cómo incidiría otra forma u otro modelo energético en las mismas variables. Tal vez no se puedan obtener las cifras exactas, pero no cuesta mucho establecer algunas cuestiones -casi- evidentes. Por ejemplo, potencialmente la inflación empeorará con un modelo basado en el petróleo, pues los precios del crudo son muy volátiles y la industria tiende al monopolio; mientras que un modelo basado en fuentes renovables locales tenderá a mejorar la balanza comercial, ya que dejaremos de pagar la factura energética exterior. Comparaciones similares se pueden hacer para los niveles de empleo, la distribución de la renta o el crecimiento. De hecho, si se quiere tener una fugaz visión de ello, puede leerse la última parte de este artículo que yo misma escribí hace unos años.

4) Por último, es en el nivel sistémico donde el análisis se complica, pues de lo que se trataría de ver es si el modelo energético vigente se acomoda -si sólo miramos el ámbito estrictamente económico- a las necesidades del sistema de producción vigente. Por tanto, esta forma de ver el modelo energético nos permite analizar las crisis y los procesos de transición energética, ya que, desde este punto de vista, modelo energético entra en crisis cuando deja de adaptarse a dicho modelo de producción.

Desde mi forma de ver el mundo, es importante tener en cuenta este último punto, pues su corolario es que históricamente las crisis energéticas no se producen por una razón cuantitativa -el fin o el encarecimiento de una fuente-, sino por una causa cualitativa: la no adaptación entre el modelo energético vigente y el modelo productivo, y en general social, vigente.

Desde este punto de vista, dejo en el aire una última reflexión sobre el modelo del petróleo: llevamos casi 40 años hablando de la crisis del mismo; primero porque experimentamos un shock -cuantitivo- de oferta y después porqué pensamos que al quedarnos sin él -su cantidad- el precio aumentará hasta límites insostenibles. Sin embargo, lo cierto es que, mal que nos pese, el mundo del petróleo sigue aquí. A veces parece muy difícil decir el por qué, pero yo intuyo que simplemente se trata de que a nivel mesoeconómico genera unas estructuras de poder energético que se adaptan perfectamente con la tendencia a la concentración de la propiedad capitalista y que, desde un punto de su adaptación al sistema, en un primer momento su gran, maleable y barato flujo de energía se adaptó a la perfección al modelo de producción fordista y de consumo de masas en Occidente; mientras que ahora, la gran cantidad de excedente financiero que genera es ideal para lubricar los mercados de capital internacionales y financiarizar la economía la economía global con la ayuda de los fondos soberanos.

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