A vueltas por las Cuencas Mineras de Teruel

Estos días he regresado a Castel de Cabra. No es la primera vez y, probablemente, no sea la última. No me ha producido la impresión de mi primer viaje, además, el verano siempre amabiliza los pueblos olvidados de la Península Ibérica. A pesar de ello, siempre que allí acudo, me sobrecojo.

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Castel de Cabra es uno de los 30 municipios de las Cuencas Mineras, en la provincia de Teruel. Estas comarcas, ocupan unos 1.407 Km2 y son habitadas por unas 9.500 personas. Ello da una bajísima densidad de población que se puede explicar por su orografía y por que su economía fue periferia de la tardía industrialización de España; ya pulverizada. Ambas cosas configuran un muy particular paisaje, en el que de unos fondos abisales de un mar desaparecido, hace millones de años, surgen montes pelados por la deforestación y castilletes en ruinas que indican la entrada a minas que hace tiempo se cerraron.

Me cuentan que algunos de esos montes pelados, como el Puerto de las Traviesas, se deforestaron para tallar los travesaños de la línea del ferrocarril que unió Madrid con Barcelona. Entiendo que, por proximidad, debía ser la línea MZA (Madrid-Zaragoza y Alicante), proyectada a mediados del XIX y que, después de vicisitudes varias, acabaría siendo uno de los ejes sobre los que se trazaría la red de ferrocarriles actual. Las Cuencas Mineras, poco se beneficiaron de este tren, pues allí no llegó, pero los restos en su paisaje todavía perduran: montes pelados y recuerdos de pequeñas ventas cada 25 o 30 kilómetros -que era el máximo trayecto que las carretas con las traviesas, tiradas por bueyes, podían hacer en un día. Seguro que, entonces, en la segunda mitad del XIX, el ferrocarril que se construía en otra parte, dinamizó la zona, probablemente plagada de contratistas, aserraderos y mano de obra local que realizaría el trabajo físico.

Unos años más tarde, según me dijeron, ya en las postrimerías del Siglo XIX y en los albores del XX, se inició la actividad minera en la región. Relativamente pequeñas minas de lignito -algunas parece que tan bellas, que se podían encontrar en ellas los árboles fosilizados- que fueron el corazón de la actividad económica -y de la vida político – social- de la zona, hasta que en 2003 se cerró la última mina. Como hoy ya no queda nada de esa actividad, las Cuencas Mineras se están erigiendo en un gran parque temático del pasado: Dinópolis, que muestra y explica los fósiles y restos de todos esos seres que moraron los mares turolenses en el pasado, y museos como el minero de Escucha, en la Mina Severá, y el anejo Centro de interpretación de la minera Pozo del Pilar, que muestra la historia de todos esos seres que habitaron esos túneles en un pasado más reciente, eso sí.

Mina la severá

Mina la severá

Esta vez visitamos el museo minero. El museo minero, que según nos dijeron, es el único que recorre una mina de verdad, es la visita y la recreación de la mina y de su actividad. Esta mina se cerró en 1968, y posteriormente sirvió como túneles de ventilación del Pozo Pilar; cerrada, a su vez, en los 1990s.

La visita conmueve. Y, eso que la guía es estupenda y amena, los túneles están limpios y iluminados y, como nos dijo un antiguo minero, «lo que allí visteis es como el ‘ir vestido de domingo’ de la mina». Después de ello, la misma persona me dejó una grabación de cuatro horas, sin editar, del trabajo en esa mina en los 1990s. Estas imágenes ya no se parecen a Germinal. El trabajo, en buena mediada estaba mecanizado y las condiciones de seguridad parecían buenas. A pesar de ello, la esencia del trabajo es la misma y, con quién hablé, me dijo que incluso ahora, años después de que las minas cerraran y le pre-jubilaran, se levanta cada mañana preguntándose cómo pudo trabajar allí casi 30 años. Tres décadas bajo tierra, sin luz del día, con ciertos riesgos de accidente y con un trabajo físico agotador, para perforar y perforar la tierra, cada día unos metros de más. De hecho, esa es buena parte de su trabajo, pues los mineros trabajaban a destajo, y la unidad de paga es el metro horadado y/o la carretilla de carbón subida a la superficie.

Ahora que la mina está cerrada y todos aquellos que no sufrieron un accidente letal, cosa que en cada familia de la región, a lo largo de un siglo, ocurrió, disfrutan de una temprana y relativamente bien remunerada jubilación. Esta es una cuestión que he estado discutiendo con mis amigos estos días.

Por alguna razón que desconozco, algunas personas consideran que los mineros son unos privilegiados, muchos se jubilaron entre los 40 y los 50 años, con la pensión máxima. De hecho, hace un par de años, a raíz de la marcha de los mineros que hubo en España, varios medios, aparentemente indignados, escribían titulares haciéndose eco de esta situación. El mensaje subyacente era «¿cómo se pueden manifestar personas que les prejubilan a los 40 y cobrarán 2.100 euros al mes?» Otra cifra que salía en esas fechas era cuánto costaban esas prejubilaciones a los españoles. Según ABCel coste medio de cada jubilación anticipada —soportado por los Presupuestos Generales del Estado— ha sido de 433.000 euros en el período 2006-2010. Si lo entiendo bien, ese «despropósito» de las jubilaciones de las mineros, en cuatro años costaron menos que comprar un solo piso decente en el centro de Barcelona o Madrid. No quiero caer en lo fácil y maniqueo, pero algo va mal en nuestra sociedad cuando se hacen este tipo de discursos.

Lo que me sobrecoge de las Cuencas Mineras de Teruel es que estas -como otras- aportaron sus bosques vivos y fósiles, que ayudaron a dos de las cosas que más influyeron en la tardía industrialización de España, el transporte por ferrocarril y la electrificación del país. A cambio, su paisaje cambió, se pelaron las superficies de los montes y se horadaron sus subsuelos, mientras fósiles y ruinas industriales poblaban el territorio; a cambio, también, la vida de las familias y de las poblaciones pasaron a ser gobernadas por el advenir de la mina, de la vida bajo tierra.

Hoy, de todo ello, queda un paisaje bello, pero estremecedor, y unos núcleos de población que no han desaparecido del todo gracias a las pensiones de los mineros, pues ahora también, se desvanecen los huertos solares y las abejas.

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Contemplando todo esto, una vez más, me preguntaba sobre el progreso. Estas Cuencas Mineras, reconvertidas, como buena parte del país, en parque temático dieron sus árboles -vivos y fósiles-, montes -en superficie y subsuelo- y gentes para la modernización e industrialización de otras regiones de España. A cambio, poco recibieron. Quedaron la memoria, los vestigios y las rentas del trabajo. En estos asombrosos tiempos en los que nos ha tocado vivir, algunos piensan que también tenemos que suprimir lo último, así sólo quedará la memoria y los vestigios para nutrir parques temáticos.

Soy de las que creo que las minas se han de cerrar; por cuestiones ambientales, esta claro; por favorecer sistemas de producción de energía centralizada, pero, por encima de todo, porque creo que un sistema que para lograr su bienestar requiere del trabajo infrahumano de los otros, es un fracaso. Dicho esto, también pienso que gracias a que determinadas zonas dieron sus bosques, riquezas naturales y mano de obra, muchos, en España, progresamos en bienestar y democracia. Como nos dijo una guía del Museo de la Ciencia y la Industria de Manchester, mientras nos contaba la vida entre telares, «trabajar aquí era horrible, pero también trajo cosas buenas como el progreso, los derechos laborales y los sindicatos».

IMG_1240Personas como yo, nos hemos beneficiado, y mucho, de ello. Esta es la razón por la que me estremece esta parte de Teruel, pues su paisaje es la otra cara de mi bienestar, de mis queridos viajes en tren, de la luz con la que he leído tan a gusto y, seguramente, de una parte de la riqueza del lugar en el que nací y sigo viviendo, y de los derechos que he tenido hasta ahora. Me da mucho coraje pensar que el fin de este expolio y bregar en la mina sea convertir a la comarca en un parque temático. Pero, está claro que en una sociedad como la nuestra, pocas otras opciones quedan. Es una pena, pero será así.

 

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