Durban: una cumbre para que todo siga igual

Tenía pensado inagurar nuevas cartografías de la energía con uno de mis temas predilectos, el proyecto Desertec, sin embargo, la mascarada de la Cumbre de Durban, celebrada el pasado fin de semana, me ha recordado algo que leí este verano en el muy recomendable libro de Hermann Scheer sobre Autonomía Energética. Este autor considera nocivas las cumbres internacionales, cuando se trata de lograr avances en las políticas energéticas y ambientales. Sus argumentos son de peso: a) en la historia, ninguna revolución tecnológica relevante se ha logrado gracias a una negociación internacional, y b) los gobiernos y las sociedades se escudan en estas cumbres para no hacer política energética, de verdad. Dejando, con ello, esta tarea a los grupos de poder de la industria energética.

De alguna manera, Hermann Sheer, creía que estas cumbres internacionales se hacen para no hacer nada. Creo que esta es la verdad de fondo, pero en muchos ambitos, la letra de la canción es distinta: en un momento de crisis como el actual, no nos podemos permitir invertir en un nuevo modelo energético, pues sus costes son muy elevados y no hay dinero para financiarlo.

Esta es la trampa en la que los economistas hemos metido a la política energética: creer que el optar por un modelo energético u otro es una cuestión de costes, y que simplemente se trata de una elección entre la opción más límpia o la más «barata». Cualquiera que no sea del gremio de los economistas, dirá que este dilema no tiene sentido, pues si algo es malo, no porque sea más barato, lo usaremos más. Esta evidencia, es la que se niega cuando se afirma que «no nos podemos permitir» un cambio de modelo energético.

Un modelo energético no es sólo optar por una fuente u otra de energía. Un modelo energético es mucho más que eso. Basta pensar que el modelo basado en el petróleo es el del modelo occidental de la segunda mitad del Siglo XX, con todo lo que ello implica y significa.

Por tanto, la cuestión de fondo del debate sobre el cambio de modelo energético no es el coste, ni tan siquiera si una forma de producir energía es más o menos contaminante que la otra; el quid de la cuestión es que un cambio en el modelo energético, necesariamente, implicará un cambio en un mundo tallado al gusto de los grandes grupos de poder del «mundo occidental». Estas son las cuestiones que deberían tratar las cumbres para ser efectivas. Se entiende, pues, que ante tamaña tarea, lo mejor es dejar que «el mercado» decida si el cambio de modelo energético es o no conveniente o, en su defecto, recuperar el pensamiento del Gatopardo: hacer cumbres para que todo siga igual.

Ante ello, en un momento de crisis como el actual, creo que nos podríamos ahorrar este tipo de iniciativas, aunque -aquí sí- sólo sea por lo que nos cuestan a los contribuyentes.