Reformas en el sector eléctrico ¿Y si el infierno existiera?

Estos días el «mundo energético» está siendo sacudido por una serie de propuestas de Real Decreto, entre las que destacan las que regulan el autoconsumo y la actividad de producción de energía eléctrica a partir de fuentes de energía renovables, cogeneración y residuos.  Esta última propuesta me la hizo llegar un amigo de la blogosfera, trabajador del sector eléctrico renovable y muy preocupado por su futuro laboral y el de sus colegas. Él interpreta mejor que yo el significado contable de la propuesta, pero consideró que uno de mis comentarios sobre la exposición de motivos de la misma merecía una entrada en este blog. Así que allá voy. Aunque, honestamente, no tengo muy claro si lo que diré es cierto o es el fruto de la furia que una profesora de la materia siente por lo maltrecha que está la práctica de la política económica en nuestro mundo.

Mi anterior entrada ya versaba sobre el significado de algunas de las frases de la exposición de motivos de la Ley 54/1997. Esta versará sobre la propuesta que se hizo el pasado 16 de julio de 2013. En ésta, una vez más, se disimula la carga política e ideológica que hay detrás de la reforma, pues fundamentalmente se viste como un cambio en el régimen retributivo del sector de las renovables. Como si no se cambiara nada en el ámbito real, sólo que lo que antes se retribuía de una manera, ahora se retribuirá de otra. Otra, que se define como rentabilidad razonable. Anecdóticamente, concepto curioso éste, pues tal como está en la propuesta, la rentabilidad razonable es para los proyectos financiados con recursos propios (¿?) y que, por lo que se calcula, acabará proporcionando una rentabilidad de en torno al 7 o 7,5%. Efectivamente, una inversión que dé esa rentabilidad no está mal, es razonable, pero está claro que este no es el problema.

Uno de principales  problemas de esta propuesta, como ya ha señalado mucha gente, es que el cambio en las reglas del juego a mitad de partida, expulsará del sector a aquellos que habían realizado sus inversiones con los criterios anteriores, fundamentalmente los que invirtieron en las tecnologías más antiguas: fotovoltaica y eólica. A este respecto, incluso hay quien habla de expropiación encubierta.

Otro de los problemas es decir, como hace el texto, que …la nueva metodología establece una retribución a la inversión que se calcula en función de la potencia instalada y no la energía generada….. Dicho de otro modo, se pasará a remunerar en función de cuánto se ha invertido -de el potencial de oferta- en vez en función de cuánta electricidad real tendremos y en qué condiciones accederemos a ella los usuarios finales. En este nuevo criterio, la energía generada pasa a un plano secundario y lo relevante es la capacidad. Es decir, la propuesta de Real Decreto sustituye el sistema de tarifa vigente por el de incentivos a la inversión.

¿En qué contexto el legislador realiza este cambio? El escenario es el de la Ley 54/1997 en la que se nos dice que el suministro público deja de ser un servicio público y que ya no existirá planificación imperativa en el sector, y el principal actor del sector es un oligopolio articulado en torno a UNESAComo ya argumenté, ello es la causa de buena parte de los excesos de capacidad y extra-costes del sistema eléctrico de la Península Ibérica y, por ende, del déficit de tarifa.

Ante ello, mi lectura de la nueva propuesta de Real Decreto es que consolida un sistema eléctrico basado en las decisiones de los inversores privados, a los que, en primera instancia, se les remunera la inversión y no el servicio -antes público- que debieran prestar a la sociedad. Desde el punto de vista de la política económica ello significa que lo que aquí se está dirimiendo es quién decidirá la política energética del futuro. Primar la inversión en capacidad, en vez de el producto final, significa, si no hay consideración de servicio público ni planificación imperativa, fijar quiénes decidirán qué y cuánto producen, para quién y a qué precio. Es decir, establecer, quiénes lideran el futuro del sistema eléctrico de la Península Ibérica.

Conceptualmente, como le decía a mi amigo, hay una diferencia abismal entre regular la producción y el precio final de un bien (el antiguo sistema de tarifa) o regular la inversión en capacidad. No me gustan los términos, pero lo que se está pertrechando es un «mercado» en el que se remunera al oferente por serlo, pero no por lo que ofrece, que es casi el anatema del concepto mismo de mercado. La inversión -de capacidad de generación de electricidad- sólo determina quién puede -tiene la capacidad de- producir, pero no lo qué se produce ni en qué condiciones. En otras palabras, es cargarse el último vestigio de servicio público que tenía el ordenamiento de «nuestro» sistema eléctrico. Además, si lo que se asegura fundamentalmente es la rentabilidad razonable a la inversión y no a cuánto se cobrará -o pagará- la electricidad, ya ni les cuento.

En resumen, aunque no sea fácil ver la diferencia, este Real Decreto va más allá de expulsar a una potencial competencia -de UNESA- creada y consolidada al amparo del sistema de primas a las renovables; este Real Decreto acaba definitivamente con un ordenamiento en el que el uso de la electricidad se consideraba un derecho básico y en el que, por tanto, el ordenamiento se dirigía a asegurar el suministro a los ciudadanos -y empresas, claro-, porque la energía era considerada un servicio público.

Es claro que el Real Decreto no dice quiénes serán estos inversores, pues, a la luz de las fórmulas del Título V del mismo, son iguales los pequeños que los grandes, pero ahí sí que creo que nadie se lleva a engaño, pues en un sistema capturado como el nuestro, todos sabemos que UNESA siempre gana. Si este Real Decreto se llega a ratificar y aplicar, no habrá escapatoria posible, pues mientras éste regula quiénes van a estar dentro y quiénes fuera del sistema, su hermano gemelo -el que regula el autoconsumo- constriñe las soluciones alternativas individuales, colectivas, cooperativas o locales

¡Qué quede claro, nos están expulsando del sistema! Soñemos…. ¿que pasaría si el infierno existiera?

Filólogos del sector eléctrico y déficit de tarifa

Precio voluntario al pequeño consumidor, así es como gracias a la enésima, y prometen que última, reforma del sector eléctrico se pasará a llamar la actual Tarifa de Último Recurso (TUR). Como la TUR, hasta ahora, era la tarifa que te aplicaban las Comercializadoras de Último Recurso (CUR), entiendo que éstas, de aquí poco se convertirán en el voluntariado eléctrico. No sé, para mi que el mayor activo que tienen las eléctricas es un artista del lenguaje y de la palabra. No pensaba iniciar así esta entrada, pero es que la realidad supera la ficción ¿Cómo se atreven?, ¿precio voluntario al pequeño consumidor? Parece un chiste, salvo que por «voluntario» se entienda -y perdónenme la expresión- «el precio que les dé la gana». Seguro; ha de ser esto, ya que lo contrario significa que, además de expoliarnos, se burlan de nosotros.

La pregunta es ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Cómo hemos creado unas estructuras de poder tan grandes que han logrado que las reformas del sector eléctrico, no se destinen a reformar a este sector, sino a consolidar el poder de las empresas que lo componen y a asegurar que los ciudadanos -que todavía podemos pagar la factura- les financiemos todos sus caprichos, veleidades y pelotazos. Piénsese que, por lo que se dice, todas las últimas reformas tienen como único propósito actuar sobre el déficit tarifario; pero ninguna de ellas tiene el objetivo de acabar con las causas del mismo.

A estas alturas, ya es conocido que en España hay un desfase entre los costes regulados del sector eléctrico, la tarifa y el precio al que las comercializadoras y generadoras pactan la compra de electricidad. Este desfase es el déficit de tarifa. Así que la cuestión es ¿por qué antes no existía déficit de tarifa, y ahora sí? La respuesta la dio Ana Marco, el pasado 29 de junio en una sesión de formación organizada por el Grup local de Barcelona de Som Energía. Ella, con una breve pincelada explicó lo que para mi, a día de hoy, es la interpretación más lógica y convincente que he oído sobre el por qué del déficit.

Legislativamente, el origen de todo este despropósito está en la Ley 54/1997 del Sector eléctrico. Esta ley es la traducción legislativa de la aceleración de las privatizaciones del sector que se produjeron a finales de los 1990, durante el primer gobierno de Aznar. En el preámbulo de esta ley se puede leer lo siguiente: … a diferencia de regulaciones anteriores. la presente Ley se asienta en el convencimiento de que garantizar el suministro su calidad y su coste no requiere (…) que el Estado se reserve para si el ejercicio de ninguna de las actividades que integran el suministro Así. se abandona la noción de servicio público, (…)  sustituyéndola por Ia expresa del suministro a todos los demandantes del servicio dentro del territorio nacional (…) el sistema eléctrico nacional deja de ser un servicio público de titularidad estatal desarrollado por el Estado (…) La gestión económica del sistema, por su parte, (….) abandona la idea de una planificación determinante de las decisiones de inversión (…), que es sustituida por una planificación indicativa (…) que puede facilitar decisiones de inversión de los diferentes agentes económicos.

Perdonen que me haya extendido en la cita, pero es que tiene mucha miga. Lo primero y evidente es decir que el suministro eléctrico deja de ser un servicio público. Esta frase habla por sí sola, es clara y nada ambigua. Pero, lo segundo y lo tercero lo es menos. Decir que la noción de servicio público se sustituye por la de «suministro a los demandantes», es una frase digna del mismo artista del lenguaje que hace un par de días, con la nueva reforma, nos regaló la perla del «precio voluntario». Tal como yo interpreto esta frase, lo que nos dice el legislador es que lo que antes era un servicio público, ahora se traduce en la «obligación» de suministro al demandante. El demandante, no es el ciudadano o ciudadana, el demandante, en economía neoclásica, es el que accede al mercado y, por tanto el que tiene demanda efectiva. Traducido; el que tiene suficiente capacidad adquisitiva para estar en ese mercado. Por tanto, la Ley 54/1997, establece que el sistema eléctrico -¿las empresas?- deberán suministrar electricidad a quienes les puedan pagar. Piensen el alcance de ello en una estructura monopolista como la eléctrica.

La tercera cuestión que quería resaltar de este preámbulo de Ley es el significado del fin de la planificación determinante por la indicativa. Esta parte es la que más me impresionó de lo que nos contó Ana Marco. En términos de política energética esto quiere decir que, en el anterior sistema, en el de planificación determinante, se hacia una previsión estatal de cuánto producir, para quién y a qué coste. Ello se traducía en la construcción de más o menos plantas generadoras (térmicas fósiles, hidroeléctricas o nucleares), en una determinada red de transporte y distribución y en unas tarifas concretas. Estas plantas, podían ser privadas o públicas, pero si se construían era porque así «lo solicitaba» el ministerio de industria y energía y si «se paraban» lo mismo. De ahí, la justificación de conceptos como la moratoria nuclear, pues se asumía que el parón de las nucleares fue un «fallo» de previsión del planificador y que, por esta razón, se tenía que compensar a las empresas que realizaron las inversiones. O, de ahí, que se aceptara que pagáramos (en la factura o a través de Presupuestos Generales del Estado) un «exceso» de capacidad de algunas centrales térmicas, pues se consideraba -equivocadamente, o no- que era bueno tenerlas por si el sistema tenía algún fallo.

Así, en este sistema los usuarios finales de la energía, fuera a través de la factura o a través de distintas figuras impositivas, compensábamos a empresas del sector en aras al aceptado interés general (no tener nucleares, mantener puestos de trabajo en la minería del carbón…) o pagábamos un extra por tener mayor seguridad en el sistema.

Decir, como hace la Ley 54/1997, que la planificación será indicativa para que los agentes económicos (véase las empresas del sector) decidan las inversiones a realizar, en la práctica se ha traducido en que éstas realizan las inversiones que desean, aun a riesgo de que el sistema eléctrico tenga un exceso de capacidad. El ejemplo más claro lo tenemos con las centrales de ciclo combinado. Ya he hablado de ellas en entradas anteriores. Si no me equivoco, éstas empezaron a funcionar en el año 2002 (curioso, el año que empieza la deuda acumulada hacia las eléctricas), y si los datos que proporciona invertia son ciertos, han costado 13.161,8 mil millones de €. Gas Natural Fenosa y Endesa son, junto a Iberdrola, sus principales propietarias. Hoy, como también dije entradas anteriores, estas centrales están más que infrautilizadas y, según los informes de Red eléctrica española, la tendencia es a la baja ¿A qué se debe este despropósito? Muy sencillo a que cuando, la planificación del sistema eléctrico dejo de ser imperativa y paso a ser indicativa, las empresas del sector decidieron que se invirtiera esta millonada en un sistema en el que ya se tenían las nucleares, las térmicas y la energía hidroeléctrica; y, en coincidencia con el arranque de electricidad de origen eólico y la solar.

En coherencia con la Ley 54/1997, si el suministro de electricidad ha dejado de ser un servicio público y si son los agentes privados quienes deciden las inversiones para satisfacer la demanda, lo lógico sería que si no hay suficiente demanda, para el exceso de oferta -de capacidad- que se tiene, las empresas privadas asumieran el cierre de sus instalaciones. Pero no. En España nos inventamos el déficit de tarifa. Ya que he llegado a la conclusión que conceptualmente, el déficit de tarifa es, sobre todo, el exceso de costes fijos -de inversiones realizadas y capacidad excedente- en el sistema eléctrico español.

Para mi, a estas alturas, si dejamos de lado el transporte y la distribución, del que hablaremos otro día. Hay tres categorías de costes fijos: a) los heredados de la planificación anterior, nucleares y térmicas del carbón; b) el exceso de inversión en capacidad, que se da, sobre todo, en las centrales de ciclo combinado, y c) el de las inversiones en nuevas tecnologías dirigidas a realizar la transición energética hacia un modelo distribuido y renovable.

Las tres se confunden en ese paquete de costes regulados, peajes y pagos por capacidad que pagamos en nuestra factura y que, en muchos casos, inciden sobre el déficit, pero en términos de política energética significan tres cosas muy distintas. La categoría «a» forma parte de un modelo energético del pasado, que por razones diversas se decidió cambiar y, hasta donde sea razonable, se acordó que compensaríamos a los perdedores. La categoría «b» forma parte de un «no» modelo, fruto de la falta de política energética real, en la que un colectivo realizó unas inversiones equivocadas y capturó la actuación del ministerio de industria y energía, logrando que otros paguemos su error. Por último, la categoría «c» debería formar parte del nuevo modelo energético que queremos para el país, caso que volviéramos a tener algo que se le pudiera llamar, sin rubor, política energética.

Para mi, si se hace de forma clara y no abusiva, lo primero es justo que se pague; lo tercero debería pagarse; y lo segundo ha de desaparecer de la factura y/o de los presupuestos. Sin embargo me temo, que éste no es el mismo criterio del legislador, pues lo segundo es lo que engrosa, día a día, la deuda acumulada, engañándonos al hacernos creer que estamos pagando por una capacidad que se planificó, desde el gobierno, imperativamente. No. Esta capacidad no es fruto de una planificación y de una política energética, digna de tal nombre, es el fruto de cuando se dejó de considerar al suministro eléctrico un servicio público y de cuando aquél paso a dirigirse a los demandantes efectivos.

La gaseosidad del gas en España

El pasado 6 y 7 de junio se celebró en Madrid el X Simposio Hispano-Ruso. En él, mi amigo y colega de la Universidad de Valencia, Antonio Sánchez Andrés, presentó una ponencia sobre la Política económica y elites en España: el caso de la política energética. Próximamente, esta ponencia será publicada, y por tanto, estará al alcance de todos, pero antes, le he pedido permiso para que me dejara comentar tres aspectos de la misma en el este blog.

El primero de ellos es la conclusión de la ponencia que, aunque es perfectamente conocida de todos, hasta que la situación no cambie, tenemos el deber moral de seguir recordándola día tras día: el resultado de la política energética que se está realizando en España, aunque se diga que su objetivo es cualquier otro, es mantener la situación de las elites -energéticas, se entiende- que le dan soporte. Y, como nos dice Sánchez Andrés, esos sectores y agentes económicos se transforman en grandes constreñidores de la salida de la crisis en España.

El segundo aspecto, que es el que inspira esta entrada, es la situación del gas en España. Hace unas semanas, como posteriormente relató Ignacio Cembrero en El País, corrían rumores sobre un cambio en las relaciones gasísticas entre España y Argelia. Este es un tema que siempre dispara alertas, pues, en esta parte norte del Mediterráneo, existe la percepción de que estamos a merced de los argelinos. Llevo años argumentando lo contrario, y lo divertido es que ésta vez la noticia iba en mi sentido, pues como explica Cembrero en Argelia hay preocupación por si España reduce las compras de gas que se hacen en el país vecino.

Para una defensora de las formas de producción de energía descentralizada, como yo, saber que se reduce el uso de una fuente de energía fósil, que da lugar a grandes unidades  generadoras y comercializadoras de gas, lo anterior sería una buena notica, pero como ya expresé en una entrada anterior, tal vez, antes de hacer algo así, deberíamos pararnos a pensar. Con la idea de que «una imagen vale más que mil palabras», vuelvo a adjuntar el mapa de la red gasística en España. En él se observa la magnitud de las infraestructuras gasísticas actuales: 6 plantas de regasificación (7 si se incluye Portugal), más tres en construcción, dos de ellas en las Islas Canarias, a lo que le debemos sumar dos gaseoductos que parten de Argelia y llegan a la Peninsula Ibérica, uno a través de Marruecos y otro, directamente a Almeria.

Fuente: CNE

Fuente: CNE

Visto que, ya hoy, estas instalaciones están muy infrautilizadas, me pregunto, una vez más, si lo más sensato es cerrarlas para ir acrecentando los emplazamientos de ruinas energéticas.

Para mi, a día de hoy sólo hay dos argumentos para no cerrarlas: el enorme gasto realizado en algo que no vamos a utilizar, pues me parece indecente; y que, cuando de calefacción hablamos, el gas natural es una fuente energética que sufre poca transformación y que, por tanto, en términos físicos es muy eficiente, pues del gas que sale de Argelia, el 75% es empleado en casa.

Por lo demás, todo son argumentos en contra. Empezando, como nos muestran los itinerarios energéticos de Ramon Sans, porque esta eficiencia energética no se mantiene cuando hablamos de transformación de gas en electricidad, ya que, además de cara, en el proceso -en una central térmica de gas- derrochamos casi el 70% de la energía inicial del gas y, en una de ciclo combinado, el 55%. Y, acabando, por lo que se adivina en el mapa: el poder que subyace detrás de esta red de gas, pues muy pocas empresas son las que controlan este enjambre de tubos, instalaciones y plantas gasísticas.

Hemos hablado hasta la saciedad del monopolio eléctrico, que también participa en el «mundo del gas», pero pocas veces se habla del poder de las empresas gasísiticas en España. Aunque el «mundo del gas» sea más reducido que el de la electricidad; por lo que se refiere al gas -digamos el no eléctrico-, una sólo empresa acapara aproximadamente el 60% del mercado español: Gas Natural-Fenosa. Esto, se mire por donde se mire, es un monopolio, que además es verticalmente integrado, pues su actividad va desde los yacimientos en Argelia a los consumidores finales en cualquier localidad de la Península.

Los efectos de este poder son los que mi amigo Antonio Sánchez, intenta valorar. Él ha intentado cuantificar el porcentaje de las diversas actividades (desde la importación del gas hasta la comercialización al usuario final) en el precio del gas. Sus datos, hablan por si solos. En el año 2012, más del 55% del precio final del gas -antes de impuestos- se debe a la comercialización. Es decir, por cada 100 euros (antes de impuestos) que paga, un español, en la factura del gas, otorga una renta de monopolio de más de 55 euros a «nuestra» comercializadora. En Francia, país vecino, en el que existen esas empresas quasi-estales -criticadas por no estar sujetas a la competencia-, en el mismo tramo de actividad, los 55 euros de España, se convierten en 8 -y, sin posibles trampas del tipo de cambio. Por tanto, como dice mi amigo, esto pone de manifiesto una situación absolutamente irregular. Situación absolutamente irregular de la que poco se habla y, lo que es más grave, de la que históricamente se acusa, tácitamente, a los argelinos.

Esto tiene que ver con el tercer aspecto que quería destacar de la ponencia, pues la unión de una política energética dirigida a mantener el poder de las elites del sector y el poder de monopolio de las mismas, conlleva dos hechos: a) la transferencia de renta desde los usuarios finales -ciudadadanos y empresas no energéticas- hacia los accionistas y propietarios de las empresas energéticas, y b) como escribe el propio Sánchez Andrés, el encarecimiento de la segunda partida de costes de las empresas, la de los costes energéticos.

Lo primero, claramente, inicidirá en una disminución de la renta que los ciudadanos podríamos destinar al consumo y, las empresas, a la inversión productiva. Con ello, se añade un elemento más de ajuste y recesión a nuestra maltrecha economía, pues el resultado directo de la política energética del gobierno es reducir la demanda agregada y, de ahí, el producto interior bruto. Lo segundo, en cambio, incide directamente sobre la competitividad -al menos tal como la medimos hoy en día- de las empresas ubicadas en España. Aquí, si cabe, la cosa es todavía más perversa, pues mientras se hace una reforma laboral que tácitamente -o no tanto- sólo tiene como objetivo disminuir los costes salariales y aumentar la competitividad por esta vía, se hace una política energética que para el beneficio de muy pocos, incrementa los costes energéticos; contrarrestando lo «logrado» con la reforma laboral.

Me perdonarán, pero me desespero. No me puedo creer que nuestro Ministro de industria no sepa que la política energética es una política sectorial, con efectos transversales sobre todos los objetivos últimos de la política económica (crecimiento, empleo, inflación, equilibrio externo, distribución de la renta, medio ambiente), y no una política dirigida única y exclusivamente a favorecer las rentas monopolísticas de unos pocos. Por todo ello, pido a Bruselas, a la Troika, al FMI o a quién corresponda, que obligue a nuestro gobierno a hacer una política energética dirigida a reducir las rentas de monopolio, así tal vez podríamos acabar con una reforma laboral, cuyo único proposito es reducir las rentas salariales. Sé que es una demanda ingenua, pero nunca está de más probarlo.

Viviendo en el determinismo energético

Hay dos ejercicios excelentes que los académicos dejamos de hacer, porque no sólo no nos dan puntos para nuestro currículo, sino que la mayoría de nuestros colegas considera que son los propios de un o una profesora/a de segunda clase: las actividades propias de los tontitos, de los que no somos suficientemente buenos para publicar en las llamadas revistas de excelencia. Estos ejercicios son dar clases en el primer año, cuando los alumnos no están maleados por el dogma, o dar clases en cursos con alumnos provenientes de otras disciplinas, y dar conferencias divulgativas para el público en general. Es verdad que estas actividades no lucen, pero, como más lo pienso, más me convenzo que son una pieza clave del método científico, pues las preguntas de los legos interesados son los que -al menos en el ámbito de las Ciencias Sociales- te ayudan a ver si aquello que cuentas es, o no, absurdo. Es el mejor contraste, si se escucha lo que se te dice, para averiguar si has caído, como diría en gran John Stuart Mill, en la asunción de infalibilidad.

Tengo la suerte de impartir una asignatura sobre relaciones energéticas internacionales en un curso de alumnos con procedencia muy diversa. Ningún dia consigo acabar lo que tenía previsto explicar. Primero, pensé que era por que, yo, me enrollo como una persiana, pero después me di cuenta que el problema era otro: muchas de las cosas que les cuento no las entienden porque, aunque pasen y sean, no tienen sentido. Así que acabo pasando el resto de la clase, buscando la forma de explicar cuestiones que, una vez planteadas, atentan al -buen- sentido común de mis alumnos.

La noticia de la semana es la supuesta riqueza en hidratos de metano frente a las costas de Japón».  Parece, según nos informó el El País, que después del accidente de Fukushima, como Japón que no tiene petróleo, su gobierno está muy interesado en extraer este tipo de gas de «sus» mares.

Fuente: Washington Post

Fuente: Washington Post

Confirma esta idea el artículo del Washington Post, del cual está sacada esta imagen, pues el titular deja entrever que Japón está muy esperanzado con esta fuente de energía del fondo de mar. Por lo que nos dice este artículo, no sólo Japón, sino diversos países, que ven un nuevo Eldorado en sus ya esquilmadas aguas territoriales. España, también, pues parece que este nuevo «oro negro marino» se halla frente a la costa de Cádiz.

¿Realmente los hidratos de metano son algo nuevo? Puede que un geólogo les diga que sí, pues su estructura es distinta de la de otros hidrocarburos, pero, mucho me temo que para la industria energética, el CH4 significa exactamente lo mismo que el resto de petróleos y gases. Desde que se inició el apogeo de la extracción de petróleo y gas encerrado en esquistos, pizarras y bituminosas, hemos entrado en una fiebre del oro, cuyo objetivo sólo parece ser que seamos capaces de extraer tipos de petróleo o de gas de continentes en los que se encuentran cautivos. El gas que está preso en el interior de una pizarra o, ahora, el metano marino que -como decía Javier Sampedro en un recomendable artículo de opinión en El País– se halla enjaulado en el interior de un dodecaedro formado por 20 moléculas de agua.

No soy ni geóloga ni ingeniera, pero estoy convencida que ser capaces de llegar al corazón de las pizarras, de los mares o al permafrost del Ártico, requiere un excelso conocimiento científico y un grado de desarrollo tecnológico muy elevado; como asumo también que cada nuevo tipo de extracción por fractura hidráulica (fracking) o, ahora de extracción del metano glacial submarino, es costosísima, se mire por donde se mire. Si es así, la pregunta es obvia ¿por qué nos emparramos en malbaratar el progreso humano y miles de millones en destrozar –vean este video– ecosistemas enteros del planeta, en vez de intentar alternativas?

Dice Javier Sampedro en su artículo que los hidratos de metano de los fondos oceánicos pueden revelarse como la gasolina del futuro, pero solo lo serán del futuro próximo. Si son una solución a la permanente crisis energética, son solo una solución provisional y miope, puesto que el uso de estos combustibles sería exactamente tan dañino para la atmósfera como lo son nuestros actuales tubos de escape. ¿Lo pillan? En esta frase, los términos nuestros y actuales son la clave. En nuestro mundo sólo hay dinero y tecnología para mantener las estructuras de poder que ya existen, no para crear otras. Queda implicito en lo que escribo, pero por si hubiere alguna duda, hay dinero para tecnología fósil, pero no para renovables; somos los más listos del mundo inventando formas de extracción de fuentes fósiles, pero no de captación del sol e invertimos ingentes cuantías en mega-infraestructuras energéticas transnacionales en vez de instalar pequeñas unidades de generación al lado de casa.

El creciente auge de los petróleos y gases no convencionales, de todo tipo y pelaje, sólo cambia dos hechos en relación al sistema anterior: a) la tecnología de extracción, y b) los territorios -productores- que encabezan esta extracción. El corolario de éstas es que: a) se mantiene intacta la estructura de la cadena -y de la industria- energética (al fin y al cabo, es un petróleo o gas que se «enchufa» a un fuelducto que le lleva a los mismos lugares de refino, producción, generación o comercialización que antes); b) se convierte la producción de energía -y por tanto el consumo- en algo todavía más exclusivo, si cabe, pues encarece y sofistica la extracción de crudo o gas; y, c) se cambia la geografía de los territorios productores; por ahora, en favor de los grandes de la OCDE y de las economías emergentes.

En definitiva, hemos entrado en una revolución energética que gasta lo mejor del talento humano e invierte dinero a espuertas en proyectos destinados a que el producir y el consumir energía sea igual que antes; a que se contamine, todavía más que antes; a que se refuercen las estructuras monopolísticas y a que se excluyan a los «pobrecitos» del Tercer Mundo del juego energético. Esto sólo cobra lógica recurriendo a conceptos tan poco científicos como las condiciones negativas del ser humano: la codicia, la maldad y el egocentrismo.

Prueben de impartir una clase explicando esto. Los alumnos -tampoco la gente de bien- no les creerán, pués dirán que no tiene sentido. Ellos son los que tienen razón. Nada esto tiene sentido, pues vivimos instalados en el absurdo y ocurre lo inexplicable.

Frente a esta triste realidad, un nutrido grupo de académicos e investigadores-no todos, ni mucho menos- ha optado por caer en el determinismo energético, el que la industria les ha transmitido como un mantra, el decir que si las nucleares no son posibles, la única alternativa viable -aunque no les guste- es lo que tenemos. Esto tampoco es ni una explicación ni una justificación razonada, pero como se adecua más al discurso dominante, al decirlo se creen infalibles. De hecho, si se dice con fuerza y convencimiento, la gente tiende a creérselo. Es normal, pues en una mente sana es más fácil aceptar que las cosas se hacen porque no queda más remedio, que admitir que se hacen por maldad. Pero, ante ello, y sinceramente, creo que si ni ellos ni nosotros tenemos argumentos «científicos» para justificar que una forma de producir energía es mejor que otra, lo más honesto sería decir que lo que ocurre ha dejado de tener sentido y que no lo podemos explicar. Cualquier otra cosa es un insulto a la inteligencia y, además, legitimará las actuaciones de la gran industria energética.

Si hay algún plan, por favor, me lo expliquen

Esta entrada será una boutade en la que sólo pretendo compartir el estupor ante las noticias aparecidas esta semana en la prensa. Debió ser en 2011, cuando  enloquecimos. Enloquecimos después del trágico accidente en la central nuclear de Fukushima y, después de las, no menos trágicas, revueltas árabes. Dos hechos no conectados, pero con consecuencias similares en el devenir de la despolítica -o zafiedad- energética.

En 2012, descubrimos dos hechos, que sólo hacía unos meses -tal vez no para la industria, pero sí para la mayoría de analistas- nos parecían imposibles: el auge del carbón y un cambio en la geo-política de la energía, resultante del auge en Estados Unidos del petróleo y el gas no convencional. Esto es lo que, por ahora, está ocurriendo. Veremos, la evolución.

A día de hoy, la evolución es absurda. En poco menos de una semana leo en El País, que el Ministerio de Industria ha concedido cinco permisos de exploración de hidrocarbruos en Cantabria; y que «ha entregado 400.000 hectáreas -la mayoría en al cuenca del Ebro- a 22 empresas para el mismo fin». Da risa, ¿no?, pues si quieren soltar más carcajadas, piensen que sólo unos días antes, La Vanguardia, informaba que este mismo ministerio también tiene pensado autorizar prospecciones off-shore en la Costa Brava y el Maresme, que se lo sumaría lo que la empresa Montero Energy Corporation ha solicitado a la Generalitat para iniciar prospecciones en una superficie de 160.000 hectáreas de la Segarra, Osona, el Ripollès y la Garrotxa.

El-Montsacopa-es-uno-de-los-vo_54295156277_54028874188_960_639

Fuente: La Vanguardia (imagen de Volcán Montsacopa en La Garrotxa)

Vamos a seguir riendo, pues Le Monde informa que en Francia, donde han vetado el método de fractura hidráulica para el gas, Le gaz de houille, gas grisú de toda la vida, para los legos, podría ser el nuevo eldorado fossile en Lorena. Afirma el ministro del ramo, en el país vecino, que el grisú podría sacudir el panorama energético en Francia y reindustrializar el antiguo territorio imperial de Lorena.

2

Fuente: imagen extraída de http://canariosdaluz.blogspot.com.es/

El mismo día, aunque no en suelo Europeo, el mismo rotativo, unas páginas más adelante cuenta que en Japón han iniciado una una revolución energética -quedando claro que el gas grisú también es revolución energética.-que consiste en el hidrato de metano. Entiendo que éste es un gas, cuya extracción tiene características similares al de la fractura hidráulica, sólo que, esta vez, la fractura es en el agua o, lo que es lo mismo en las zonas abisales.

Después de este ilustrativo repaso por la prensa, pueden irse a la páginas de la DG de Energía de la Unión Europea, para observar que el verde es el color que domina la esencia de la página.banner-ener-newsletterAunque, ya nos ha dicho, David Cameron que lo que propone la UE no es bueno, y que esa es una de las razones adicionales que tendría Gran Bretaña para salirse de la Unión Europea. Lo diga él, o no, lo cierto es que ni Francia ni España, que oficialmente no reniegan de la UE, a tenor de las noticias de la última semana, parecen apostar por ningún tipo de energía renovable. Mientras, quién sí lo hace, según informa el Washington Post, es la mafia, que se adapta a los nuevos tiempos, capturando las «subvenciones» a las renovables.

s-MAFIA-large

Mientras todo ello ocurre, Marruecos se prepara para convertirse en uno de los faros del mapa solar mundial (Le Monde, dixit). Así, mientras en Europa volvemos a «nuestras»  minas de toda la vida (Alsacia, Lorena y la Cuenca del Ruhr) y a la energía fósil de las piedras (de cualquier lugar que se nos ocurra), el Norte de África brilla en el firmamento de las renovables. Informa la noticia que todo estas inversiones, realizadas por la Agencia Marroquí de Energía Solar (MASEM), estaban bajo el paraguas del proyecto Desertec, pero que si la financiación falla, de nouveaux acteurs commencent à bousculer le jeu : les pays du golfe Persique, notamment l’Arabie saoudite, prennent le virage de l’énergie solaire. A Ryad, la King Abdullah City for Atomic and Renewable Energy (KA-CARE) espère voir approuver, début 2013, un plan de développement des énergies nouvelles de 43 000 MW en vingt ans.

En fin, creo que las palabras sobran. Vivimos en la más completa absurdidad. Nunca pensé que lo diría, pero ¡qué buenos aquellos tiempos en que nuestra única preocupación era si un «jeque árabe» se levantaría con el pie izquierdo! Hoy, ya ni eso, pues los jeques árabes han dejado de ser imprevisibles en su despertar, se han modernizado, tienen intereses propios y parecen ser los únicos que tienen una idea clara de algo. Sino me creen, basta ver las inversiones que los Saudíes hacen en Marruecos, o pregunten a los de Qatar….

Garoña o la chaladura del átomo español (2)

Esta semana entre noticia esperpéntica y noticia esperpéntica, también nos llegó la del cierre -definitivo- de la central nuclear de Garoña.  En el blog radiocable.com leo las declaraciones del corresponsal del periódico alemán Tageszeitung, Reiner Wandler, en la que se dice «que el adelanto del cierre de la central nuclear española no ha sido por el desastre de Japón, ni por un cambio de política energética, sino por una cuestión puramente de rentabilidad y un rifirrafe entre el gobierno y las eléctricas”

Me llega un envio de Greenpeace, en que siguiendo la línea de lo que ya nos dijeron en el mes de Septiembre –¡Garoña cierra gracias a ti!-, afirman que una de las cosas que tenemos que celebrar este fin de año es el Adiós a Garoña. Es curioso, pero siendo como soy una anti-nuclear convencida, yo, no me alegro de este cierre de la central nuclear de Garoña. Y, sobre todo, creo que poco tenemos que celebrar. De hecho, pienso todo lo contrario ¿Por qué?

En primer lugar, porque aunque el fin pudiera parecer una gran noticia, el cómo se ha logrado debería deprimir a los activistas anti-nucleares. Nos pese, lo que nos pese, Garoña se ha cerrado, como afirma el corresponsal del Tageszeitung, por un rifirrafe entre el Gobierno y las eléctricas. Se ha cerrado, porque éstas no quieren pagar impuestos. Desde mi punto de vista esto es como encarcelar a Al Capone por fraude fiscal. Nos puede hacer mucha gracia, pero que nadie se lleve a engaño, esta es la prueba definitiva que, en (des)política energética, quién manda en España son las empresas eléctricas. Ellas son las que tienen poder. Y, este poder, como es lógico, lo destinan a lograr el máximo de beneficios que puedan, no a ser activistas en pro de una política energética más justa y sostenible.

Como activistas anti-nucleares deberíamos deprimirnos, pues el significado de lo que acabo de decir es que Garoña se cierra, no por qué se crea que la energía nuclear es mala o peligrosa, no por convencimiento o por la justeza de la causa; se clausura porque «las eléctricas» quieren seguir manteniendo el «chollo» de facturar sin contabilizar, en el balance, los costes de la energía nuclear. Así que creo que más que estar brindando, deberíamos estar pidiendo explicaciones.

Digo lo de las explicaciones, porque lo que se deriva de este cierre es todavía peor que mantener en funcionamiento la central de Garoña. Es peor, porque es la muestra de que aquí sólo se hace lo que los monopolios quieren e indican al Ministro; es peor, porque sospecho que si las compañías eléctricas se desentienden de las nucleares por unos relativamente escasos euros de impuestos en el presente, más se se van a desentender de la financiación y de la gestión de los residuos en el largo plazo; y, por último, es peor, porque en esta improvisación, en este parar sin pensar en qué haremos mañana, la alternativa mainstream inmediata es aumentar las exportaciones de energía fósil, volver al carbón o potenciar la explotación de gas no convencional. Todas ellas, como lo he expresado reiteradamente –y lo seguiré diciendo en 2013- opciones nefastas.

No sé, a veces me pregunto si con la crisis también nos hemos recortado el sentido común: ¿cómo podemos alegrarnos de que las eléctricas no quieran responsabilizarse de los despojos de una actividad que, hasta hoy, les han dado pingües beneficios? ¿Cómo podemos alegrarnos de tener otro concepto que -por absoluta omisión de quien lo genera- se sumará, también, a la factura de la luz? Factura que no hace falta que les recuerde que ayer se anunció que volvería a subir, sin que el Ministro Soria considere necesario hacer nada, al respecto.

Sé que se podrá pensar que soy una soberbia, pero es que no entiendo nada. No entiendo que porque unas empresas no quieran asumir -con impuestos- el coste de velar por los desechos nucleares, se modifique de hoy para mañana el mix energético español. Máxime cuando sólo hace dos días se nos decía que no podríamos sobrevivir sin las nucleares. Y, no entiendo que estemos tan contentos de que ello haya pasado, pues el significado del cierre de Garoña es, primero, que las eléctricas nos están diciendo que no van a pagar por los residuos nucleares. Y, segundo, que el Gobierno -al menos el Ministerio de industria- se pliega ante sus reivindicaciones. Es decir, parece que ni las unas ni el otro entienden que aunque la herencia nuclear sea un fardo muy pesado, moralmente, como sociedad, estamos obligados a ocuparnos para siempre de nuestro legado.

Nunca debimos iniciar el camino de la energía nuclear, pero, por mucho que nos pese, ahora, tenemos el imperativo ético de responsabilizarnos de sus despojos. Por ello, confío en que, ya que ni las eléctricas ni el Gobierno lo hacen, pasado el momento de los brindis, los activistas anti-nucleares recobraremos el sentido que nunca debimos perder. En otras palabras, este cierre de la nuclear de Garoña no es una victoria, es un gol….

¿Para cuándo las relaciones de poder en el análisis energético?

Recientemente el OECD Observer ha publicado una entrevista con Fatih Birol, actualmente Economista Jefe y Director del Global Energy Economics, International Energy Agency (IEA). En esta entrevista, Fatih Birol, que además de su actual posición, fue autor de un artículo que divulgó un concepto de pobreza energética, que ha creado escuela, argumenta que los precios del petróleo están aumentando por dos razones: a) por la demanda de crudo de países como China e India, y b) por los costes crecientes de extracción del crudo, en un contexto en el que para lograr nuevos barriles de crudo se ha de ir más lejos, perforar a mayor profundidad o extraer petróleo no convencional.

No negaré ninguna de las dos razones que el economista jefe de la IEA nos da, pero desde mi punto de vista, su explicación es incompleta. En la misma frase en la que nos dice que estas son las causas de que el precio del petróleo aumente, se escribe lo siguiente:  You might remember that they dipped to just above $30 per barrel in the midst of the financial crisis at the end of 2008. Since that time oil prices have averaged more than $90, which is triple their average in the two decades prior, and are currently above $100.That high oil prices have been sustained reinforces an important message (…) the era of cheap oil is over.

Hay una contradicción en esta explicación. Si se dice que el precio sube porque aumenta la demanda y porque los costes de producción aumentan, lo lógico sería creer que desde 2008 hasta la actualidad, años en los que la crisis económica no ha hecho más que progresar, si no ha aumentado sustancialmente el consumo mundial de crudo -aunque los costes de producción se mantuvieran iguales-, el precio no debería incrementar significativamente. Pero, ello no es así. Y, aunque sea cierto -que yo creo que lo es- que la era del petróleo con coste de extracción bajo se ha acabado, en cuatro años las expectativas no se han modificado tanto. Con todo ello, quiero decir que no basta con los «típicos» argumentos económicos para explicar las causas de la subida y la de bajada de los precios del petróleo.

Según las estadísticas de la International Energy Statistics, el consumo de petróleo mundial en 2007-el año anterior al estallido de la crisis- era de unos 85.847mil barriles al día, en 2011 fue de 87.421. Si no me equivoco, esto implica un incremento de un 1,83% en el consumo, que debería traducirse en un bajo aumento de la demanda de crudo. Mientras se producía este moderado aumento del consumo mundial, ¿qué ocurrió con los precios? Éstos experimentaron grandes altibajos, pero como media podría decirse pasaron de, en torno, unos 60$/barril a unos 100$/barril. Aunque esta cifra sea menor de la que nos habla el Sr. Birol, significa que, frente a un potencial aumento de la demanda de menos del 2%, el precio aumenta un 66%. Estos datos deberían ser suficientes para cuestionar cualquier argumento que afirme que, en las condiciones actuales, el precio del crudo sube -como sube- porque aumenta la demanda -sea ésta de China e India o de cualquier otro lugar.

Una vez abandonado el argumento «objetivo» de la demanda, queda el otro: la expectativa de que el petróleo barato se acaba. Este es un argumento muy viscoso. Pues esta expectativa está en el discurso main stream de las relaciones energéticas internacionales, desde los shocks del petróleo de la década de los 1970s y desde que el Club de Roma publicara el informe sobre los Límites del crecimiento en la misma época. No voy a negar que el petróleo es un recurso finito; como tampoco voy a negar que cada vez es más difícil y costoso obtener petróleo «nuevo». Lo que niego es que exista una relación positiva y directa entre la idea -la expectativa- de que ello va ocurrir y la evolución del precio del petróleo. Dicho de otro modo, no me creo que si el precio del petróleo ha pasado de 30 a 100, se pueda explicar sólo con este argumento.

Lamento que sea justamente uno de los divulgadores del concepto de pobreza energética el que haga estas afirmaciones, cuando actua como economista en jefe de la EIA. Justamente, si algo permite explicar este concepto es que un país puede ser pobre energéticamente, aunque sea extremadamente rico en recursos naturales. La razón de ello es que la pobreza energética es un problema de acceso al suministro energético; un problema de si se está, o no, conectado a las redes de aquellos que producen y comercializan la energía útil para el consumo final. Es decir, un problema originado por quién tiene el poder para decidir que «tú» eres un consumidor lo suficientemente solvente para merecer estar conectado a las redes de suministro. Por esta misma razón países de la OPEP son pobres, energéticamente hablando.

Ante ello, mi pregunta es ¿por qué cuando hablamos de pobreza energética, incorporamos el poder y cuando hablamos de precio del crudo, hablamos del mercado? Hablamos de un precio que sube o baja en función de cómo evoluciona la demanda y la oferta. Este doble rasero me da especialmente rabia, pues la recomendación que se deriva de este último diagnóstico es que la única solución es mejorar la eficiencia energética. Es decir que los consumidores finales (individuos o empresas no energéticas), consumamos menos energía para producir igual -o más- o para tener los mismos niveles de bienestar.

Es evidente que, al menos en esta parte del mundo, consumimos más de lo que necesitaríamos para vivir igual de bien y felices. En ese consumir en exceso, también se incluye el consumo energético. Sin embargo, mi pregunta es ¿si nuestro consumo fuera más eficiente, las grandes productoras del sector dejarían de presionar para que modelo de energía fósil siguiera vigente¿ y ¿dejarían de invertir en la explotación de -los costosos- yacimientos no convencionales y en la quimera de la energia fósil limpia? Hoy, ver que  Estados Unidos y las mayores petroleras del mundo están apostando por el petróleo y el gas no convencional no parece una muestra de ello. Por lo tanto, otra forma de interpretar el porqué del aumento de los precios del petróleo es pertinente.

Se puede decir que el precio del petróleo sube porque éste se acaba. Como si ello fuera una cuestión que está fuera de nuestro alcance. Pero, se puede decir también que el precio sube, porque ante el fin de la explotación fácil de un recurso finito, aquellos que durante años han basado su poder en la producción o el uso del petróleo, nos han convencido a nosotros, que dependemos de su suministro, de que la única opción posible es explotar, cada vez más, los más costosos recursos fósiles que quedan en el planeta. Piénsenlo, desde este punto de vista, el precio sube no porque se acabe el petróleo, sino porque frente a este hecho, algunos han decidido seguir explotándolo; sabiendo que tienen el poder -porque estamos conectados a sus redes- de rentabilizar el aumento de costes. Que suban los precios, porque se acaba el petróleo con bajo coste de extracción, no es el destino, es una opción de aquellos conglomerados de poder que llevan años lucrándose por su gran poder de mercado.

La lección de la tragedia de Fukushima

Hoy se ha presentado en el Center for Strategic and International Studies el informe oficial sobre el accidente nuclear de Fukushima, elaborado por una comisión independiente por encargo de la Dieta de Japón. Quién lo ha presentado es el Chairman de esta comisión el Doctor Kiyoshi Kurokawa. Aunque yo he asistido al acto, un poco atraída por el título, al iniciarse éste, me he dado cuenta de la suerte que había tenido de poder asistir a él. Suerte, porqué, si he entendido bien, era la primera presentación del informe en Estados Unidos, coincidiendo, y parece que ello ha sido casualidad, con la publicación on-line del informe, completo, en inglés; suerte, por poder escuchar, en vivo y en directo, el relato del Sr. Kurokawa, como primera persona responsable del primer informe oficial independiente que se realiza en la historia del Japón constitucional –el de después de la Segunda Guerra Mundial-; y suerte por escuchar unas conclusiones valientes y que, si alguien les hace caso, podrían tener repercusiones enormes para Japón, claro está, pero también para todos aquellos países con instalaciones nucleares en su territorio. Sólo llegar al acto, me han dado el resumen del informe, en el que se incluye el mensaje inicial de Doctor Kurokawa. Sólo este mensaje es, ya, demoledor: (…) the accident at the Fukushima Daiichi Nuclear Power Plant cannot be regarded as a natural disater. It was a profoundly manmade disaster. (…) This was a disaster “Made in Japan” (…) Following the 1970s “oil shocks”, Japan accelerated the development of nuclear power (…) It was embraced (…) with the same single-minded determination that drove Japan’s poswtar economic miracle. With such a powerful mandate, nuclear power become an unstoppable force, inmune to the scrutiny by civil society (…).

En su explicación oral -también en el conjunto del informe- el Doctor Kurokawa ha insistido, y mucho, en los aspectos que han propiciado esa inmunidad de la industria nuclear al escrutinio de la sociedad civil. Según él, tres son las causas: el monopolio de las compañías eléctricas que gestionan las centrales nucleares, la captura de los órganos reguladores y legislativos, por parte de este monopolio, y una estructura japonesa de gestión totalmente jerárquica en la que nunca se cuestiona la autoridad del superior. Entre el público, varias personas le han preguntado si aquello que él contaba no era aplicable también a Estados Unidos. Su respuesta ha sido que, puede que la captura sea la misma, pero que en USA hay más transparencia y más cuestionamiento de las decisiones que se adoptan o dejan de adoptar. Es cierto que si una piensa que el informe, que hoy se ha presentado, es el primer informe oficial independiente -y participativo- en la historia del Japón contemporáneo, el hombre tenía razón. Pero, yendo más allá, lo que yo me he preguntado, pensando en España, es si realmente existe una diferencia entre Japón y nosotros si, en ambos casos, los monopolios eléctricos capturan la política energética, son los que, de facto, nos “informan” sobre las ventajas e inconvenientes de cada opción energética, deciden las regulaciones y lo que es seguro y lo que no. Es cierto que, en España, el movimiento antinuclear ha tenido sus victorias; también muchos fracasos. Sin embargo, en estos últimos años, creo que lo que el Doctor Kurokawa nos dice para el caso de la industria nuclear en Japón, serviría para España, en nuestro caso unas pocas empresas controlaran todo el espacio eléctrico y son las que, aunque no exista esta estructura jerárquica incuestionable, han capturado, también, el discurso. Lo vemos con nuestra factura, lo vemos con una errática política energética, corto placista, que sólo puede explicarse por la estrategias de beneficio inmediato de los accionistas eléctricos. Lo vemos con el vaivén de legislaciones contradictorias, y, lo hemos visto con el abandono de las eléctricas –cuando lo han tenido que pagar- de Garoña. Y, está claro, lo vemos en la relativa –aunque, quiero pensar, creciente- poca oposición que todo ello tiene. Para mi, hoy, después de tener el privilegio de escuchar a este ponente, tengo una cosa muy clara: el mayor riesgo de un determinado modelo energético no es si contamina más o menos, si es más caro o menos, si está basado en un recurso finito o no. El mayor riesgo es si pocas, y poderosas, empresas lo controlan, pues con su poder absoluto, nos tendrán en sus manos y tendremos que pensar y hacer lo que ellas quieran. Como, creo, he dicho en otras entradas, no hay ninguna forma de producir energía segura, siempre puede ocurrir un accidente imprevisto. Esta incertidumbre es el precio que los seres humanos pagamos por tener un mayor bienestar (cada uno o una decidirá lo que entienda por él). Pero, ante ella, lo que realmente es justo es explicitar que este riesgo siempre existe. En una sociedad democrática –de verdad- los ciudadanos, siendo conscientes de esos riesgos, decidiremos qué es lo que queremos y lo que no. Realmente, esto es lo más relevante de este informe. Decir, como valientemente ha hecho hoy el Doctor Kurokawa, que el accidente ocurrio porque no se dieron las condiciones para que la sociedad civil -¿los ciudadanos?- supiera y actuara en consecuencia.

Cosas que ya no cuadran: ¿el fin de la Doctrina Carter?

Tenemos muy asumido que buena parte de la política (o al menos de la actuación) exterior estadounidense tiene como principal, sino único, objetivo asegurarse el suministro energético del país. Aunque no se corresponda exactamente, esto es lo que solemos conocer como la Doctrina Carter, que afirma que los Estados Unidos empleará la fuerza para defender sus intereses en la zona del Golfo Pérsico. Intereses que, comúnmente, se han asociado con el petróleo.

Estos días, aunque sé que suena raro, me estoy preguntando si la citada doctrina no habrá iniciado su vía de extinción, o sino está ya muerta definitivamente. Lo empecé a barruntar a raíz de las revueltas en el Mundo Árabe, donde me extrañó -algo inaudito para las personas, como yo, criadas en la segunda mitad del Siglo XX, cuestión que ya apunté en la entrada ¿se acabó la geopolítica del petróleo?– la falta de respuesta, e incluso abandono, de Estados Unidos en lo referente a los intereses petroleros en la zona.

Lo sigo barruntando cuando dirijo mi mirada hacia Asia Central. Región compuesta por Kazajastán, KIrguistán, Tajikistán, Turkmenistán y Uzbekistán -en el enfoque mainstream norteamericano, también incluye a Afganistán- y que en los 1990s se consideró como la «nueva OPEP» o el «nuevo Eldorado»

Hoy, casi veinte años después, si algo llama la atención en esta región es -salvo en Kazajastán- el poco peso que las inversiones de las grandes compañías petroleras estadounidenses -y amigas- tienen en la zona. Si no me creen, miren en los enlaces del párrafo anterior qué empresas aparecen listadas en el desarrollo y transporte de los proyectos energéticos regionales ¡Es inaudito, también! Personalmente, nunca había oído de ningún país «petrolero», abierto a la inversión extranjera, en el que no estuviera representada alguna de las supermajors (BPAmoco, Texaco-Chevron, ExxonMobil, PhilipsConoco, Royal Dutch Shell y TotalFinaElf).

A esta curiosidad, se le suma, que en todo aquello que tiene que ver con el discurso sobre la retirada de Estados Unidos de Afganistán, no se menciona como prioridad asegurar el suministro energético de USA en la zona. En este sentido, lo que Departamento de Estado ha definido como the New Silk Road Strategy es una estrategia -pilotada desde EE.UU.- pero con miras a crear corredores regionales. Se habla de vías hacia Pakistán e India, de comercio con China o Turquía, pero nada que directamente tenga que ver con garantía de intereses energéticos americanos en la zona. Tal vez, porque los que hay son escasos. No sé, no sé…., pero todo esto suena raro. Aunque se me diga que el New Silk Road forma parte de una estrategia en etapas en la que primero se construyen los corredores para sacar el petróleo y el gas y después se instalarán «nuestras» compañías, ésta no ha sido la forma habitual.

Pero puesta a ver cosas poco habituales, todavía veo más. En Estados Unidos, los medios más conservadores, hablan del adios a la OPEP, para defender la producción nacional de petróleo y gas no convencional que, según un titular- guardado hace unos meses- será suficiente para convertir al Hemisferio Occiental en autosuficente. Es más descubro que en algunos medios norteamericanos se están planteando, de cara a reforzar sus alianzas en el Pacífico, exportar gas a Japón.

Miren todo esto junto y verán que no suena a nada conocido en la tradicional geo-política del petróleo: Estados Unidos que no interviene en el Mundo Árabe; las supermajors que casi no están presentes en Asia Central; la falta de mención directa de los intereses estadounidenses en esta misma región; la posibilidad de que el nuevo auge gasista-petrolero convierta a Occidente en autosuficiente; y la idea de que Estados Unidos podría reforzar su influencia en el Pacífico a través de exportaciones de hidrocarburos no convencionales. La guinda, ya la apunté en mi última entrada sobre la campaña electoral en Estados Unidos: la constante referencia al objetivo de lograr la autonomía energética.

Nada de estos será, pero para especular -que para esto están los blogs- estas ideas no están nada mal, pues lo cambian todo, pues una geo-política dominada por asegurar, al precio que sea, el suministro energético, con los nuestros y para los nuestros, es sustancialmente distinta de la que se deriva de la búsqueda de la autonomía energética. Pero, cuidado, que nadie se haga ilusiones, pues decir que algo es distinto no significa decir que es mejor.