Negro futuro

Llegó a Madrid la marcha de los mineros. Más de 500 kilómetros recorridos para evitar el negro futuro que les espera.

Puerta del Sol (Madrid), 12 de julio 2012

Es curioso, en esa España «moderna» en la que hemos vivido estos últimos años, también nos olvidamos de que existía esta parte oscura, la de las cuencas y los pozos mineros. Yo, también me olvidé, pero hace poco menos de dos años, viajé al Bajo Aragón, cerca de Montalbán y Andorra. Me quedé impresionada. Ví minas en uso, y minas cerradas. En localidades como Castel de Cabra en la que las minas están cerradas, ya no vive casi nadie, no hay ni un mísero bar; y, algunos de los que se quedaron, «alquilaron» ese espacio yermo a la -ya estéril- industria solar.

Mina María – Castel de Cabra

Cada vez que nos cruzábamos con alguno de los habitantes, mis anfitriones me informaban de quién era y de que había perdido a «su hijo», «su padre» o «su hermano» en alguna de esas pequeñas minas. Yo, miraba esos castilletes de los pozos y ni tan siquiera me podía imaginar cómo era posible acceder a ellos.

Muchas veces, desde entonces he pensado en ese viaje. De hecho, es el que hizo que me empezara a interesar por el tema del carbón. Meses después viajé a Grenoble, donde Jean Marie Martin-Amouroux, un profesor de universidad, ya jubilado, me dijo que el carbón volvía a ser el gran protagonista del mundo energético del Siglo XXI. Como ya he escrito otras veces en este blog, su consumo en el mundo es creciente, y es la primera fuente mundial de producción de electricidad. Al volver, bromee con mis amigos aragoneses y les dije que tal como estaban las cosas, volverían a ver la minas abiertas.

Desde entonces, sólo he ido leyendo noticias en ese sentido. El parón nuclear que provocó la tragedia de Fukushima reactivó el interés por el carbón; como ya dije en la entrada sobre el carbón limpio, el lobby de la energía fósil se está posicionando y apostando por esta fuente de energía y, las noticias que nos llegan del sector, sólo hablan del renacer de la industria y de la importancia de las fusiones y adquisiciones que se están produciendo en ella. Incluso un periódico como El Mundo, en un clarificador artículo, cuenta que grandes inversores como Warren Buffet, Bill Gates o Lakshami Mitta no esconden su interés por hacerse con empresas del sector. En resumen, todo apunta hacia una nueva era del carbón. El apunte fue definitivo, cuando el Ministro Soria anunció el fin de las primas a las renovables, pues en una ecuación deficit exterior y mayor autonomía energética, la única variable que puede usar España es el carbón. Además, en ese clima dickensiano en el que estamos viviendo, tal cosa, ya pegaba…

Así que, cuando hace unas semanas, me desperté con la noticia del fin adelantado de las subvenciones al sector del carbón, me quedé turulata. Por el tono de mi blog es obvio que, para mi, el regreso al carbón no es una opción válida, pero no es lógico que en plena crisis, con niveles de paro estratosféricos, con una deuda externa imposible de pagar, con un fin de las subvenciones ya pactado para 2015 y con una política energética que abandonaba las renovables, decidamos prescindir del carbón, que crea empleo, no «gasta» divisas y puede generar electricidad. Máxime, si ya había un calendario pactado, para ello. Para mi es cómo si el Gobierno se hubiera vuelto loco….

A pesar de ello, estoy contenta. Estoy contenta de ver, una región parada y una marcha minera como las de antes. El motivo de ello es que nos recuerda que, más allá de las emisiones del CO2, nuestro bienestar se debe a miles de personas que trabajan, bajo nuestros pies, en las galerías del averno.

Parte de nuestro confort es el resultado de las condiciones laborales deplorables de los otros. Por ello, en sí misma no es una opción moralmente sostenible. Menos, en un mundo, como el nuestro, en el que hay alternativas y en el que la constante obsesión por la reducción de costes, sólo podrá redundar en un empeoramiento de las condiciones laborales de los que cada día bajan a la mina. Volver al carbón, será tener sobre nuestra conciencia el goteo de muertes diarias o aplazadas por la silicosis. Por mi parte, desde que después del accidente de Fukushima leyera un provocador artículo de George Montbiot en el que se decía que Chinese coal mining alone kills as many people every week as the worst nuclear power accident in history – the Chernobyl explosion – has done in 25 years, no he dejado de darle vueltas a este tema.

Pero afortunadamente, aunque suene a humor negro, los mineros son el «mayor» problema del carbón: pues si no se mueren, reclaman sus derechos derivados de los beneficios de la industria energética. Probablemente, por «culpa» de que los mineros quisieron la parte del excedente que les correspondía, el modelo energético basado en el carbón fue el perdedor del Siglo XIX…. Desde que en los primeros 1980, Margaret Thatcher acabara con el poder de sus sindicatos, nos olvidamos de ellos, pero, si en el Siglo XXI, la alternativa a la energía nuclear es el carbón, la historia se puede repetir.

No creo que las reflexiones del Ministro de Industria vayan en esta dirección, pero tal como está el mundo, tal como se están reestructurando y concentrando las empresas mineras del carbón, una de las tristes consecuencias de todo este episodio podría ser que cuencas mineras de España se conviertan en la oportunidad para algún gran conglomerado mineros internacional como Rio Tinto. Sería «una bonita metáfora» que los mismos que fundaron el primer club de football de España en 1873 -el Rio Tinto C.F.-, vuelvan a nuestro país con nuestra selección ya campeona del mundo. En esto sí que hemos progresado, pero todo lo demás empieza a sonar a excesivamente decimonónico…. La verdad es que, a estas alturas, no nos podemos permitir recorrer, otra vez, el mismo árduo camino. Espero y deseo que la marcha de los mineros sirva de recordatorio, pues si no pensamos seriamente nuestra política energética, al lado de los éxitos de «la roja», nos espera un negro futuro.

Esquistos, transiciones energéticas y poder

A pocos días de la celebración de las elecciones legislativas en Argelia, llama la atención que la noticia más relevante sobre este país, sea la que esa semana publicaba Le Monde con el siguiente titular L’Algérie hésite entre le gaz de schiste et le soleil. La noticia en cuestión nos habla de las posibles inmensas reservas de gas de esquisto (gas no convencional) que se hallarían en el este y oeste argelino. Según informa el rotativo francés, unos 2.500 mil millones de metros cúbicos; casi tanto como las reservas recuperables de gas convencional (natural y licuado) que existen en Argelia.

¿Qué tiene de curioso esta noticia? Lo más curioso es que esta noticia coincide, prácticamente en el tiempo, con la que aparece en el The Guardian, titulada North Dakota: riding the oil rush. Sí, una fiebre del petróleo en pleno Siglo XXI que ha ocasionado que una pequeña localidad de 12.500 habitantes se transformara en un «moderno» campamento minero de casi 100.000 almas. Este remake de la «fiebre del oro», acorde al signo de los tiempos, es tecnológico y va acompañado de una burbuja -o hipertrofia- financiera e inmobiliaria en la región. Más allá de ello, la noticia cuenta que esta calentura fósil se debe a la explotación de petróleo no convencional, que requiere una perforación horizontal o una fracturación hídrica de los esquistos (horizontal drilling or fracking) que es: a) tecnologicamente avanzada, b) medioambientalmente agresiva, c) hídricamente intesiva y d) económicamente costosa (es difícil encontrar una estimación fiable, pero oscilaría entre 13$/br. y 140$/br. En cualquier caso, unos costes mucho más elevados que los del petróleo o gas convencional)

En fin, que la cosa es curiosa, ya que indica que la burbuja que viene de América ha llegado a orillas del Mediterráneo. Y, en mi opinión, si ya es grave lo que con ello está ocurriendo en el otro lado del Atlántico -por cierto, dicho sea de paso, que las reservas «expropiadas» de Vaca Muerta en Argentina también son de este tipo-, más grave aun es que se piense, aunque fuere en broma, que la sed de gas y petróleo del mundo se puede saciar con la inexistente agua del desierto ¿Nos hemos vuelto locos?

La otra cara de la moneda de este tipo de noticias, son las que también ocupan los medios desde hace semanas. A modo de ejemplo, enlazo este artículo que indica el vivo debate que está teniendo lugar en los tres países -a mi modo de ver- políticamente más concernidos con lo que significaría un cambio de modelo energético: un Reino Unido que pierde su autonomía petrolera; un Japón traumatizado por el infortunio de Fukushima; y una Alemania desorientada entre una creciente «industria verde» y un sector del carbón que se cree renacer, después del parón nuclear decretado hace unos meses.

Ambos tipos de noticias, las que nos hablan de un resurgir de la industria fosil internacional -que, en muchos casos es Occidental- y las que nos cuentan multitud de propuestas de nuevas formas de producir y emplear la energía, son parte del mismo fenómeno. Es lo que el gran Armory Lovins, en una entrevista realizada por Yale Environment 360, reflejaba: Well, one system is dying and others are struggling to be born. It’s a very exciting time, but I think the transitions that we need in how we design vehicles, buildings, and factories, and how we allow efficiency to compete with supply, are well under way. Most of the key sectors are already at or past their tipping point

Aceptar que un sistema -un modelo energético- se está muriendo, permite entender algunas de los hechos más sorprendentes de la actualidad. El peregrino resurgir de los hidrocarburos -dominado por las empresas «occidentales»- y sus alianzas con la industria del carbón. Todo ello podría muy bien ser el canto del cisne de una industria extremadamente poderosa que se resiste a fenecer y que busca alianzas en «socios fósiles»; como, el sentir la proximidad de la muerte, explicaría también la agresividad de algunas campañas del lobby petrolero, especialmente el de Estados Unidos, que think-tanks articulados en torno a Americans for Prosperity, el brazo organizado del Tea Party, han iniciado una  belicosa campaña que ha llegado a comparar a los activistas verdes con terroristas «a lo Bin Laden».

Muy bien pudiera ser que estas campañas, lubricadas por miles de millones que, por ejemplo, la familia Koch da gustosa para mantener su imperio fósil, sean sólo el signo de que el mundo energético está cambiando. Mi parte más optimista, así se lo cree; pero mi parte pesimista teme por todo lo que estos poderosos pueden llevarse por el camino. Como ya escribí en una entrada anterior -Propiedad privada, mercado y dogma- hay una creciente alianza entre «torquemadas» economistas, políticos y negacionistas del cambio climático que, apoyados por una caduca industria energética fósil, están iniciando una inquisición ambiental, sin otro argumento que el Dogma.

Hace un par de días, en clase, un alumno me preguntó si la única forma de cambiar de modelo energético era la guerra. Yo, le dije que no, pero, a veces, viendo el irredentismo energético que muestran algunos, me pregunto si a estos poderosos dogmáticos no les ocurrirá lo mismo que aquellos dioses que ya cayeron. El problema, como es bien sabido, es que cuando ello ocurrió, donde se desplomaron fue sobre nuestras cabezas.

Fugaz comentario sobre la expropiación en Bolivia

Cuenta Tito Livio que cuando los Sabinos, como respuesta al rapto de sus hijas por parte de los romanos, intentaron atacar la flamante Roma, el prepotente (el adjetivo es mio) Rómulo les espetó vana sine viribus iram esse (vana es la ira sin la fuerza). En resumen, los «pobres» sabinos tenían razón de quejarse de que sus vecinos con artimañas hubieran secuestrado a las, todavía «más pobres» sabinas, pero Rómulo ante ello antepone la fuerza de Roma: la de su razón, la de sus valores -las sabinas son afortunadas, pues han ido a parar al «buen» pueblo y si los romanos se comportan como deben, serán prósperas y felices-, la de su ejército y la de ser «el pueblo» mimado de los dioses. Esta metáfora funda buena parte de la soberbia imperante en las relaciones internacionales, pero no se puede actuar como Roma, cuando uno está en la situación de los Sabinos…

Escuché hace unos días al Ministro García Margallo en Radio Nacional. La entrevista me interesó bastante y, aunque no coincida en su idea de política exterior, como promoción de la marca «España», su discurso me pareció cabal y coherente. A la luz de lo acaecido en Argentina, hace unos días, y en Bolivia, ayer, llevo toda la mañana pensando si no hemos pecado de soberbia en la proyección de «nuestra» marca.

En muchas de las opiniones y análisis que se han hecho desde España sobre lo ocurrido con RepsolYPF en Argentina, recordaba la frase de Rómulo, pues en ellas se trasluce que, a pesar de que los romanos -los españoles en Argentina- se han comportado como debían, las sabinas -los argentinos- no están contentas. Nunca sabremos si los romanos «se comportaron» con sus obligadas esposas, como tampoco acabaremos de dirimir nunca si Repsol se comportó con la consentida YPF, pero estoy segura que cada una de ellas cree en «su verdad». Sin embargo, ante lo ocurrido, creo que en España deberíamos empezar a pensar, más que por qué no están contentos los argentinos -y, tal vez ahora, los bolivianos-, cómo es que ahora se atreven a manifestarlo, y antes no: ¿será que su ira ya tiene la fuerza? o ¿será que nosotros hemos perdido la nuestra?. Tal como veo el mundo, creo que ambas cosas ocurren a la vez: ellos son conscientes que existe un «mundo emergente» del que podrían formar parte, mientras nosotros somos la punta del iceberg de un mundo, el Occidental, sino en declive, en grave crisis económica y de valores.

Las reacciones, ante las sucesivas expropiaciones que el sector energético español acaba de padecer, dan una buena muestra de ello. En algún momento, ante lo ocurrido con RepsolYPF, tuve la sensación de estar viviendo aquellos años en los que las reivindicaciones sobre la españolidad de Gibraltar encendían nuestros ánimos -recuérdese qué tiempos eran aquellos. Hoy se nos dice que lo de Bolivia no es lo mismo. No es igual, pues no es lo mismo la generación que la distribución energética; no es lo mismo una buena parte del negocio de una empresa como Repsol, que el 1,5% del de Red Eléctrica Española; no es lo mismo los problemas internos de Bolivia que el populismo de la Presidenta Fernández, etc….

Está claro que no es lo mismo. Les doy la razón, pero hay un pequeño detalle que, yo como ciudadana española, quisiera que me explicaran: ¿por qué se monta un pandemonio  cuando se expropia una empresa energética privada, financiarizada -como ya dije en mi entrada anterior-, y cuya actividad en Argentina no afecta directamente a mi segurida energética? y ¿por qué no se monta lo mismo cuando se expropia una de las pocas empresas en las que todavía el Estado tiene, a través de la SEPI, participaciones? Es decir, los españoles consideramos que ¿es menos grave que se expropie lo que todavía es de todos los españoles, que lo que sólo es de unos pocos?. Aunque no podamos comparar el volumen de negocio, creo que el matiz es relevante.

Si queremos definir nuestra política exterior en términos de la «marca España», no acompañándonos la fuerza de Rómulo, deberíamos pensar en qué queremos transmitir. En mi opinión, no están los tiempos para las soberbias. Un poco más de humildad y de fraternidad en «nuestra» marca sería más acorde a lo que somos -aunque no nos lo creamos-. Estoy segura de que si explicáramos que a los contribuyentes españoles que, día tras día se empobrecen, sí les viene de los beneficios que representan un 20% de un 1,5% del negocio de Red Eléctrica; el mundo que se siente emergente nos trataría con más cariño. Ya que no tenemos la fuerza, al menos razonemos la «justa» causa de nuestra ira. Entonces, tal vez, sin ser el pueblo mimado de los dioses, tendríamos opciones para ser el pueblo mimado por nuestros congéneres. Inter nos, son más simpáticos los pobres sabinos que el «chulo» de Rómulo….

Repsol perdió una ficha en el casino petrolero global

La realidad se impone sobre los pensamientos. Nunca quise escribir sobre Repsol en este blog, como reconozco que no pensé que la anunciada nacionalización de YPF, en Argentina, fuera a producirse. Tanto es así, que sólo hace un par de días, de forma sesuda, lo argumenté frente a mis alumnos, a quienes mañana deberé dar explicaciones; ayer por la noche, cuando ya se había producido el anuncio en Argentina, socarronamente mandé un sms a algunos de mis amigos, diciendo que sólo se trataba de una partida de poker. Esta mañana, cuando me han despertado las radios pidiéndome opinión, me he quedado sin saber qué decir. Ahora, después de varias horas de reflexión, de recordar lo que ocurrió en la década de los 1990 con la adquisición de YPF y de la lectura del artículo YPF-Repsol y la guerra de los tahúres en el resumen semanal de Sin Permiso, empiezo a tener las ideas más claras.

Lo que hasta hoy se ha conocido como RepsolYPF es el resultado de la adquisición de YPF por parte de Repsol a finales de la década de 1990, Con esta adquisición la española Repsol pasó a ser una empresa energética verticalmente integrada -con actividad desde la extracción en yacimientos hasta la comercialización final- y pasó a ser considerada un «gigante energético». Es claro que hay gigantes y gigantes, y RepsolYPF, aunque apareciera en la parte alta de las clasificaciones mundiales, nunca llegó a formar parte del selecto grupo de las «supermajors» privadas (ExxonMobil, ChevronTexaco, BPAmoco, Royal Dutch Shell y TotalFinaElf). Sin embargo, con ese hidalguismo propio de los españoles, nos creímos que nosotros también teníamos a nuestro campeón nacional: una compañía suficientemente fuerte como para asegurar las prioridades de la política energética española.

Parte de lo que hoy ocurre se debe a esa presunción, Repsol -y me consta, muy a pesar de algunos de sus empleados- hace tiempo que dejó de hacer política energética. De hecho, si la hubiera hecho, tal vez no hubiera adquirido YPF. Si se mira al accionariado de RepsolYPF se descubre que, salvo por PEMEX -y se debería relativizar-, sus principales accionistas son entidades y fondos financieros, amén de la inmobiliaria Sacyr -que, dicho sea de paso, entró después de una rocambolesca operación para salvaguardar «la españolidad» de Repsol. En ambos casos, por definición misma de su actividad principal, el objetivo de este tipo de propietarios es obtener la máxima rentabilidad en el plazo más corto posible de tiempo, pues eso es lo que reclaman sus gestores o accionistas. Ello es incompatible con el tipo de inversión y estrategia que requiere una empresa petrolera y, todavía menos, con la que requeriría una, como RepsolYPF, que debería ser la «punta de lanza» de la política energética -al menos en el ámbito de los combustibles- de España. En el caso de Repsol, esa necesidad de «los banqueros» de obtener beneficios inmediatos es la que propició la compra de YPF, como es la que impidió que se renegociaran -pausadamente- acuerdos como los que se perdieron en Argelia.

Desde una óptica financiera, YPF era un «bombón», un saldo en plena despatrimonialización de la Argentina de los 1990. Unos activos que se podían separar, desguazar y vender a cachos, para obtener un beneficio inmediato, al mismo tiempo que Repsol se quedaba con los yacimientos, ya operativos, de YPF. A finales de los 1990 el precio del barril llegó a estar entre 15 y 20$ el barril. Desde entonces, este mismo se ha más que quintuplicado. Es decir, incluso teniendo en cuenta la inflación, unos pingües beneficios para los accionistas de RepsolYPF. En 2010, el principal renglón de beneficios de las actividades del grupo RepsolYPF, ha sido YPF. A pesar de ello, como hoy mismo declara la propia petrolera, la «ilícita expropiación de YPF no afecta la capacidad de crecimiento de Repsol fuera Argentina«. Si se matiza qué tipo de actividades, tiendo a pensar que ello es verdad. En la actividad energética de esta empresa, los yacimientos y el mercado argentino, no son lo más importante. Sin embargo, en la faceta financiera, Repsol pierde «su ficha del casino global». Pierde aquella parte del negocio que más fácilmente se podía financiarizar; pierde aquella parte en la que bastaba que subiera el precio del crudo, para que sus accionistas se llenaran los bolsillos. Esta es la razón por la que Repsol se está desplomando en bolsa.

Esta es la gran paradoja a la que se enfrentan aquellas compañías energéticas, cuyos accionistas están más interesados en el máximo beneficio a corto plazo, en vez de en la producción de energía, pues en la cadena energética no hay nada con tanto potencial de beneficio inmediato como la venta de crudo de un yacimiento operativo. Basta un anuncio de inestabilidad en Oriente Medio -por poner un fácil ejemplo- para que los beneficios y los dividendos se multipliquen. Pero, claro está, de vez en cuando se ha de invertir en nuevos yacimientos o actividades. Tener que reinvertir esos beneficios, representa menores dividendos, y en el voraz mundo financiarizado de hoy en día, esta cuestión es anatema.

Podría ser que esa fuera la trampa en la que Repsol ha caído en Argentina. Ante la perspectiva de las nuevas actividades en Vaca Muerta, que según la consultora Ryder Scott triplicarían la reservas probadas de Argentina, puede que algún avaricioso accionista de RepsolYPF no haya querido hacer el esfuerzo de entrar en un negocio incierto -como todos los del sector-, pero que de dar sus frutos, al menos tardaría ocho años. Síntomaticamente, mi inefable Ministro de Industria, hoy, en Radio Nacional ha declarado que la expropiación de YPF era contraria a los intereses de los españoles, pues afectaría a todos los pequeños accionistas. Se que es verdad, pero ustedes me perdonarán, es la primera vez que escucho que un ministro de industria se preocupa más de los accionistas que de la industria energética española. Supongo que es el signo de los tiempos, pero como nuestro ministro no vigile, Repsol va acabar en manos de un gigante energético mayor.

Nada de lo que acabo de decir justifica la actuación de Cristina Kirchner, pues ella, junto a su marido fueron algunos de los principales avaladores de la operación Repsol-YPF, como también forzaron la entrada de socios «financieros» argentinos como la Familia Eskenazy. En mi opinión, esta expropiación-nacionalización se ha hecho de forma populista, pero no hay que negarle el mérito de haber sacado a la luz dos cuestiones que, cada vez más acompañan las nuevas relaciones geo-energéticas: a) el derecho de los consumidores de los territorios ricos en hidrocarburos a no ser excluídos del suministro energético final, b) el surgimiento de un nuevo tipo de empresa energética internacional -de las economías emergentes- cuyas relaciones con los gobiernos de los países productores son distintas de las «occidentales». Estoy segura que si la explotación de Vaca Muerta sigue adelante, YPF buscará nuevos socios, pero tal vez lo que esté buscando es una alianza en la que se sienta más cómodo, aunque, en ella, se hablen distintos idiomas. Veremos.

El final B de ¡Qué bello es vivir!

Cualquier persona del «Oeste» nacida después de 1946 habrá pasado algún momento de las fiestas navideñas viendo este clásico del cine que es ¡qué bello es vivir!. Es la imagen buena e ingénua, wilsoniana, de los Estados Unidos de América. Esta película es una metáfora de lo que las actuaciones de los pequeños pueden lograr frente a los poderosos. James Stewart y la pequeñísima cooperativa de crédito de su familia, gracias a su fraternidad y ausencia de codicia, sobreviven a la crisis de 1929 y evitan que su localidad se convierta en Potersville: ciudad sin personalidad y de perdición del Sr Poter, banquero codicioso y sin escrúpulos, que ha ido acumulando propiedades y capital, no por su propio trabajo, sino por las desventuras de sus congéneres.

Estoy segura que si se le pregunta a cualquiera opinará que el Sr. Poter es malo, malo, y George Bailey, bueno, bueno. Pero en el mundo de la industria energética las cosas parecen funcionar al revés. De hecho, en el mundo energético vamos hacia el el final B de ¡qué bello es vivir!: el Sr Poter se ha quedado con todos; por su maldad, sí, pero también porque en ese mundo han desaparecido los aspirantes a ángel, como el simpático Clarence de la película -que, atentos al dato, lee a Mark Twain-, mientras en la realidad, a los señores Poter energéticos les ayudan unos aprendices de brujo, tan zafios, pero mucho más malos que los de la obra de George Dukas.

Hoy, ¿qué multiplican estos aprendices de brujos? Multiplican simultáneamente dos tipos de propuestas: las de «tecnología puente» (libres de CO2, pero con fuentes convencionales), como el crear carbón limpio, seguir invirtiendo en la fusión nuclear o el shale gas, con las propuestas «verdes» de futuro, aptas para señores Poter: Desertec o el Roadmap2050 -del los que ya dimos noticia-, Seatec -cuya idea es similar a la de Desertec, pero con grandes plataformas eólicas en el Mar del Norte y Báltico, en vez de placas termosolares en el Sahara- y el Transgreen.

Basta una rápida mirada por las «tecnologías puente» para descubrir que, en plena crisis económica, el shale gas, además de otras cuestiones es una nueva excusa para crear una nueva burbuja en un sector en el que las inversiones no van a ser rentables;  los proyectos nucleares, se llevan miles de millones de los consumidores y contribuyentes, aunque abiertamente ya se diga que no hay dinero suficiente pare ello -ya cité lo que nos decía el tribunal de cuentas de Francia, a lo que ahora añado el informe de Citigroup sobre las nucleares en el Reino Unido-; y desde Estados Unidos hasta el Reino Unido se apoyan los proyectos para separar y esconder el CO2 proveniente del carbón -lo que se conoce como CCS. Es más, no se cuestiona que el «mundo nuclear» venga avalado por organismos internacionales como la europea Euroatom o la AIEA  o el recientemente creado «mundo del carbón limpio» vea prosperar las iniciativas gubernamentales europeas, de los países de la OCDE, o de Estados Unidos.

Todo ello induce a pensar que la actual transición energética es la recuperación de lo que las eléctricas, por culpa de algunos agudos, pero «blandos», moralistas como Frank Capra o, antes, el Presidente Wilson, perdieron. Siempre, en una línea de continuidad. Venimos, como nos dice Hermann Scheer, de un mundo de abastecimiento energético organizado por un consorcio de gran tamaño con multiples dependencias, y ahora nos desplazamos por un mundo de «tecnología puente», también, de abastecimiento centralizado como es el nuclear y lo será -si existe- el del CCS,  para irnos hacia el mundo de las super-redes centralizadas verdes y faraónicas, que, dicho sea de paso, también  están siendo consideradas de forma positiva por grandes ONGs ambientales como Greenpeace.  Es decir -¡y da risa, sino fuera de llorar!- como podemos leer en ese utilísimo libro que es El imperativo energético, con las energias renovables (…) se les presenta (a los monopolios eléctricos) la ocasión de volver a adoptar un papel de productores del que fueron desplazados en el transcurso de las últimas décadas.

Lo más plausible es que, como el caso de la eterna quimera nuclear, nunca veamos realizados tales proyectos, tal vez, técnicamente posibles, pero, por lo demás imposibles. Sin embargo, mientras destinamos recursos -económicos, humanos, políticos…- a ellos y los iniciamos, habremos perdido unas preciosas décadas para construir un mundo mejor. Habremos eliminado cualquier posibilidad de supervivencia para los pequeños Bailey energéticos. Reduciendo posibilidades y actores, vamos concentrando poder, reducimos la diversidad de las fuentes y nos encadenamos a unos prometeos energéticos, que. finalmente, después de perder comba en el orden del mundo que se inició el mismo año que la estrena de ¡Qué bello es vivir!, saltan con fuerza en el que, con Yalta definitivamente muerta, se está imponiendo.

De ahí, la importancia del Imperativo energético que nos propone Hermann Scheer. Imperativo que es categórico, pues, moralmente, no tenemos otra opción que la de apostar por la descentralización energética. De ahí que, como ya hizo el desaparecido Scheer desde su condición de parlamentario del SPD en Alemania, nuestra obligación sea la de definir inmediatamente una ética -una política- energetica.

¿Perdimos la geo-política del petróleo sin enterarnos?

Estos días se conmemora el primer aniversario de las Revueltas Árabes. La revista digital FP en español realizó una pequeña previsión meteorológica de los tiempos que se avecinan en el Mundo Árabe. Esta previsión consiste en micro aportaciones de conocedores del área que hemos realizado un pronostico político-meteorológico. En mi caso, el diagnóstico fue de lluvioso-tormentoso. Las tormentas eran metáfora del choque que se está produciendo en el mundo árabe entre los dirigentes y las élites protagonistas de cuando el mundo estaba regido por Yalta y los grupos de poder emergentes.

El mundo dividido en bloques, trajo consigo que todos los países del mundo, salvo -y de forma relativa- los que en algún momento conformaron el Movimiento de los países no alineados, se alinearan o con el bloque del Este o con el del Oeste. Esto también fue valido para los Países árabes, cuyos dirigentes, de una u otra manera, emularon los valores de uno de los dos bloques y sirvieron a sus intereses. En el caso de los Países árabes ricos en recursos naturales, más allá del discurso, al integrarse buena parte de éstos en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) o en su «filial» árabe (AOPEP), su destino geo-político quedó vinculado al de los países consumidores de Occidente, agrupados en torno a la Agencia Internacional de Energía de la OCDE.

Así, desde los primeros 1970s nos hemos acostumbrado a analizar casi cualquier acontecimiento que ocurriera en los países árabes ricos en recursos naturales o en relación al petróleo o en relación al efecto que este acontecimiento pudiera tener sobre la disponibilidad, cantidad o precio del petróleo. De hecho, hay dos ideas que se han transformado en axiomas del análisis geo-político internacional contemporáneo.

La primera idea es que muchos dirigentes de estos países -fuera Gadaffi en Líbia, Sadam Hussein en Irak, Al Asad en Siria, el régimen paramilitar en Argelia, o cualquiera de las petromonarquías del Golfo- se mantenían en su sitio gracias a la distribución de la renta del petróleo a la población; fuera de forma directa como en las petromonarquías, o de forma indirecta como en Libia, Argelia, Iraq o Siria. Por ello, siempre se consideró que el interés de los dirigentes era lograr el máximo de ingresos de la venta del petróleo en el exterior, para «comprar» la paz social en el interior.

La segunda idea es que, a a pesar de unos intereses supuestamente antagónicos entre países productores y países consumidores, en Occidente se toleraban y apoyaban a estos dirigentes, porque dependíamos de ellos para que el petróleo crudo fluyera hacia los consumidores occidentales. Y, porque, como dice el refrán, «mejor loco conocido que sabio por conocer»

El corolario de lo anterior es que visto que los dirigentes de los países árabes gozaban de la renta del petróleo, y visto que los occidentales necesitábamos de ese petróleo, buena parte de las relaciones entre Occidente y el Mundo Árabe se dirimían diplomáticamente en los foros de la industria energética (OPEP-IEA/OCDE) o, militarmente, con intervenciones -o amenazas de intervención- de Estados Unidos en el Medio Oriente. Ambas formas de actuar, generaban unas relaciones con muchos vaivenes, pero estructuralmente estables.

Si algo nos ha mostrado la primavera árabe es que esta forma de ver el mundo ya no se adecua a él. De hecho, si se recurre a las hemerotecas, se constata  el estupor generalizado de hace un año, pues era difícil de entender que dirigentes de «toda la vida», legitimados, internamente, gracias a las rentas del petróleo y legitimados, externamente, gracias a su fiabilidad como suministradores de crudo a Occidente, fueran desalojados de su lugar en tan poco tiempo. Desde mi punto de vista, lo ocurrido en Libia es el caso más evidente de ello.

Estos últimos días, ha empezado a producirse el goteo de un tipo de noticias distinto que arrojan luz sobre lo anterior. A través de Alfanar y su utilísimo servicio de traducción al castellano de noticias en árabe, llegaba un pequeña nota, titulada El gas político compra la primavera árabe, cuyo inicio es extremadamente clarificador, pues reza «No es cierto que el petróleo sea más importante que el gas en los cálculos de la economía y la política». Sólo esta frase apunta hacia el hecho de que la geo-política y economía de la energía es más amplia que la del petróleo; la continuación del artículo apunta hacia el hecho de que países como Turquía -y, yo diría que, en intención, también Egipto- han experimentado un cambio en las élites dirigentes, debido al creciente protagonismo que el gas ha adquirido en las relaciones energéticas internacionales

De signo distinto, pero también en esta línea, el Informed comment de Juan Cole introducía una breve nota, cuyo título es Can Solar Energy in Mideast Stop a Gas War?. Esta noticia todavía es más sorprendente que la anterior, ya que este título da un doble salto: ni menciona el petróleo, habla de una guerra del gas -que ni sabíamos que existía- pero que se puede superar gracias a la energía solar ¡Es increíble!

Estas breves notas dan dos lecciones. Una a los que seguimos anclados en una forma de ver la geo-energía que es propia del mundo de ayer. Como se puede intuir del gráfico adjunto la industria energética internacional del Siglo XXI ya no es la que era: en el consumo mundial, EuroAsiaPacífico gana peso y, en el global, el petróleo ya no es el rey. Por ello, la geo-política de la energía, y el papel que los Países árabes juegan en ella, va a cambiar.

Consumo de energia mundial, por fuente y en área geográfica

Fuente: BP, Statistical Review of World Energy 2010

La segunda, consecuencia de lo anterior, es que cada nueva propuesta que incluya fuentes de energía distintas del petróleo, sea ésta la generación de gas electricidad a partir de gas, de «carbón limpio» o de energía solar o eólica, implicará un cambio radical en las élites políticas de los países productores, en los espacios geo-energéticos mundiales y en las relaciones energéticas internacionales. Esto -para bien o para mal- también se ha de tener en cuenta, cuando en los países consumidores decidimos cambiar nuestro modelo de consumo energético.

Propiedad privada, mercado y dogma

El día de Reyes, el no siempre políticamente correcto, pero agudísimo comentarista -y blogero- del The Guardian  George Monbiot, publicó un artículo titulado Why Libertarians Must Deny Climate Change. En él comenta un pequeño escrito de  Matt Bruenig. Según las explicaciones del mismo Montbiot, Bruening argumenta que a los libertarios (que yo traduciría por ultra-neo-liberales) no les queda otra opción que la de negar la existencia misma de un cambio climático, ocasionado por un modelo energético carbopetrogasístico.

Lo interesante de su argumentación es que pone el foco en la estructura de propiedad de la industria energética, no en sus fuentes. Según ambos polemistas, para los libertarios negar la contaminación ocasionada por la industria energética es una cuestión de principios, pues su concepción de la propiedad privada es tal, que consideran que nada ni nadie puede interferir ni en ella ni en lo que se hace dentro de sus límites. De este modo, si un/a libertario/a es, pongamos por ejemplo, propietario de una mina de carbón, de un yacimiento de petróleo, de una refinería o de una fábrica de coches, intelectualmente no puede concebir que su actividad sea contaminante, pues si lo hiciera, admitiría que aquello que se realiza en su propiedad tiene efectos -además, en este caso perniciosos- sobre la propiedad de otro u otra; hecho que es una «contradicción en términos» del significado libertario de «propiedad privada».

Cuando se hace referencia a cambio climático, el conflicto conceptual-intelectual de los libertarios sobre la propiedad privada se resuelve de dos maneras: a través del mercado y a través del dogma.

La solución del mercado, es la de los economistas, que hemos creado propietarios de CO2. Hemos llamado externalidad negativa al efecto contaminante para poderlo «regular» a través de la oferta y la demanda;  hemos medido la contaminación en unidades de CO2, les hemos asignado un propietario; les hemos puesto un precio y hemos creado un mercado, para que el propietario del CO2 pueda decidir entre vender o comprar la contaminación. Así, la contaminación mercantilizada está bien, pues funciona de forma acorde a las leyes del mercado y respeta la «propiedad del CO2».

La solución dogmática, simplemente, niega los efectos ambientales de la industria energética, por principio. Es un dogma, que se basa en un falso axióma: el de que la actuación del individuo necesariamente conduce al Bien. Ante el dogma, no hay razones que valgan para refutar o matizar tal creencia. No hay discurso posible para hacerles cambiar de opinión. Así, la negación del cambio climático carbopetrogasístico es infalible. De hecho, no sorprende que una de las principales corrientes de este dogma sean los miembros del Tea Party que, con la misma guisa, niegan a la vez, las teorías evolucionistas y las del cambio climático.

En términos lógicos no debería haber coincidencia entre los neo-liberales que propugnan que el mercado es la solución a los efectos contaminantes del modelo energético carbopetrogasístico y los libertarios que directamente lo niegan. Sin embargo, existe el riesgo de una alianza mútuamente beneficiosa entre ellos, pues gracias a que los dogmáticos niegan una posible relación entre energía fósil y cambio climático, dejan de adoptarse medidas que limiten la expansión de la industria carbopetrogasística y, consecuentemente, aumenta la cantidad de CO2 negociable en el mercado. En el contexto actual, ello, puede acabar convirtiendo el «regulado mercado del CO2» en un paraíso más para los ladrones de CO2 y especuladores privados de todo aquello que vamos mercantilizando.

Así, por conveniencia, la defensa montaraz de la propiedad privada, podría conducir a una alianza entre mercado, dogma y los poderosos de la tierra. Aunque esta no fuere la intención, en el caso del cambio climático, crear un mercado como forma de regular la contaminación, favorece los discursos no racionales y la codicia. Hay que tener mucho cuidado con ello, pues la defensa a ultranza del mercado y del beneficio privado, nos puede llevar, más de dos siglos después, a los tiempos en los que la Razón humana poco tenía que decir a la Fe divina, o a los tiempos en los que la Ciencia poco tendrá que decir a los think-tanks que nos gobiernan.

Desertec, ¿solución o problema?

El pasado 11 de diciembre, Leo Hickman,  en The Guardian publicó un artículo sobre el Proyecto Desertec. Pocos días antes, Europa Press se hacía eco de la firma de un acuerdo entre Desertec y la argelina SONELGAZ, para producir energía solar en el Desierto del Sahara.

El proyecto Desertec es uno de los que cobraron protagonismo a raíz de la creación de la Unión por el Mediterráneo. Su objetivo es, en pocas palabras, producir electricidad con energía solar en el Norte de África y exportarla a Europa, mediante una compleja red de transmisión de alto voltaje.

Como ya apunta el artículo de Leo Hickman, este proyecto parece ser la culminación de lo que Franck Schuman inició en 1913 en Egipto: irrigar los campos de algodón con unas bombas de agua alimentadas con energía solar. El hecho de que desde hace casi un siglo existiera, ya, la tecnología para crear placas solares sirvió de base para hablar de «A road not taken». El ejemplo paradigmático de ello es el curioso documental sobre cómo se retiraron de la Casa Blanca las placas solares instaladas por el Presidente Carter.

La respuesta estándar al por qué de esta roadnottaken es siempre la misma: aunque exista la tecnología, ésta no es rentable. Más adelante, en otra entrada, hablaré sobre el falseado debate de los costes y de los precios energéticos, pero aquí me centraré en los claroscuros de esta vía enegética, nunca tomada, y que, ahora, empieza a tomar cuerpo en el discurso energético mainstream.

En mi opinión Desertec -y los proyectos equivalentes a él- son un envoltorio nuevo para acrencentar todavía más, si cabe, el poder de los monopolios eléctricos y, con ello, potenciar un modelo energético centralizado y excluyente.

Ante una preocupación creciente por el cambio climático, después de la tragedia nuclear de Fukushima y con la creciente inestablidad en algunos de los principales países exportadores de petróleo, una propuesta de instalar placas solares en un territorio yermo -y aparentemente sin usos alternativos- para producir una electricidad límpia que vaya sustituyendo a la generada por fuentes fosiles, parece una excelente iniciativa. Y, desde el punto de vista de sustituir combustible fósil por solar, lo es. Pero, sustituir combustible fósil por solar, es también sustituir quién produce el combustible fósil, por quién produce el solar o, en su defecto, concentrar a ambos productores en uno solo. Sea un caso u otro, el resultado es un cambio en las relaciones de poder vigentes.

Simplificando mucho la cuestión, en el esquema anterior, unas compañías petroleras-gasistas extraían y exportaban energía primaria a unas compañías eléctricas que, después de varias transformaciones, la convertían en energía secundaria: electricidad. Por el contrario, el proyecto Desertec en un consorcio internacional formado por un buen número de grandes compañías europeas, en el que llama la atención, por tratarse de un proyecto energético, que no participe ninguna de las «tradicionales majors» energéticas. Grosso modo los acionistas  del proyecto -salvo, tal vez, Siemens- son de tres tipos: compañías eléctricas, constructoras de grandes infraestructuras energéticas-renovables, y empresas del sector financiero. Dicho de otro modo es un proyecto que deja fuera a empresas como Repsol, British Petroleum, TotalFinaElf, Royal Dutch Shell, ENI o, a gasistas menores,  como Gas Natural – Fenosa. Este cambio en las empresas «protagonistas» es la primera gran transformación hacia la que apuntan proyectos como Desertec: las petroleras están pasando al segundo plano de la industria energética, mientras eléctricas, constructoras y financieras, suben posiciones. Este cambio de actores protagonistas en las relaciones energéticas, necesariamente ha de suponer un rotación en los núcleos del poder de la industria energética

¿Qué nos deja adivinar el proyecto Desertec de esta nueva composición de los nuevos núcleos de poder?

En primer lugar, que estos nuevos conglomerados eléctricos dejarán de depender de otras empresas -«las petroleras»- para el suministro de la energía primaria: ellos serán los propietarios de las placas solares, de la red, y los comercializadores de electricidad. Es decir, acrecenterán su control en todas las fases de la producción de electricidad y, con ello, su poder de monopolio.

En segundo lugar, por ser una iniciativa germano-europea, parte de la información disponible indica que buena parte de este proyecto será llevado a cabo por empresas alemanas y europeas. Ello lleva a pensar, que la balanza del poder en la produción de energía se inclina definitivamente del lado de las empresas de los países consumidores, perdiendo capacidad de negociación las empresas nacionales de los países productores.

En tercer lugar, que empresas de países, como Alemanía, que no tuvieron un lugar privilegiado en el «mundo energético petrolero» de la segunda mitad del Siglo XX , están recuperando parte del protagonismo en el «mundo energético» del Siglo XXI. Protagonismo, que en el caso concreto de Alemania se perdió con el Tratado de Versalles y los Acuerdos de San Remo, cuando el Deutsche Bank perdió todos los activos energéticos, concentrados en el Territorio Otomano.

Por tanto, a simple vista un proyecto como el Desertec implica una mayor capacidad de monopolio de las empresas eléctricas, una menor influencia de las Compañías Nacionales de los países productores y la emergencia de nuevas empresas de países que en el anterior modelo hegemónico, no fueron los protagonistas. Es decir un cambio en los actores, en el tipo de relaciones energéticas y en los espacios en los que éstas se desarrollan.

Ante todo ello, proyectos como el Desertec, ¿son buenos o malos?. La parte buena e innegable es que el sol es más límpio que el petróleo, el gas y el carbón. Además de ser un recurso no agotable. Sin embargo, en su diseño actual, la parte mala, es muy mala, pues en el mundo de hoy, que ya tiende a las relaciones verticales, jerarquizadas y autoritarias, potenciar modelos de producción de energía que pueden acrecentar todavía más el poder de monopolio de «grupos selectos de empresas», no va a invertir esta situación. Ante ello, si se quiere apostar por la energía solar, tal vez sería mejor favorecer proyectos más descentralizados, como los que se proponen desde la Fundación Hermann Scheer, en Alemania, o la Fundación Terra, en España.

Así, Desertec podría formar parte de la solución a la «energía sucia», pero, para aquellos que apostamos por sociedades más justas y democráticas, puede ser un problema mayor, pues contribuye a una mayor concentración y centralización en la producción de energía y, por ende, a una mayor centralización económica y política.

Por último, está la parte dudosa de proyectos como este. Es decir, ¿cómo será la nueva geo-política y cuáles serán las actividades económicas derivadas de un modelo de energía basado en la exportación de electricidad solar desde territorios desiertos de países subdesarrollados? Pero, esto lo dejaremos para más adelante.