Energía comercial

Es increíble, desde hace meses no dejo de escribir cosas relacionadas con la energía, pero el tiempo no me da para las entradas del blog. En cartera tengo varios fragmentos, pero veremos cuando saldrán a la luz. A ver si 2016 es propicio para ello.

Hoy, mientras leía un capítulo de Paolo Malanima sobre la Historia de la Energía, me he topado con la siguiente frase: con cerca de 4,9 toneladas de petróleo equivalente (TPE) por año, un habitante de las economías más avanzadas consume 9 veces más de energía comercial que los habitantes de los países más pobres. Estas diferencias tan abismales no existían antes de la edad moderna. Sólo las diferencias en el clima y no las de riqueza explicaban entonces las diferencias en el consumo (uso final de energía).

Esta frase va acompañada de una tabla, que nos muestra qué territorios son los productores de energía comercial. Sus datos no llegan hasta el siglo XXI, pero éstos muestran que en el siglo XIX casi el 100% de la energía que se compra y vende se producía en Europa y que en el siglo XX el grueso de ésta tenía un origen occidental (casi 88% en 1950 y casi 69% a mediados de los 1980s).

Creo que es la primera vez que leo un texto en el que no se habla de consumo o producción de energía «a secas», sino de energía comercial. De energía que se genera para ser vendida y comprada o para hacer negocio. Encuentro brillante considerar esta acepción de energía ¿Saben por qué?

En primer lugar, porque sus datos nos enseñan una geografía de la energía del siglo XX , y por lo tanto una geo-energía, totalmente distinta de la que se nos tiene acostumbrados. Aquella en la que el foco se pone en los países de la OPEP -y otros territorios extractores de crudo- y en Oriente Medio.

En segundo lugar, aunque ya esté implícito en lo anterior, porque estos datos apuntan a que el grueso de la industria energética en el mundo, al menos en el siglo pasado, estuvo en manos de -o controlada por- empresas occidentales y sus intercambios se realizaron entre empresas y personas ubicadas en territorio OCDE.

En tercer lugar, porque nos dice que cuando la energía pasó a ser fundamentalmente comercializable -que fue cuando los humanos empezamos a emplear masivamente la energía fósil- aumentó la desigualdad en el mundo

Y, en cuarto lugar, porque el término energía comercial lleva implícito el hecho de que debe existir otra categoría de energía, la no comercial. Recuerdan aquella frase de Jean Baptiste Say que dice  […] heureusement personne n’a pu dire : le vent et le soleil m’appartiennent, et le service qu’ils rendent doit m’être payé. Pues eso…

El otro lado del precio del crudo

 

El artículo que escribí para esa buena e interesante iniciativa, a la que hay que apoyar, que es la revista Alternativas Económicas, empieza así; los precios del petróleo suben o bajan por causas de economía política, aunque la teoría dominante limite la explicación a la relación entre la oferta y la demanda (…). Y, casi acaba diciendo que (…) bien podría ser que el reciente desplome de precios se deba a una estrategia de los poderosos del monopolio para expulsar a toda la competencia molesta. (…)

Si les apeteciera leerlo entero, aquí tienen la versión completa del otro lado del precio del crudo.

Financiar la transición energética (II). Deslegitimizar al lobby fósil

Cuantas más vueltas le doy, más me convenzo de que el problema de la financiación de la transición no es de cantidad de dinero. Como reiteradamente hemos comentado en este blog, en los llamados países consumidores estamos pagando una factura energética exterior enorme, en España de más del 50% de las importaciones de bienes totales, por un combustible del que los ususarios finales sólo utilizamos, como media, un escaso 30%.

La factura energética exterior (FEE) no es algo abstracto, que un país o un estado paga a otro; es el resultado de la actividad de las empresas petroleras privadas en sus compras al exterior. Así, en España es el petróleo que, por ejemplo, Repsol o Cepsa compran para sus refinerías Petróleo que refinan y comercializan en el interior del país, o exportan como producto derivado. Por tanto, cuando los ciudadanos o las empresas no energéticas pagamos la factura energética, estamos pagando a estas empresas y, además, por un importe superior al de la FEE.

Ramon Sans, del colectivo CMES, acuñó el término de factura energéica ciudadana (FEC) para refererirse a ello. En la elaboración que de este concepto se está haciendo desde este colectivo, Josep Centelles define la FCE como aquella que engloba todo el gasto realizado en un año por personas y empresas de cualquier tipo. Así ásta incluye el gasto realizado en gasolina, gasoil, butano, gas ciudad….y los impuestos incoporados a estos productos. Ramon Sans calculó que la FCE es aproximadamente de 2,5 veces la factura energética exterior. Según sus cálculos, para Catalunya, un 4,2% de su PIB. Así que probablemente en España, como media, destinemos aproximadamente un 4% del PIB al pago del combustible fósil.

Basándome en estos mismos cálculos, estimo que la inversión que necesitáriamos para realizar la transición a un modelo 100% renovable es aproximadamente de un 0,15% de este mismo PIB. Aunque no haya contrastado este cálculo, sí que me creo que lo que deberíamos invertir es infínitamente menor que lo que ahora ya gastamos. Tanto más, si le sumáramos el dinero que los y las accionistas invierten en las empresas energéticas fósiles. Así,  por ejemplo, el capital social de una empresa como Repsol es de casi 1.375 millones de €. Así, ninguna duda, el dinero para pagar la transición energética existe.

Por ello, el problema de cómo financiar la transición se traduce en elaborar una estrategia para reorientar parte de este dinero al objetivo de la transición energética y en establecer, también, qué haremos con el más del 3% del PIB que ahorremos.

Sobre el papel, esta estrategia es muy sencilla, pero la realidad es que esta transición se debería desarrollar en sociedades en las que:

  1. Quién gestiona el dinero de la energía son en primera instancia -exceptuándo la parte de impuestos- los monopolios energéticos privados, que gozan de un poder inmenso y serán los perdedores del cambio de sistema energético.
  2. Ideológicamente hemos desprestigiado tanto lo colectivo, lo público y la política, que poca gente estará dispuesta a financiar, colectivamente, la transición energética mediante impuestos, tributos, cánones o cierto tipo de bonos: A la vez que somos una sociedad que nos hemos creído la magia del mercado y hemos renunciado a la planificación energética a largo plazo.
  3. Vivimos en la «rapidación»; en el mundo de los beneficios y de los dividendos empresariales a corto plazo. Ello fomenta –como veíamos en la entrada anterior de esta serie– huídas hacia adelante de las empresas -avaladas por sus accionistas, no hay que olvidar-, para exprimir al máximo lo que ya se tiene, con el fin de «devolver» con beneficios el dinero que personas, fondos o bancos invierten o prestan a las empresas.

Estas tres cuestiones llevan a tres preguntas, que si respondiéramos adecuadamente nos abrirían el camino hacia la transición. La primera es ¿cómo podemos hacer para acabar con el poder de los lobbies de la energía fósil?; la segunda es ¿Cómo reinventamos el sector y redefinimos el espacio público energético?; y la tercera, ¿Cómo generalizamos las formas de financiación éticas y no cortoplacistas?

Responderemos aquí, a la primera; a las dos siguientes en la tercera entrega de esta serie sobre financiación.

A día de hoy, la respuesta a la primera pregunta es la más fácil de responder, aunque sea difícil de lograr. Naomi Klein en su libro Esto lo cambia todo que, como ya dije, es uno de los que inspira esta serie de entradas veraniegas, dice claramente que ese es el objetivo de la campaña de desinversión. Se trata de iniciar un proceso de desligitimación, cuya meta final es situar el estatus de las compañías petroleras en el mismo nivel que el de las empresas tabacaleras. Desde mi punto de vista, esta es la «buena» razón para apoyar una campaña de este tipo, además de, como ya dije, la de evitar una «burbuja fósil», alimentada por las inversiones en un recurso en extinción.

Creo que si esta deslegitimación triunfa, deberemos iniciar el siguiente paso; el de la desubvención, ya que según alguién tan poco dudoso de pertenecer al «mundo petrolero», como el economista jefe Faith Birol de la Agencia Internacional de la Energía, las subvenciones a los combustibles fósiles fueron de 550.000 millones de dólares en 2013 –más del cuádruple de las subvenciones a las energías renovables.

Apoyo la desubvención por tres razones. La primera, por el efecto que ello tendría sobre las cuentas y los precios finales de las empresas petroleras. Tal vez así los usuarios finales se convencieran de que hay opciones más baratas que el combustible fosil. La segunda, por la liberación de recursos públicos que ello representa (aproximadamente la mitad del PIB español). Y, la tercera, porque aunque coincido con todos aquellos que dicen que lo más justo es aplicar el principio de «quién contamina paga» para que las petroleras financien parte de la transición, tengo mis dudas de que lo logremos. Por tanto, por ahora, hasta que éstas no estén suficientemente debilitadas, como para conseguir este objetivo, me conformo con que dejemos de pagarles a ellas. Así que ya podemos empezar a presionar a nuestros gobiernos para que acaben con estas partidas. Por una vez, contribuiría de buen grado, al «adelgazamiento» del sector público.

Sinceramente, en el mundo de hoy, creo que sólo «cerrarles el grifo» puede tener algún efecto. Hasta que no debilitemos su poder, no reinventemos el sector público -o la política energética- y no generalicemos las formas alternativas de financiación, visto su actual poder, cualquier otro intento bienintencionado y conciliador como fijar una imposición más elevada a su actividad, legislar que parte de sus beneficios se reinverta en renovables o pedirles que lo que actualmente destinen a compra de combustible lo «den» al Estado a cambio de un suministro en renovables, será inútil.

Esta estrategia, llamémosle financiera, de deslegitimación hunde sus raíces en argumentos morales. Estos argumentos causan los conflictos en la Blockadia de Naomi Klein –una zona transnacional e itinerante de conflicto que está aflorando con frecuencia e intensidad crecientes allí donde se instalan proyectos extractivos- y están en el contenido de la Encíclica laudato si´ del Papa Francisco. De hecho, leyéndo paralelamente ambos textos, llama la atención que dos personas de procendencias tan distintas -una perdiodista y activista ambiental y, la otra, el Papa- contemporáneamente publiquen un texto con un discurso con argumentos similares y cuyo objetivo, es el mismo: la necesidad de una nueva ética para evitar la catástrofe climática, que será, como reza el subtítulo de este blog, una nueva ética energética. Así, ambos libros son base de argumentos para la deslegitimación de las prácticas inmorales del lobby energético, pero sinceramente, como creo yo que éste se encuentra más allá del bien y del mal, la desinversión y la desubvención me parecen instrumento ideal para doblegarlo.

Financiar la transición energética (I)

Llevo tiempo pensando que el cómo, el procedimiento, para financiar la transición energética será la clave de su éxito.

Creo que hoy en día, salvo los integristas, ultra liberales y negacionistas, poca gente discute la necesidad de transitar de una forma de producir energía intensiva en emisiones causantes del efecto invernadero a una que no lo sea; como creo que también hay consenso –se acepte públicamente o no- en que ya existe la tecnología para que esta transición sea posible ¿En qué, pues, no hay acuerdo? En si esta transición se puede efectuar dentro del paradigma –capitalista- actual o tendremos que cambiar nuestra visión del mundo.

El libro de Naomi Klein, Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima, nos da la respuesta a ello: la transición energética o será sistémica o no será. Parecida es, aunque ésta sea un tipo de argumentación con la que me siento mucho menos familiarizada, la conclusión de la ultra publicitada carta encíclica del Papa Francisco, Laudato si. Recomiendo la lectura de ambas, pero de cara a Septiembre, no ahora, padeciendo esta canícula agobiante, pues con su lectura simultánea la zozobra te acaba venciendo. Aunque les diga esto, este verano, para reactivar a nuevas cartografías de la energía, querría hacer una serie de entradas inspiradas en la lectura de ambos textos, entradas en la tríada cambio climático – transición energética – financiación.

El objetivo de esta serie veraniega es doble. Por una parte, pretendo dar argumentos que refuercen la idea de que, debido a la forma de financiación de la industria energética, el seguir contaminando y extrayendo fuentes fósiles del suelo y el subsuelo no es una opción para ésta, sino, como dice Naomi Klein, un imperativo estructural. Y, por otra, contribuir al debate con lo que es su corolario: sólo modificando las formas de financiación de las actividades e infraestructuras relacionadas con la generación, distribución y uso final de la energía, la transición energética será posible.

En entradas anteriores ya he ido introduciendo algunos aspectos de este debate. En concreto, si no recuerdo mal, he explicado lo siguiente:

  • Que uno de los problemas económicos y financieros de la transición energética es que a las fuentes primarias dominantes (carbón, petróleo, gas y uranio), a partir de las que generamos energía útil, empleada en nuestras casas, transportes o fábricas, se les otorga un valor de cambio. Éste se refleja en el precio, que es independiente de la cantidad de energía final utilizable que se produzca con ellas. Dicho de forma fácil, aunque el precio del barril de petróleo suba o baje, la energía final útil que se genera a partir del mismo es igual.
  • La razón por la que ello ocurre es porque las fuentes fósiles y el uranio son una mercancía apropiable, que se compra y se vende en mercados sin relación inmediata y directa con la energía útil final. Es claro que ello no ocurriría con el sol o el aire, pues no son apropiables y generan directa e inmediatamente electricidad aprovechable.
  • Históricamente el grueso de los beneficios de las empresas de la industria energética internacional son el resultado de la renta “minera” que se genera en el segmento aguas arriba, es decir en el de la extracción y venta de petróleo crudo, gas natural o carbón (el uranio presenta algunas particularidades). De ahí, que en la lógica de estas empresas, las actividades relacionadas con la obtención y venta de derivados son secundarias, aunque formen parte de su estrategia de supervivencia monopolística. Por ejemplo, British Petroleum, sólo consideró seriamente el refino en el Reino Unido, como resultado de la nacionalización de sus activos en Irán.
  • Como es lógico, el interés de la industria energética internacional, especialmente el de sus grandes compañías históricas (públicas, estatales y privadas), es mantener el negocio. En las circunstancias que acabamos de resumir, ello implica a tener cada vez más y mayor acceso a las reservas fósiles y/o que estas tengan el mayor precio posible. Como también explicamos, ello es lo que se logra con el poder del monopolio y con la construcción del discurso de la escasez.

Hay una última cuestión, que también planteamos al hablar de la burbuja financiera del fenómeno del fracking, pero que, en este blog, todavía no habíamos acabado de enlazar con los cuatro puntos anteriores: la necesaria huida hacia delante de la industria fósil.

Ello, lo expone de forma muy clara Naomi Klein en el cuarto capítulo de su libro, titulado (¡me encanta!), Planificar y prohibir. Palmetazo a la mano invisible.

Lo que nos cuenta esta activista ambiental es que las inversiones asociadas a la exploración, desarrollo y extracción de energía fósiles son tan costosas, que no se recuperaran nunca, salvo que se pueda seguir extrayendo combustible fósil durante décadas. Si ello no ocurriera así, las empresas del sector deberían anotar en sus balances un gran volumen de activos inmovilizados. De ahí, que en los mercados bursátiles, bajaría el precio de las acciones, y los accionistas (individuales, fondos de pensiones, fondos de inversión….) perderían la confianza en que estas empresas les seguirán aportando rentabilidades crecientes año tras año. Por ello, como escribe Klein, para que el valor de estas compañías permanezca estable o crezca, las empresas petroleras o gasistas deben estar siempre en disposición de demostrar a sus accionistas que cuentan con reservas de carbono frescas para explotar cuando se agoten las que están extrayendo actualmente.

De ahí, la idea de imperativo estructural ya apuntada, pues, es evidente que ninguna empresa capitalista –en este caso del tipo que fuere- renunciará voluntariamente a su principal fuente de beneficios; extraer energía fósil, en este caso. El quid de la cuestión aquí es que esta fuente de beneficios es finita –y además, en los últimos años se ha tenido que repartir con los nuevos llegados a la industria.

Imagínese usted que es un/a inversor/a o un pensionista que quiere comprar unas acciones para asegurarse una rentabilidad constante o creciente futura; ¿invertiría en una empresa cuya base del negocio es un recurso en extinción? La respuesta es, obviamente, no. Por esta razón, las empresas petroleras y gasistas, que son de las más poderosas del mundo, se ven abocadas a una huida hacia adelante, que tiene como objetivos, contradictorios y simultáneos, el convencer a los accionistas que el petróleo y el gas no se acaban (véase fracking y todas las formas de extracción de petróleo y gas no convencional), para que siga fluyendo hacia ellas el dinero de los inversores; mientras se azuza el discurso de la escasez, para que el precio del crudo y el gas aumente, asegurándoles así pingües dividendos.

Las consecuencias ambientales, sociales y políticas de esta huida hacia delante son bien conocidas, pero a pesar de ello se refuerza la hipertrofia fósil de la industria energética. Industria, que obligada por los compromisos con sus accionistas, no puede permitirse ninguna estrategia que no sea la del máximo beneficio en el corto plazo. Por lo tanto, este es el primer vínculo que se ha de romper.

Desde este punto de vista la proliferación de las campañas de desinversión en energía fósil, como las que iniciaron varias universidades anglosajonas y han seguido otros como el The Guardian, son extremadamente valiosas. Desgraciadamente, el sistema es tan perverso, que si estas campañas prosperan, la industria fósil acudirá a buscar la financiación de otros inversores todavía más codiciosos, inmorales, cortoplacistas y especulativos, que los anteriores. Por ello, afirmo que no hay otra salida que la de modificar cómo y con qué criterios financiamos al sector energético. Lo hablaremos en la próxima entrada.

Construyendo el discurso de la escasez

Una cuestión que siempre me llamó la atención es cómo el discurso del fin de los recursos se acaba realizando en términos de costes económicos. Sobre ello quiero hablar en esta entrada, aunque ésta tenga muchos puntos para convertirse en una de aquellas sobre las que mi madre opina diciendo, «hija esto está muy bien, pero no te lo va a leer nadie». En este caso, incluso puede que la cosa se quede en «…no te lo va a leer nadie».

Hace unos cuantos años, Robert Mabro escribió una pequeña boutade sobre el fin del petróleo. En este provocativo divertimento, él sostenía que hablar del fin del petróleo es tautológico, pues es evidente que si un recurso es finito, tarde o temprano se acabará. De ahí que este articulito apuntara a que cuando hablamos del fin de los recursos, debemos estar hablando de otra cosa. Pues bien, ¡es verdad! ,los economistas hablamos de otra cosa.

Inspirada por el trabajo de Paul Warde sobre la narrativa de la escasez, con mis alumn@s, en este curso, hemos reconstruido históricamente cómo el pensamiento económico ha influido en la construcción de un determinado discurso sobre el fin de los recursos; así como sobre cuáles son las consecuencias del mismo para el funcionamiento de la industria energética.

En este discurso se entremezclan varios elementos, que a mi modo de entender son los que marcan el desarrollo de la industria energética fósil hasta la actualidad.

En el Siglo XVIII, Jean Baptiste Say, en un fragmento que convirtió en célebre Robert T. Malthus nos dice que […] la tierra […] no es el único agente de la naturaleza que tiene un poder productivo; pero es el único o casi, sobre el que el hombre puede ejercer la propiedad privada y exclusiva y, por ello, el beneficio de un individuo se transforma en exclusión del otro. El agua de los ríos y el mar, por la facultad de poner en movimiento nuestras máquinas, de transportar nuestros barcos o alimentarnos con sus peces, también tiene un poder productivo. El viento, que mueve nuestros molinos, e incluso el calor del sol trabajan para nosotros; pero, afortunadamente, nadie puede decir, ni que el viento y el sol son míos ni que el servicio que prestan me ha de ser pagado […].

Entre ambas cosas hay una diferencia esencial: la última es inagotable y el servicio que proporciona a una persona no impide que otra se beneficie de un servicio igual […] Sólo la tierra […] gracias a que nos la podemos apropiar, se cultiva y es productiva, generando, así, una especie de abundancia […] (la traducción es mía).

Este fragmento, me parece fascinante, pues nos dice tres cosas: a) desde el Siglo XVIII reconoce que el sol, el agua y el aire son fuente de energía (movimiento y calor), pero que no son válidas para el sistema por no ser susceptibles de apropiación ; b) que es la propiedad -de la tierra- la que genera abundancia y no la libre disposición de los factores y, c) que esta propiedad es origen de la desigualdad: el beneficio del uno y la exclusión del otro.

Malthus, a caballo del Siglo XIX, utilizó parte de este fragmento para explicar que las mejores tierras -el monopolio natural- son las que dan mejores rentas, pero le añadió un fragmento, tan fascinante como el anterior, al escribir […] ¿no debe admitirse que la renta es el resultado natural de una cualidad inapreciable del suelo que Dios ha concedido al hombre […]? ¿Y no es una parte […] de ese excedente general de producción de la tierra, de que se ha dicho acertadamente que es la fuente de todo poder o disfrute, y sin el cual no habría ciudades, ni poder militar o naval, ni artes, ni saber, ninguna de las más refinadas manufacturas, ninguna de las cosas conveniente y lujos de los países extranjeros, ni esta sociedad culta y pulida que no sólo eleva y dignifica a los individuos, sino también extiende su beneficiosa influencia a toda la masa de habitantes?

Aquí, aunque posteriormente David Ricardo le discutiera que la renta sea fuente de excedente, Malthus sienta las bases para tres cosas: a) si uno es afortunado de tener una «buena» tierra es gracias a la Providencia; b) ello es la base del poder y, c) el fundamento de la civilización. Así, si sumamos Malthus a Say, el discurso económico se convierte en que la propiedad es positiva pues es fuente de abundancia, aunque sea fuente de desigualdad. La desigualdad es el resultado del destino, y gracias a sus frutos se obtiene el poder y se edifica la civilización.

Con este discurso, se entiende que pudiera tener más éxito una fuente energética fruto de la tierra que una como el sol, el aire o el agua, sobre las que «afortunadamente» no podemos establecer los derechos de propiedad. David Ricardo, considerado como el padre del concepto de la renta del subsuelo o minera, introdujo la última pieza a este discurso, pues de manera muy clara explica dos cuestiones. En primer lugar que si hay abundancia no hay renta (el producto de la tierra que se paga al terrateniente). Y, en segundo lugar, que es el ingreso del capital en la mina más pobre [el que regula] la renta de todas las rentas más productivas.

Siguiendo con el discurso anterior, la aportación de Ricardo nos conduce a pensar que para que los frutos de la Providencia sean efectivos  (la abundancia de las mejores tierras), no basta con que tus tierras sean buenas, si no que han de existir las malas, pues éstas son las que convertirán a las tuyas en fuente de riqueza (de renta). Así, lo que David Ricardo nos dice es que cuanto peores sean las tierras,las minas o los yacimientos, más renta obtendrán aquellos cuyas tierras, minas o yacimientos son mejores.

Por todo ello, a veces una piensa que hay algo intrínsecamente perverso en escoger como base energética del sistema un recurso finito, pues si a mayor escasez, mayor renta  para los que tienen las minas o los yacimientos de mejor calidad, el discurso de la escasez pasa a ser un instrumento para mantener el poder y una determinada forma de «civilización».

De hecho, llegando a la mitad del Siglo XIX, con la Revolución Industrial en marcha, desde visiones opuestas, John Stuart Mill y William Stanley Jevons, nos permiten entender esta cuestión. El primero especifica que […] el principal caso en el que la escasez incrementa el coste de producción es el de los recursos naturales […]. Y, el segundo es el que recogiendo todo lo anterior construye el discurso contemporáneo de la escasez. De hecho Jevons, es de los pocos, si no el único, economistas que tiene un libro dedicado a una fuente energética, el titulado The Coal Question.

Este texto, que creo que tiene muchas lecturas, introduce la idea de escasez, como algo relativo y no absoluto. La escasez se define como el fin del carbón barato. Es más, según Jevons, no es que se acabe el carbón, sino que el hecho de que en otra localidad, en otro país u otra economía, haya una abundancia de carbón conducirá a la decadencia del poder y de la civilización británica, ya que […] la grandeza de Inglaterra depende en gran manera de la superioridad de su carbón, en precio y calidad, frente a otras naciones […]. En los términos de Jevons, el problema de la escasez no es que se acabe el carbón, es la pérdida de competitividad que puede experimentar el Reino Unido frente al emergente Estados Unidos, aunque Jevons, realmente, por lo que teme es por […] our moral and intellectual capabilities.

Piénsenlo, este es el mismo discurso que el del «fin del petróleo barato»: es la pérdida de la competitividad, la perdida de la hegemonía y la pérdida de una «civilización».

Ante todo ello, ver la función que el fracking cumple en el sistema tiene su gracia. En primer lugar, en un mundo como el que describe Say, nos sentimos más cómodos con una fuente fósil del subsuelo sobre la que podemos establecer derechos de propiedad y sobre la que se puede realizar negocio. En segundo lugar, siguiendo las explicaciones de Ricardo, la industria petrolera «tradicional», aunque no participe de esta forma de extracción, ha de estar encantada, pues a más fracking en los yacimientos malos, más renta en los yacimientos buenos. En tercer lugar, siguiendo a Malthus, no hay un cuestionamiento moral de fondo sobre este fenómeno, pues la Providencia ha querido que estos yacimientos estén localizados en el mundo de los poderososPero, hay un cuarto argumento que ya no es tan evidente..

Jevons decía que la escasez de carbón, acabaría con […] the mainspring of modern material civilization y haría peligrar our moral. Creo que mucha gente piensa lo mismo con el petróleo. Tememos su desaparición porque forma parte de nuestra forma de vida. Sin embargo, entonces había un argumento que no ahora no existe; el de que en otro lugar del mundo podría haber abundante petróleo barato. Hoy, lo que hay sobre la mesa, es la posibilidad de un modelo -renovable- totalmente nuevo. Hoy, como Jevons hizo entonces, muchos hablan de […] plausible fallacies about the economy of fuel, and the discovery of substitutes of coal, which at present obscure the critical nature of […], pero lo que yo pienso es que no es cierto. Lo que da miedo de verdad de las las renovables no tiene nada que ver ni con los costes ni con la competitividad, pues todo serían argumentos a su favor; el miedo es, como dijo Say, que […] heureusement personne n’a pu dire : le vent et le soleil m’appartiennent, et le service qu’ils rendent doit m’être payé.

Nuevos apuntes sobre los precios del petróleo

Un joven amigo libertario de la blogosfera, Helios E.M., hace unas semanas, me hizo llegar sus reflexiones e interpretaciones de lo que estaba ocurriendo con los precios del petróleo. Encuentro que su artículoAlgunos apuntes sobre los precios del petróleo, el fracking y la nueva situación energética, es un buen compendio de muchas de las interpretaciones que se han escrito. En este sentido complementa muy bien las entradas que, sobre este tema, hemos ido realizadondo en este blog.

Para complementar, a su vez, estas contribuciones, quiero añadir tres gráficos que dan mucho que pensar y que, por si solos muestran algo que es evidente, pero que se recoge en pocos análisis.

Primer hecho, el del gráfico 1. El llamado primer shock del petróleo coincide con el momento en el que la economía estadounidense empieza a importar significativamente de Oriente Medio. Ello, a su vez coincide con la creación de la Agencia Internacional de la Energía.

Fuente:EIA, US Crude oil imports y elaboración propia

Origen de las importaciones de crudo de EE:UU. Fuente:EIA, US Crude oil imports y elaboración propia

Segundo hecho, el del gráfico 2. Desde finales de la década de los 1970, y hasta el Siglo XXI, los precios del crudo no hicieron otra cosa que bajar.

preciosTercer hecho, el del gráfico 3. que muestra la evolución de las exportaciones de crudo mundiales (punteado azul) y de la cuota de mercado de la OPEC (línea roja) y los países MENA (línea verde). Esta evolución indica que al mismo tiempo que los dos hechos anteriores ocurrían, la OPEP, y especialmente las exportaciones de crudo desde Oriente Medio y el Norte de África, perdieron cuota de mercado ( de casi el 80% a en torno al 40%)

Fuente:IEA, Oil Statistics (varios años) y elaboración propia

Fuente:IEA, Oil Statistics (varios años) y elaboración propia

Cualquier alumno de primero de economía les dirá que si se da una situación en la que entra un nuevo «demandante», del volumen de Estados Unidos; en la  que bajan los precios y, además, se pierde cuota de mercado, es que no hay ni monopolio ni cártel. Esto es lo evidente. Por ello, tal vez ha llegado el momento de repensar seriamente ¿por qué en la escena petrolífera internacional bajan y suben los precios? y ¿qué significado, ello, puede tener? y ¿qué papel ha jugado la OPEP en todo ello?.

 

Bosquejo para la parrilla ética de la transición energética

Hace unos días atracó en el Puerto de Barcelona el London MSC, un barco con capacidad para 16.000 contenedores. Dicen que es uno de los más grandes del mundo.

En esta misma zona del puerto, en los últimos años han proliferado los rickshaw posmodernos, en los que todo tipo de turistas sonrientes se desplazan gracias a la energía de uno de sus congéneres.

Estas dos cuestiones ilustran la complejidad de las transiciones energéticas. De hecho, ambos son anacronismos energéticos que no sólo persisten, sino que parece que, con el tiempo, van en aumento. El primero, como ya explicamos, por que estos modernos buques ciudades emplean un combustible parecido al que ya utilizaban, en el siglo XIX, los zares en su flota; el segundo porqué el trabajo de origen humano es fuente de energía desde el inicio de la humanidad. Sin embargo, no entiendo su anacronismo por ser, ambas, antiguallas energéticas. Desde mi punto de vista el desfase histórico, provendría de que los dos usos de la energía llevan implícitos valores que en pleno siglo XXI deberían haber desaparecido.

En este blog, sobre el transporte marítimo de mercancías, las reflexiones ya están hechas. Sobre lo segundo no tanto. Cada día cuando entro y salgo de casa, me horripila ver a esas personas sonrientes, disfrutando de un paseo fashion a costa del esfuerzo físico directo de un congénere. La verdad, no me entra en la cabeza.

Esto último que podría parecer otra de mis chorradas, creo que no lo es. Para mi es uno de los elementos necesarios en la discusión sobre la posibilidad de que una transición energética a un modelo 100% renovable, no sólo sea posible, si no que lo sea manteniendo estándares de bienestar equivalentes a los actuales. Cuestión, ésta, bien distinta de decir si podemos mantener los niveles de consumo y el consumismo actual.

En los últimos meses me he leído dos libros de temática similar, aunque de enfoque distinto. El primero es un libro académico escrito por Astrid Kander, Paolo Malanima y Paul Warde, cuyo nombre es Power to the People, y es una historia del papel de la energía en Europa a lo largo de los últimos 500 años. El segundo libro es una historia de la humanidad desde el punto de vista de la energía (todavía me falta por leer parte del segundo volumen) de Ramón Fernández Durán y Luís González Reyes, cuyo título es En la espiral de la energía. De ambos me ha interesado especialmente la interpretación económica del significado «energético» de la revolución industrial.

Los dos libros inciden en la idea de que el crecimiento que Occidente ha tenido desde mediados del siglo XIX no se puede explicar sin la energía fósil. Desde este punto de vista, ambos establecen una línea de continuidad, desde entonces hasta ahora, en la que el petróleo sólo significaría un cambio cualitativo, pero no esencial.

La idea que subyace a esta tesis es que el gran cambio energético de la humanidad, aunque ahora pueda sonar paradójico, fue liberar a las economías pre-industriales de su principal restricción, la escasez de tierra, puesto que en la edad moderna ya se había alcanzado el límite de crecimiento por la presión que suponía que la base energética de la economía reposara sobre el mismo recurso –la tierra- y la misma actividad –la agricultura- que la base de subsistencia de la población.

Si por su parte, el carbón permitió el ahorro de tierra, la máquina de vapor, alimentada con carbón, permitió el ahorro de trabajo. Ello, facilitó producir más (más cantidad y mayor valor) con menos trabajo, aunque su parte su contrapartida fuere que la máquina de vapor, concentró el power (energía y poder). Así, esta concentración, modificó geográficamente los lugares de producción e inició un proceso de organización en el que el trabajador pasó a ser mucho más disciplinado y productivo Por ello, el tándem carbón – máquina de vapor, y su forma de organización de la producción derivada, sentaron las bases para un mayor nivel de crecimiento relativo y bienestar material, que antes hubiere sido imposible -como leemos en power to the people; así como para un nivel abyecto de explotación (de los recursos y de las personas), que antes hubiera sido impensable -como leemos en en la espiral de la energía.

El siguiente cambio que se produjo en este proceso, es que las fuentes energéticas fósiles pasaron a ser, en sí mismas, una mercancía comercializable. Una mercancía con la que se puede ganar dinero por el mero hecho de venderla, sin que ello implique, necesariamente, ni su transformación en una energía final, ni un mayor y mejor uso final de la misma. Dicho de otro modo, se puede ganar mucho dinero comercializando -o especulando- con la compra/venta de petróleo crudo, pero no por ello se generará un volumen mayor de energía útil ni los usuarios finales -llamados consumidores– disfrutarán más, o mejor, de ella.

Cada vez que observo lo contentos/as que van las personas sentadicas en el eco friendly -segun reza en su etiqueta- rickshaw, mientras un «pobre» pedalea, pienso que la energía fósil es maravillosa. El carbón y la tecnología asociada abrieron la puerta a que nuestros congéneres dejaran de ser ellos mismos vector de energía. Es un avance acabar con todas aquellas formas de trabajo (esclavos o asalariados) cuya única razón de ser era su fuerza bruta. En su momento, la energía fósil también liberó al campo de producir forraje y evitó la deforestación de muchos bosques. Así, su gran potencia y su localización específica, en su momento, fueron «una bendición».

Lo que ya no es tan positivo de la energía fósil es el resto: la explotación impensable que favorece y su propia mercantilización. Como tampoco es bueno, que por su localización específica en el suelo y el subsuelo, sea una mercancía en manos de unos pocos, que permite la exclusión de muchos. En estos aspectos, el modelo fósil es una maldición.

Con estas ideas, estoy elaborando una parrilla ética de la transición energética. Todavía está muy verde para ser presentada en sociedad, pero como más lo pienso, más creo que este es el gran reto de la transición energética: mantener la parte de bendición de la energía fósil, acabando con su maldición. Por ahora, les avanzo ya, que en mi parrilla ética de la transición, algo como el rickshaw no será moralmente aceptable.

Vías romanas y gasoductos, una curiosidad para la noche de Reyes

Como todos los años, aunque nos olvidemos sistemáticamente, el periodo de festividades navideñas, es de lo más atareado. Es casi un milagro de Navidad tener dos o tres horas libres para una misma. Quería hacer esta entrada, desde que en una de esas actividades previas a las festividades como son los aperitivos, cenas u otros menesteres, un compañero de trabajo, después de que yo le contara una de mis fantasías, como tal nunca realizada, de escribir una guía turística de las principales vías romanas secundarias de Hispania, me espetó, «pues yo tengo unos amigos que han escrito un artículo sobre ello y las han cartografiado todas. Mañana te mando el artículo». Como así fue.

Vía Romana en el Puerto del Pico, Sierra de Gredos

Vía Romana en el Puerto del Pico, Sierra de Gredos

Espero que mi colega no se moleste por aparecer en este blog, pero le estoy muy agradecida. El artículo en cuestión es de Pau de Soto y César Carreras Montfort y se titula, La movilidad en época romana en Hispania. Aplicaciones de análisis de redes (SIG) para el estudio diacrónico de las infraestructuras de transporte y se puede leer en libre acceso. Es uno de esos artículos que dan endivia, de esos que al verlos piensas, que de mayor es a lo que te quisieras dedicar. Me encanta ver que el estudio de épocas remotas y de la Roma clásica tiene aplicaciones contemporáneas.

Este último comentario, y que me perdonen los lectores, se lo tenía guardado al Conseller de Sanitat de la Generalitat de Catalnya, Sr. Boi Ruíz, que en algún momento declaró, el que no pot ser és que la universitat formi gent amb diners públics, com filòlegs clàssics, que no podran anar al mercat (Sic!). Bueno, pues aunque creo que Pau Soto y César Carreras son arqueólogos, y no filólogos, que le valga este artículo al Conseller para ir reflexionando antes de hacer declaraciones tan temerarias sobre determinadas carreras universitarias, ya que las conclusiones que arroja el artículo son argumentos de peso, es decir científicos, que ayudarían a apoyar algo tan cacareado por el gobierno del que él forma parte: el corredor de mercancías mediterráneo. Pues, el artículo concluye diciendo que … a mediados del siglo XIX cuando comienzan a construirse las infraestructuras ferroviarias, Manuel Duran Bas apoye una propuesta del Sr. Lujan de crear una red en forma de H que vincule los principales centros económicos de la Península y los puertos franceses, del este al oeste con dos ejes […] con dos viales: uno Barcelona-Figueres-Francia y el otro Pamplona-Irún-Francia, entendiendo que esta estructura favorecería una mayor movilidad y rapidez en las comunicaciones. Resulta sorprendente que esta estructura en forma de H tenga una mayor similitud con la red viaria romano que con cualquier otra posterior. 

Para mi, otra cosa sorprendente de este artículo es que al ver uno de los mapas, que estos dos arqueólogos han elaborado, no pude evitar recordar la red de gasoductos de la Península Ibérica, pues salvo por los ramales que, para traer el gas del Norte de África hacia Madrid y la Cornisa Cantábrica, de Sur a Norte atraviesan el centro de la misma, el trazado del transporte del gas en España parece calcado del de la movilidad romana.

Fuente: Soto y Carreras (2009, Fig. 3, p.310

Fuente: Soto y Carreras (2009, Fig. 3, p.310

gasoductos_grandeDeseo que a los autores del artículo no les moleste que emplee una de sus imágenes para ilustrar tal hallazgo, pero es que me encantó. No sólo por haber encontrado una aplicación adicional a su estudio, sino por ilustrar a la perfección la riqueza de la pluridisciplinariedad. Dos cosas me parecen extraordinarias del artículo, el que se haga un análisis económico, cuya justificación se remonte a los caminos de Roma, y que en él quede claro que las infraestructuras son instrumentos para crear espacios políticos, por ello su realización pocas veces se debe estrictamente a razones económicas.

Una lectura de estos mapas nos dice que cuando la capital del Imperio era Roma, el criterio del coste en el transporte de mercancías y personas era esencial, pues fundamentalmente los caminos en Hispania eran lugares de tránsito desde y hacia lugares del Imperio. Cosa que ya no es la estructura de carreteras y ferrocarril en España, cuyo objetivo era comunicar la capital con el resto de localidades. Sin embargo, bizarramente, la estructura de gasoductos sí que remite a esa antigua comunicación en el marco de lo que fue el Imperio romano. Observando que la actual cartografía del gas en la Península Ibérica se asemeja más a la antigua cartografía romana, me vuelvo a preguntar lo mismo de siempre: ¿para qué queremos tantas infraestructuras gasísticas, si éstas no llevan a ninguna parte más allá de los Pirineos?

Sería demasiado largo responder a esta pregunta, más para alguien como yo que ha pasado de defender que la Península Ibérica debía de ser un territorio del tránsito del gas y de la electricidad generada con el mismo, desde África hacia Europa central, a ser alguien que, a la luz del extremo e inmoral poder de los monopolios energéticos, se ha convertido a la causa de los modelos de producción de energía descentralizados y de red distribuida, donde la red de gas a la romana actual no tendría cabida. Dicho esto, sigo pensando que la creación de infraestructuras es una de las bases para la construcción de espacios políticos, de territorio y de territorialidad. Por ello, artículos como el que aquí presento también nos han de servir para tomar decisiones sobre nuestra política energética.

Cuando España se enfrentaba a los monopolios confabuladores

Estos días, a ratos, he estado haciendo una somera incursión en la historia de la industria del petróleo en España. Como en tantas otras cuestiones, la historia de la creación de la industria petrolera en este país es poco atribulada, poco afortunada y curiosa.

En 1917, cuando el petróleo en España representaba el 0,3% en el uso final de energía, Joaquín Sánchez de Toca, ministro conservador de la época e hijo del médico que atendió en sus últimas horas al General Prim, escribió una pequeña obra titulada El Petróleo como artículo de primera necesidad para nuestra economía nacional. Según he leído en un artículo de Adrian Shubert, este escrito de Sánchez de Toca es el que inspiró, durante el gobierno de Primo de Ribera a su ministro de Hacienda, José Calvo Sotelo, para realizar la nacionalización del petróleo. Esta iniciativa se plasmó en el Real-Decreto Ley 1141 de 28 de junio de 1927, publicado en la Gazeta de 30 de junio de ese mismo año. En él, después de un “mono” parte sobre el buen estado de salud de la familia real de Alfonso XIII en Londres, se puede leer la exposición de motivos que el mismo Calvo Sotelo hace sobre la ley. En esta exposición se habla del problema del petróleo como uno en primera línea de todos los que modernamente interesan a todos los pueblos.

En el texto se justifica la nacionalización del petróleo, que daría lugar a la creación de CAMPSA, por tres razones. Primero se entiende que la industria del petróleo, por sus efectos de arrastre sobre otros sectores, puede ser uno de los instrumentos para la industrialización del país; segundo se asume que el petróleo es un instrumento básico de la defensa nacional (entiendo que como combustible de la flota marina y aérea); y en tercer lugar, se le ve también como una fuente de ingresos fiscales. Estas tres razones conducen a una de las frases más graciosas del texto, en la que se dice que el nuevo monopolio no significa realmente una instauración, sino tan sólo sustitución; porque de hecho, en materia de petróleos vivimos en régimen de Monopolio en manos de muy pocas entidades privadas cuya confabulación, siempre posible y en derecho estricto difícilmente reprimible, sobre todo si aquellas se amparan en fuero de extranjería, podría ocasionar riesgos gravísimos al consumidor y al mismo Estado, impotentes para desbaratarla.

A tenor de lo que cuenta Adrian Shubert, al final estas entidades privadas, apoyadas por sus gobiernos respectivos, fueron las que desbarataron el proyecto inicial. Este proyecto inicial era crear una empresa petrolera integrada española (con capital y trabajo nacional), cuya participación del Estado había de ser del 30%. Para crear esta empresa, se tuvo que nacionalizar lo que ya existía en la Península Ibérica: Industrias Babel y Nervión, inicialmente de capital francés y comprada por la Standard Oil de Jersey (1925), la Sociedad Petrolífera Española, filial de la Royal Dutch Shell,y otras empresas menores, fundamentalmente francesas, así como integrar a la Sociedad de Petróleos Porto Pi, creada por Juan March en 1925 -cuya emblemática y arquitectónicamente maravillosa gasolinera puede verse todavía hoy en Madrid en la Calle Alberto Aguilera.

Ello culminó en una batalla sobredimensionada, vista la minúscula dimensión del mercado petrolífero español de la época (en 1927, sólo el 2,1% del consumo final total de energía tenía como origen el petróleo) y la poca importancia de la Península Ibérica en el juego petrolífero mundial, que no acabó con CAMPSA, pero costó un dineral al erario español y desvirtúo el proyecto inicial de tener una empresa petrolera nacional fuerte. Esta batalla perdida, históricamente tiene su gracia, pues contiene algunos ingredientes relevantes para el relato del devenir de la industria petrolera internacional.

Esta historia transcurre entre 1925 y 1927; año, el primero, en el que quedaron fijadas en Lausana las fronteras entre Turquía e Iraq, incluyendo la región de Mosul, y con ello las concesiones petrolíferas en Oriente Medio; y año, el segundo, previo a que las siete compañías petrolíferas más poderosas del mundo (según Calvo Sotelo, los monopolios privados confabuladores) se constituyeran en las Siete Hermanas y se repartieran, junto a la Compañía Francesa de Petróleo, el mercado mundial. Por ello este pequeño acto, cebollante, de creación de una compañía nacional fuera del ámbito de la gran industria petrolera internacional, pudo ser considerado, por parte de ésta, como un acto de rebeldía que no se debía tolerar. Máxime si se tiene en cuenta, que la única empresa petrolífera implicada en la historia, la de la Sociedad Petróleos Porto Pi, había logrado un acuerdo con las autoridades soviéticas para importar crudo desde la URSS, sólo tres años después de que en la Conferencia de Génova y subsiguientes, se limitaran sustancialmente las relaciones entre la incipiente industria petrolera soviética y la occidental. Ello, aunque ahora podamos pensar que no tenía futuro alguno, rompió la hegemonía de las “grandes” en España y debió ser visto como una disidencia a no permitir.

Es curioso, pero visto en perspectiva, éste debió de ser uno de los momentos de máxima actividad diplomática internacional en torno al sector petrolífero español. Se creó una campaña de boicot internacional y se desestabilizó, a la ya inestable, dictadura de Primo de Rivera. Parece increíble que un país atrasado como España, con un ínfimo consumo de petróleo, por querer crear una compañía de petróleos nacional con participación estatal, creara tal alboroto, pero la moraleja es evidente: el poder del monopolio no se logra por el buen hacer, sino por la exclusión de cualquier atisbo de competencia, por pequeña e inofensiva que esta sea. Esto fue así, cuando esta industria era incipiente, y lo es ahora, cuando está madura y obsoleta.

La diferencia es que, entonces, el gobierno intentó oponerse, en palabras de Calvo Sotelo, a ese poder privado que atenta contra el consumidor y el Estado, mientras que ahora, nuestros gobernantes favorecen su poder. Intuyo que esta debe ser la diferencia entre un conservadurismo nacional y uno globalizado, pues por lo demás, las distas ideológicas entre el gobierno de entonces y el de ahora, parecen pocas.

Navegación y contaminación más que centenaria

Esta entrada, aunque pudiera no parecerlo, incide muy directamente en dos aspectos de mi vida. Tiene que ver con el lugar físico en el que vivo, el Puerto de Barcelona; y enlaza con las inquietudes energéticas que ocupan mi espacio mental desde hace aproximadamente un año, la transición energética al petróleo que tuvo lugar en el Cáucaso a finales del Siglo XIX.

En los últimos días han aparecido diversas noticias que cuentan que otra de las patas del desastroso modelo turístico de Barcelona, tampoco es sostenible. Esta vez, no por la ocupación vandálica del espacio público de la ciudad, si no por los sorprendentes niveles de contaminación atmosférica de los cruceros, muchos de lujo, que llegan al Puerto de Barcelona. Parece que los grandes cruceros que llegan al puerto de Barcelona contaminan el aire hasta 400 kilómetros más allá de la ciudad condal. Antes de que la noticia apareciera en los medios, un amigo ingeniero del colectivo CMES, me lo había comentado.

Por pura casualidad, la difusión de esta noticia ha coincidido con la lectura de un libro, que encuentro ameno, inteligente e interesante, titulado noventa por ciento de todo, cuya autora es Rose George, y que ha publicado el atractivo sello Capitan Swing. Este 90% de todo, del que nos habla el libro es el transporte marítimo de cualquier tipo de mercancía. Todo lo que se quieran imaginar y más: lícito o ilícito, moral o inmoral, útil o superfluo. En fin…todo. El libro da mucho qué pensar, y, francamente, es una alegoría al comercio de proximidad y a las formas de producción descentralizadas y de cadena corta. Pero, más allá de ello, en su quinto capítulo, cuenta cosas sorprendentes, entre ellas que un buque gigante puede emitir tanta contaminación a la atmósfera como una planta de energía eléctrica a base de carbón; o que los barcos más grandes podían emitir tanto como 760 millones de coches; o que si sumamos la navegación a la lista de los países contaminantes, esta ocupa la sexta posición (p.111). La razón de ello es doble. En primer lugar por que estos gigantes del mar se alimentan de energía fósil. Es tanto el crudo pesado al día que emplean, que muchos deciden navegar a una velocidad menor (14 nudos) que la de un tea clipper (17 nudos) que surcaba los mares a mediados del Siglo XIX. Ello, para ahorrar en combustible. Pero, en segundo lugar, su capacidad de contaminación es tan grande, debido a que el combustible pesado que emplean es el menos elaborado y costoso posible: es el llamado combustible búnker o residual. En pleno Siglo XXI, este combustible se considera basto, porquería y a sólo un escalafón por encima del asfalto; y al quemarlo, libera a la atmósfera gases y hollín, incluído dióxido de carbono, óxido de nitrógeno, monóxido de carbono, compuestos orgánicos volátiles, dióxido de azufre, carbón negro y partículas de materia orgánica (p.111).

Desde un punto de vista ambiental esta información es inquietante. Para mi, además, es chocante, pues mi maravillosa vista al mar, que pensaba tan sana, equivale a vivir al lado de varias centrales térmicas de carbón. Sin embargo, mientras lo leía no podía levantar la vista del libro de la emoción, pues lo que Rose George cuenta es que las modernas flotas del Siglo XXI, emplean el mismo combustible que el de las primeras flotas del Mar Negro y el Volga de la Rusia zarista; sólo que entonces el combustible búnker tenía nombres más evocadores como mazout (que sigue siendo su nombre en francés) o astaki (en ruso).

En los últimos 1870s, Ludwig Nobel adaptó el motor diesel al motor a propulsión de los barcos, y en poco tiempo el mazout se convirtió en el principal combustible en el sur de Rusia, being (…) used instead of coal by more than 250 tank and passengers steamers on the Volga and Caspian, several locomotives, and over 1000 stationary engines. De hecho, en Rusia, en el XIX, y antes que en ningún otro lugar del mundo -mucho antes de la Primera Guerra Mundial, como se puede inferir de la lectura del libro de Robert W. Tolf, The Russian Rockefellers: The Saga of the Nobel Family and the Russian Oil Industry- se había realizado la transición al petróleo, como combustible para el transporte, al tiempo que se había creado un bloque tecnológico, una red de infraestructuras, una industria energética, una forma de comerciar y de hacer la guerra, así como un marco institucional (develpment block), cuyo centro era una industria articulada en torno al mazout como combustible. Industria que, por otra parte, en los convulsos años que fueron desde 1914 hasta los primeros 1920s, desapareció incluso de los libros.

En mi más completa ignorancia, todo este año he pensado que el mazout era un producto del pasado. Un anticuado combustible de cuando la industria petrolera rusa, por unos años (desde 1870 hasta el final de la PGM), fue la más moderna y evolucionada del mundo.

Estos días, al leer el libro de Rose George, intelectualmente, me he sentido muy gratificada, pues leer que el combustible que hoy en día se sigue usando para transportar el noventa por ciento de todo es del mismo tipo -y con el mismo uso- del que emplearon los zares en sus flotas, es un argumento más, para apoyar la hipótesis de que lo que en el Siglo XX se conoció como la industria petrolera internacional, nació en el XIX, en torno al Mar Negro y el Cáucaso. Pero, por otra, esta misma lectura, en clave de una ciudadana, que cree en el progreso, es deprimente. Pues, ello es al petróleo y al transporte marítimo, lo que el otro día un amigo me decía sobre la energía nuclear: «visitas una central nuclear, para darte cuenta de que al otro lado del reactor, lo que hay es una turbina, igual que las otras».

Una vez más, he vuelto a tener esa sensación. La sensación de que las «grandes» innovaciones de la industria energética a lo largo del Siglo XX, no se han dirigido a mejorar las formas de producir y emplear las energías secundarias (electricidad o combustible), pues sobre esto sólo han producido pequeñas variaciones. Las «grandes» innovaciones se han dirigido a aumentar el poder del monopolio, a centralizar más las formas de producción y generación de energía y a asegurarse el control de quién y en qué condiciones tiene acceso a la red de distribución. Este, es el gran sesgo tecnológico de la industria energética internacional, el que hace que cuando existen dos tecnologías alternativas, siempre se acabe optando por la que agranda y da más poder al monopolio.

Este sesgo, y las relaciones de poder que en él subyacen, son los culpables de que hoy los barcos, que lo mueven todo, también contribuyan al tráfico de contaminación.

Me ha dejado anonadada descubrir que esas modernas moles que hoy surcan nuestros mares, y atracan en nuestros puertos, se muevan con lo mismo que la flota de los zares y a una velocidad equivalente a los clippers coloniales ¡Sí, señoras y señores, esta es la idea de progreso en el capitalismo del Siglo XXI: un contenido propio de las primeros años de la industrialización en un continente propio de Silicon Valley! Así va el mundo….