El papel de vocero de la OPEP

El pasado 30 de noviembre se celebró en Viena la centésimo septuagésima primera reunión de la OPEP. Esta reunión, que tuvo lugar en la discreta sede central de esta organización, generó gran expectación.

opec-zentrale-wien-sterreich-opec-headquarters-vienna-austria-e0dgbyA lo largo de esa mañana, entre los y las seguidoras de la cuestión, hubo gran movimiento en las redes sociales, que se empezó a calmar a partir de la difusión de una breve entrevista al ministro saudí del petróleo, justo antes de que empezara la reunión, en la que él daba a entender que se llegaría a algún tipo de acuerdo. Esta entrevista fue suficiente para que los precios del crudo en el mercado internacional empezaran a subir. El anuncio posterior de este acuerdo, que se concretó en un compromiso de reducir en 1,2 millones de barriles al día la producción, para llegar a una cuota de exportación conjunta de 32,5, consolidó esta tendencia. Los precios del Brent subieron un 10%, situando el precio del barril por encima de los 51$. Las expectativas son, que a mediados del 2017, el este precio alcance los 60$/br.

Todo ello, a los racionales de verdad, debería darnos mucho qué pensar sobre qué es lo que mueve realmente a los precios.

Si algo demuestra el hecho de que un simple anuncio modifique el rumbo de los precios, es que la OPEP (o algo equivalente a ella) todavía cumple una función de vocero en el marco de la estructura de gobernanza internacional del petróleo, pues el mercado del petróleo siempre necesita de alguien con credibilidad que sea, más que el gestor de la escasez, el portavoz de la misma. Lo que, hoy no es, ya, tan claro es que la OPEP pueda mantener ese papel a medio o largo plazo.

Existen dos maneras de interpretar históricamente el papel de la OPEP. La primera, y más extendida, es que la OPEP ha sido una camarilla cartelista, que de forma unilateral y egoista ha decidido el destino de la oferta petrolera internacional, en función exclusiva de sus intereses nacionales. La segunda, y menos extendida, es que la OPEP ha sido una camarilla cartelista, que de forma multilateral ha incidido en el destino de la oferta petrolera internacional, en función, en concreto, de las necesidades de la economía de Estados Unidos; al tiempo que obtenía ciertos beneficios por ello.

En estas explicaciones históricas, la primera atribuiría los shocks del petróleo de los años 1970s a una bravuconada de los países -árabes-  de la OPEP y, la segunda, atribuiría ese mismo aumento a la necesidad de la economía norteamericana -y del sector petrolífero estadounidense, en particular- de que sus precios nacionales del petróleo -con costes sustancialmente mayores que los del petróleo de Oriente Medio- se realinearan con los internacionales, evitando así que el resto de economías del mundo se beneficiaran de unos costes energéticos inferiores a los suyos propios (piénsese que hasta los 1960s, Estados Unidos pagaba -u obtenía- un petróleo un 50% más barato que el resto de las economías occidentales -incluido Japón-, pero que a finales de 1960s esta diferencia había desaparecido y la tendencia se había invertido, pues el precio del petróleo estadounidense era de 3,50$/br, mientras que el que los europeos y japoneses adquirían en el mercado internacional era de 2$/br.).

Yo, personalmente, me quedo con la segunda interpretación, pues desde que a raíz de los shocks del petróleo los precios negociados en el mercado americano (WTI) y los internacionales (BRENT) se realinearon, hasta el momento en que se hizo visible «el fenómeno del fraking», la evolución de ambos precios ha ido a la par.

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Sin embargo, que a mi me parezca más racional explicar la evolución de los precios del crudo en el último cuarto del Siglo XX por las necesidades de la primera economía del mundo, que explicarla por las declaraciones u ocurrencias de los miembros de la OPEP, no resta validez al hecho de que éstas han tenido y tienen su efecto -en el corto plazo- para hacer cambiar de rumbo la tendencia de los precios. La prueba, el efecto sobre el precio del crudo del acuerdo de Viena de hace unos días.

Desde este punto de vista, aunque yo haya declarado lo contrario infinidad de veces, la OPEP no está muerta, pues su discurso parece seguir teniendo efecto. A pesar de ello, arrecian las dudas sobre si el contexto internacional, en general, y la economía y el sector petrolífero estadounidense, en particular, favorecerán que esta tendencia se mantenga a lo largo del tiempo.

Creo que se podrían enumerar bastantes factores que indicarían que, en este momento, ya no se dan las condiciones para tal aumento de precios, pero tales explicaciones se pueden reducir a tres líneas de argumentación.

La primera es que, aunque se produjera la reducción de 1,2 millones de br/día anunciada por la OPEP, seguiría existiendo una abundancia global descontrolada de producción de petróleo a raíz de la individualizada producción de petróleo no convencional en Estados Unidos; a raíz de la reincorporación plena a la OPEP de Iraq, Irán y Libia; a raíz de la creciente descentralización -por no decir fragmentación- de algunos productores de la OPEP como es el caso de Iraq y la Región Autónoma del Kurdistan o lo que parece estar ocurriendo en Libia; y a raíz de la sucesiva incorporación, desde inicios de los 1990s, de otras productores internacionales como son los africanos o las ex-repúblicas soviéticas, Rusia incluida. Dicho de otro modo, hoy en día no parecen darse las condiciones para que emerja un nuevo cartel con capacidad real para gestionar -creando la ilusión de la escasez- la abundancia de la producción de petróleo -que, dicho sea de paso es el eterno problema del sector.

La segunda es que en un discurso sobre la transición energética, en el que ha primado el argumento de los costes, la evolución del precio del petróleo tiene una correlación positiva con los argumentos y la firmeza de las políticas a favor de la implantación de un modelo energético eléctrico y renovable. En otras palabras, si subieran los precios del crudo, sería muy difícil sostener, frente a unas poblaciones muy concienciadas con las cuestiones energéticas y ambientales, la continuidad de las políticas energéticas fosilistas.

Y, la tercera es, que en este momento en el mercado internacional, además de Estados Unidos existe otra gran economía, fuera del paraguas de la OCDE, que adquiere petróleo y que, posiblemente, realice sus previsiones energéticas, no pensando en los costes internos de su industria petrolera nacional, sino en el desarrollo de su economía nacional. De hecho, es muy posible que el objetivo no sólo China, sino la mayoría de economías asiáticas (que son los grandes compradores del -e inversoras en el- petróleo de Oriente Medio) sea que el precio del petróleo internacional sea lo más bajo posible y no aquél que permita mantener competitiva a su industria petrolífera nacional.

Así, en este contexto, parece difícil que el papel de vocero de la OPEP se pueda mantener a largo plazo, pues su credibilidad se verá pronto cuestionada por los hechos. A día de hoy, sólo se me ocurre un argumento para apuntar hacia un aumento de precios sostenido: que los mercados financieros faltos de liquidez especularan en los mercados de futuros del petróleo, para que se produjera una alza en los mismos que alimentara de nuevo el mundo de petrodólares -o Fondos Soberanos como hoy les llamamos.

Dicho todo esto, y dejando claro que moralmente estoy en contra de lo que ello implica, quiero recordar que, aunque sufra infinitas transformaciones, la industria petrolera internacional sólo se podrá sostener bajo una estructura cartelizada que asegure que el destino de las cantidades producidas y el precio al que éstas se venden va en el mismo sentido que las necesidades de quien marca el rumbo a la evolución de la economía mundial. Quién gestionará y será la cara visible de esta estructura es lo que hoy en día los gestores de la industria petrolera internacional habrán de decidir. Y, si realmente se sigue apostando para que la OPEP siga cumpliendo su función de vocero, de forma eficaz, al menos:

a) debería acabarse con toda la producción individualista y descontrolada de fuera de la OPEP -me refiero fundamentalmente al fenómeno del fraking;

b) debería asegurarse que se recompone la centralidad territorial de las compañías petroleras nacionales de los países de la OPEP; y

c) debería revisarse la composición de miembros de la OPEP.

Todo ello, sin olvidar que en el otro lado, el de las empresas y países, que hemos llamado consumidores, las alianzas también están por revisar.

Hoy en día, lo aquí dicho, parece una carta de mínimos a los Reyes magos, pero en mi opinión, sin al menos estas tres condiciones, es difícil que los precios, por un simple anuncio de la OPEP, suban y se mantengan en un nivel suficientemente alto a lo largo del tiempo.

 

El gran negocio mundial de la energía

Aunque lo de hacerse auto-publicidad sea narcisita y egótico, es para mi un placer anunciar a quienes siguen este blog que, como ya comenté en una entrada anterior, desde hoy se puede adquirir en quioscos y pequeñas librerías de barrio el libro sobre El gran negocio mundial de la energía, que escribí para la colección Los retos de la economía de RBA editores.

En la anterior entrada, adjunté la imagen de la portada. Hoy os muestro su reverso, en el que, creo, se hace un buen resumen de él.

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Deseo que os guste.

Construyendo el discurso de la escasez

Una cuestión que siempre me llamó la atención es cómo el discurso del fin de los recursos se acaba realizando en términos de costes económicos. Sobre ello quiero hablar en esta entrada, aunque ésta tenga muchos puntos para convertirse en una de aquellas sobre las que mi madre opina diciendo, «hija esto está muy bien, pero no te lo va a leer nadie». En este caso, incluso puede que la cosa se quede en «…no te lo va a leer nadie».

Hace unos cuantos años, Robert Mabro escribió una pequeña boutade sobre el fin del petróleo. En este provocativo divertimento, él sostenía que hablar del fin del petróleo es tautológico, pues es evidente que si un recurso es finito, tarde o temprano se acabará. De ahí que este articulito apuntara a que cuando hablamos del fin de los recursos, debemos estar hablando de otra cosa. Pues bien, ¡es verdad! ,los economistas hablamos de otra cosa.

Inspirada por el trabajo de Paul Warde sobre la narrativa de la escasez, con mis alumn@s, en este curso, hemos reconstruido históricamente cómo el pensamiento económico ha influido en la construcción de un determinado discurso sobre el fin de los recursos; así como sobre cuáles son las consecuencias del mismo para el funcionamiento de la industria energética.

En este discurso se entremezclan varios elementos, que a mi modo de entender son los que marcan el desarrollo de la industria energética fósil hasta la actualidad.

En el Siglo XVIII, Jean Baptiste Say, en un fragmento que convirtió en célebre Robert T. Malthus nos dice que […] la tierra […] no es el único agente de la naturaleza que tiene un poder productivo; pero es el único o casi, sobre el que el hombre puede ejercer la propiedad privada y exclusiva y, por ello, el beneficio de un individuo se transforma en exclusión del otro. El agua de los ríos y el mar, por la facultad de poner en movimiento nuestras máquinas, de transportar nuestros barcos o alimentarnos con sus peces, también tiene un poder productivo. El viento, que mueve nuestros molinos, e incluso el calor del sol trabajan para nosotros; pero, afortunadamente, nadie puede decir, ni que el viento y el sol son míos ni que el servicio que prestan me ha de ser pagado […].

Entre ambas cosas hay una diferencia esencial: la última es inagotable y el servicio que proporciona a una persona no impide que otra se beneficie de un servicio igual […] Sólo la tierra […] gracias a que nos la podemos apropiar, se cultiva y es productiva, generando, así, una especie de abundancia […] (la traducción es mía).

Este fragmento, me parece fascinante, pues nos dice tres cosas: a) desde el Siglo XVIII reconoce que el sol, el agua y el aire son fuente de energía (movimiento y calor), pero que no son válidas para el sistema por no ser susceptibles de apropiación ; b) que es la propiedad -de la tierra- la que genera abundancia y no la libre disposición de los factores y, c) que esta propiedad es origen de la desigualdad: el beneficio del uno y la exclusión del otro.

Malthus, a caballo del Siglo XIX, utilizó parte de este fragmento para explicar que las mejores tierras -el monopolio natural- son las que dan mejores rentas, pero le añadió un fragmento, tan fascinante como el anterior, al escribir […] ¿no debe admitirse que la renta es el resultado natural de una cualidad inapreciable del suelo que Dios ha concedido al hombre […]? ¿Y no es una parte […] de ese excedente general de producción de la tierra, de que se ha dicho acertadamente que es la fuente de todo poder o disfrute, y sin el cual no habría ciudades, ni poder militar o naval, ni artes, ni saber, ninguna de las más refinadas manufacturas, ninguna de las cosas conveniente y lujos de los países extranjeros, ni esta sociedad culta y pulida que no sólo eleva y dignifica a los individuos, sino también extiende su beneficiosa influencia a toda la masa de habitantes?

Aquí, aunque posteriormente David Ricardo le discutiera que la renta sea fuente de excedente, Malthus sienta las bases para tres cosas: a) si uno es afortunado de tener una «buena» tierra es gracias a la Providencia; b) ello es la base del poder y, c) el fundamento de la civilización. Así, si sumamos Malthus a Say, el discurso económico se convierte en que la propiedad es positiva pues es fuente de abundancia, aunque sea fuente de desigualdad. La desigualdad es el resultado del destino, y gracias a sus frutos se obtiene el poder y se edifica la civilización.

Con este discurso, se entiende que pudiera tener más éxito una fuente energética fruto de la tierra que una como el sol, el aire o el agua, sobre las que «afortunadamente» no podemos establecer los derechos de propiedad. David Ricardo, considerado como el padre del concepto de la renta del subsuelo o minera, introdujo la última pieza a este discurso, pues de manera muy clara explica dos cuestiones. En primer lugar que si hay abundancia no hay renta (el producto de la tierra que se paga al terrateniente). Y, en segundo lugar, que es el ingreso del capital en la mina más pobre [el que regula] la renta de todas las rentas más productivas.

Siguiendo con el discurso anterior, la aportación de Ricardo nos conduce a pensar que para que los frutos de la Providencia sean efectivos  (la abundancia de las mejores tierras), no basta con que tus tierras sean buenas, si no que han de existir las malas, pues éstas son las que convertirán a las tuyas en fuente de riqueza (de renta). Así, lo que David Ricardo nos dice es que cuanto peores sean las tierras,las minas o los yacimientos, más renta obtendrán aquellos cuyas tierras, minas o yacimientos son mejores.

Por todo ello, a veces una piensa que hay algo intrínsecamente perverso en escoger como base energética del sistema un recurso finito, pues si a mayor escasez, mayor renta  para los que tienen las minas o los yacimientos de mejor calidad, el discurso de la escasez pasa a ser un instrumento para mantener el poder y una determinada forma de «civilización».

De hecho, llegando a la mitad del Siglo XIX, con la Revolución Industrial en marcha, desde visiones opuestas, John Stuart Mill y William Stanley Jevons, nos permiten entender esta cuestión. El primero especifica que […] el principal caso en el que la escasez incrementa el coste de producción es el de los recursos naturales […]. Y, el segundo es el que recogiendo todo lo anterior construye el discurso contemporáneo de la escasez. De hecho Jevons, es de los pocos, si no el único, economistas que tiene un libro dedicado a una fuente energética, el titulado The Coal Question.

Este texto, que creo que tiene muchas lecturas, introduce la idea de escasez, como algo relativo y no absoluto. La escasez se define como el fin del carbón barato. Es más, según Jevons, no es que se acabe el carbón, sino que el hecho de que en otra localidad, en otro país u otra economía, haya una abundancia de carbón conducirá a la decadencia del poder y de la civilización británica, ya que […] la grandeza de Inglaterra depende en gran manera de la superioridad de su carbón, en precio y calidad, frente a otras naciones […]. En los términos de Jevons, el problema de la escasez no es que se acabe el carbón, es la pérdida de competitividad que puede experimentar el Reino Unido frente al emergente Estados Unidos, aunque Jevons, realmente, por lo que teme es por […] our moral and intellectual capabilities.

Piénsenlo, este es el mismo discurso que el del «fin del petróleo barato»: es la pérdida de la competitividad, la perdida de la hegemonía y la pérdida de una «civilización».

Ante todo ello, ver la función que el fracking cumple en el sistema tiene su gracia. En primer lugar, en un mundo como el que describe Say, nos sentimos más cómodos con una fuente fósil del subsuelo sobre la que podemos establecer derechos de propiedad y sobre la que se puede realizar negocio. En segundo lugar, siguiendo las explicaciones de Ricardo, la industria petrolera «tradicional», aunque no participe de esta forma de extracción, ha de estar encantada, pues a más fracking en los yacimientos malos, más renta en los yacimientos buenos. En tercer lugar, siguiendo a Malthus, no hay un cuestionamiento moral de fondo sobre este fenómeno, pues la Providencia ha querido que estos yacimientos estén localizados en el mundo de los poderososPero, hay un cuarto argumento que ya no es tan evidente..

Jevons decía que la escasez de carbón, acabaría con […] the mainspring of modern material civilization y haría peligrar our moral. Creo que mucha gente piensa lo mismo con el petróleo. Tememos su desaparición porque forma parte de nuestra forma de vida. Sin embargo, entonces había un argumento que no ahora no existe; el de que en otro lugar del mundo podría haber abundante petróleo barato. Hoy, lo que hay sobre la mesa, es la posibilidad de un modelo -renovable- totalmente nuevo. Hoy, como Jevons hizo entonces, muchos hablan de […] plausible fallacies about the economy of fuel, and the discovery of substitutes of coal, which at present obscure the critical nature of […], pero lo que yo pienso es que no es cierto. Lo que da miedo de verdad de las las renovables no tiene nada que ver ni con los costes ni con la competitividad, pues todo serían argumentos a su favor; el miedo es, como dijo Say, que […] heureusement personne n’a pu dire : le vent et le soleil m’appartiennent, et le service qu’ils rendent doit m’être payé.

Bosquejo para la parrilla ética de la transición energética

Hace unos días atracó en el Puerto de Barcelona el London MSC, un barco con capacidad para 16.000 contenedores. Dicen que es uno de los más grandes del mundo.

En esta misma zona del puerto, en los últimos años han proliferado los rickshaw posmodernos, en los que todo tipo de turistas sonrientes se desplazan gracias a la energía de uno de sus congéneres.

Estas dos cuestiones ilustran la complejidad de las transiciones energéticas. De hecho, ambos son anacronismos energéticos que no sólo persisten, sino que parece que, con el tiempo, van en aumento. El primero, como ya explicamos, por que estos modernos buques ciudades emplean un combustible parecido al que ya utilizaban, en el siglo XIX, los zares en su flota; el segundo porqué el trabajo de origen humano es fuente de energía desde el inicio de la humanidad. Sin embargo, no entiendo su anacronismo por ser, ambas, antiguallas energéticas. Desde mi punto de vista el desfase histórico, provendría de que los dos usos de la energía llevan implícitos valores que en pleno siglo XXI deberían haber desaparecido.

En este blog, sobre el transporte marítimo de mercancías, las reflexiones ya están hechas. Sobre lo segundo no tanto. Cada día cuando entro y salgo de casa, me horripila ver a esas personas sonrientes, disfrutando de un paseo fashion a costa del esfuerzo físico directo de un congénere. La verdad, no me entra en la cabeza.

Esto último que podría parecer otra de mis chorradas, creo que no lo es. Para mi es uno de los elementos necesarios en la discusión sobre la posibilidad de que una transición energética a un modelo 100% renovable, no sólo sea posible, si no que lo sea manteniendo estándares de bienestar equivalentes a los actuales. Cuestión, ésta, bien distinta de decir si podemos mantener los niveles de consumo y el consumismo actual.

En los últimos meses me he leído dos libros de temática similar, aunque de enfoque distinto. El primero es un libro académico escrito por Astrid Kander, Paolo Malanima y Paul Warde, cuyo nombre es Power to the People, y es una historia del papel de la energía en Europa a lo largo de los últimos 500 años. El segundo libro es una historia de la humanidad desde el punto de vista de la energía (todavía me falta por leer parte del segundo volumen) de Ramón Fernández Durán y Luís González Reyes, cuyo título es En la espiral de la energía. De ambos me ha interesado especialmente la interpretación económica del significado «energético» de la revolución industrial.

Los dos libros inciden en la idea de que el crecimiento que Occidente ha tenido desde mediados del siglo XIX no se puede explicar sin la energía fósil. Desde este punto de vista, ambos establecen una línea de continuidad, desde entonces hasta ahora, en la que el petróleo sólo significaría un cambio cualitativo, pero no esencial.

La idea que subyace a esta tesis es que el gran cambio energético de la humanidad, aunque ahora pueda sonar paradójico, fue liberar a las economías pre-industriales de su principal restricción, la escasez de tierra, puesto que en la edad moderna ya se había alcanzado el límite de crecimiento por la presión que suponía que la base energética de la economía reposara sobre el mismo recurso –la tierra- y la misma actividad –la agricultura- que la base de subsistencia de la población.

Si por su parte, el carbón permitió el ahorro de tierra, la máquina de vapor, alimentada con carbón, permitió el ahorro de trabajo. Ello, facilitó producir más (más cantidad y mayor valor) con menos trabajo, aunque su parte su contrapartida fuere que la máquina de vapor, concentró el power (energía y poder). Así, esta concentración, modificó geográficamente los lugares de producción e inició un proceso de organización en el que el trabajador pasó a ser mucho más disciplinado y productivo Por ello, el tándem carbón – máquina de vapor, y su forma de organización de la producción derivada, sentaron las bases para un mayor nivel de crecimiento relativo y bienestar material, que antes hubiere sido imposible -como leemos en power to the people; así como para un nivel abyecto de explotación (de los recursos y de las personas), que antes hubiera sido impensable -como leemos en en la espiral de la energía.

El siguiente cambio que se produjo en este proceso, es que las fuentes energéticas fósiles pasaron a ser, en sí mismas, una mercancía comercializable. Una mercancía con la que se puede ganar dinero por el mero hecho de venderla, sin que ello implique, necesariamente, ni su transformación en una energía final, ni un mayor y mejor uso final de la misma. Dicho de otro modo, se puede ganar mucho dinero comercializando -o especulando- con la compra/venta de petróleo crudo, pero no por ello se generará un volumen mayor de energía útil ni los usuarios finales -llamados consumidores– disfrutarán más, o mejor, de ella.

Cada vez que observo lo contentos/as que van las personas sentadicas en el eco friendly -segun reza en su etiqueta- rickshaw, mientras un «pobre» pedalea, pienso que la energía fósil es maravillosa. El carbón y la tecnología asociada abrieron la puerta a que nuestros congéneres dejaran de ser ellos mismos vector de energía. Es un avance acabar con todas aquellas formas de trabajo (esclavos o asalariados) cuya única razón de ser era su fuerza bruta. En su momento, la energía fósil también liberó al campo de producir forraje y evitó la deforestación de muchos bosques. Así, su gran potencia y su localización específica, en su momento, fueron «una bendición».

Lo que ya no es tan positivo de la energía fósil es el resto: la explotación impensable que favorece y su propia mercantilización. Como tampoco es bueno, que por su localización específica en el suelo y el subsuelo, sea una mercancía en manos de unos pocos, que permite la exclusión de muchos. En estos aspectos, el modelo fósil es una maldición.

Con estas ideas, estoy elaborando una parrilla ética de la transición energética. Todavía está muy verde para ser presentada en sociedad, pero como más lo pienso, más creo que este es el gran reto de la transición energética: mantener la parte de bendición de la energía fósil, acabando con su maldición. Por ahora, les avanzo ya, que en mi parrilla ética de la transición, algo como el rickshaw no será moralmente aceptable.

Barruntando sobre los precios del petróleo

A veces las preguntas más básicas, llevan a laberintos inimaginables. Hay dos preguntas que llevan días martilleándome la cabeza. Algo que para mi, había sido evidente, en el contexto actual, me «patina».  Se han preguntado ¿por qué pagamos un único precio por el kwh que empleamos en casa o hablamos en singular sobre el precio del petróleo? Lo que aquí quiero decir, ahora sin entrar en ninguna valoración sobre el tema, es que si no se da una razón adicional -por ejemplo un proyecto político de espacio energético público y único: nacional, regional o local- es difícil justificar, desde el ámbito privado, por qué ha de costar lo mismo una electricidad que se genera en una nuclear que una que se genera con los rayos de sol; como también es difícil justificar que paguemos igual la gasolina si el petróleo viene de Arabia Saudí o del Mar del Norte, por decir algo.

En la teoría, un precio único para un bien, si es precio, debería significar que existe un mercado unificado. De hecho, sea o no fuere verdad, se habla del mercado eléctrico español o del mercado del petróleo. Tengo muchísimas razones para afirmar que tales mercados no existen; pero esto, ahora y aquí, da igual, porque lo relevante es que sin existir tal mercado y sin justificarse tales precios por sus costes, muchos analistas siguen empleando el precio como indicador de escasez o abundancia ¿Cuántas veces hemos oído decir que el precio del petróleo sube porqué no hay suficiente oferta -cantidad de petróleo que va al supuesto mercado- para cubrir la demanda? Infinitas. Por no decir las veces que hemos escuchado que el precio del petróleo sube, por que éste se acaba. Es evidente que, en el largo plazo, cuando un recurso es finito, cada vez será más difícil conseguirlo y, por ello, el precio tenderá a subir. Por ello, esto tampoco requiere mayor comentario. Sin embargo, lo que sí requiere comentario es qué ocurre en este lapso de tiempo, hasta que lleguemos allí, y si el precio del petróleo puede indicarnos alguna cosa.

Cada vez que el precio sube, escuchamos la misma cantinela: o alguien ha reducido la oferta o estamos al límite de nuestra capacidad. Pues bien, hoy me he dedicado a mirar la evolución de los precios y de las reservas mundiales, sobre todo desde la década de los 1980s, pues antes los precios internacionales del petróleo estaban fijados –posted– por las grandes empresas del sector y, en un breve lapso de tiempo, por la OPEP. Al mirarlos, he visto algunas cosas curiosas. Se las muestro.

El primer gráfico ofrece una evolución de una selección de precios internacionales del petróleo hasta 2004. Me he fijado, para variar, en los momentos en los que bajan los precios.

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Fuente: BP, Statistical Review of World Energy

Claramente, se ven dos años que marcan grandes caídas -siguiendo una tendencia- el 1986 y el 1998. Años que, mirando otro gráfico, el de la evolución de las reservas, observo que son los años en los que se añade un volumen significativo de reservas al «total» mundial.

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Fuente: BP, Statistical Review of World Energy

En el 1986, se añadieron reservas «convencionales» en Oriente Medio y, en 1998, las «no convencionales» de Canadá. Por tanto, aunque no tiene por qué haber ninguna relación causal, lo que nos dicen estos dos gráficos es que cuanto más bajo estaba el precio del petróleo, más reservas se añadieron y que, una vez se aceptó que éstas existían, el precio del petróleo empezó a subir. Si hubiere una relación entre ambas cosas, lo que diría es que, en el caso del petróleo, cuando se añade capacidad de oferta futura – pues el gráfico muestra reservas, no producción), el precio sube. De hecho, se pueden argumentar miles de cosas al respecto, pero ninguna de ellas quita el hecho de que las ventas al siguiente año pasaron a cobrarse a un precio superior al que tenían hasta ese momento.

Pensemos lo siguiente, los precios empezaron a escalar, después de que se mandara la señal que las reservas de las arenas bituminosas de Canadá se lanzarían al mercado. En este caso, podría ser lógico que el precio subiera, pues el coste de extraer y comercializar estas reservas es muchísimo más elevado que, pongamos, el de Iraq o el Mar del Norte, por tanto, son más caras. Sin embargo, lo que sube es el precio -en singular- del petróleo. Y, por tanto, el resultado es que después de ello, los antes ya estaban vendiendo petróleo (empresas estatales o privadas) de otros lugares «más baratos» vieron aumentar sus ingresos. Esto es lo que ocurre, cuando existe un único precio – o precios , de una forma u otra vinculados- para distintas cosas, con costes distintos, que se asimilan. Sean las distintas calidades de petróleo o las distintas formas de producir electricidad.

Esta interpretación tiene que ver con lo que David Ricardo (1772-1823) y John Stuart Mill (1806-1873) es sus respectivos Principios de Economía Política, nos explican sobre el significado de la renta mineraEl ejemplo que he escogido, lo ilustraría bien, pero como patrón explicativo de la evolución del precio del petróleo, puede ser verdad o no. De hecho, si vamos más allá en el tiempo, la relación ya no aparece tan clara, pues la tercera gran incorporación de reservas, la que se observa en el gráfico en el 2006-2007, se corresponde con el petróleo muy pesado de la Faja del Orinoco, en Venezuela. A partir de estos años, la relación ya no es tan lineal. Es más, en los dos últimos años, al aparecer en escena el fenómeno de petróleo y gas no convencional de Estados Unidos, los precios del petróleo parecen desdoblarse. Pero, sobre esto, ya hablaré otro día.

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¿Energía fósil?: sólo es una cuestión de poder

Estos días estoy leyendo a los economistas clásicos, excavando los fundamentos, a ver si consigo entender cómo hemos dejado que nuestro modelo energético se convirtiera en una dictadura tal.

Ayer, leyendo el prefacio de The Coal Question (1885) de William Stanley Jevons, di con una cita de John Tyndall (1820-1893) que «lo dice todo». Se trata de una carta que éste le escribió al primero y se refiere, como toda esta obra de Jevons, a la posición -al poder relativo- que ha alcanzado el Reino Unido, a mediados del Siglo XIX, gracias a la disponibilidad y uso del carbón. Tyndall dice, no veo porvenir a ningún sustituto, del carbón como energía motriz, que se pudiera encontrar. Se tienen, es cierto, vientos, ríos y olas; y se tienen rayos y el sol. Pero, éstos están al alcance a todo el mundo. No se puede ejercer ningún liderazgo frente a una nación que, además de estas fuentes de energía, posee la energía -the power- del carbón …. gozaremos de mucha de su energía física e intelectual, sin embargo seguiremos sin estar a la altura ante aquellos que poseen carbón en abundancia.

Leyendo esta cita, no hay duda que se nos está diciendo que el carbón fue el que dio ese plus de poder al Reino Unido, frente a otros países europeos. Frente a un hecho como este, hay dos actitudes posibles. Una, que es la que parece plantear Jevons -y otros de sus paisanos coetáneos-, que nos dice que por alguna razón, más divina que humana, la riqueza material del Reino Unido es el fruto de la Providencia; siendo «pecado» no emplearla correctamente -de forma moralmente correcta. Otra, es pensar, como yo lo hago, que hay una grado de elección en optar por desarrollar el uso de esta fuente de energía frente a las otras. La razón de ello: porque ésta da un poder que las otras no dan.

Hay un poder -el geo-político, mundial- que es fácil de entender, pues basta pensar que gracias a la potencia del carbón -y a la explotación de los trabajadores-, el Reino Unido -como después ocurrió con el petróleo en Estados Unidos- logró multiplicar la producción y la renta nacional hasta convertirse en la primera economía del mundo.

Más allá de ello, llama la atención que ello se justifique por la Providencia. Piénsese, por ejemplo, que en España la misma Providencia, nos ha otorgado una inaudita cantidad de horas de sol al día (de energía) que en vez de poder, nos ha traído turismo. Ya se ve por donde voy, ¿no? Lo dicen muchos con los que Jevons compartió disciplina. El francés Jean Baptiste Say (1767-1832) -por cierto, el precursor de la economía de la oferta- escribió, afortunadamente nadie ha podido nunca decir que el sol o el viento le pertenecen y que, por tanto, el servicio que me proporcionan ha de ser pagado. De hecho, esta frase es empleada por Thomas Malthus (1766-1834) en su definición de lo que es un monopolio natural: … es un regalo de la naturaleza al hombre, pero a diferencia del sol y del aire -esto no lo dice Malthus- es un regalo al que le podemos establecer derechos de propiedad. De ahí que podamos crear un monopolio. Si seguimos la lógica del discurso -aunque soy consciente que es caricatura del mismo-, acabaríamos diciendo que la Providencia a algunos les da un pedazo de tierra o una mina, mientras que a otros no. Es claro que sobre -o debajo- ese pedazo de tierra se pueden obtener rentas y/o beneficios, pues la categoría de propietarios da derecho a decir «esto es mío y si quieres lo que de ello se obtiene, tendrás que pagar por ello» o peor «…tendrás que trabajar en ello, para poder pagarlo».

Tiendo a pensar que en lo que acabo de decir subyacen algunas de las razones por las que el mundo de la energía se fosilizó, en vez de renovarse. Una historia distinta, que iré desgranando en sucesivas entradas, es cómo los economistas, desde entonces hasta ahora, hemos ayudado a dar carta de naturalidad a este modelo energético.