El declive del imperio petrolero occidental

Con un título tan pomposo, inicio la celebración del segundo aniversario de este blog. Sí, dos años ya. Años que vienen marcados por la celebérrima onomástica de la medusa y de servidora. De hecho, este blog fue un regalo recibido en la que fue la tradicional fabada en homenaje a nuestra común Santa, hasta que, después de unos 40 años de servicio al barrio, el Mesón del Jamón cerrara sus puertas.

¡Cuántas cosas están cambiado para todos nosotros! En fin, este tsunami capitalista que nos va barriendo a todos, podría estar amenazando también a las grandes compañías petroleras internacionales privadas transnacionales, conocidas en la jerga como International Oil Companies, cuyo acrónimo es IOC.

Llevo unos días buscando algo relativamente impactante y novedoso para celebrar este aniversario. Empecé esta búsqueda, leyendo un artículo académico, intelectualmente estimulante, de Gavin Bridge y Andrew Wood, titulado  Less is more: Spectres of scarcity and the politics of resource access in the upstream oil sector, que fue el que me dió la pista, pues en él, entre otras cosas, se afirma que las grandes, entre las grandes petroleras, estructuralmente, tienen problemas serios. Según estos autores, esta fragilidad se debe, y creo que tienen razón, a que su principal fuente de negocio es la extracción y venta de petróleo crudo. En el contexto actual, ello está amenazando su sostenibilidad a largo plazo, pues roto el mundo en el que las IOC y la OPEP eran las dos caras de la misma moneda; y roto el mundo en el que ellas eran las únicas compradoras del «mercado» internacional, parece que están teniendo problemas para asegurarse el acceso a «nuevas» reservas acordes con su modelo de negocio: petróleo de calidad, relativamente fácil de extraer, con un coste por debajo de los 15$ el barril.

Después de leer estas ideas, decidí buscar datos que muestren la cuestión. Pero, entre las cosas que también han cambiado en estos dos años, la Energy Information Administración estadounidense, después de tunear su página web, ha cancelado alguno de los servicios que ofrecía. Entre ellos, el que yo en algún momento de mi vida consulté más, los informes financieros de las grandes productoras de energía estadounidense. Así que, desgraciadamente, se acabaron las series homogéneas y gratuitas sobre las compañías petroleras. Los últimos datos, se corresponden con el informe de 2011, y se refieren a 2009. Soy una persona poco proclive a creer en confabulaciones y complots, pero la desaparición de tales estadísticas, en un momento en que ocurren cosas inexplicables en el sector energético estadounidense, es un pelín mosqueante. En fin, como la vida misma, tiraremos adelante con lo que tenemos…

Acabar en 2009 las estadísticas es fatal, pues este es un año poco significativo por ser el de mayor impacto de la crisis fuera de nuestra Europa meridional y por ser un año de bajos precios de petróleo: en términos reales se situaron en torno a unos 60$ del barril, entre un antes y un después, en torno a los 100$/br. Sea como fuere, los datos de conjunto que tenemos hasta ese año, muestran lo siguiente:

1) Las grandes empresas petroleras son muy rentables para sus accionistas, de hecho salvo en los años de grandes descensos del precio del crudo, recientemente 1998-99 y 2009, la rentabilidad de este tipo de empresas, al menos para los accionistas e inversores, es mucho mayor que la del resto de empresas productoras-manufactureras. De hecho, pasado el bache de 2009, los datos de Shell, ExxonMobil, Chevron, Total y British Petroleum (BP), muestran que los accionistas siguen cobrando buenos dividendos por acción.

2) En los primeros años del Siglo XXI estas empresas han tenido unos ingresos -y unos beneficios- excepcionales, que a la luz de los datos que nos ofrecen los informes anuales de las compañías citadas, parecen haberse recuperado y han vuelto a iniciar una tendencia creciente.

3) La principal fuente de estos ingresos es el segmento upstream (extracción y venta de petróleo o gas natural). Es asombroso ver, que en casi todas las grandes las ventas por este concepto representan en torno a un 85% del total, y que en algunos casos como el de Chevron, en los últimos tres años, ha sido de más del 90%.

Por tanto, y aunque parezca extraño, casi se podría decir que estas empresas son tan rentistas como las economías petroleras, pues su principal fuente de negocio son los ingresos que obtienen por la venta del producto del subsuelo, y mucho menos las ventas de bienes finales elaborados. De hecho, sin llegar a tener una relación tan exacta, como en el caso de las economías de los países exportadores de petróleo, los buenísimos años de estas empresas son los de altos precios del petróleo, mientras que los menos buenos, los de bajos precios.

Ante esta forma de negocio, que se basa en capturar el máximo posible de la renta del subsuelo, el dato preocupante, al que se refiere el artículo de Bridge y Wood, es la evolución de las reservas y la producción de estas compañías.

Fuente: EIA (2011)

Fuente: EIA (2011)

En este gráfico se observan, en primer lugar que, hasta 1998-99, estas compañías fueron perdiendo volumen de reservas. En segundo lugar, cuando éstas se empiezan a recuperar, el petróleo pierde peso dentro de ellas. Desde entonces, representan un 11% menos. Y, lo que es más grave, si a estas reservas le descontamos las arenas bituminosas de Canadá, el efecto todavía es más impactante. En total, hoy en día, las GPE, tienen más o menos el mismo volumen de reservas que antes, pero de peor calidad: las bituminosas de Canadá y el shale gas en Estados Unidos. Acorde con estos datos, los costes asociados a la extracción (en $2009/boe.) del petróleo y del gas, en los mismos años, casi se han triplicado.

Fuente, EIA (2011)

Fuente, EIA (2011)

En resumen, menos acceso al petróleo y más costoso. Sin entrar, ahora, en discusiones sobre si el petróleo se acaba, o no, lo que es evidente es que para unas empresas en las que, como media, entre el 85 y el 90% del negocio es su venta, se enfrentan a un problema muy serio, salvo que consigan seguir sacando el máximo de una, cada vez, menor cantidad: la renta minera de la que ya hemos hablado en otras ocasiones.

Por ello, a estas grandes compañías les interesa que el precio del petróleo -el gas es un poco distinto- se mantenga alto. A ello están ayudando los mercados financieros. De forma alarmante, mientras el futuro real -el negocio del petróleo físico- de estas compañías parece nublarse, el de sus operaciones a futuros, va viento en popa. En el NYMEX, una de las plazas en las que se negocian contratos para entregas futuras de petróleo o títulos derivados, se ha pasado de unas 400 operaciones al día a principios de Siglo a casi 2000, en la actualidad. Y, lo que es peor, se ha acelerado la relación entre ganancias en el NYMEX e inversiones en otros activos financieros. Por tanto, cada vez hay más agentes que tienen un título vinculado -aunque sea remotamente- con el hecho de que en algún momento podrán comprar o vender tantos barriles de petróleo a tal precio ¿Les suena, no? En algún momento de la historia, alguien -o algún fondo de inversión- preguntará si puede hacer efectivo su título. Y, entonces, ¿qué pasará? Tal vez no habrá reservas para todos, serán de mucha peor calidad de lo esperado -reservas subprime– o ese día el petróleo real se venderá a un precio muy distinto del pactado.

Mientras, nadie diga nada, nada pasará. Pero, sin alarmar, la cosa pinta mal, pues las empresas más poderosas del mundo, las que en buena mediada han marcado la geopolítica y las relaciones internacionales del Siglo XX, se están quedando rezagadas. Aunque, siguen ahí, agazapadas, escondidas detrás de la forma menos evolucionada y primitiva de su negocio -exprimir al máximo la renta minera-, ayudadas por los ilusos que van a la búsqueda del nuevo Eldorado petrolero y los mercados financieros.

Ante ello, ya no sé lo que quiero. Si se destapa la historia, cuando vean que no se pueden realizar los beneficios que prometieron, nos exprimirán un poco más, para extraernos, la rentabilidad que prometieron y que el petróleo ya no les puede dar. Y, si no se destapa, pues ustedes mismos….

Petropolis 2

Y pensar que de pequeña no callé hasta que me regalaron el petropolis, la versión petrolera del monopoly. No me acuerdo, pero puede que mis «pobres» padres, resignados, me lo regalaran en ocasión, también, de uno de mis santos. Ironías de la vida….

Ciudadan@ energétic@ universal

Llevo varios días leyendo sobre las discusiones previas a la creación de la red eléctrica en el Reino Unido. Esta lectura me ha vuelto a suscitar un problema que mentalmente no tengo resuelto, aunque creo que en un momento como el actual, en el que por diversas razones la estructura de la organización política del Estado-nación vigesimonónico está en crisis; y en un momento en que son crecientes las voces -entre ellas la mía- contra el actual un modelo energético, hay un debate político que no se puede postergar. Este es, ¿cómo será el futuro espacio político asociado a un nuevo modelo energético renovable y descentralizado?

Expresaré mi duda de otra manera. Estoy a favor del autoconsumo energético; más que a favor de la re-municipalización de las formas de generar y emplear energía final, y, a favor, de cualquier forma «energética» descentralizada y horizontal. Lo he expresado en casi todas las entradas de este blog. Estoy a favor por dos razones: porque favorecen estructuras de organización política más democráticas y porque van en contra del poder de los monopolios privados energéticos. Sin embargo, siento miedo cuando pienso que, tal vez, apoyando este tipo de transición energética, esté apoyando la medievalización -la segmentación- de los espacios políticos ¿Cómo aseguramos que si «mi» ciudad, pueblo, zona, barrio, región… tiene energía suficiente, la del lado también la va a tener? Y, ¿cómo aseguramos que mi vecina va a tener un suministro equivalente al mío?

En nuestro pasado, relativamente próximo, esto último se aseguró creando una red pública nacional, que financiamos de común acuerdo por dos vías unas tarifas energéticas «políticas» e impuestos. Esta red se podía limitar a interconectar las diferentes «regiones energéticas», creando una red bidireccional distribuida, como parece ser fue el caso del Reino Unido, al menos hasta después de la Segunda Guerra Mundial; o crear ex-novo una red unidireccional centralizada (en diversos grados), como fue el caso de los estados de los Estados Unidos de América, el de algunos países de Europa continental, y, claramente, el de la URSS. Pero, detrás de cada una de estas creaciones había un proyecto político de construcción de un espacio común. Proyecto que, hasta recientemente, había tenido como uno de sus pilares la «universalización» del acceso a la energía necesaria para que tod@s los ciudadan@s pudieran desarrollar con toda normalidad sus actividades cotidianas.

Es cierto que en un modelo de energía fósil, las distancias entre los lugares en los que se encuentra el carbón o el petróleo y en los que se emplea finalmente son mucho mayores que en un modelo en el que la energía del sol, el aire o el agua se usa localmente. Lo que podría llevar a alguien a argumentar que en el primer caso, en el de la energía fósil, sí que era necesario un espacio político (un espacio supranacional, un espacio nacional o un gobierno local) que asegurara el suministro universal, mientras que en el segundo, ello no es tan evidente. Puede ser cierto, pero ello no quita que nos tendremos que poner de acuerdo sobre cuáles serán los usos públicos de la energía y sobre cómo vamos a asegurarlos, financiarlos y gestionarlos. Esto puede parecer banal, pero remite a pensar que detrás de cualquier forma de generar y utilizar energía -detrás de cualquier modelo energético- tiene que haber una idea de lo consideramos espacio público y de cómo nos querríamos organizar políticamente en él.

En otras palabras:

1) cuando ya tengamos asegurado el suministro energético en «nuestra casa», ¿cuál será nuestro espació público energético?: ¿el suministro energético de nuestra calle, de nuestro barrio, de nuestra ciudad, de nuestra área metropolitana, de nuestra provincia, de nuestra….?

2) ¿cómo nos organizaremos -políticamente- en ese espacio para asegurar físicamente y económicamente el suministro en todo ese espacio público?

3) ¿aceptaremos o dirimiremos las diferencias con aquellos que quedan fuera de nuestro espacio público energético?

Mi pobre imaginación me da pocas respuestas a ello, pues sigo pensando que la única solución es la creación de una red pública. Mi preferencia va hacia una red distribuida y bi-direccional (que podamos dar y nos puedan dar electricidad en función de las necesidades); y, mi preferencia, va también hacia la construcción de una red lo más amplia posible (pues, por ejemplo, a mi me sublevó que ciudadanos del mismo espacio político que yo, sólo que viviendo un poco más al este, se quedaran sin suministro hace unos años y «nosotros» ni nos inmutáramos). Para mi, el problema, según mi forma de ver el mundo, es que para lograr esto nos hace falta algún tipo de nuevo contrato social. En este momento de la historia, podemos empezar con poco, pero podríamos valorar la posibilidad la existencia del ciudadano energético universal -el que acordamos que tendrá como derecho fundamental el acceso a la energía y como deber básico financiar, en la medida de sus posibilidades, el espacio energético público común. No es fácil imaginarlo ¿verdad?, pues de alguna manera debería existir un sentimiento de fraternidad, que hasta ahora lo hemos vinculado a la pertenencia a un colectivo, en muchos casos nacional. Sin embargo, lo cierto es que en nuestra historia ya recorrimos medio camino, pues aceptamos ser ciudadanos energéticos por formar parte de un espacio político. En este caso, definido por nuestras fronteras. Ahora, sin tener ya clara la vigencia del Estado nación, al menos como lo conocimos, es más difícil de articular, pero tal vez, sólo se trate de pensar que vamos a hacer lo mismo, que ya hicimos, no por el que tiene el mismo pasaporte que nosotros, sino por cualquiera, esté donde esté. Suena un poco ingenuo, lo sé, pero intuitivamente sé que esta es la vía. Decir más, ahora, sería caer en el buenismo de más baja estofa. Pero, soñar es gratis, así que si se lograra algo así, se sentarían las bases para nuevas formas de organización política descentralizadas ancladas en estructuras solidarias comunes. No sé si algo así, será posible, pero fuere lo que fuere, no hay que el olvidar que el gran reto de la transición energética es la transición política que conlleva.

Barruntando sobre los precios del petróleo

A veces las preguntas más básicas, llevan a laberintos inimaginables. Hay dos preguntas que llevan días martilleándome la cabeza. Algo que para mi, había sido evidente, en el contexto actual, me «patina».  Se han preguntado ¿por qué pagamos un único precio por el kwh que empleamos en casa o hablamos en singular sobre el precio del petróleo? Lo que aquí quiero decir, ahora sin entrar en ninguna valoración sobre el tema, es que si no se da una razón adicional -por ejemplo un proyecto político de espacio energético público y único: nacional, regional o local- es difícil justificar, desde el ámbito privado, por qué ha de costar lo mismo una electricidad que se genera en una nuclear que una que se genera con los rayos de sol; como también es difícil justificar que paguemos igual la gasolina si el petróleo viene de Arabia Saudí o del Mar del Norte, por decir algo.

En la teoría, un precio único para un bien, si es precio, debería significar que existe un mercado unificado. De hecho, sea o no fuere verdad, se habla del mercado eléctrico español o del mercado del petróleo. Tengo muchísimas razones para afirmar que tales mercados no existen; pero esto, ahora y aquí, da igual, porque lo relevante es que sin existir tal mercado y sin justificarse tales precios por sus costes, muchos analistas siguen empleando el precio como indicador de escasez o abundancia ¿Cuántas veces hemos oído decir que el precio del petróleo sube porqué no hay suficiente oferta -cantidad de petróleo que va al supuesto mercado- para cubrir la demanda? Infinitas. Por no decir las veces que hemos escuchado que el precio del petróleo sube, por que éste se acaba. Es evidente que, en el largo plazo, cuando un recurso es finito, cada vez será más difícil conseguirlo y, por ello, el precio tenderá a subir. Por ello, esto tampoco requiere mayor comentario. Sin embargo, lo que sí requiere comentario es qué ocurre en este lapso de tiempo, hasta que lleguemos allí, y si el precio del petróleo puede indicarnos alguna cosa.

Cada vez que el precio sube, escuchamos la misma cantinela: o alguien ha reducido la oferta o estamos al límite de nuestra capacidad. Pues bien, hoy me he dedicado a mirar la evolución de los precios y de las reservas mundiales, sobre todo desde la década de los 1980s, pues antes los precios internacionales del petróleo estaban fijados –posted– por las grandes empresas del sector y, en un breve lapso de tiempo, por la OPEP. Al mirarlos, he visto algunas cosas curiosas. Se las muestro.

El primer gráfico ofrece una evolución de una selección de precios internacionales del petróleo hasta 2004. Me he fijado, para variar, en los momentos en los que bajan los precios.

prices_before_2004

Fuente: BP, Statistical Review of World Energy

Claramente, se ven dos años que marcan grandes caídas -siguiendo una tendencia- el 1986 y el 1998. Años que, mirando otro gráfico, el de la evolución de las reservas, observo que son los años en los que se añade un volumen significativo de reservas al «total» mundial.

World_reserves

Fuente: BP, Statistical Review of World Energy

En el 1986, se añadieron reservas «convencionales» en Oriente Medio y, en 1998, las «no convencionales» de Canadá. Por tanto, aunque no tiene por qué haber ninguna relación causal, lo que nos dicen estos dos gráficos es que cuanto más bajo estaba el precio del petróleo, más reservas se añadieron y que, una vez se aceptó que éstas existían, el precio del petróleo empezó a subir. Si hubiere una relación entre ambas cosas, lo que diría es que, en el caso del petróleo, cuando se añade capacidad de oferta futura – pues el gráfico muestra reservas, no producción), el precio sube. De hecho, se pueden argumentar miles de cosas al respecto, pero ninguna de ellas quita el hecho de que las ventas al siguiente año pasaron a cobrarse a un precio superior al que tenían hasta ese momento.

Pensemos lo siguiente, los precios empezaron a escalar, después de que se mandara la señal que las reservas de las arenas bituminosas de Canadá se lanzarían al mercado. En este caso, podría ser lógico que el precio subiera, pues el coste de extraer y comercializar estas reservas es muchísimo más elevado que, pongamos, el de Iraq o el Mar del Norte, por tanto, son más caras. Sin embargo, lo que sube es el precio -en singular- del petróleo. Y, por tanto, el resultado es que después de ello, los antes ya estaban vendiendo petróleo (empresas estatales o privadas) de otros lugares «más baratos» vieron aumentar sus ingresos. Esto es lo que ocurre, cuando existe un único precio – o precios , de una forma u otra vinculados- para distintas cosas, con costes distintos, que se asimilan. Sean las distintas calidades de petróleo o las distintas formas de producir electricidad.

Esta interpretación tiene que ver con lo que David Ricardo (1772-1823) y John Stuart Mill (1806-1873) es sus respectivos Principios de Economía Política, nos explican sobre el significado de la renta mineraEl ejemplo que he escogido, lo ilustraría bien, pero como patrón explicativo de la evolución del precio del petróleo, puede ser verdad o no. De hecho, si vamos más allá en el tiempo, la relación ya no aparece tan clara, pues la tercera gran incorporación de reservas, la que se observa en el gráfico en el 2006-2007, se corresponde con el petróleo muy pesado de la Faja del Orinoco, en Venezuela. A partir de estos años, la relación ya no es tan lineal. Es más, en los dos últimos años, al aparecer en escena el fenómeno de petróleo y gas no convencional de Estados Unidos, los precios del petróleo parecen desdoblarse. Pero, sobre esto, ya hablaré otro día.

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Las insondables vías de la pobreza energética

Hace unos días, The Guardian destapó y denunció la esclavitud en la que viven los trabajadores nepalíes que están construyendo las instalaciones para el mundial de fútbol de 2022. En la misma línea va la Organización Internacional del Trabajo. El mundo va a peor. Lo sé, como sé que en determinadas partes del mundo –especialmente desde la Edad moderna- las cosas nunca fueron bien. Dicho esto, me parece indignante el hecho que relata The Guardian: una media de un muerto al día y unas condiciones de trabajo que más bien parecen las de la construcción de las pirámides del antiguo Egipto, que las del símbolo de la modernidad y el ocio del Siglo XXI. Les dejo que lean estas noticias, para que se hagan una idea de lo que en ellas se trata. Aquí, como siempre, nos referiremos a aquello relacionado con nuestro modelo energético.

Me llama la atención como en Occidente, al menos en algunos países europeos, hemos tratado acríticamente a Qatar. Nos parecía muy cool, frente al anacrónico, conservador y reaccionario Reino saudí. Tengo mis dudas sobre el fondo de estas diferencias, ya lo expresé en una entrada anterior, pues las formas de gobierno y la estructura del poder qatarí se asemeja mucho a la saudí. Para ser sincera, creo que los distintos somos nosotros, no ellos. En tiempos, ¿qué esperábamos de una economía como la saudí? Básicamente que nos proporcionara una fuente de energía primaria barata, para poder desarrollar nuestro modo de producción y consumo -el fordista y el del consumo de masas-; que nos compraran los bienes que “nosotros” producíamos y que dieran liquidez al sistema financiero internacional, el “nuestro”, cuando nos conviniera. Hoy, ¿qué les pedimos a los qataríes?. Una vez nos hemos cargado nuestro modo de producción y de consumo, ya no tenemos las mismas necesidades energéticas ni tenemos bienes qué vender; sólo quedan algunos grupos que codician su dinero. Así que, entre todo aquello que podemos ofrecer queda el patrimonio y los símbolos de nuestra cultura y forma de ser: el Louvre, Georgetown…. y, claro está, nuestro más preciado instrumento de cohesión social a nivel local, regional o nacional: el fútbol.

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A pesar de ser de Barcelona, no soy muy futbolera, pero en mi ciudad es casi imposible no tener algún tipo de relación emocional con este club. Desde que vi que el Barça dejaba de patrocinar UNICEF, para ser patrocinado por la Qatar Foundation, me siento intranquila. No me gusta; no, no me gusta nada.

Hasta hoy, les hubiera dado noñas razones razones para mi desagrado, pero, con la evidencia en mano de la esclavitud en Qatar, ya no tengo ninguna duda. Este perverso mix entre petróleo y fútbol es una inmoralidad. Me explico, empezando con el hecho de que los nacionales qataríes (el 10% de su población) son inmensamente ricos, gracias a que unos trabajadores inmigrantes, que trabajan en pésimas condiciones, extraen el gas de su territorio.

Seguimos diciendo que este ínfimo porcentaje de la población mundial recibe unas extraordinarias rentas, por que quién compra sus hidrocarburos son los conglomerados energéticos transnacionales que, por ejemplo en España, venden a precio de oro el gas y la electricidad que con él se genera. Ello, como los y las seguidoras de esta blog ya saben, genera pobreza energética en los mal llamados países consumidores, pues una proporción creciente de la población no puede pagar las facturas. Es más, es el gas de Qatar – y el de otras partes del mundo- el que debería llegar, si seguimos con el caso de España, a las centrales de ciclo combinado de las empresas de UNESA que son las causantes del déficit de tarifa, lo supone una gran transferencia de renta desde la buena parte de la población al oligopolio eléctrico español.

Así que ya llevamos tres vías hacia pobreza: la explotación de los trabajadores en los yacimientos, la miseria de los que no pueden pagar las facturas, y el expolio de renta que han supuesto las centrales de ciclo combinado o el equivalente ¿Sigo adelante? 

El dinero que llega a Qatar es excesivo para una escasa población que ya no sabe en qué gastárselo, así que se empaqueta bajo forma de fondos soberanos lo que alimenta la financiarización de la economía que, como desgraciadamente bien sabemos, ha catalizado la desproductivización y al destrucción de millones de puestos de trabajo en el mundo. En el otro extremo, el dinero que no llega a Qatar alimenta el otro extremo de la cadena energética, a los accionistas de las grandes empresas energéticas -al, menos de las occidentales. No hace falta decir quiénes son estos accionistas, pues son los mismos que nos están empobreciendo.

Fuente: TNI

Fuente: TNI

Llegados es este punto, parece claro que los cools qataries son el otro extremo de la cadena -energética- de los otrora yuppies occidentales. Los que desde que Margaret Tatcher, a inicios de los 1980s, dio el pistoletazo de salida no han hecho más que pavimentar nuestro camino hacia la penuria. La última parada en este trayecto es la mascarada del lujo qatarí. Lujo que se fundamenta sobre todas la facetas de una pobreza generada por una forma de producir energía que favorece la explotación en los yacimientos; la exclusión de los usuarios finales; el poder extremo de sus empresas y la financiarización -en todas sus facetas- de la energía.

Lo que ya va más allá de lo imaginable es que quienes gracias a este modelo energético han amasado cantidades indecentes de dinero, no sepan qué es la grandeza de los ganadores: ¿cómo se puede tener el PNB per cápita más alto del mundo y no pagar el salario justo? y ¿cómo pude ser que la FIFA lo tolere? Lo peor, de lo peor, es que cuando llegue 2022, nosotros los empobrecidos, jalearemos hasta la extenuación lo que en Qatar ocurra, como ya lo hacemos con el Barça.

Puede ser una idea muy peregrina, pero propongo que la próxima vez que se vaya al «campo» nos empecemos a quejar; alto y claro, para que se sepa que somos «pobres, pero honrados» y que no queremos ser los cómplices de un modelo energético elitista que conduce a la miseria y a la esclavitud. Si no nos atrevemos a hacerlo frente a «nuestros» ídolos, pensemos, al menos, que otro modelo energético es posible.

Pistas desde la economía para valorar la transición energética

Todas mis entradas están pensadas para activar el debate energético, aunque reconozco que algunas son más o menos personales. Ésta de hoy, casi podría decir que es una demanda de debate, surgida a raíz de mi contacto con el CMES. Un colectivo de ingenieros e ingenieras que está trabajando muy activamente para mostrar que la transición energética hacia un modelo descentralizado de energía renovable es posible, y que, además, será extremadamente beneficioso. Desde que los conozco, que no hace mucho, me han llenado la cabeza de cadenas eléctricas y yo, desde mi más osado, que profundo, conocimiento, me he propuesto a buscarles argumentos económicos que apoyen su iniciativa.

Dándole vueltas al asunto, he decidido escribir esta entrada con algunas ideas. todavía deslavazadas, para ver si alguien «pica» y me ayuda en este propósito.

Desgraciadamente el pensamiento económico no se encuentra en sus mejores momentos, así que la cuestión no es fácil. Ayer escribí, sin pensar, una frase en la que afirmaba que el argumento económico de una determinada opción energética debía ser «tal». Después, enseguida me dí cuenta, que había muchos argumentos económicos posibles y que, aunque en mi mente, todos estuvieran interrelacionados, pues en la realidad están todos entrelazados, tenía la obligación de intentar, aunque sólo fuera con fines pedagógicos, separar los niveles de análisis. Así que voy a presentar un primer esbozo de ello.

El primer aspecto, al menos tal como yo lo veo, es tener claro que no todos los economistas entenderán las cuestiones energéticas -y casi nada- del mismo modo. En economía hay una gran distancia -con muchos matices- entre aquellos que entienden que la economía es apersonal -los que hablan de Economia, como traducción de Economics– y los que creen que la economía son las relaciones económicas que se dan en un momento determinado en una sociedad determinada; los que hablan de Economía política (la economía que se da en la polis).

Más allá de ello, analíticamente, los economistas podemos emplear cuatro niveles de análisis: el micro, el meso, el macroeconómico y el sistémico. De las dos formas de ver la economía, la primera escuela se centrará fundamentalmente en el análisis microeconómico -el del individuo- y conciben el resto como agregación de las unidades micro, sin entrar en lo que implican las relaciones a nivel mesoeconómico o sistémico; los segundos centran su análisis en el sistema -en la sociedad-, para interpretar las relaciones económicas que se dan en los tres niveles «inferiores».

Así, si trasladamos ambas visiones del mundo económico a la energía, tendremos el primer tipo de economistas que entenderá que la energía -al igual que la economía- es el resultado de la agregación de elecciones individuales de empresas (oferentes) o consumidores (demandantes). Mientras que, los de la segunda categoría, entenderán la energía como el resultado de unas relaciones -sociales y, por tanto, de poder- energéticas conformes al sistema vigente.

Para los que han ido leyendo mi blog, estará claro que yo pertenezco a la segunda escuela de pensamiento y, por ello, mi visión de la energía es más sistémica que microeconómica. A pesar de ello, considero que si el objetivo es valorar modelos energéticos posibles, en un caso como el de la energía que atraviesa todos los aspectos de nuestra vida, puede ser positivo buscar que hay de «utilizable» en cada uno de los cuatro niveles citados.

1) En el ámbito microeconómico que, cuando hablamos de energía, se centra mucho en el análisis de costes y beneficios (cuanto cuesta la energía solar en relación a la fósil, por ejemplo), entiendo, como argumentabaHermann Scheer que este debate, al menos tal como se hace, es estéril, pues se están comparando cosas incomparables. Comparamos como si fuera igual, producir electricidad con petróleo que viene del otro lado del mundo con infraestructuras desarrolladas en los últimos 150 años y una industria madura y consolidad, que producir directamente la electricidad en casa, con una placa de tecnología reciente y desarrollada por un sector naciente.

En cambio, sí que creo que un debate de costes cualitativo es útil. Tal vez no podamos saber cuánto más costosa es la electricidad generada a partir de petróleo que la generada a partir del sol, pero sí que sabemos que para producir electricidad a partir de petróleo se han de dar muchos más pasos (extraer petróleo, transportarlo desde el otro lado del mundo, refinarlo y convertirlo en combustible, quemarlo, convertirlo en energía mecánica y, luego en eléctrica) que si en una placa fotovoltaica la luz del sol se convierte directamente en energía eléctrica; como sabemos también que el petróleo se paga y el sol no.

Así, el análisis de costes cualitativo nos enseñaría qué partidas de coste nos podríamos ahorrar y cuáles añadir (por ejemplo los residuos) si se optara por un tipo u otro de energía.

2) El nivel mesoeconómico, en el caso de la energía nos indicaría cómo se organiza la producción y el uso final de energía y, por tanto, cuál será la cadena -de valor- energética y la estructura de la industria. Para un no economista, esto puede ser más difícil de entender, pero lo ilustraré con un ejemplo. En el momento que se opta por una fuente energética fósil, alejada del lugar de uso final; estamos optando por una industria energética monopolista -pues las barreras de entrada y la tecnología son elevadas- y transaccional; y estamos optando por producir, transportar y comercializar la energía internacionalmente, de forma centralizada. Es decir, damos un poder -económico y, por tanto, político- a los grandes conglomerados energéticos mundiales; otorgándoles el poder de decidir para quién producen y en qué condiciones.

Por el contrario si se opta por producir a partir de fuentes renovables, cercanas a los usuarios finales; el tamaño y el poder de la industria energética frente a los que la acaban empleando cada día, será menor o mucho más equitativo.

Económicamente -aunque no sólo- lo primero tiende a crear sociedades más desiguales y lo segundo sociedades más equitativas. Por tanto, considero que éste, el grado de monopolio que determinadas formas de producir y emplear la energía acarrean, es también un factor económico a tener en cuenta al valorar la política energética que se quiera implementar. Además, en este ámbito, también resulta relevante considerar si se desacoplan los lugares de gasto de los de inversión, o no.

3) En el ámbito macroeconómico, una buena forma de valorar las cuestiones energéticas es por los efectos que una determinada política energética, como política sectorial que incide transversalmente en todos los objetivos «deseables» de la política económica de un país, pudiera tener. Una vez más, pongo algún ejemplo. Es decir, cómo afecta el «modelo» del petróleo a la inflación, a la creación de empleo, al equilibrio externo, etc… y cómo incidiría otra forma u otro modelo energético en las mismas variables. Tal vez no se puedan obtener las cifras exactas, pero no cuesta mucho establecer algunas cuestiones -casi- evidentes. Por ejemplo, potencialmente la inflación empeorará con un modelo basado en el petróleo, pues los precios del crudo son muy volátiles y la industria tiende al monopolio; mientras que un modelo basado en fuentes renovables locales tenderá a mejorar la balanza comercial, ya que dejaremos de pagar la factura energética exterior. Comparaciones similares se pueden hacer para los niveles de empleo, la distribución de la renta o el crecimiento. De hecho, si se quiere tener una fugaz visión de ello, puede leerse la última parte de este artículo que yo misma escribí hace unos años.

4) Por último, es en el nivel sistémico donde el análisis se complica, pues de lo que se trataría de ver es si el modelo energético vigente se acomoda -si sólo miramos el ámbito estrictamente económico- a las necesidades del sistema de producción vigente. Por tanto, esta forma de ver el modelo energético nos permite analizar las crisis y los procesos de transición energética, ya que, desde este punto de vista, modelo energético entra en crisis cuando deja de adaptarse a dicho modelo de producción.

Desde mi forma de ver el mundo, es importante tener en cuenta este último punto, pues su corolario es que históricamente las crisis energéticas no se producen por una razón cuantitativa -el fin o el encarecimiento de una fuente-, sino por una causa cualitativa: la no adaptación entre el modelo energético vigente y el modelo productivo, y en general social, vigente.

Desde este punto de vista, dejo en el aire una última reflexión sobre el modelo del petróleo: llevamos casi 40 años hablando de la crisis del mismo; primero porque experimentamos un shock -cuantitivo- de oferta y después porqué pensamos que al quedarnos sin él -su cantidad- el precio aumentará hasta límites insostenibles. Sin embargo, lo cierto es que, mal que nos pese, el mundo del petróleo sigue aquí. A veces parece muy difícil decir el por qué, pero yo intuyo que simplemente se trata de que a nivel mesoeconómico genera unas estructuras de poder energético que se adaptan perfectamente con la tendencia a la concentración de la propiedad capitalista y que, desde un punto de su adaptación al sistema, en un primer momento su gran, maleable y barato flujo de energía se adaptó a la perfección al modelo de producción fordista y de consumo de masas en Occidente; mientras que ahora, la gran cantidad de excedente financiero que genera es ideal para lubricar los mercados de capital internacionales y financiarizar la economía la economía global con la ayuda de los fondos soberanos.

Celebrando un año de nuevas cartografías de la energía

Esta semana, en mi más estricta intimidad, he celebrado el primer aniversario de Nuevas cartografías de la energía. El 14 de diciembre de 2011, el blog se estrenó con una entrada sobre la fallida Cumbre de Durban. El azar ha querido que, un año después, en esta semana se celebrara, casi sin pena ni gloria, la también fallida Cumbre de Doha. En esa primera entrada ya expresé mi opinión sobre estas cumbres. A lo largo de este año, ésta no se ha modificado ni un ápice: las cumbres energéticas-ambientales eran, y son, la perfecta coartada para el inmovilismo de todos, bajo la excusa de que no se alcanzan acuerdos globales.

Mientras nos movíamos de cumbre fallida a cumbre fallida, ¿qué he ido aprendiendo, entrada tras entrada? Creo que no me equivoqué en querer hablar sobre las relaciones de poder en las relaciones energéticas, pues espero, entrada a entrada también, haber aportado argumentos a favor de la idea de que lo que nos impide cambiar de modelo energético no son ni las fuentes, ni la tecnología, ni los costes; son determinados grupos de poder que entorpecen y paralizan cualquier propuesta que les pueda menguar su posición de privilegio en el sistema.

Sin embargo, lo que no pensé hace un año es que para justificar mis opiniones, en vez de hablar de macro-proyectos centralizados de producción y comercialización de energía renovable, como los de Desertec o Roadmap 2050, que ocuparon mis primeras entradas; acabaría hablando cada vez más de tres cuestiones que, admito estaban fuera de mi imaginación cuando Nuevas cartografías…inició su singladura. Estas tres cuestiones son el poder de los monopolios eléctricos en España; el creciente peso del carbón en las relaciones energéticas internacionales y el giro que, en éstas, está suponiendo la insensatez de la explotación de los petróleos y gases no convencionales, en cualquier país en el que los hubiere, con el fin de lograr una supuesta autonomía energética.

La última muestra de esta insensatez me ha llegado hace un rato, bajo la forma de una petición de Avaaz para que en España se prohíba la extracción de gas mediante fractura hidráulica (fracking en su término en inglés).

No quiero, en una entrada de aniversario, transmitirles mi pesimismo sobre los cambios que estamos experimentando en el modelo energético, pero cada vez me temo más que lo único que estamos haciendo es adaptar al capitalismo del Siglo XXI el modelo energético de finales del Siglo XIX y de inicios del XX. Por ello, tiendo a pensar que en el segundo año de Nuevas cartografías de la energía, de una manera u otra, la minería del carbón, los «nuevos» petroleros no convencionales y la re-nacionalización de las políticas energéticas de los países consumidores serán, todavía más, protagonistas de las futuras entradas.

Sin embrago, ahora, en el presente, me gustaría hacer un pequeño balance de los 12 meses de actividad blogera. En total, han sido 42 entradas, lo que, si hiciéramos una media, equivaldría a 3,5 entradas por mes. Mis lectores saben que no he tenido esta regularidad, ya que a veces he publicado varias entradas en pocos días, y otras, como ahora, llevo un mes sin escribir nada nuevo. Intentaré mejorar mi regularidad.

Por lo que se refiere a los comentarios, he tenido 69. Me hubiera gustado tener algunos más, pero estoy bastante esperanzada, pues en los dos últimos meses, he tenido comentaristas, que han inyectado savia nueva al blog. Veremos cómo va, pero ya, a día de hoy, agradezco a todos aquellos y aquellas que han participado en la aventura de Nuevas cartografías…¡Ojalá se consolide la tendencia del último mes! y este blog se convierta en un foro de debate sobre cómo lograr un modelo energético más justo.

En este balance, lo mas curioso es la distancia entre las entradas más populares entre mis lectores y lectoras y las que a mi me gustan más. Ello me lleva a replantearme, aunque no he adoptado ninguna decisión al respecto, la función de este blog, pero, lo más probable es que siga con la más tónica de ahora: la de buscar un equilibrio entre la actualidad energética y las reflexiones más morales-conceptuales, pues las entradas de más éxito han sido del primer tipo, mientras que a las que, yo, a las que más cariño les tengo, son del segundo tipo.

Por si alguien siente curiosidad, las entradas más populares han sido aquellas vinculadas a la serie de Intentando entender la factura eléctrica, aunque la que tuvo más entradas en un día, con un récord absoluto y nunca más alcanzado -256 entradas en un día-, fue la de Repsol perdió una ficha en el casino global. En cambio, si tuviera que escoger, mis cinco entradas predilectas, por orden de publicación, son la de Propiedad privada, mercado y dogma; la de El final B de ¡qué bello es vivir!; la de Negro futuro; la de Democracia y energía y la de la Lección de la tragedia de Fukushima. No creo que sea, porque son las mejores, sino porque reflejan mucho mejor mis «neuras».

Bueno, no quiero aburrirles, pero si agradecerles profundamente haber sido lectores, lectoras o comentaristas, esporádicos o fieles, del este blog. Se lo agradezco porque gracias a mi empeño de transmitir ideas u opiniones a internautas diversos, egoistamente, he pensado y he aprendido más de política y relaciones energéticas en un año que en toda mi vida anterior ¡Gracias y espero encontrarles aquí cuando Nuevas cartografías de la energía celebre el segundo aniversario!

¡Nos ha tocado el gordo!

En plenas vacaciones navideñas, mientras padecemos recorte tras recorte, mientras el paro alcanza cifras astronómicas, y mientras se asume que, en cuestiones de política económica, haremos aquello que los «mercados» nos dejen hacer, el flamante gobierno español anuncia que una de sus primeras medidas será, después de que esta decisión quedara en un cajón durante los últimos años, la construcción de un cementerio nuclear (Almacén Temporal Centralizado, ATC) en Villar de Cañas y la revocación del cierre de la central de Garoña hasta el 2019.

Esta decisión sorprende por varias razones:

1) La sorpresa inmediata se debe, aunque la comparación pueda ser muy simple, a su elevado coste. La organización Greenpeace establece una cifra de unos 2.000 millones de euros. Es decir, mucho más que cualquiera de los recortes que el mismo gobierno acaba de anunciar para cada uno los ministerios españoles. Aunque no sea lo mismo el gasto corriente que la inversión pública, el ATC es muy caro y es difícil entender cómo es que sí nos «podemos permitir» estos 2.000 millones.

2) La segunda sorpresa se debe a que parece una medida precipitada, parcial (no se ha presentado todavía ningún plan estratégico de lo que será la política energética en España) y que se adopta sin ser coyunturalmente necesaria. De hecho, hay un exceso estructural de potencia eléctrica instalada en España

3) La tercera sorpresa es porqué se adopta en España, un país con una tradición anti-nuclear arraigada que, a pesar de sus vaivenes históricos, se ha reforzado después de la tragedia de Fukushima del año pasado.

Es resumen, el gobierno ha adoptado una medida cara, precipitada e impopular; salvo, claro está, para los integrantes del lobby nuclear en España, agrupado en torno al Foro Nuclear, y los habitantes de Villar de Cañas, que declararon que les había tocado la lotería para seis décadas. Ante ello, se me ocurren tres alternativas mejores:

1) No hacer nada. Dejar las cosas como están a la espera de definir qué modelo energético queremos.

2) Gastarlo en reactivar la demanda. Si nos podemos gastar 2.000 millones, no veo porqué no podemos repartirlos para que los recortes sean menores o para paliar los efectos del desempleo.

3) Gastarlo en un modelo energético de futuro. Si queremos invertir 2.000 en la política energética del mañana. Hagámoslo en lo que de verdad dará futuro a nuestro país o, si se prefiere, a Villar de Cañas. Invirtámoslo en producción eléctrica descentralizada. Frente al «viejo» nuclear, construyamos un «nuevo» modelo descentralizado y basado en fuentes renovables.

Más allá del innegable riesgo de contaminación nuclear, se me ocurren varias razones para ello:

  • Nos ahorraremos el coste de las importaciones del uranio y de la tecnología nuclear
  • Nos ahorraremos los costes de la energía primaria, pues ni el sol, ni el aire ni el agua se pagan
  • Nos ahorraremos los costes de las infraestructuras de transporte internacional y de almacenamiento de residuos, pues cuanto más cerca esté la producción del consumo, menor es este coste
  • Crearemos nuevas actividades económicas, derivadas de los nuevas formas de producción de energía, en el conjunto del territorio nacional, frente a una forma de producción de energía centralizada a cuya tecnología sólo tienen acceso aquellos países autorizados para ello.
  • Incentivaremos la innovación tecnológica y la incitativa de pequeños y medios emprendedores, frente a una quimera tecnológica que requiere miles de miles de millones invertidos de forma centralizada a través de las agencias nucleares

Por último, al acercar la producción de energía al consumidor, dejaremos de considerar -en los países consumidores– la cuestión energética como algo ajeno a los ciudadanos y ciudadanas y que responde a unos designios, a los que nos tenemos que doblegar, pero que están fuera de nuestro control. Llama la atención que aquellos vinculados de forma directa o indirecta con la producción de energía consideren que les ha tocado la lotería -o gocen del maná divino- por tener un yacimiento, una mina, una central nuclear o, en su defecto, un cementerio. Pareciera como que para producir y consumir energía el mundo se tuviera que dividir entre aquellos a los que los dioses o los poderosos les han otorgado el privilegio de la «renta» o la lotería, y aquellos excluídos que tenemos que pagar por ella.

¿No sería mejor que las relaciones energéticas -las de producción y consumo- se produjeran a partir de unas fuentes primarias (sol, aire, agua) de libre acceso e inter pares? Esta es la única vía que se me ocurre para unas relaciones energéticas más justas e igualitarias. Frente a ello, cualquier macro inversión nuclear, que requiere años de construcción y décadas de amortización, es un paso más hacia un modelo energético centralizado, excluyente y que sólo beneficia a los miembros del lobby nuclear y a alguna localidad «tocada» por la Suerte.