Tránsito de petróleo y fronteras mentales o sobre el Keystone XL

El pasado viernes 31 de enero, The New York Times, en una de sus noticias de portada, informaba sobre la probable posibilidad de que la Administración Obama acabe aprobando el proyecto del megaoleducto Keystone XL, que ha de transportar el petróleo bituminoso de Canadá hasta los Estados Unidos de América. En el mapa adjunto pueden ver su recorrido.

Fuente: Transcanada

Fuente: Transcanada

Según los datos oficiales, el petróleo canadiense circulará poco menos de 2.000 kilómetros, hasta el Océano Atlántico, y el coste previsto del Keystone XL es de 5.300 millones de $USA. Dejo a su apreciación si este coste es «excesivo» o no, pero personalmente, una vez más creo que nos hallamos frente a otra prueba de que el coste no es el determinante a la hora de escoger entre distintas opciones energéticas. De hecho, en la misma página donde encontramos los datos, esta idea se confirma. Pues en ella se puede leer que este oleoducto es a critical infrastructure project for the energy security of the United States and for strengthening the American economy. Es decir, la primera razón para abogar por el Keystone XL es la seguridad y, sólo después se habla de razones económicas; aunque esta referencia a la economía americana, tenga otras lecturas, más allá de los costes.

Este nuevo informe que podría hacer cambiar de opinión al Presidente Obama, llega después de unos cinco años de fuerte oposición al proyecto. Lo asombroso de las conclusiones de esta última evaluación, según cita el NYT, es que el oleoducto no empeorará sustancialmente las emisones de CO2, ya que  if it were not built, carbon-heavy oil would still be extracted at the same rate from pristine Alberta forest and transported to refineries by rail instead. Por lo tanto, como ya damos por hecho que el petróleo se extraerá y comercializará de una manera u otra, mejor gastarnos 5,3 mil millobes de dólares en facilitar la tarea.

La lógica de este razonamiento es aplastante: si medimos el impacto ambiental en términos de CO2 y si lo que aumenta las emisiones de CO2 es el quemar el petróleo, cosa que se hará de todas maneras, construir, o no, el oleoducto no altera significativamente este nivel de emisiones, por tanto no tiene impacto ambiental. Siendo yo una persona amante de la lógica, en este caso el razonamiento no me convence.

Primero, porque si construir, o no, no altera sustancialmente la situación, también cabe la posibilidad de no hacerlo. Dicho esto, en mi opinión, lo más grave tiene que ver con otras cuestiones.

Hoy estaba leyendo un artículo de Laura Nader del año 1981, titulado Barriers to Thinking New About Energy. La profesora Nader es una antropologa de la Universidad de Berkeley (California), que en los 1970s participó como experta en el Committee on Nuclear and Alternative Energy Sistems, impusado por el Departamento de Energía (DOE) de Estados Unidos. En este artículo relata su estupor como antropologa en el seno de estas reuniones, en las que según ella te puedes expresar libremente, siempre y cuando te mantengas dentro del ámbito del pensamiento compartido. Para que me entiendan, ella cita una frase de uno de los asistentes que venía a decir que como «esto» (construir un determinado tipo de reactores) es lo que vamos a hacer, hemos traído aquí dos expertos para que discutan la cuestión…»

Ante ello, Laura Nader niega la mayor: ¿Por qué ya es un hecho que «esto» se va a hacer? ¿Por qué nadie se lo cuestiona?. La respuesta a esta pregunta está implicita en el título de su artículo: el «esto» se da como un hecho y no se cuestiona porque el pensamiento energético tiene barreras, siempre se ubica dentro del territorio de los «expertos» energéticos, que son los que trabajan en y/o para la industria. El paradigma obliga a un pensamiento normal, a el habitual. Siguiendo el hilo de este razonamiento, la profesora acaba diciendo que la dificultad de los tiempos presentes (en los primeros 1980s, después de los dos shocks del petróleo y del accidente nuclear de Three Mile Island) no se debe a la escasez de recursos naturales, sino a la ausencia de nuevas ideas. Así -y esto lo añado yo, aunque está implícito en el texto- la crisis energética vendrá no por la escasez de fuentes fósiles, sino por la escasez de ideas.

Algo así barrunté el pasado viernes, cuando leí la noticia que inspira esta entrada. Pues la tristeza de lo que ésta relata, no es que se vaya a realizar otra nueva mega-infraestructura energética, sino el cómo ello se justifica. Aquí también, el «esto» no se cuestiona, pues en Estados Unidos, y cada vez se tienen más pruebas de ello, la percepción de que su función en el mundo pasa por ser capaz de controlar en propio territorio -o muy amigo, como el de Canadá- los recursos fósiles, al coste y precio que sea. En esa idea coinciden amplios sectores de la sociedad, y por ello, no cabe esparar ninguna nueva propuesta sobre cuestiones energéticas, ni de un Presidente tan supuestamente «moderno» como Obama. Los problemas que esta decisión conlleve no serán debidos a la escasez de petróleo, sino a que se optó por él, por no pensar de forma distinta.

Un aspecto que me ha divertido del texto de Laura Nader es cuando cuenta que le pidió a un filólogo que le acompañara a las reuniones para valorar con precisión lo que allí escuchaba. Quiénes sigan este blog, ya sabrán que esta es otra de mis fijaciones, pero, ya me perdonarán, no puedo evitarlo, cuando leo ciertas cosas.

Según el NYT, Obama basará su decisión en un dato: el de las emisiones de CO2. Piénsenlo una decisión que afectará la vida -el ecosistema- de casi todo el largo de Estados Unidos de América, se define como límpia, porque los «expertos» aportan un número.No quiero frivolizar sobre el efecto ambiental de las emisiones de CO2, pero lo implícito de esta forma de pensar es: a) la única forma -oficial- de valorar la contaminación son las emisiones directas de CO2, y b) el dato emisión de CO2 se acepta como indicador sintético de los efectos -sean los que fueren- de cualquier política energética.

La primera consecuencia de ello es que pasamos a definir como «energía límpia», cualquiera que se considere que no emite directamente CO2. Ese es el stándard de la sostenibilidad. Así vemos como la energía nuclear, la fósil con instrumentos de captura de carbono, o cualquiera de las infraestructuras asociadas a ellas, pasan a ser formas de generar y emplear energía límpias y, por tanto, sostenibles. Un corolario de ello, es que se pasa a valorar las políticas energéticas-ambientales, en función de una cifra -que además, pequeño detalle, vendemos en los mercados de CO2- y no de las complejas relaciones de poder que subyacen detrás de cualquier opción energética. Si se acaba aprobando en Keystone XL, lo de menos será cuanto más o menos CO2 se emitirá, y lo de más, cuántas más personas dependerán para sus necesidades básicas del acceso a una fuente de energía centralizada, cuánto territorio hemos hipotecado, cuánta población se ha desplazado…

Por otra parte, al reducir el impacto de las políticas a una cifra, ya no es necesario dar argumentos ni a favor ni en contra de una u otra política energética, pues la bondad o maldad de la misma se reduce a eso, un simple número. En el límite del mismo, podemos dejar de razonar.

En definitiva, una combinación letal en la que los arteros filólogos del sector definen como límpio lo que no lo es, en la que los taimados expertos convierten en una cifra lo que no quieren o no saben explicar y en la que los mediocres políticos se sienten más cómodos siguiendo el dicatado de un dato que interpretando la voluntad popular.

¿un nuevo modelo del carbón?

Hoy, un joven amigo me ha mandado dos enlaces al The Economist, el primero habla del auge del carbón en China y de su declive en USA, mientras el segundo cuenta que la «nueva» política energética europea conducirá «al peor de los mundos posibles», al sustituir la energía nuclear por electricidad obtenida a partir del carbón.

Como algun@s de mis lectores sabrán, llevo tiempo apuntando la importancia que el carbón podría tener como fuente energética en el Siglo XXI. Es más, ya he citado alguna vez la frase de Jean Marie Martin-Amouroux en la que se dice que la fuente energética perdedora del Siglo XIX, parece ser la ganadora en el Siglo XXI. Este paso de casi doscientos años, sólo puede tener dos significados y, es en función de ellos, que debemos analizar el papel que el carbón podría tener en la actualidad.

Si el carbón vuelve a ser una de las fuentes energéticas hegemónicas a escala mundial, ello sólo puede indicar que o bien estamos regresando a un modelo energético como el del Siglo XIX -con todo lo que ello conlleva en las formas de producir y consumir- o que estamos creando un nuevo modelo energético con el carbón. Esto que a algunos les puede parecer una perogrullada, para mi no lo es tanto, si se aprehende en todo su significado lo que significa un modelo energético. Para ser breve, diré que, en cada momento de la historia, el modelo energético hegemónico es el que se adapta a lo que se produce, a cómo y donde se vive, a lo que pensamos y, sobre todo, a las relaciones de poder vigentes.

Así, en el Siglo XIX el carbón fue la base energética hegemónica, porque se adaptó a la sociedad del capitalismo manufacturero británico. Este matrimonio «carbón – forma de producir y de vivir» explica el poder que tuvo el Imperio Británico y explica, también, muchos aspectos del Reino Unido: Explica, esa dualidad espacial entre núcleos urbanos-industriales y la campiña británica; explica el tipo de infraestructuras que se desarrollaron -especialmente el ferrocarril- y explica el tipo de actividad industrial que se realizó, pues el carbón, la máquina de vapor, las manufacturas textiles y el desarrollo de la siderurgia son todo uno. Por ello, y como ilustré en alguna entrada anterior, por la necesidad de mineros y por favorecer un modelo productivo intensivo en mano de obra, el carbón también relata el nacimiento del movimiento obrero.

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El carbón, desembrollaría muchas más cosas, pero con esto, por ahora, creo que es suficiente para seguir mi discurso.

Así siguiendo mi argumentación, si, hoy, el carbón se acabara imponiéndose, podría ser que se volviera a una situación equivalente a la a la del Manchester del Siglo XIX.

Lo sé, suena raro, pero, a veces cuando veo imágenes de las minas en China o Mongolia; cuando leo sobre las condiciones de explotación laboral de las grandes manufacturas globales, y cuando sé del gran peso de la siderurgia en China o India, no puedo evitar pensar en Leeds, Manchester o… hacia 1840.

Sin embargo, es cierto, que hay otros factores que hacen pensar que el carbón se adaptará al Siglo XXI. Pero, ¿qué significa eso exactamente?. Bajo mi modo de ver, por la misma definición de modelo energético, ello significaría adaptar el carbón al capitalismo financiarizado y global en el que vivimos. Hoy, en relación a la Inglaterra decimonónica de referencia, además de dar una mayor diversificación a los usos finales del carbón, especialmente como fuente primaria de la electricidad ¿qué implicaría «modernizar el carbón»? Fundamentalmente dos cosas:

  1. internacionalizar las relaciones energéticas del carbón. Es decir, crear un mercado de compra y negociación, cadenas de producción globales y una estructura de gobernanza global, como se hizo con el petróleo a lo largo del Siglo XX. Y,
  2. convertir el carbón en aceptable -o «políticamente correcto»- es decir hacerlo aparecer como limpio

Ninguna de ambas cosas altera la esencia del carbón como fuente de energía, sólo modifica el tipo de actores -empresas, territorios, organizaciones carboníferas internacionales, tipos de capitales…- que intervendrán en el mundo de las relaciones carboníferas del Siglo XXI y, por ello, las relaciones de poder y la geo-política del carbón.

Hoy todavía estamos lejos de saber cómo será -e incluso si será- la escena carbonífera del futuro, sólo tenemos grandes consumidores de carbón en China, Estados Unidos, Rusia, Alemania…. que, en algunos casos adquieren el carbón en el exterior. Dicho esto, puestos a especular, coincido con la idea del segundo artículo del The Economist, cuando dice que en Europa vamos hacia el peor de los mundos posibles. Coincido en lo segundo, pero no en la primero. Si se opta por el carbón como fuente, sino hegemónica, al menos privilegiada de energía en el capitalismo del Siglo XXI, vamos al peor de los mundos posibles, pues hay indicios de que tendremos un capitalismo -global- manufacturero propio del Siglo XIX con unas estructuras monopolítisticas, jeraquizadas, verticales y transnacionales de poder propias del Siglo XXI. Y, además, viviremos en una nube negra. No coincido, sin embargo, con la idea que expresan los dos artículos citados. Es decir, que Europa va mal, mientras Estados Unidos lo hace mejor o China … En las condiciones actuales, si existe un modelo energético hegemónico, éste será el de todos, aunque en él estén los poderosos y los excluidos -como lo ha sido el caso para el petróleo.

Por lo que pueda venir, he mostrado, como recordatorio, las fotos de los mineros y he señalado el horror de las relaciones laborales del capitalismo primitivo. Puestos a hacer activismo energético, tal vez deberíamos empezar a pensar que cada vez que decimos que «los chinos nos hacen competencia», lo que estamos diciendo es que hacen la competencia a los obreros europeos de hace dos siglos. Dicho así, es absurdo. Es verdad; pero, yo, no me puedo sacar de la cabeza que el carbón ha vuelto a aparecer en escena, cuando globalmente hemos vuelto a reproducir un modelo de relaciones fabriles que creíamos olvidado. Son sólo pensamientos, pero a mi, al menos, me dan qué meditar.

Democracia y energía

Estos días de calor intenso aprovecho para leer parte de todo aquello que quise leer durante el curso. Traje conmigo un artículo de Timothy Mitchell, cuyo título es Carbon democracy. Es un artículo más académico que periodístico que, desde mi punto de vista, trata un tema vital de las relaciones energéticas: la relación entre modelo energético y democracia –aunque, tal vez, sería más adecuado hablar de formas de democracia.

La tesis del artículo, aunque aderezada con otros ingredientes, es que the emergence of the mass politics (…) out of which certain sites and episodes of welfare democracy were achieved, should be understood in relation to coal, the limits of the contemporany democratic politics can be traced in relation to oil. Así, la principal idea del artículo es que a finales del Siglo XIX e inicios del XX, las huelgas y el movimiento obrero fueron efectivos gracias a que el modelo energético basado en el carbón (forma de extracción, almacenamiento, transporte ferroviario y fluvial, uso en la siderurgia….) funcionó a través de una red que interconectaba núcleos –obreros- vitales para la marcha del capitalismo. De hecho, Mitchell relata que, en 1914, la masacre de los mineros de los yacimientos de Ludlow (Colorado, USA) puso en un brete a la familia Rockefeller, propietaria de las citadas minas. La solución de la familia al problema fue contratar a un economista de Harvard, Mackenzie King, quien después de diagnosticar que el sindicalismo is a power which, one excercised would paralyze the nation more effectively than any blocade in time of war, recomendó como “vacuna” la concertación social y, a la postre, abrió la vía, para que el sistema aceptara the forms of welfare democracy and universal suffrage that would weaken working-class mobilization.

A partir de este planteamiento, el autor sostiene que la implantación de un modelo energético basado en el petróleo fue una de las vías para asegurar la desmovilización política-ideológica: la extracción de petróleo requiere menos trabajadores –y en territorios lejanos-; los oleoductos son vulnerables, pero no se paran por una huelga de ferrocarril, no requieren personas en los almacenes….y, además, dio lugar a formas de transporte individual –el de carretera, tanto de personas como de mercancías- frente a los colectivos.

Estos argumentos se suman a algunos a los que yo ya he venido aportando en entradas anteriores, aunque en mi caso -salvo para la entrada dedicada a la marcha de los mineros- mi aproximación a la relación entre energía y democracia ha venido motivada por el grado de centralización o descentralización de las modelos energéticos. En este blog siempre he sostenido que cuanto más descentralizado y cuanto más cercano el lugar de producción del de consumo, más catalizador de democracia será el modelo energético. De ahí, mi constante crítica a los proyectos, basados en energías renovables, como el Desertec y el RoadMap2050, pues este tipo de proyectos acrecienta el poder de monopolio de las eléctricas, permite la exclusión selectiva de los consumidores y crea estructuras de gestión –de poder- jerárquicas, verticales y centralizadas.

Al leer el artículo de Timothy Mitchell no he cambiado de opinión, pero como ya empecé a barruntar a raíz de las recientes huelgas de la minería en España, creo que para valorar la bondad o maldad de un modelo energético también debemos empezar a considerar cuán distanciado –no sólo del lugar de producción al de uso final- está del trabajo humano. Nunca defenderé, pues me parece un disparate, que el mundo del carbón fue mejor, ya que, simplemente, no lo fue. Pero, me empiezo a temer que, bajo el discurso -creo que con cierto fundamentosi hago caso del artículo de George Montbiot del pasado 8 de agosto- de que en el capitalismo actual se dan las condiciones para realizar la transición hacia energía limpia, lo que nos están diciendo es que se dan las condiciones para que la producción de la misma sea aséptica: lo más alejada posible de las personas y de su trabajo.

Mirado desde buena parte de Europa, hoy ya la energía que proviene del petróleo es aséptica en ese sentido: sale del subsuelo, gracias a las perforadoras; nos llega gracias a unos tubos; se refina y produce en unos espacios llenos de chimeneas, pero en los que no vemos personas, y la consumimos gracias a un interruptor que, hoy, gracias a que la técnica avanza que es un barbaridad, se controla a distancia; o la consumimos gracias a un surtidor de gasolina que, gracias a que somos de lo más dóciles que hay, nos la auto-servimos en el coche. Así, tendemos a olvidarnos –si no fuera por los vertidos, el CO2 o las guerras, que no es poco- que la producción de energía se debe al esfuerzo y al sacrificio humano. Este olvido todavía será mayor, cuando la energía nos llegue del Sol del Sahara, a través de sofisticadas tecnologías e infraestructuras que, nos dirán, tendrán dos supuestas virtudes: no contaminarán y casi no necesitarán de nadie para funcionar. Con ello, el capitalismo neoliberal habrá logrado la cuadratura del círculo: que los pudientes tengan acceso a la energía sin que nadie pueda reclamar sus derechos sobre su producción.

En este escrito expreso más mis dudas que mis certezas. Ni en mis peores momentos desearía el regreso a un sistema en el que mi bienestar –si quedara del lado amable de la vida, cosa que cada vez dudo más- dependiera de las ingratas condiciones laborales de la mayoría; sin embargo, desde hace unos meses sí que me ronda por la cabeza la idea de que sin obreros no hay salvación posible. No hay posibilidad de confrontación ideológica y de alternativas. Estos días, en estas lecturas veraniegas que voy haciendo, voy añadiendo algunas piezas a este pensamiento.

Toni Judt, en el libro que sigo leyendo desde la anterior entrada, argumenta que la estabilidad de Europa después de la Segunda Guerra Mundial se debe que Europa occidental se desideologizó, al convertir a los ciudadanos en consumidores. Y, que en ese proceso, la importación del modelo de producción y de consumo, made in USA, fundado en el petróleo, tuvo una importancia cardinal. Más fuerte es en su afirmación –aunque menos justificada- Mitchell, pues a este respecto sin tapujos escribe que as US planners worked to engineer the post-war political order in Europe, they came up with a new mechanism to defeat the coal-miners: to convert Europe’s energy system from one based on coal to one based predominantly on oil.

Tengo que pensarlo más, que darle todavía más vueltas, pero si sigo el razonamiento de Judt y de Mitchell llego a una conclusión. Debemos rebelarnos contra los megaproyectos de supuesta energía limpia, sean éstos solares, eólicos, geotermales o de carbón limpio, porque refuerzan el poder de monopolio de la industria energética; y los hemos de combatir, también, porque en el mundo post Yalta, son una vuelta de tuerca más en la desideologización que iniciamos –al menos en Europa- con el petróleo. En resumen, la mejor de las combinaciones, poder extremo de monopolio y falta de contestación, para el totalitarismo perfecto.

Negro futuro

Llegó a Madrid la marcha de los mineros. Más de 500 kilómetros recorridos para evitar el negro futuro que les espera.

Puerta del Sol (Madrid), 12 de julio 2012

Es curioso, en esa España «moderna» en la que hemos vivido estos últimos años, también nos olvidamos de que existía esta parte oscura, la de las cuencas y los pozos mineros. Yo, también me olvidé, pero hace poco menos de dos años, viajé al Bajo Aragón, cerca de Montalbán y Andorra. Me quedé impresionada. Ví minas en uso, y minas cerradas. En localidades como Castel de Cabra en la que las minas están cerradas, ya no vive casi nadie, no hay ni un mísero bar; y, algunos de los que se quedaron, «alquilaron» ese espacio yermo a la -ya estéril- industria solar.

Mina María – Castel de Cabra

Cada vez que nos cruzábamos con alguno de los habitantes, mis anfitriones me informaban de quién era y de que había perdido a «su hijo», «su padre» o «su hermano» en alguna de esas pequeñas minas. Yo, miraba esos castilletes de los pozos y ni tan siquiera me podía imaginar cómo era posible acceder a ellos.

Muchas veces, desde entonces he pensado en ese viaje. De hecho, es el que hizo que me empezara a interesar por el tema del carbón. Meses después viajé a Grenoble, donde Jean Marie Martin-Amouroux, un profesor de universidad, ya jubilado, me dijo que el carbón volvía a ser el gran protagonista del mundo energético del Siglo XXI. Como ya he escrito otras veces en este blog, su consumo en el mundo es creciente, y es la primera fuente mundial de producción de electricidad. Al volver, bromee con mis amigos aragoneses y les dije que tal como estaban las cosas, volverían a ver la minas abiertas.

Desde entonces, sólo he ido leyendo noticias en ese sentido. El parón nuclear que provocó la tragedia de Fukushima reactivó el interés por el carbón; como ya dije en la entrada sobre el carbón limpio, el lobby de la energía fósil se está posicionando y apostando por esta fuente de energía y, las noticias que nos llegan del sector, sólo hablan del renacer de la industria y de la importancia de las fusiones y adquisiciones que se están produciendo en ella. Incluso un periódico como El Mundo, en un clarificador artículo, cuenta que grandes inversores como Warren Buffet, Bill Gates o Lakshami Mitta no esconden su interés por hacerse con empresas del sector. En resumen, todo apunta hacia una nueva era del carbón. El apunte fue definitivo, cuando el Ministro Soria anunció el fin de las primas a las renovables, pues en una ecuación deficit exterior y mayor autonomía energética, la única variable que puede usar España es el carbón. Además, en ese clima dickensiano en el que estamos viviendo, tal cosa, ya pegaba…

Así que, cuando hace unas semanas, me desperté con la noticia del fin adelantado de las subvenciones al sector del carbón, me quedé turulata. Por el tono de mi blog es obvio que, para mi, el regreso al carbón no es una opción válida, pero no es lógico que en plena crisis, con niveles de paro estratosféricos, con una deuda externa imposible de pagar, con un fin de las subvenciones ya pactado para 2015 y con una política energética que abandonaba las renovables, decidamos prescindir del carbón, que crea empleo, no «gasta» divisas y puede generar electricidad. Máxime, si ya había un calendario pactado, para ello. Para mi es cómo si el Gobierno se hubiera vuelto loco….

A pesar de ello, estoy contenta. Estoy contenta de ver, una región parada y una marcha minera como las de antes. El motivo de ello es que nos recuerda que, más allá de las emisiones del CO2, nuestro bienestar se debe a miles de personas que trabajan, bajo nuestros pies, en las galerías del averno.

Parte de nuestro confort es el resultado de las condiciones laborales deplorables de los otros. Por ello, en sí misma no es una opción moralmente sostenible. Menos, en un mundo, como el nuestro, en el que hay alternativas y en el que la constante obsesión por la reducción de costes, sólo podrá redundar en un empeoramiento de las condiciones laborales de los que cada día bajan a la mina. Volver al carbón, será tener sobre nuestra conciencia el goteo de muertes diarias o aplazadas por la silicosis. Por mi parte, desde que después del accidente de Fukushima leyera un provocador artículo de George Montbiot en el que se decía que Chinese coal mining alone kills as many people every week as the worst nuclear power accident in history – the Chernobyl explosion – has done in 25 years, no he dejado de darle vueltas a este tema.

Pero afortunadamente, aunque suene a humor negro, los mineros son el «mayor» problema del carbón: pues si no se mueren, reclaman sus derechos derivados de los beneficios de la industria energética. Probablemente, por «culpa» de que los mineros quisieron la parte del excedente que les correspondía, el modelo energético basado en el carbón fue el perdedor del Siglo XIX…. Desde que en los primeros 1980, Margaret Thatcher acabara con el poder de sus sindicatos, nos olvidamos de ellos, pero, si en el Siglo XXI, la alternativa a la energía nuclear es el carbón, la historia se puede repetir.

No creo que las reflexiones del Ministro de Industria vayan en esta dirección, pero tal como está el mundo, tal como se están reestructurando y concentrando las empresas mineras del carbón, una de las tristes consecuencias de todo este episodio podría ser que cuencas mineras de España se conviertan en la oportunidad para algún gran conglomerado mineros internacional como Rio Tinto. Sería «una bonita metáfora» que los mismos que fundaron el primer club de football de España en 1873 -el Rio Tinto C.F.-, vuelvan a nuestro país con nuestra selección ya campeona del mundo. En esto sí que hemos progresado, pero todo lo demás empieza a sonar a excesivamente decimonónico…. La verdad es que, a estas alturas, no nos podemos permitir recorrer, otra vez, el mismo árduo camino. Espero y deseo que la marcha de los mineros sirva de recordatorio, pues si no pensamos seriamente nuestra política energética, al lado de los éxitos de «la roja», nos espera un negro futuro.

Carbón limpio: oxímoron energético

Les invito a que visiten las páginas del Clean Coal Centre de la Agencia Internacional de la Energía (IEA, en su acrónimo en inglés) o las páginas referidas a esta cuestión de la World Coal Association (WCA). En ambas encontrarán vídeos del tipo del que aquí les enlazo.

En este mundo energético en transición -como lo califiqué en mi anterior entrada- no puede ser casualidad que una de los principales asociaciones de la industria petrolera occidental, la IEA, y una de las principales asociaciones de la industria carbonífera, la WCA, lancen, a la vez, el mismo mensaje: hasta que no podamos tener un modelo energético basado en las renovables, la única solución es el carbón limpio. Así, para los integrantes del “mundo fósil”, el carbón limpio se presenta como la solución de tránsito –de transición- entre el petróleo y las renovables.

Las formas de obtener energía fósil limpia son diversas, pero todas tienen en común que: a) despojan de CO2 la producción de energía secundaria (combustible o electricidad), b) capturan el dióxido de carbono, y c) lo almacenan en depósitos subterráneos o submarinos. Para todo ello se requiere una sofisticada tecnología y unas considerables infraestructuras, que aúnen una central térmica, una planta química, una planta de alta tensión y un circuito de COductos que canalice y almacene el residuo.

Si todo esto se considera con una mirada crítica, se llega a la conclusión que el objetivo real, de lo que se engloba bajo en manto del clean coal, no es ser tránsito hacia otro modelo energético, sino preservar el actual, convirtiéndolo en aceptable para los ciudadanos del Siglo XXI. En mi opinión, las llamadas clean technologies, sólo son la forma de limpiar la imagen de la energía fósil, haciendo que “algo cambie, para que todo siga igual”.

¿En qué argumentos baso mi afirmación?

  1. Extraer el CO2 del petróleo y el carbón, como se puede intuir por el vídeo y las referencias que se presentan en esta entrada, es más costoso (al menos, a los conceptos de costes “habituales” de producir energía útil a partir de energía fósil, se le añaden otros dos el de la planta química y el del sistema de COductos y almacenamiento del residuo) que el modelo energético vigente. Sin embargo, y a diferencia de lo que ocurre con las renovables, este mayor coste no se presenta como un impedimento para su desarrollo e implementación. Es más, se pide su inmediata generalización.
  2. Invertir, ahora, en complejísimas instalaciones e infraestructuras de coste elevado, no se puede considerar una fórmula de transición, pues como ocurrió con las nucleares, se tardarán décadas en amortizarse y, cuando, finalmente ocurra, es muy fácil que, como acontece ahora, se argumente que “lo más barato” es alargar la vida útil de las centrales de carbón limpio. Es decir, que apostar por las clean coal technologies es postergar al menos para medio siglo el invertir en un modelo de fuentes renovables.
  3. Quién está presionando para que se presente como única alternativa “realista” un modelo basado en la energía fósil –limpia- es un grupo de interés compuesto por la industria energética Occidental de “toda la vida”, que, como es obvio, no tiene ningún interés en perder su posición dominante en el mundo. Este grupo es el de los grandes grupos carboníferos, como Rio Tinto –en veloz adaptación de sus estructuras, desde unas más propias del capitalismo manufacturero del Siglo XIX a las que se adaptan al capitalismo financiero-global del Siglo XXI- y el de los grandes conglomerados petrolíferos transnacionales que, después de su inmersión por el mundo del gas, están redefiniendo el “mundo fósil” de forma más amplia (petróleo, gas y carbón). La creación del Clean Coal Center en el seno de la institución, paradigma de los intereses de la industria petrolera occidental –la IEA-, o el hecho de que el Royal Bank of Scotland (propiedad en un 82% de un Gobierno –el Británico- que declara apoyar la energía limpia) haya financiado de forma preferente a grandes industrias del carbón, del petróleo y del gas (64 mil millones de Libras esterlinas) frente a la de las renovables (3 mil millones de Libras esterlinas), son indicios que la renovación de la industria energética fósil pasa por este tipo de “lavado” de imagen, que mantendrá intactas las estructuras del poder energético actual.
  4. Cualquier propuesta de crear energía fósil limpia, extrayendo CO2, se adapta a la perfección a la ideología económica dominante, que es la de la política ambiental-energética mainstream. La política que contabiliza la sostenibilidad del modelo en términos de emisiones de CO2, a los que se les asigna propietario, mercado y precio, y la que tiene como objetivo –como recordaba en mi entrada anterior- preservar el status quo del conglomerado petrocarbogasístico.

En el futuro haré nuevas aportaciones sobre lo que puede significar este resurgir del mundo fósil en pleno Siglo XXI, pero como aperitivo a ello, baste pensar, a partir de lo aquí escrito:

a)     que quién nos hace la propuesta son las grandes asociaciones representativas de la industria fósil internacional (IEA, WCA…);

b)    que frente a un modelo descentralizado de producción de energía, la única diferencia con el modelo energético actual, es la apuesta por complejas y tecnológicamente sofisticadas infraestructuras que separan y almacenan residuos, cuyos futuro y costes son difícilmente previsibles;

c)     que apostar por este tipo de tecnologías “limpias” es detraer recursos para otras opciones, no sólo limpias, sino, además, renovables y “locales”;

d)    que entre aquellos que apuestan por las clean coal technologies, como la gran panacea para combatir el cambio climático, se está gestando una extraña alianza que aúna lo más retrógrado y conservador de “cada casa”.

Ante todo ello, no se si tendremos que descartar de nuestro vocabulario la frase hecha de “más sucio que el carbón” o si lingüísticamente deberemos redefinir lo que es un oxímoron. Por mucho que nos empeñemos, el carbón no es limpio. Pero en una sociedad lingüísticamente tan sibilina como la nuestra, este es el término que emplearemos para justificar que el cambio de modelo energético tan sólo es adaptar la industria energética hegemónica decimonónica a los criterios del Siglo XXI. Hablar de carbón limpio es decir que la industria energética se ha vuelto políticamente correcta –limpia- y que sus estructuras se adaptan a esta nueva –y nefasta- fase del capitalismo. Si dudan de mis palabras, esperen a ver cómo proliferan las fusiones y adquisiciones en el sector del carbón, cómo evolucionan las incipientes plazas en las que se negocian sus contratos y los mercados de los derechos de emisiones de Co2…