Financiar la transición energética (III). Reinventar el espacio público energético

En la anterior entrada de esta serie, respondimos a la primera de las preguntas que se habían planteado: ¿cómo podemos hacer para acabar con el poder de los lobbies de la energía fósil?. En esta entrada, corresponde, empezar a responder a las siguientes: ¿Cómo reinventamos el sector y redefinimos el espacio público energético? y ¿Cómo generalizamos las formas de financiación éticas y no cortoplacistas? Ambas están entrelazadas.

En la Encíclica laudato si´, en su punto 178, hablando del drama del inmediatismo político se puede leer una frase que me ha gustado especialmente. Esta dice, se olvida así que el tiempo es superior al espacio, que siempre somos más fecundos cuando nos preocupamos por generar procesos más que por dominar espacios de poder. Diría que esta es la clave de cualquier cambio, pero encuentro esta reflexión especialmente fértil si la aplicamos al caso de la transición energética. Desde el punto de vista del informe sobre Alternativas que elaboró el Seminari Taifa, del que soy miembro, hoy la alternativa es el proceso; un largo y profundo proceso que ha de iniciarse en el interior del capitalismo vigente ahora.

Todo ello nos conduce a tres cuestiones: a) que debemos iniciar la transición energética desde donde estamos ahora mismo; b) que ésta es un proceso y, por tanto, suceptible de tener etapas; y, c) que el espacio energético al que lleguemos vendrá definido por el proceso, y no al revés. Dicho de otro modo, como hay muchas formas posibles de organización políticas y territoriales detrás de la idea de un modelo energético 100% renovable, la que finalmente se acabe imponiendo dependerá del proceso -del camino recorrido- que hayamos realizado. De ahí la importancia de preocuparnos más por los procesos que de ocupar espacios de poder ya creados por procesos anteriores.

El proceso de la transición energética tiene varías etapas, que más que camino son como un juego de matrioskas que va desde la más pequeña, el ámbito doméstico, a la mayor, que en función de las preferencias será el ámbito local, provincial, regional, estatal o supraestatal. Lo que diferencia a la transición del juego de muñecas rusas es que, a medida que van cambiando de tamaño, el diseño de su vestido cambia, al añadir nuevas conexiones, servicios… También se diferencian en que no sólo es más caro financiar el juego entero que las muñecas pequeñas, sino que las formas de financiar a las más pequeñas y al resto son conceptualmente muy distintas.

En la entrada anterior quedó claro que el dinero para financiar la transición existe. En ella también se apuntó que si se lograra deslegitimar quién a día de hoy lo gestiona, el lobby energético internacional, sería posible iniciar la senda de la transición. De hecho, estoy segura de que a medida que la campaña de deslegitimación avance, cada vez será más fácil encontrar pequeños y medianos inversores, no especialmente codiciosos, que quieran que sus ahorros, sus fondos de inversión o de pensiones se inviertan en «energía verde» en vez de en «energía sucia.»  Es más, si a escala global discursos como el de Naomi Klein o del Papa Francisco consiguen calar, o a escala local iniciativas cooperativas se ven como fiables, cada vez más de esta misma gente que quiere invertir en energía verde, estará dispuesta no sólo a invertir en una fuente energética alternativa, sino en formas de gestión y de propiedad empresarial colectivas. A día de hoy, este sería un gran primer paso, que como leemos en Laudato sí´ (179) […] puede hacer una diferencia […] pues allí [donde se implante] puede generar una mayor responsabilida, un fuerte sentido comunitario, una especial capacidad de cuidado y una creatividad más generosa […]. Además, obviamente, la diferencia vendrá por la construcción de una cultura mucho más participativa a medida que los inversores se den cuanta que la rentabilidad y la energía que obtienen está ligada a los recursos locales: al rio que fluye cerca de su casa, al sol que golpea su terraza o al viento que azota su localidad.

Así, desde mi punto de vista, esta primera etapa sería relativamente fácil -recuerdo, si previamente se logra deslegitimar al poder energético existente-, pues en esta fase, aunque lo cuestiona, ni rompe con el sistema ni nos obliga a plantearnos formas de organización político-territoriales alternativas. La muestra de lo que digo, es el éxito actual de la Energiewnede en Alemania; núcleo del capital europeo.

Mi pregunta aquí es si este proceso político – energético ya iniciado, será suficiente para lograr la transición energética global y democrática que yo imagino. El peligro aquí, como también plantea Naomi Klein es de amenaza de aislamiento y por tanto, el reto es hallar el modo de expandir los espacios públicos. Entiendo que esta idea de expansión, no es meramente una expansión cuantitativa de territorio, sino cualitativa de infraestructuras y de servicios (no sé si me acaban de convencer estas expresiones, pero por ahora bastará). Dicho de otro modo, cuando ya tengo asegurada la luz en mi casa, barrio o localidad, ¿cómo aseguraremos la red, su cuidado, el transporte, las comunicaciones…?, ¿qué ámbito cubrirá lo anterior? y ¿cómo lo querríamos financiar?.

En el anterior modelo, al menos en lo que llamamos Occidente, estas opciones se fueron definiendo desde los años de la Primera Guerra Mundial hasta la posguerra de la Segunda. La red eléctrica no se creó espontáneamente, tampoco un sistema integrado de ferrocarril ni de metro, ni la red de carreteras…. son el resultado de un determinado contrato social, basado en la consolidación de los Estados -nación- del bienestar. Por tanto, en algún momento de la historia se optó, por este tipo de espacio energético, que decidimos centralizado, nacional y sufragado públicamente, aunque no en todos los lugares tuviera el mismo alcance.

Como he dicho otras veces, la red eléctrica, por ejemplo, también formaba parte de una política redistributiva en los marcos nacionales, tanto por cómo colectivamente se financió, como por el acuerdo de que pagaba lo mismo el hogar cercano a una central nuclear que a un río. También, de facto, históricamente ha habido otras elecciones, como preferir financiar carreteras para coches cuyo combustible es la gasolina, que una buena red ferroviaria integrada para trenes eléctricos. Todas estas elecciones, en algún momento se han producido. De estas, recuerdo, pocas se han financiado con capital privado, y muchas con capital público.

Es en este contexto, en el que se enmarca la expresión de Naomi Klein de que lo que se tiene que hacer es reconstruir o reinventar al sector público. Expresión que yo he transformado en reinventar el espacio público energético. Para ello, no basta con generar energía a partir de fuentes renovables localmente, como no basta renacionalizar lo que ya se privatizó. Desde mi punto de vista, el reinventar el sector público es crear un nuevo sector público en el proceso de cambio de modelo energético. Para ello, ahora ya, cada día de proceso, para cada nueva cuestión la hemos de pensar desde tres puntos de vista: a) ¿se adaptará a una forma de generación, distribución y uso de energía renovable y distribuida?; b) ¿se corresponde con el modelo de sociedad -de organización política- que a mi me satisface?; y b) ¿qué nuevas formas de financiación podríamos pensar para sufragarlos?

Pongo un ejemplo, muy de actualidad, que aquellos que me conocen saben que me lleva de cabeza: lo que llamamos la nueva economía colaborativa, que se traduce en iniciativas como BlaBlacar, uber, airbnb….

Por ejemplo, las dos primeras, inciden directísimamente en el proceso de la transición energética. Mucha gente bienintencionada, progresista y de izquierdas ve estas iniciativas como el inicio de una nueva forma de economía. El pasado domingo en un artículo de opinión de El País -lamento no acordarme del nombre del autor- se decía que la mayoría de estas iniciativas no aportaban nada nuevo, ya que sólo conectaban lo que ya existía. Coinicido plenamente con esta opinión y, en términos del contenido de esta entrada, considero que destruyen el sector público, en vez de expandirlo y reinvertarlo.

Pensemos, por ejemplo en BlaBlaCar. Se trata de que yo tengo un coche, en el mejor de los casos híbrido, que a cambio de un módico precio, que teóricamente sirve para cubrir costes, pongo a disposición de otras personas para compartir el trayecto que yo hago. La gente está contenta, pues por un «módico» precio, viajo comodamente -como si yo tuviera coche- de un lugar a otro. Es evidente que es mejor, que cuatro vayan en un coche que que lo haga una sola, pero dicho esto, para mi, aquí se acaban las ventajas del BlaBlaCar. Primero, porque de partida es desigual, entre los que tienen coche y los que no; segundo, porque de hecho, hay un pago en especies a quién tiene el coche y, por tanto, contribuyo a un negocio individual; tercero, porque refuerza el modelo de transporte del coche; cuarto, porque si se extiende se considerará que se puede suprimir un tramo más de tren, un línea de autobús o el equivalente y quinto, aunque se deduce de todo lo anterior, porque es una «nueva» actividad que se escapa totalmente del ámbito de la financiación pública (no se declara, no se pagan impuestos, dejamos de pagar billetes de tren…) y por ello, revierte en la destrucción del mismo.

Para mi, BlaBlacar va en contra de la transición energética que yo imagino. Para algunos, con actuaciones de este tipo, para hacer la transición bastaría que pasáramos del coche de gasolina al eléctrico. Para otros, sin embargo, entre los que me cuento, lo que deberíamos hacer es imaginar otra forma de transporte pública y universal, que además estuviera basada en fuentes cercanas y renovables.

En los términos con los que empezábamos esta entrada, sólo cambiar de coche de gasolina a coche eléctrico es ocupar un espacio de poder (el de las petroleras por el de las eléctricas), para que todo siga igual, o peor; en cambio reivindicar una nueva organización del transporte renovable colectivo y público es el proceso. Proceso de transición y de expansión del sector público.

Si tenemos lo anterior claro, sólo nos faltará decididir cuán amplia ha de ser la red de transporte y qué infraestructuras necesitamos para su eficaz funcionamiento, lo que nos dará el nuevo espacio público energético, y cómo la financiamos colectivamente, lo que nos dará la nueva forma de contrato social.  Esto último, lo dejaré para la siguiente entrada, aunque avanzo, ya, que es a esta construcción a lo que deberíamos destinar el «ahorro» de no pagar la factura energética ciudadana de lo hablábamos en la entrada anterior.

Vilopriu 30 años: de la alegalidad a la ilegalidad

Ayer, sábado 22 de Marzo 2014, si la información no me ha llegado mal, en Vilopriu, província de Girona, se celebraron los 30 años de la instalación del primer aerogenerador en Cataluña por parte de la cooperativa Ecotècnia. Entonces, ese aérogenerador tenía una potencia nominal de 15kW y se conectó de forma alegal a la red, pues no había ningún tipo de legislación al respecto. Unos años después, en 1984, cerca de allí, en la entrañable localidad de Garriguella, se instaló el primer parque eólico del Estado. Contaba con cinco molinos de potencia nominal de 24 kW cada uno, y sus promotores fueron ENHER y la Generalitat de Catalunya.

Fuente: parcseolics.wordpress.com

Fuente: parcseolics.wordpress.com

¿Qué ha cambiado desde entonces, hasta ahora? Pues no pocas cosas.

El proyecto, del que se celebran sus 30 años, fue un caso de entrepeneurship avant la page. Según se puede ver en el blog creado para tal efemérides, los impulsores del proyecto eran diez, presumo todos ingenieros, ataviados según la moda progre de la época y casi todos con barba, que se aunaron en 1981 en torno a una pequeña cooperativa, con un capital inicial de 80.000 pesetas (el equivalente a 480 euros). En vez del típico garage made in USA, alquilaron una habitación en un piso de la Ciutat Comptal, y desde allí no sólo crearon el prototipo que en 1984 se instalaría en Vilopriu. Con el tiempo, exportaron su tecnología por todo el mundo, incluso tuvieron un contrato de transferencia de tecnología con la empresa japonesa Hitachi Zosen, hasta que en 2007 Alstom adquirió la compañía por 350 millones de euros; lo que ocasionó que Ecotècnia S. Coop. se convirtiera en Alstom Wind. Una empresa que, hasta donde yo sé, tiene la sede en Barcelona, y que ha «poblado» la Península Ibérica de aerogeneradores.

Si Catalunya y España no fueran como son, este sería un caso del que oiríamos hablar en todas las escuelas de negocios del país, pero me temo que no debe ser así. Aunque han sido galardonados con un buen número de premios internacionales, aquí, ¿Para qué vamos a alabar y ayudar a los «nuestros», cuando realizan satisfactoriamente los valores en los que supuestamente creemos?…. Casi no queda memoria de la pequeña empresa de éxito, rentable e innovadora, que protagonizó el acontecimiento -aunque sus fundadores siguen siendo muy activos-, como, si no se remedia, acabará ocurriendo con la parte industrial del Grupo Mondragon, holding cooperativo al que Ecotècnia estuvo asociado desde sus inicios.

Algunos de sus miembros que, entonces desarrollaron un aerogenerador de 15 kW de potencia nominal, que proporcionaba electricidad a unos 60 hogares, hoy participan en la creación de los modernos ECO100, capaces de generar 3MW, para unas 2.500 familias. De hecho, algunos de sus miembros son los impulsores de la interesante iniciativa EOLPOP, Viure de l’aire del cel, que es un proyecto cuyo principal objetivo, siguiendo el modelo alemán, es establecer un procedimiento para la participación ciudadana en la propiedad, gestión y uso de la electricidad eólica. Si les interesa, en su página WEB encontrarán toda la información necesaria.

Probablemente la multiplicación de iniciativas de este tipo, pequeños proyectos de generación y uso de energía, de propiedad compartida o cooperativa, como he expresado en un buen número de entradas de este blog, sería una de las claves de la recuperación y regeneración de la «España democrática», en todos sus sentidos. Pero, me temo que una vez más, ello no será. De hecho, unos párrafos más arriba preguntaba ¿qué ha cambiado en los últimos 30 años? Por lo dicho, ya está claro que ha desaparecido de nuestra memoria la «pequeña» Ecotècnia; como está claro que la tecnología de hoy permite  mejores y más potentes y eficientes aerogeneradores, pero lo que no he dicho es que lo que entonces fue alegal, hoy probablemente, sería ilegal.

Desde este punto de vista, recordar los 30 años del aerogenerador de Vilopriu me parece muy ilustrativo. Nos recuerda que lo que hace tres décadas fue posible, ahora, con la Ley en la mano, ya no lo es; pero nos ha de recordar también que se hizo. Es más, desde entonces el prototipo se ha convertido en un potente, rentable, eficiente, y estilizado molino de viento capaz de suministrar electricidad a localidades enteras. Así que no nos engañemos, todo está mejor que hace 30 años, la técnica y la tecnología han mejorado, se ha probado que una iniciativa así podía ser comercial, se ha demostrado que no hacen falta inversiones faraónicas ni grandes empresas y, por si fuera poco, la experiencia se implantó con éxito. Entonces, ¿por qué prohibir experiencias similares?

Muy fácil, el problema no es la energía eólica es que mientras las grandes compañías energéticas nunca creyeron en el futuro de las renovables – o son tan listas que dejaron que otros les hicieran la tarea de investigación y prospección-, pequeños cooperativas y empresas apostaron por ella. Ahora, 30 años después, cuando la tecnología está probada y su rentabilidad certificada, el oligopolio eléctrico ha decidido quedarse con lo que otros hicieron, expulsándoles, para que todos sigamos dependiendo de su enercracia. Nos quieren sometidos. Por ello, han aprovechado este autoritario, pero débil, gobierno para que les haga una ley según la cuál unos o unas jóvenes emprendedoras, hoy, por innovar y por demostrar la viabilidad comercial de su actividad, estarían fuera de la ley.

Se trata de convertir lo que en un tiempo fue posible, e ilusión, en acto ilegal y/o criminal. Esto, es en lo que hemos convertido a la democracia. Hemos transformado el Estado de Derecho en  Imperio de la Ley, por un mal uso del concepto -mal traducido del inglés- de rule of law. Pero, está claro que hay una diferencia fundamental entre Estado e Imperio, pues el primero presupone contrato social y el segundo imposición; como hay una diferencia fundamental entre Derecho y Ley, pues el primero implica derechos y el segundo es «el yugo».

Esto es lo que nos recuerda Vilopriu, más allá de hecho energético, es una pequeña metáfora de nuestra involución ideológica, política y social. Puede que ustedes no le vean la relación, pero el otro día leí una columna de opinión de George Montbiot que decía que si George Orwell y Laurie Lee were to return from the Spanish civil war today, they would be arrested under section five of the Terrorism Act 2006. If convicted of fighting abroad with a «political, ideological, religious or racial motive» – a charge they would find hard to contest – they would face a maximum sentence of life in prison (…) They would go down as terrorists. 

Desgraciadamente, creo que todo va de lo mismo, pero supongo que sólo es un reflejo de mi enfado y amargura. Que me perdonen los organizadores del acto de ayer. El hecho de que la celebración de ayer fuera un éxito es esperanzador. Ojalá sirva para recordar que lo que entonces era posible y fue, ha de seguir siendo.

Mejor todos de la mano

Hoy, hace una semana, se celebró la asamblea general de Som Energia, una cooperativa de energía «verde», de la que ya he hablado, y a la que he alabado, en entradas anteriores. Sigo pensando, como creía, que esta es una iniciativa realmente prometedora, pero en la asamblea del otro día, vislumbré algunas sombras. Cuando, en febrero de 2012, califiqué a Som Energia de realmente prometedora, lo hice pensando en tres criterios: a) el de ser un instrumento de lucha contra los poderosísimos monopolios eléctricos que tenemos en el espacio energético de la Península Ibérica; b) el de ser una iniciativa, especialmente válida en tiempos de crisis, que promueve la inversión productiva -en vez del gasto energético- y los efectos de arrastre que de ella se deriven (nuevas actividades, oficios, tecnologías, empleos…), y, aunque condición para los anteriores, c) el promover un modelo energético, descentralizado y distribuido, frente a las hegemónicos centralizados. Viendo los resultados presentados en la asamblea, no puedo más que seguir aplaudiendo esta iniciativa, pues como su propia página web muestra en poco más de dos años se han logrado más de 8.000 socios cooperativistas; financiar con aportaciones de los socios unas inversiones productivas de más de 3,5 millones de euros; generar autónomamente 344.589 Kwh; y que 6.402 hogares contraten la luz fuera de los grandes oligopolios eléctricos y con certificado de garantía de energía verde. Cualquier persona con instinto emprendedor del mundo -ese instinto que nuestros gobernantes, dicen, quieren favorecer- elogiaría algo así, pero como dijo un celebérrimo ministro Spain is different y, añado yo, and Catalunya too. Así que, aquí, no sólo no se elogia, sino que se le ponen palos a las ruedas.

Mis amigos ingenieros del CMES, que calculan adecuadamente, me han ayudado a hacer lo que presento a continuación -que ellos me perdonen si no lo traslado adecuadamente; ya se sabe, los economistas…

En Catalunya, zona en la que Som Energia tiene el mayor número de cooperativistas, un hogar medio consume entre 4.000 y 5.000 KWeh (siendo la «e» de eléctricos) cada año. Es una barbaridad, pero es lo que nos dan las cifras. Por tanto, 6.402 hogares por -en la franja baja- 4.000 KWeh, significa una consumo de 25.608.000 KWeh/año. Si estos mismos KWeh se tuvieran que generar con petróleo (aunque el mix energético de generación eléctrica catalán es distinto), ello equivaldría a 48.316,98 barriles de petróleo. Está claro que no es mucho, y que dependerá del precio al que se cotice, pero en términos nominales, con el precio del barril brent (100,39$/br.) y el tipo de cambio euro-dólar (1,3006) de hoy, ello equivale a 3.729.464,57 de euros. A ello, le debemos añadir que esta cooperativa, hoy ya genera 344.589 Kwh, lo que, por ahora es muy poco, pero que si creciera significaría un no uso de fuentes fósiles y nucleares mucho mayor.

El debate, aquí no es si esto es mucho o poco dinero -aunque huelga decir que en un momento como el actual más de 3 millones de euros en un centro de sanidad o educativo sería como si les hubiere tocado «el gordo» de Navidad, ya que casi representan las nóminas anuales de 80 profesores titulares de universidad-, sino si esta cantidad de barriles de petróleo es necesaria y si podríamos ahorrarnos este dinero. La respuesta es evidente y afirmativa, pues el coste de todas las fuentes de energía primaria -no hablo de la generación- que comercializa Som Energia es cero. Ni el sol, ni el aire ni, por ahora, el agua, por ser libres, tienen precio monetario, mientras que sí lo tiene el petróleo -o gas o combustible nuclear- que importamos. Por tanto, que los usuarios finales -domésticos o industriales- apuesten por la electricidad generada a partir de fuentes renovables, implica que desaparece, de la cadena energética, el coste de la fuente de energía primaria. De hecho, una vez está instalada una placa solar o un aerogenerador, el coste de producir más KWeh es nulo (en economía diríamos que el coste marginal -el que supone producir una unidad adicional- es cero); mientras que en una central térmica, el coste de generar una unidad más de electricidad dependerá de cuánto cueste el barril de petróleo, el metro cúbico de gas o la tonelada de carbón. Es decir, éste es un dinero que podría no tener que pagarse.

Las opciones de lo que se pudiere hacer con ese dinero son variadas y van desde simplemente no gastarlo a invertirlo en un nuevo modelo descentralizado de generación y empleo de la energía, pasando por emplear el dinero -en divisas- que nos ahorramos a pagar las primas -en moneda local- a «nuestras» empresas. Sólo los 3.729.464,57 de euros que representarían la generación, a partir de petróleo, de los 25.608.000 KWeh/año, si no me equivoco, podría convertirse en una prima de 14 céntimos de euro por KWeh generado con fuentes renovables.

Por tanto, la simple existencia de una comercializadora – y productora- de energía renovable, siempre y cuando la generación de esa energía sea local, ahorra un coste que intrínsecamente no es necesario pagar. Suena a magia, pero es así. Si sólo unas 6.000 familias, permiten que se deje de emplear más de 48 mil barriles de petróleo al año y que se reduzca el déficit exterior en el equivalente a cerca de 5 millones de dólares, imagínense qué sería si todos nos pasáramos a las renovables….

Alguien podría considerar que este argumento es insolidario con los del «exterior», podría ser, pero personalmente tengo mis dudas. Tres son las razones para ello. En primer lugar porque, salvo la parte que se queda vía impuestos en los países productores, a quién le estamos pagando, de facto, ese dinero es a los grandes conglomerados transnacionales energéticos. En segundo lugar, porque la industria energética fósil -aunque esto no sea cierto en su faceta química e industrial- productora de combustible y generadora de electricidad es un sector obsoleto que ya genera muy pocos efectos de arrastre en la economía. Y, por último, porque en los llamados países productores el maná petrolero ha sido más una maldición que una bendición. Ni con los «milagros» recientes de casos como Qatar, se puede afirmar que el dinero del petróleo ha sido bien «invertido» en las economías petroleras, e, incluso, en algunos casos como Nigeria o Guinea sólo ha servido para generar más injusticia y miseria.

A esta iniciativa -y a las similares- yo sólo les veo ventajas. Creo, pues, que nuestros gobernantes deberían estar ayudándoles, ya que ahorran dinero al país, crean puestos de trabajo (sólo la cooperativa ha creado 7 de directos y algunos indirectos con la construcción y mantenimiento de las unidades generadoras), invierten en nuevas actividades de futuro, rehabilitadoras del territorio, y se han financiado con el dinero de los cooperativistas, y por tanto, sin presionar sobre el crédito, ni público ni privado. Sin embargo, éstas son las iniciativas que se intentan aplastar ¿Cómo? Muy fácil, haciendo una legislación que impide comercializar su propia energía, que impide una remuneración adecuada de la electricidad «gratis» que generan y obligándoles a que tengan que pasar por el aro de los grandes oligopolios eléctricos para poder comercializar energía. De hecho, tal como están las cosas, puede que los sucesivos cambios legislativos del ministro Soria acaben con Som Energia. No se crean, aunque sea una cooperativa creada en Cataluña, tampoco el gobierno local parece estar muy interesado en el tema… Creo que a un marciano se le cuenta esto y no lo entiende, pues cómo se va a comprender que en tiempos de profunda crisis, se aplaste a las pocas iniciativas locales creadoras de futuro sostenible.

Ante esta situación, considero que debemos redoblar nuestros esfuerzos para lograr la transición energética hacia un modelo distribuido, basado en renovables. Por esta razón, después de escuchar algunas intervenciones en la asamblea del pasado sábado, creo que no nos podemos despistar ni un momento y fomentar nuestra desunión. Nuestro enemigo es el oligopolio eléctrico que captura a todos los gobiernos de la Península Ibérica, no aquellas personas que viven a unos centenares de kilómetros de distancia. Hemos de ir todos juntos, con el mismo proyecto, que es el de lograr la generación universal de energía descentralizada. Por definición este es un único proyecto común que, intrínsecamente, por sus propias características se ha de implantar a nivel local. Si se lograra, entonces sería el momento de hablar de si la descentralización significa islas energéticas o redes federadas y distribuidas. Ya me gustaría estar en este debate, pero ese horizonte todavía es lejano, así que mientras llegamos a él, mejor todos de la mano, ¿no les parece?.

El final B de ¡Qué bello es vivir!

Cualquier persona del «Oeste» nacida después de 1946 habrá pasado algún momento de las fiestas navideñas viendo este clásico del cine que es ¡qué bello es vivir!. Es la imagen buena e ingénua, wilsoniana, de los Estados Unidos de América. Esta película es una metáfora de lo que las actuaciones de los pequeños pueden lograr frente a los poderosos. James Stewart y la pequeñísima cooperativa de crédito de su familia, gracias a su fraternidad y ausencia de codicia, sobreviven a la crisis de 1929 y evitan que su localidad se convierta en Potersville: ciudad sin personalidad y de perdición del Sr Poter, banquero codicioso y sin escrúpulos, que ha ido acumulando propiedades y capital, no por su propio trabajo, sino por las desventuras de sus congéneres.

Estoy segura que si se le pregunta a cualquiera opinará que el Sr. Poter es malo, malo, y George Bailey, bueno, bueno. Pero en el mundo de la industria energética las cosas parecen funcionar al revés. De hecho, en el mundo energético vamos hacia el el final B de ¡qué bello es vivir!: el Sr Poter se ha quedado con todos; por su maldad, sí, pero también porque en ese mundo han desaparecido los aspirantes a ángel, como el simpático Clarence de la película -que, atentos al dato, lee a Mark Twain-, mientras en la realidad, a los señores Poter energéticos les ayudan unos aprendices de brujo, tan zafios, pero mucho más malos que los de la obra de George Dukas.

Hoy, ¿qué multiplican estos aprendices de brujos? Multiplican simultáneamente dos tipos de propuestas: las de «tecnología puente» (libres de CO2, pero con fuentes convencionales), como el crear carbón limpio, seguir invirtiendo en la fusión nuclear o el shale gas, con las propuestas «verdes» de futuro, aptas para señores Poter: Desertec o el Roadmap2050 -del los que ya dimos noticia-, Seatec -cuya idea es similar a la de Desertec, pero con grandes plataformas eólicas en el Mar del Norte y Báltico, en vez de placas termosolares en el Sahara- y el Transgreen.

Basta una rápida mirada por las «tecnologías puente» para descubrir que, en plena crisis económica, el shale gas, además de otras cuestiones es una nueva excusa para crear una nueva burbuja en un sector en el que las inversiones no van a ser rentables;  los proyectos nucleares, se llevan miles de millones de los consumidores y contribuyentes, aunque abiertamente ya se diga que no hay dinero suficiente pare ello -ya cité lo que nos decía el tribunal de cuentas de Francia, a lo que ahora añado el informe de Citigroup sobre las nucleares en el Reino Unido-; y desde Estados Unidos hasta el Reino Unido se apoyan los proyectos para separar y esconder el CO2 proveniente del carbón -lo que se conoce como CCS. Es más, no se cuestiona que el «mundo nuclear» venga avalado por organismos internacionales como la europea Euroatom o la AIEA  o el recientemente creado «mundo del carbón limpio» vea prosperar las iniciativas gubernamentales europeas, de los países de la OCDE, o de Estados Unidos.

Todo ello induce a pensar que la actual transición energética es la recuperación de lo que las eléctricas, por culpa de algunos agudos, pero «blandos», moralistas como Frank Capra o, antes, el Presidente Wilson, perdieron. Siempre, en una línea de continuidad. Venimos, como nos dice Hermann Scheer, de un mundo de abastecimiento energético organizado por un consorcio de gran tamaño con multiples dependencias, y ahora nos desplazamos por un mundo de «tecnología puente», también, de abastecimiento centralizado como es el nuclear y lo será -si existe- el del CCS,  para irnos hacia el mundo de las super-redes centralizadas verdes y faraónicas, que, dicho sea de paso, también  están siendo consideradas de forma positiva por grandes ONGs ambientales como Greenpeace.  Es decir -¡y da risa, sino fuera de llorar!- como podemos leer en ese utilísimo libro que es El imperativo energético, con las energias renovables (…) se les presenta (a los monopolios eléctricos) la ocasión de volver a adoptar un papel de productores del que fueron desplazados en el transcurso de las últimas décadas.

Lo más plausible es que, como el caso de la eterna quimera nuclear, nunca veamos realizados tales proyectos, tal vez, técnicamente posibles, pero, por lo demás imposibles. Sin embargo, mientras destinamos recursos -económicos, humanos, políticos…- a ellos y los iniciamos, habremos perdido unas preciosas décadas para construir un mundo mejor. Habremos eliminado cualquier posibilidad de supervivencia para los pequeños Bailey energéticos. Reduciendo posibilidades y actores, vamos concentrando poder, reducimos la diversidad de las fuentes y nos encadenamos a unos prometeos energéticos, que. finalmente, después de perder comba en el orden del mundo que se inició el mismo año que la estrena de ¡Qué bello es vivir!, saltan con fuerza en el que, con Yalta definitivamente muerta, se está imponiendo.

De ahí, la importancia del Imperativo energético que nos propone Hermann Scheer. Imperativo que es categórico, pues, moralmente, no tenemos otra opción que la de apostar por la descentralización energética. De ahí que, como ya hizo el desaparecido Scheer desde su condición de parlamentario del SPD en Alemania, nuestra obligación sea la de definir inmediatamente una ética -una política- energetica.

Realmente prometedor

Hace unas semanas, por pura casualidad, haciendo zapping en ese preciso momento en el que dudas entre catatonizarte delante el televisor o irte a la cama, surgió en la pantalla el final de un reportaje sobre la primera cooperativa de energías renovables en España, Som energia. Esta inesperada aparición, modificó el rumbo de mi noche, pues me precipité hacia el ordenador a la búsqueda de información sobre esta interesantísima iniciativa. Desde entonces, en pocos días, sé de gente que ya se ha hecho cooperativista y leí en el ameno especial del National Geographic sobre Energía, una entrevista a su fundador, Gijsbert Huijink, un holandés afincado en Girona, en que explica que esta inciativa emula a otras que ya existen en Europa como Ecopower en Belgica, Enercoop en Francia o EWS en Alemania.

Cuanto más sé de Som energia más me gusta. De hecho, si tuviera capacidad y aptitud suficiente, es lo que me hubiera gustado fundar a mi. Como no lo hice, me haré cooperativista y le daré toda la publicidad que pueda. Esta entrada, será mi primer apoyo a este proyecto.

El objetivo de Som energia es múltiple. Es una cooperativa comercializadora de electricidad generada a partir de fuentes renovables, y es una cooperativa de inversión para el desarrollo de pequeños proyectos independientes de generación de energía renovable. Además, ofrece información y formación y abre la puerta a todos aquellos y aquellas, activistas, en cualquiera de sus modalidades, que militan en pro de un modelo de producción de energía descentralizada y renovable, independiente de las grandes compañías eléctricas.

Al menos hay cuatro aspectos que me gustan de esta iniciativa.

1) Es un proyecto que muestra cómo podría ser el camino para lograr un modelo energéetico basado en la producción de energía descentralizada -renovable-, cercana a los lugares de consumo de los usuarios finales -personas y empresas-, e independiente de las grandes compañías del sector.

2) Es un apuesta por las inciativas, los emprendedores y la transferencia de tecnología  local, pues leo en su web que esta iniciativa es el resultado del trabajo hecho desde universidades,  grupos de científicos y organizaciones locales -en este caso de Cataluña. Por ello, es una apuesta y una inversión de futuro para el desarrollo de la actividad local o de proximidad.

3) Es un proyecto de gestión y financiación cooperativa. Lo que significa, por una parte, no dependiente de los mercados financieros y del crédito «standard» y, por otra, una forma de gestión descentralizada-horizontal, frente a la gestión jeraquizada y vertical de la industria energética dominante.

4) Es un proyecto abierto al conjunto de la ciudadania, y que crecerá más o menos en función de lo que nosotros queramos, crecerá o no, en función del poder –cracia— del pueblo –demos.

En el pasivo de esta iniciativa está la limitación de que la actual legislación española convierte en casi imposible que pequeños productores de electricidad, comercializacen a través de pequeñas redes su electricidad; pero frente a ello, iniciativas como esta son el primer paso para forzar el cambio de la Ley. Como el propio Gijsbert Huijink declara: si nos consolidamos como un grupo de consumidores importante, los políticos nos escucharán. Ojalá ello sea así, pues querrá decir que los consumidores volvemos a ser un poder con capacidad de influir en la definición de la política energética. Política, que, al fin y al cabo, como todas, debería ayudar a cubrir el conjunto de necesidades energéticas  del territorio y no para acrecentar los beneficios de los grandes monopolios energéticos que en él operan.