Tránsito de petróleo y fronteras mentales o sobre el Keystone XL

El pasado viernes 31 de enero, The New York Times, en una de sus noticias de portada, informaba sobre la probable posibilidad de que la Administración Obama acabe aprobando el proyecto del megaoleducto Keystone XL, que ha de transportar el petróleo bituminoso de Canadá hasta los Estados Unidos de América. En el mapa adjunto pueden ver su recorrido.

Fuente: Transcanada

Fuente: Transcanada

Según los datos oficiales, el petróleo canadiense circulará poco menos de 2.000 kilómetros, hasta el Océano Atlántico, y el coste previsto del Keystone XL es de 5.300 millones de $USA. Dejo a su apreciación si este coste es «excesivo» o no, pero personalmente, una vez más creo que nos hallamos frente a otra prueba de que el coste no es el determinante a la hora de escoger entre distintas opciones energéticas. De hecho, en la misma página donde encontramos los datos, esta idea se confirma. Pues en ella se puede leer que este oleoducto es a critical infrastructure project for the energy security of the United States and for strengthening the American economy. Es decir, la primera razón para abogar por el Keystone XL es la seguridad y, sólo después se habla de razones económicas; aunque esta referencia a la economía americana, tenga otras lecturas, más allá de los costes.

Este nuevo informe que podría hacer cambiar de opinión al Presidente Obama, llega después de unos cinco años de fuerte oposición al proyecto. Lo asombroso de las conclusiones de esta última evaluación, según cita el NYT, es que el oleoducto no empeorará sustancialmente las emisones de CO2, ya que  if it were not built, carbon-heavy oil would still be extracted at the same rate from pristine Alberta forest and transported to refineries by rail instead. Por lo tanto, como ya damos por hecho que el petróleo se extraerá y comercializará de una manera u otra, mejor gastarnos 5,3 mil millobes de dólares en facilitar la tarea.

La lógica de este razonamiento es aplastante: si medimos el impacto ambiental en términos de CO2 y si lo que aumenta las emisiones de CO2 es el quemar el petróleo, cosa que se hará de todas maneras, construir, o no, el oleoducto no altera significativamente este nivel de emisiones, por tanto no tiene impacto ambiental. Siendo yo una persona amante de la lógica, en este caso el razonamiento no me convence.

Primero, porque si construir, o no, no altera sustancialmente la situación, también cabe la posibilidad de no hacerlo. Dicho esto, en mi opinión, lo más grave tiene que ver con otras cuestiones.

Hoy estaba leyendo un artículo de Laura Nader del año 1981, titulado Barriers to Thinking New About Energy. La profesora Nader es una antropologa de la Universidad de Berkeley (California), que en los 1970s participó como experta en el Committee on Nuclear and Alternative Energy Sistems, impusado por el Departamento de Energía (DOE) de Estados Unidos. En este artículo relata su estupor como antropologa en el seno de estas reuniones, en las que según ella te puedes expresar libremente, siempre y cuando te mantengas dentro del ámbito del pensamiento compartido. Para que me entiendan, ella cita una frase de uno de los asistentes que venía a decir que como «esto» (construir un determinado tipo de reactores) es lo que vamos a hacer, hemos traído aquí dos expertos para que discutan la cuestión…»

Ante ello, Laura Nader niega la mayor: ¿Por qué ya es un hecho que «esto» se va a hacer? ¿Por qué nadie se lo cuestiona?. La respuesta a esta pregunta está implicita en el título de su artículo: el «esto» se da como un hecho y no se cuestiona porque el pensamiento energético tiene barreras, siempre se ubica dentro del territorio de los «expertos» energéticos, que son los que trabajan en y/o para la industria. El paradigma obliga a un pensamiento normal, a el habitual. Siguiendo el hilo de este razonamiento, la profesora acaba diciendo que la dificultad de los tiempos presentes (en los primeros 1980s, después de los dos shocks del petróleo y del accidente nuclear de Three Mile Island) no se debe a la escasez de recursos naturales, sino a la ausencia de nuevas ideas. Así -y esto lo añado yo, aunque está implícito en el texto- la crisis energética vendrá no por la escasez de fuentes fósiles, sino por la escasez de ideas.

Algo así barrunté el pasado viernes, cuando leí la noticia que inspira esta entrada. Pues la tristeza de lo que ésta relata, no es que se vaya a realizar otra nueva mega-infraestructura energética, sino el cómo ello se justifica. Aquí también, el «esto» no se cuestiona, pues en Estados Unidos, y cada vez se tienen más pruebas de ello, la percepción de que su función en el mundo pasa por ser capaz de controlar en propio territorio -o muy amigo, como el de Canadá- los recursos fósiles, al coste y precio que sea. En esa idea coinciden amplios sectores de la sociedad, y por ello, no cabe esparar ninguna nueva propuesta sobre cuestiones energéticas, ni de un Presidente tan supuestamente «moderno» como Obama. Los problemas que esta decisión conlleve no serán debidos a la escasez de petróleo, sino a que se optó por él, por no pensar de forma distinta.

Un aspecto que me ha divertido del texto de Laura Nader es cuando cuenta que le pidió a un filólogo que le acompañara a las reuniones para valorar con precisión lo que allí escuchaba. Quiénes sigan este blog, ya sabrán que esta es otra de mis fijaciones, pero, ya me perdonarán, no puedo evitarlo, cuando leo ciertas cosas.

Según el NYT, Obama basará su decisión en un dato: el de las emisiones de CO2. Piénsenlo una decisión que afectará la vida -el ecosistema- de casi todo el largo de Estados Unidos de América, se define como límpia, porque los «expertos» aportan un número.No quiero frivolizar sobre el efecto ambiental de las emisiones de CO2, pero lo implícito de esta forma de pensar es: a) la única forma -oficial- de valorar la contaminación son las emisiones directas de CO2, y b) el dato emisión de CO2 se acepta como indicador sintético de los efectos -sean los que fueren- de cualquier política energética.

La primera consecuencia de ello es que pasamos a definir como «energía límpia», cualquiera que se considere que no emite directamente CO2. Ese es el stándard de la sostenibilidad. Así vemos como la energía nuclear, la fósil con instrumentos de captura de carbono, o cualquiera de las infraestructuras asociadas a ellas, pasan a ser formas de generar y emplear energía límpias y, por tanto, sostenibles. Un corolario de ello, es que se pasa a valorar las políticas energéticas-ambientales, en función de una cifra -que además, pequeño detalle, vendemos en los mercados de CO2- y no de las complejas relaciones de poder que subyacen detrás de cualquier opción energética. Si se acaba aprobando en Keystone XL, lo de menos será cuanto más o menos CO2 se emitirá, y lo de más, cuántas más personas dependerán para sus necesidades básicas del acceso a una fuente de energía centralizada, cuánto territorio hemos hipotecado, cuánta población se ha desplazado…

Por otra parte, al reducir el impacto de las políticas a una cifra, ya no es necesario dar argumentos ni a favor ni en contra de una u otra política energética, pues la bondad o maldad de la misma se reduce a eso, un simple número. En el límite del mismo, podemos dejar de razonar.

En definitiva, una combinación letal en la que los arteros filólogos del sector definen como límpio lo que no lo es, en la que los taimados expertos convierten en una cifra lo que no quieren o no saben explicar y en la que los mediocres políticos se sienten más cómodos siguiendo el dicatado de un dato que interpretando la voluntad popular.

Después de Hinkley Point, dejémonos de hipocresías

Esta mañana estaba escribiendo otra entrada, una más acorde a mis filias del momento, pero, hoy, en este lugar del mundo en el que ahora me encuentro viviendo, la radio y la prensa, supongo que también al televisión, no han dejado de anunciar que por primera vez en casi tres décadas (la última creo que fue de 1987) se había llegado a un acuerdo para construir una nueva central nuclear en el Reino Unido. Así que he cambiado el rumbo. No me extenderé mucho, pero es tal la barbaridad, que hasta George Montbiot –un pragmático pro-nuclear, desde que la tragedia de la planta Daichii en Fukushima volviera a dar protagonismo al carbón- en su comentario de hoy, hablaba en contra del proyecto. E, incluso, el conservador Financial Times matiza la apuesta nuclear actual.

En El País de hoy, en algo que suena elogioso se puede leer la siguiente frase: por encima de todo, el proyecto de Hinkley Point tiene el potencial de dar un vuelco a la industria nuclear porque propone un nuevo modelo… Les cuento el nuevo modelo, previsto a día de hoy. Es el resultado de una mente tan bellaca como la de los de UNESA. El nuevo modelo es, vamos a construir una central nuclear -parece, según Montbiot, tecnología no de última generación-, cuyos miles de millones de € serán pagados por eléctricas. A cambio, pero, el gobierno asegura un acuerdo de 35 años según el cual el MwH se pagará a 92,5£. Según lo que he escuchado hoy, este importe es más del doble de lo que actualmente cuesta la misma cantidad de energía. Según nos dice el The Guardian, ello supone un coste de unos 4,2 millones de € al día. Aquí no se acaba la cosa, para evitar menoscabo en la rentas futuras, se asegura a las eléctricas que el precio del KwH se indexará (a lo largo de 35 años) en función de a inflación. Es decir, el gobierno neoliberal del Reino Unido acaba de firmar un contrato para la construcción de una nuclear que vale un Potosí, mucho más que cualquier otra opción; fija unilateralmente el precio -de mercado, se entiende, ¿no? (Sic!)- y lo mantiene indexado por 35 años, para que los contribuyentes, cuyos salarios no corren la misma suerte, lo vayan pagando, generación tras generación. Creo que este es uno de esos casos, que habla por si mismo, máxime cuando esta central nuclear, en el mejor de los casos, empezará a funcionar de aquí diez años, lo que es un lapso de tiempo enorme para el desarrollo -o mejora- de otras tecnologías.

De todo este desaguisado, dos cosas me dan una rabia terrible. La primera, es que este es un caso «de manual», pues después de una inversión tal, los británicos quedarán 40 años más prisioneros de la amortización de esta central; pues se les dirá, como se nos dice ahora, «que sí, que claro, que son mejores otras opciones, pero que ahora que ya están construidas y funcionando, nada es ya más barato que el KwH generado en ellas». Es decir, entre los 10 años de puesta en marcha y los 40 de funcionamiento, perdemos 50 años para apostar por un nuevo modelo energético. Esto da mucho coraje, pero lo que ya es colmo es el cinismo y la hipocresía: el Gobierno del Reino Unido -y entiendo que la industria energética del país- apuesta por las nucleares porque les gustan más, porque casan mejor con su forma de pensar y de ver el mundo, porque casan mejor con su ideología y mantienen las estructuras de poder vigentes. Es así, y no hay otra razón. Lo he dicho muchas veces, no soy ingeniera y hay muchos aspectos técnicos que soy incapaz de valorar, pero mi sentido común, más que mi formación de economista, sí que me permite ver que esta es la opción menos «competitiva» de todas: es la más cara y la que lleva más costes asociados a largo plazo.

Mi único consuelo, es que ya nadie me discutirá que cuando se opta por una forma u otra de producir energía, el coste es lo de menos. Este ejemplo lo demuestra. La casualidad ha querido que, hoy, mientras escuchaba los comentarios sobre este descabellado proyecto nuclear, fuera leyendo una historia sobre la red eléctrica en este mismo país, el Reino Unido. En ella, queda claro que a finales del Siglo XIX se optó por el alumbrado eléctrico, a pesar de que costaba más del doble del, ya vigente, alumbrado de gas. Entonces, todavía quedaban muchos aspectos técnicos por resolver, pero así se hizo. Costaba el doble y no se sabía cómo evolucionaría la industria, pero se optó por el nuevo sistema, porque se pensó que sería mejor. En este caso, la historia puede haberles dado la razón, pero eso no quita el hecho de que la decisión no viniera determinada por «el coste». La diferencia, entre entonces y ahora, está en que en el Siglo XIX se trataba de imponer el progreso. Hoy, por el contrario, de lo que se trata es de mantener lo que desde los años 1950s no ha funcionado. Podemos seguir esperando al Godot nuclear -la fusión-, pero a este paso ya no quedará nadie; o nadie que pueda pagar su factura.

Filólogos del sector eléctrico y déficit de tarifa

Precio voluntario al pequeño consumidor, así es como gracias a la enésima, y prometen que última, reforma del sector eléctrico se pasará a llamar la actual Tarifa de Último Recurso (TUR). Como la TUR, hasta ahora, era la tarifa que te aplicaban las Comercializadoras de Último Recurso (CUR), entiendo que éstas, de aquí poco se convertirán en el voluntariado eléctrico. No sé, para mi que el mayor activo que tienen las eléctricas es un artista del lenguaje y de la palabra. No pensaba iniciar así esta entrada, pero es que la realidad supera la ficción ¿Cómo se atreven?, ¿precio voluntario al pequeño consumidor? Parece un chiste, salvo que por «voluntario» se entienda -y perdónenme la expresión- «el precio que les dé la gana». Seguro; ha de ser esto, ya que lo contrario significa que, además de expoliarnos, se burlan de nosotros.

La pregunta es ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Cómo hemos creado unas estructuras de poder tan grandes que han logrado que las reformas del sector eléctrico, no se destinen a reformar a este sector, sino a consolidar el poder de las empresas que lo componen y a asegurar que los ciudadanos -que todavía podemos pagar la factura- les financiemos todos sus caprichos, veleidades y pelotazos. Piénsese que, por lo que se dice, todas las últimas reformas tienen como único propósito actuar sobre el déficit tarifario; pero ninguna de ellas tiene el objetivo de acabar con las causas del mismo.

A estas alturas, ya es conocido que en España hay un desfase entre los costes regulados del sector eléctrico, la tarifa y el precio al que las comercializadoras y generadoras pactan la compra de electricidad. Este desfase es el déficit de tarifa. Así que la cuestión es ¿por qué antes no existía déficit de tarifa, y ahora sí? La respuesta la dio Ana Marco, el pasado 29 de junio en una sesión de formación organizada por el Grup local de Barcelona de Som Energía. Ella, con una breve pincelada explicó lo que para mi, a día de hoy, es la interpretación más lógica y convincente que he oído sobre el por qué del déficit.

Legislativamente, el origen de todo este despropósito está en la Ley 54/1997 del Sector eléctrico. Esta ley es la traducción legislativa de la aceleración de las privatizaciones del sector que se produjeron a finales de los 1990, durante el primer gobierno de Aznar. En el preámbulo de esta ley se puede leer lo siguiente: … a diferencia de regulaciones anteriores. la presente Ley se asienta en el convencimiento de que garantizar el suministro su calidad y su coste no requiere (…) que el Estado se reserve para si el ejercicio de ninguna de las actividades que integran el suministro Así. se abandona la noción de servicio público, (…)  sustituyéndola por Ia expresa del suministro a todos los demandantes del servicio dentro del territorio nacional (…) el sistema eléctrico nacional deja de ser un servicio público de titularidad estatal desarrollado por el Estado (…) La gestión económica del sistema, por su parte, (….) abandona la idea de una planificación determinante de las decisiones de inversión (…), que es sustituida por una planificación indicativa (…) que puede facilitar decisiones de inversión de los diferentes agentes económicos.

Perdonen que me haya extendido en la cita, pero es que tiene mucha miga. Lo primero y evidente es decir que el suministro eléctrico deja de ser un servicio público. Esta frase habla por sí sola, es clara y nada ambigua. Pero, lo segundo y lo tercero lo es menos. Decir que la noción de servicio público se sustituye por la de «suministro a los demandantes», es una frase digna del mismo artista del lenguaje que hace un par de días, con la nueva reforma, nos regaló la perla del «precio voluntario». Tal como yo interpreto esta frase, lo que nos dice el legislador es que lo que antes era un servicio público, ahora se traduce en la «obligación» de suministro al demandante. El demandante, no es el ciudadano o ciudadana, el demandante, en economía neoclásica, es el que accede al mercado y, por tanto el que tiene demanda efectiva. Traducido; el que tiene suficiente capacidad adquisitiva para estar en ese mercado. Por tanto, la Ley 54/1997, establece que el sistema eléctrico -¿las empresas?- deberán suministrar electricidad a quienes les puedan pagar. Piensen el alcance de ello en una estructura monopolista como la eléctrica.

La tercera cuestión que quería resaltar de este preámbulo de Ley es el significado del fin de la planificación determinante por la indicativa. Esta parte es la que más me impresionó de lo que nos contó Ana Marco. En términos de política energética esto quiere decir que, en el anterior sistema, en el de planificación determinante, se hacia una previsión estatal de cuánto producir, para quién y a qué coste. Ello se traducía en la construcción de más o menos plantas generadoras (térmicas fósiles, hidroeléctricas o nucleares), en una determinada red de transporte y distribución y en unas tarifas concretas. Estas plantas, podían ser privadas o públicas, pero si se construían era porque así «lo solicitaba» el ministerio de industria y energía y si «se paraban» lo mismo. De ahí, la justificación de conceptos como la moratoria nuclear, pues se asumía que el parón de las nucleares fue un «fallo» de previsión del planificador y que, por esta razón, se tenía que compensar a las empresas que realizaron las inversiones. O, de ahí, que se aceptara que pagáramos (en la factura o a través de Presupuestos Generales del Estado) un «exceso» de capacidad de algunas centrales térmicas, pues se consideraba -equivocadamente, o no- que era bueno tenerlas por si el sistema tenía algún fallo.

Así, en este sistema los usuarios finales de la energía, fuera a través de la factura o a través de distintas figuras impositivas, compensábamos a empresas del sector en aras al aceptado interés general (no tener nucleares, mantener puestos de trabajo en la minería del carbón…) o pagábamos un extra por tener mayor seguridad en el sistema.

Decir, como hace la Ley 54/1997, que la planificación será indicativa para que los agentes económicos (véase las empresas del sector) decidan las inversiones a realizar, en la práctica se ha traducido en que éstas realizan las inversiones que desean, aun a riesgo de que el sistema eléctrico tenga un exceso de capacidad. El ejemplo más claro lo tenemos con las centrales de ciclo combinado. Ya he hablado de ellas en entradas anteriores. Si no me equivoco, éstas empezaron a funcionar en el año 2002 (curioso, el año que empieza la deuda acumulada hacia las eléctricas), y si los datos que proporciona invertia son ciertos, han costado 13.161,8 mil millones de €. Gas Natural Fenosa y Endesa son, junto a Iberdrola, sus principales propietarias. Hoy, como también dije entradas anteriores, estas centrales están más que infrautilizadas y, según los informes de Red eléctrica española, la tendencia es a la baja ¿A qué se debe este despropósito? Muy sencillo a que cuando, la planificación del sistema eléctrico dejo de ser imperativa y paso a ser indicativa, las empresas del sector decidieron que se invirtiera esta millonada en un sistema en el que ya se tenían las nucleares, las térmicas y la energía hidroeléctrica; y, en coincidencia con el arranque de electricidad de origen eólico y la solar.

En coherencia con la Ley 54/1997, si el suministro de electricidad ha dejado de ser un servicio público y si son los agentes privados quienes deciden las inversiones para satisfacer la demanda, lo lógico sería que si no hay suficiente demanda, para el exceso de oferta -de capacidad- que se tiene, las empresas privadas asumieran el cierre de sus instalaciones. Pero no. En España nos inventamos el déficit de tarifa. Ya que he llegado a la conclusión que conceptualmente, el déficit de tarifa es, sobre todo, el exceso de costes fijos -de inversiones realizadas y capacidad excedente- en el sistema eléctrico español.

Para mi, a estas alturas, si dejamos de lado el transporte y la distribución, del que hablaremos otro día. Hay tres categorías de costes fijos: a) los heredados de la planificación anterior, nucleares y térmicas del carbón; b) el exceso de inversión en capacidad, que se da, sobre todo, en las centrales de ciclo combinado, y c) el de las inversiones en nuevas tecnologías dirigidas a realizar la transición energética hacia un modelo distribuido y renovable.

Las tres se confunden en ese paquete de costes regulados, peajes y pagos por capacidad que pagamos en nuestra factura y que, en muchos casos, inciden sobre el déficit, pero en términos de política energética significan tres cosas muy distintas. La categoría «a» forma parte de un modelo energético del pasado, que por razones diversas se decidió cambiar y, hasta donde sea razonable, se acordó que compensaríamos a los perdedores. La categoría «b» forma parte de un «no» modelo, fruto de la falta de política energética real, en la que un colectivo realizó unas inversiones equivocadas y capturó la actuación del ministerio de industria y energía, logrando que otros paguemos su error. Por último, la categoría «c» debería formar parte del nuevo modelo energético que queremos para el país, caso que volviéramos a tener algo que se le pudiera llamar, sin rubor, política energética.

Para mi, si se hace de forma clara y no abusiva, lo primero es justo que se pague; lo tercero debería pagarse; y lo segundo ha de desaparecer de la factura y/o de los presupuestos. Sin embargo me temo, que éste no es el mismo criterio del legislador, pues lo segundo es lo que engrosa, día a día, la deuda acumulada, engañándonos al hacernos creer que estamos pagando por una capacidad que se planificó, desde el gobierno, imperativamente. No. Esta capacidad no es fruto de una planificación y de una política energética, digna de tal nombre, es el fruto de cuando se dejó de considerar al suministro eléctrico un servicio público y de cuando aquél paso a dirigirse a los demandantes efectivos.

Enlace

Esta entrada no es mía. Algo falló, cuando la intenté rebloguear. El tiempo no me dio para la efémerides de los dos años de la tragedia del tsunami en Japón y la fatalidad de la planta Daiichi en Fukushima. Matías Nso, un blogero al que sigo, hizo esta entrada en behind the grids. Me gusta y refleja, no todo, pero buena parte de lo que siento. Aquí va el enlace http://wp.me/p1tnEs-51

Añado con motivo de esta efemérides, aunque sea un poco egótico, y sólo para quien no la hubiere visto en su momento, mi entrada de hace unos meses sobre La lección de la tragedia de Fukushima

Viviendo en el determinismo energético

Hay dos ejercicios excelentes que los académicos dejamos de hacer, porque no sólo no nos dan puntos para nuestro currículo, sino que la mayoría de nuestros colegas considera que son los propios de un o una profesora/a de segunda clase: las actividades propias de los tontitos, de los que no somos suficientemente buenos para publicar en las llamadas revistas de excelencia. Estos ejercicios son dar clases en el primer año, cuando los alumnos no están maleados por el dogma, o dar clases en cursos con alumnos provenientes de otras disciplinas, y dar conferencias divulgativas para el público en general. Es verdad que estas actividades no lucen, pero, como más lo pienso, más me convenzo que son una pieza clave del método científico, pues las preguntas de los legos interesados son los que -al menos en el ámbito de las Ciencias Sociales- te ayudan a ver si aquello que cuentas es, o no, absurdo. Es el mejor contraste, si se escucha lo que se te dice, para averiguar si has caído, como diría en gran John Stuart Mill, en la asunción de infalibilidad.

Tengo la suerte de impartir una asignatura sobre relaciones energéticas internacionales en un curso de alumnos con procedencia muy diversa. Ningún dia consigo acabar lo que tenía previsto explicar. Primero, pensé que era por que, yo, me enrollo como una persiana, pero después me di cuenta que el problema era otro: muchas de las cosas que les cuento no las entienden porque, aunque pasen y sean, no tienen sentido. Así que acabo pasando el resto de la clase, buscando la forma de explicar cuestiones que, una vez planteadas, atentan al -buen- sentido común de mis alumnos.

La noticia de la semana es la supuesta riqueza en hidratos de metano frente a las costas de Japón».  Parece, según nos informó el El País, que después del accidente de Fukushima, como Japón que no tiene petróleo, su gobierno está muy interesado en extraer este tipo de gas de «sus» mares.

Fuente: Washington Post

Fuente: Washington Post

Confirma esta idea el artículo del Washington Post, del cual está sacada esta imagen, pues el titular deja entrever que Japón está muy esperanzado con esta fuente de energía del fondo de mar. Por lo que nos dice este artículo, no sólo Japón, sino diversos países, que ven un nuevo Eldorado en sus ya esquilmadas aguas territoriales. España, también, pues parece que este nuevo «oro negro marino» se halla frente a la costa de Cádiz.

¿Realmente los hidratos de metano son algo nuevo? Puede que un geólogo les diga que sí, pues su estructura es distinta de la de otros hidrocarburos, pero, mucho me temo que para la industria energética, el CH4 significa exactamente lo mismo que el resto de petróleos y gases. Desde que se inició el apogeo de la extracción de petróleo y gas encerrado en esquistos, pizarras y bituminosas, hemos entrado en una fiebre del oro, cuyo objetivo sólo parece ser que seamos capaces de extraer tipos de petróleo o de gas de continentes en los que se encuentran cautivos. El gas que está preso en el interior de una pizarra o, ahora, el metano marino que -como decía Javier Sampedro en un recomendable artículo de opinión en El País– se halla enjaulado en el interior de un dodecaedro formado por 20 moléculas de agua.

No soy ni geóloga ni ingeniera, pero estoy convencida que ser capaces de llegar al corazón de las pizarras, de los mares o al permafrost del Ártico, requiere un excelso conocimiento científico y un grado de desarrollo tecnológico muy elevado; como asumo también que cada nuevo tipo de extracción por fractura hidráulica (fracking) o, ahora de extracción del metano glacial submarino, es costosísima, se mire por donde se mire. Si es así, la pregunta es obvia ¿por qué nos emparramos en malbaratar el progreso humano y miles de millones en destrozar –vean este video– ecosistemas enteros del planeta, en vez de intentar alternativas?

Dice Javier Sampedro en su artículo que los hidratos de metano de los fondos oceánicos pueden revelarse como la gasolina del futuro, pero solo lo serán del futuro próximo. Si son una solución a la permanente crisis energética, son solo una solución provisional y miope, puesto que el uso de estos combustibles sería exactamente tan dañino para la atmósfera como lo son nuestros actuales tubos de escape. ¿Lo pillan? En esta frase, los términos nuestros y actuales son la clave. En nuestro mundo sólo hay dinero y tecnología para mantener las estructuras de poder que ya existen, no para crear otras. Queda implicito en lo que escribo, pero por si hubiere alguna duda, hay dinero para tecnología fósil, pero no para renovables; somos los más listos del mundo inventando formas de extracción de fuentes fósiles, pero no de captación del sol e invertimos ingentes cuantías en mega-infraestructuras energéticas transnacionales en vez de instalar pequeñas unidades de generación al lado de casa.

El creciente auge de los petróleos y gases no convencionales, de todo tipo y pelaje, sólo cambia dos hechos en relación al sistema anterior: a) la tecnología de extracción, y b) los territorios -productores- que encabezan esta extracción. El corolario de éstas es que: a) se mantiene intacta la estructura de la cadena -y de la industria- energética (al fin y al cabo, es un petróleo o gas que se «enchufa» a un fuelducto que le lleva a los mismos lugares de refino, producción, generación o comercialización que antes); b) se convierte la producción de energía -y por tanto el consumo- en algo todavía más exclusivo, si cabe, pues encarece y sofistica la extracción de crudo o gas; y, c) se cambia la geografía de los territorios productores; por ahora, en favor de los grandes de la OCDE y de las economías emergentes.

En definitiva, hemos entrado en una revolución energética que gasta lo mejor del talento humano e invierte dinero a espuertas en proyectos destinados a que el producir y el consumir energía sea igual que antes; a que se contamine, todavía más que antes; a que se refuercen las estructuras monopolísticas y a que se excluyan a los «pobrecitos» del Tercer Mundo del juego energético. Esto sólo cobra lógica recurriendo a conceptos tan poco científicos como las condiciones negativas del ser humano: la codicia, la maldad y el egocentrismo.

Prueben de impartir una clase explicando esto. Los alumnos -tampoco la gente de bien- no les creerán, pués dirán que no tiene sentido. Ellos son los que tienen razón. Nada esto tiene sentido, pues vivimos instalados en el absurdo y ocurre lo inexplicable.

Frente a esta triste realidad, un nutrido grupo de académicos e investigadores-no todos, ni mucho menos- ha optado por caer en el determinismo energético, el que la industria les ha transmitido como un mantra, el decir que si las nucleares no son posibles, la única alternativa viable -aunque no les guste- es lo que tenemos. Esto tampoco es ni una explicación ni una justificación razonada, pero como se adecua más al discurso dominante, al decirlo se creen infalibles. De hecho, si se dice con fuerza y convencimiento, la gente tiende a creérselo. Es normal, pues en una mente sana es más fácil aceptar que las cosas se hacen porque no queda más remedio, que admitir que se hacen por maldad. Pero, ante ello, y sinceramente, creo que si ni ellos ni nosotros tenemos argumentos «científicos» para justificar que una forma de producir energía es mejor que otra, lo más honesto sería decir que lo que ocurre ha dejado de tener sentido y que no lo podemos explicar. Cualquier otra cosa es un insulto a la inteligencia y, además, legitimará las actuaciones de la gran industria energética.

Garoña o la chaladura del átomo español (2)

Esta semana entre noticia esperpéntica y noticia esperpéntica, también nos llegó la del cierre -definitivo- de la central nuclear de Garoña.  En el blog radiocable.com leo las declaraciones del corresponsal del periódico alemán Tageszeitung, Reiner Wandler, en la que se dice «que el adelanto del cierre de la central nuclear española no ha sido por el desastre de Japón, ni por un cambio de política energética, sino por una cuestión puramente de rentabilidad y un rifirrafe entre el gobierno y las eléctricas”

Me llega un envio de Greenpeace, en que siguiendo la línea de lo que ya nos dijeron en el mes de Septiembre –¡Garoña cierra gracias a ti!-, afirman que una de las cosas que tenemos que celebrar este fin de año es el Adiós a Garoña. Es curioso, pero siendo como soy una anti-nuclear convencida, yo, no me alegro de este cierre de la central nuclear de Garoña. Y, sobre todo, creo que poco tenemos que celebrar. De hecho, pienso todo lo contrario ¿Por qué?

En primer lugar, porque aunque el fin pudiera parecer una gran noticia, el cómo se ha logrado debería deprimir a los activistas anti-nucleares. Nos pese, lo que nos pese, Garoña se ha cerrado, como afirma el corresponsal del Tageszeitung, por un rifirrafe entre el Gobierno y las eléctricas. Se ha cerrado, porque éstas no quieren pagar impuestos. Desde mi punto de vista esto es como encarcelar a Al Capone por fraude fiscal. Nos puede hacer mucha gracia, pero que nadie se lleve a engaño, esta es la prueba definitiva que, en (des)política energética, quién manda en España son las empresas eléctricas. Ellas son las que tienen poder. Y, este poder, como es lógico, lo destinan a lograr el máximo de beneficios que puedan, no a ser activistas en pro de una política energética más justa y sostenible.

Como activistas anti-nucleares deberíamos deprimirnos, pues el significado de lo que acabo de decir es que Garoña se cierra, no por qué se crea que la energía nuclear es mala o peligrosa, no por convencimiento o por la justeza de la causa; se clausura porque «las eléctricas» quieren seguir manteniendo el «chollo» de facturar sin contabilizar, en el balance, los costes de la energía nuclear. Así que creo que más que estar brindando, deberíamos estar pidiendo explicaciones.

Digo lo de las explicaciones, porque lo que se deriva de este cierre es todavía peor que mantener en funcionamiento la central de Garoña. Es peor, porque es la muestra de que aquí sólo se hace lo que los monopolios quieren e indican al Ministro; es peor, porque sospecho que si las compañías eléctricas se desentienden de las nucleares por unos relativamente escasos euros de impuestos en el presente, más se se van a desentender de la financiación y de la gestión de los residuos en el largo plazo; y, por último, es peor, porque en esta improvisación, en este parar sin pensar en qué haremos mañana, la alternativa mainstream inmediata es aumentar las exportaciones de energía fósil, volver al carbón o potenciar la explotación de gas no convencional. Todas ellas, como lo he expresado reiteradamente –y lo seguiré diciendo en 2013- opciones nefastas.

No sé, a veces me pregunto si con la crisis también nos hemos recortado el sentido común: ¿cómo podemos alegrarnos de que las eléctricas no quieran responsabilizarse de los despojos de una actividad que, hasta hoy, les han dado pingües beneficios? ¿Cómo podemos alegrarnos de tener otro concepto que -por absoluta omisión de quien lo genera- se sumará, también, a la factura de la luz? Factura que no hace falta que les recuerde que ayer se anunció que volvería a subir, sin que el Ministro Soria considere necesario hacer nada, al respecto.

Sé que se podrá pensar que soy una soberbia, pero es que no entiendo nada. No entiendo que porque unas empresas no quieran asumir -con impuestos- el coste de velar por los desechos nucleares, se modifique de hoy para mañana el mix energético español. Máxime cuando sólo hace dos días se nos decía que no podríamos sobrevivir sin las nucleares. Y, no entiendo que estemos tan contentos de que ello haya pasado, pues el significado del cierre de Garoña es, primero, que las eléctricas nos están diciendo que no van a pagar por los residuos nucleares. Y, segundo, que el Gobierno -al menos el Ministerio de industria- se pliega ante sus reivindicaciones. Es decir, parece que ni las unas ni el otro entienden que aunque la herencia nuclear sea un fardo muy pesado, moralmente, como sociedad, estamos obligados a ocuparnos para siempre de nuestro legado.

Nunca debimos iniciar el camino de la energía nuclear, pero, por mucho que nos pese, ahora, tenemos el imperativo ético de responsabilizarnos de sus despojos. Por ello, confío en que, ya que ni las eléctricas ni el Gobierno lo hacen, pasado el momento de los brindis, los activistas anti-nucleares recobraremos el sentido que nunca debimos perder. En otras palabras, este cierre de la nuclear de Garoña no es una victoria, es un gol….

La lección de la tragedia de Fukushima

Hoy se ha presentado en el Center for Strategic and International Studies el informe oficial sobre el accidente nuclear de Fukushima, elaborado por una comisión independiente por encargo de la Dieta de Japón. Quién lo ha presentado es el Chairman de esta comisión el Doctor Kiyoshi Kurokawa. Aunque yo he asistido al acto, un poco atraída por el título, al iniciarse éste, me he dado cuenta de la suerte que había tenido de poder asistir a él. Suerte, porqué, si he entendido bien, era la primera presentación del informe en Estados Unidos, coincidiendo, y parece que ello ha sido casualidad, con la publicación on-line del informe, completo, en inglés; suerte, por poder escuchar, en vivo y en directo, el relato del Sr. Kurokawa, como primera persona responsable del primer informe oficial independiente que se realiza en la historia del Japón constitucional –el de después de la Segunda Guerra Mundial-; y suerte por escuchar unas conclusiones valientes y que, si alguien les hace caso, podrían tener repercusiones enormes para Japón, claro está, pero también para todos aquellos países con instalaciones nucleares en su territorio. Sólo llegar al acto, me han dado el resumen del informe, en el que se incluye el mensaje inicial de Doctor Kurokawa. Sólo este mensaje es, ya, demoledor: (…) the accident at the Fukushima Daiichi Nuclear Power Plant cannot be regarded as a natural disater. It was a profoundly manmade disaster. (…) This was a disaster “Made in Japan” (…) Following the 1970s “oil shocks”, Japan accelerated the development of nuclear power (…) It was embraced (…) with the same single-minded determination that drove Japan’s poswtar economic miracle. With such a powerful mandate, nuclear power become an unstoppable force, inmune to the scrutiny by civil society (…).

En su explicación oral -también en el conjunto del informe- el Doctor Kurokawa ha insistido, y mucho, en los aspectos que han propiciado esa inmunidad de la industria nuclear al escrutinio de la sociedad civil. Según él, tres son las causas: el monopolio de las compañías eléctricas que gestionan las centrales nucleares, la captura de los órganos reguladores y legislativos, por parte de este monopolio, y una estructura japonesa de gestión totalmente jerárquica en la que nunca se cuestiona la autoridad del superior. Entre el público, varias personas le han preguntado si aquello que él contaba no era aplicable también a Estados Unidos. Su respuesta ha sido que, puede que la captura sea la misma, pero que en USA hay más transparencia y más cuestionamiento de las decisiones que se adoptan o dejan de adoptar. Es cierto que si una piensa que el informe, que hoy se ha presentado, es el primer informe oficial independiente -y participativo- en la historia del Japón contemporáneo, el hombre tenía razón. Pero, yendo más allá, lo que yo me he preguntado, pensando en España, es si realmente existe una diferencia entre Japón y nosotros si, en ambos casos, los monopolios eléctricos capturan la política energética, son los que, de facto, nos “informan” sobre las ventajas e inconvenientes de cada opción energética, deciden las regulaciones y lo que es seguro y lo que no. Es cierto que, en España, el movimiento antinuclear ha tenido sus victorias; también muchos fracasos. Sin embargo, en estos últimos años, creo que lo que el Doctor Kurokawa nos dice para el caso de la industria nuclear en Japón, serviría para España, en nuestro caso unas pocas empresas controlaran todo el espacio eléctrico y son las que, aunque no exista esta estructura jerárquica incuestionable, han capturado, también, el discurso. Lo vemos con nuestra factura, lo vemos con una errática política energética, corto placista, que sólo puede explicarse por la estrategias de beneficio inmediato de los accionistas eléctricos. Lo vemos con el vaivén de legislaciones contradictorias, y, lo hemos visto con el abandono de las eléctricas –cuando lo han tenido que pagar- de Garoña. Y, está claro, lo vemos en la relativa –aunque, quiero pensar, creciente- poca oposición que todo ello tiene. Para mi, hoy, después de tener el privilegio de escuchar a este ponente, tengo una cosa muy clara: el mayor riesgo de un determinado modelo energético no es si contamina más o menos, si es más caro o menos, si está basado en un recurso finito o no. El mayor riesgo es si pocas, y poderosas, empresas lo controlan, pues con su poder absoluto, nos tendrán en sus manos y tendremos que pensar y hacer lo que ellas quieran. Como, creo, he dicho en otras entradas, no hay ninguna forma de producir energía segura, siempre puede ocurrir un accidente imprevisto. Esta incertidumbre es el precio que los seres humanos pagamos por tener un mayor bienestar (cada uno o una decidirá lo que entienda por él). Pero, ante ella, lo que realmente es justo es explicitar que este riesgo siempre existe. En una sociedad democrática –de verdad- los ciudadanos, siendo conscientes de esos riesgos, decidiremos qué es lo que queremos y lo que no. Realmente, esto es lo más relevante de este informe. Decir, como valientemente ha hecho hoy el Doctor Kurokawa, que el accidente ocurrio porque no se dieron las condiciones para que la sociedad civil -¿los ciudadanos?- supiera y actuara en consecuencia.

Garoña o la chaladura del átomo español

Este verano, pasé unos días en Francia, hablando con un gran amigo que, a la postre, trabaja para el sector nuclear. Tuvimos amicales, pero agrias, discusiones sobre el futuro de la energía nuclear. De todos los argumentos que me aportó, uno me dio que pensar: caso que el «parón» nuclear no se realice de forma muy programada y vigilada, el problema puede ser mayor, pues es mucho más complejo el desmantelamiento nuclear que la construcción de nuevas centrales.

Hoy, leo en El País, la noticia de que las dos grandes eléctricas, Endesa e Iberdrola, «dejan caer» Garoña. Estoy estupefacta, la política energética y las eléctricas de este país nunca dejarán de sorprenderme. Después de «vendernos» a machamartillo que la más barata de todas las energías era la nuclear, ahora resulta que Endesa e Iberdrola no quieren seguir con ella. Apunta la noticia de El País que ello se debe a que, para cumplir la normativa de seguridad, se requeriría una inversión de 100 millones de euros que, claro, nuestras «pobres» eléctricas no quieren hacer. Sorprende en gran manera este hecho, pues el actual gobierno del Partido Popular declaró que Garoña no se cerraba; el Ministro Soria, al acabar con las primas a las renovables, de facto, apostó por la electricidad nuclear; y, la grandes eléctricas, llevan décadas intentándonos convencer que lo mejor, lo más barato y lo ambientalmente más inocuo es la energía nuclear

¿Qué pasó?, pues…Sin mucha más reflexión e información, cualquiera -o todas- de las opciones posibles:

a) las eléctricas han descubierto que la energía nuclear sólo es barata cuando la pagamos los consumidores y contribuyentes, pero que deja de serlo cuando ellas han de costear las inversiones

b) las eléctricas han descubierto que la energía nuclear sólo es barata cuando no cumple al máximo las medidas de seguridad establecidas, pero que deja de serlo cuando empezamos a valorar seriamente la posibilidad de una catástrofe natural u otra, sobrevenida

c) las eléctricas han descubierto como obtener todavía más beneficios, y han decidido jugar una partida de poker, con este debilitado gobierno e inconsistente ministro de industria, para acabar diciendo que realizarán las inversiones a cambio de más déficit de tarifa, o equivalente en nuestra factura

Como siempre en estos casos, los pequeños consumidores eléctricos seremos los paganos de la historia, pero, al menos, este sincopado apagón nuclear, tendrá el mérito de sacar a la luz el hecho de que la energía nuclear no sólo no es segura, sino que es -ahora y siempre- extremadamente cara, pues nosotros y todas las generaciones futuras deberemos absorber el coste de que una vez éstas fueron construidas sobre la faz de la tierra.

¿Por qué en tiempos de crisis se abandona el ecologismo?

Uno de los titulares de portada de Le Monde del 8 de abril de 2012 es que la ecología está siendo la gran ausente de la campaña presidencial francesa. Encabezando la noticia se puede leer, desde 2009, la ecología es una preocupación menor de los franceses, y que una encuesta realizada por el IFOP muestra que sólo el 27% de nuestros vecinos lo consideran una cuestión prioritaria. Es cierto que el debate energético-ambiental en Francia está muy condicionado por su condición de potencia nuclear, pero tiendo a pensar que si hiciéramos esta misma pregunta en España, el resultado sería similar. Sino fuera así, ninguno de nuestros gobernantes se atrevería -y perdónenme si insisto, pero lo encuentro muy grave- a «vender» como solución de futuro un proyecto como el de Eurovegas que, entre otras cosas, de realizarse en Cataluña, implicaría acabar con lo poco que nos queda de Delta del Llobregat y con la actividad económica -agricola- de proximidad que todavía nos queda en Barcelona.

Aunque habría muchos contenidos posibles al término «ecologismo», creo tal como se emplea en ese artículo de Le Monde, se refiere a política energética con contenido «verde». Cuanto más lo pienso, más convencida estoy de que el problema es que muchos de los movimientos ecologistas  se equivocaron en querer que se incluyera esa parte de contenido «verde». En muchos casos se argumenta que un modelo de crecimiento basado en una industrialización y un consumo masivos es insostenible, por no ser respetuoso ni con el medio ambiente ni con el planeta. Dicho de otro modo, y caricaturizando, parecería que lo malo es que para producir acero y usar coches se requiera de energía “sucia”, pero que si la energía fuera limpia, el modelo sería sostenible. Hoy en día, estamos en la fase en la que ya podríamos tener coches considerados limpios (el eléctrico o el de hidrógeno), que tenemos electricidad verde del sol, el aire y el agua -en España, en 2010 un 34%-, etc…, pero las cosas de fondo no han cambiado; porque en la misma razón del éxito del discurso ecológico, está la facilidad de la huída del mismo en tiempos de crisis.

Buena parte del discurso ecológico mainstream plantea la opción verde como algo desideologizado, transversal e independiente de las relaciones de poder que se derivan de la industria energética. En este discurso, aunque sé que mucha gente no estará de acuerdo conmigo, se unen dos planteamientos «verdes» distintos.

El primero más en la línea de lo políticamente correcto que ve la cuestión del cambio de modelo energético como algo bueno y posible, pero muy caro. Siguiendo con mi caricaturización anterior, es pensar que el coche eléctrico es algo posible, pero: a) el de gasolina es más barato, b) en un momento de crisis apostar por el coche eléctrico, sería destruir las pocas industrias -y puestos de trabajo- que nos quedan. Por ello, la política energética «sabia», ante la disyuntiva, es apostar por los -pocos- motores de crecimiento que todavía tenemos, antes que apostar por tener el mismo coche que antes, pero respetuoso con el medio-ambiente. Es plantear la política energética en términos de trade-off entre crecimiento y medio ambiente.

La segunda línea, aunque es similar a la anterior, es más catastrofista. Va en la misma línea discursiva del decir que «hemos vivido por encima de nuestras posibilidades». Es decir que el elevado nivel de crecimiento que la Sociedad Occidental ha tenido desde Yalta sólo ha sido posible gracias al extremo poder -y uso- energético del petróleo -y el uranio-, pero: a) la elevada contaminación ambiental del petróleo lo convierte en insostenible, b) el petróleo se acaba y no podremos seguir contando con él, c) en el mundo global, con la emergencia de grandes consumidores como China o India, esta opción es inviable. De aquí salen tres discursos: a) el más alternativo individual, tipo «nos hemos de ir a vivir al campo, con nada, como hacían nuestros abuelos»-aunque éste podría confluyendo con la del nuevo tipo de falsos libertarios de los que hablaba en la entrada «propiedad privada, mercado y dogma»-, b) el que abarca el espectro político central de la economía del decrecimiento, no como opción individual, sino pragmática ante la «fatalidad» de que no volveremos a tener nada parecido al petróleo, hemos de aprender a vivir usando menos. Es decir, pasados los «felices años» del petróleo, seguiremos igual, pero usando menos y mejorando la eficiencia energética, y c) el que algunos ámbitos empiezan a denominar ecofascismo (aunque todavía tengo que pensar mucho en este término), es decir una forma de ecocracia autoritaria como única forma de gestionar la creciente presión -demográfica- sobre unos recursos escasos.

Habría mucho que decir de todo ello, pero entiendo que si el discurso ecológico mainstream se mueve entre estos dos grupos de opciones ningún candidato, ni de Francia, ni de ningún país Occidental esté dispuesto a hablar de ecología. Habría mucho que decir de todo ello, pero en esta entrada lo que me interesa resaltar, es que, hoy, en plena crisis, ningún candidato a la presidencia de ningún país asumirá ningún objetivo energético medioambiental si éstos se plantean en términos de «se puede hacer los mismo de forma límpia o sucia», pero es más caro -y destruye empleo- hacerlo de la primera forma. Como tampoco ningún candidato hablará de economía del decrecimiento, en plena recesión, pues sería un suicidio.

De las otras dos opciones posibles, una se excluye por si misma, ya que representa a los que «se apean», a los que no se sienten, de partida, representados por ningún candidato y, por tanto, no acudirán a las urnas. La del ecofascismo, tal vez, en el caso de Francia, lo asumiera Marine Le Pen, vinculando emigración a exceso de consumo energético, pero, por definición, esos son los discursos que nunca se hacen de forma abierta.

Desde este punto de vista es lógico entender porqué ningún candidato a Presidente de la República francesa tenga propuestas «verdes», casi ni la candidata ecologista, Eva Jolie, que, significativamente, desde que la crisis se manifestó en toda su crudeza, ha ido perdiendo posición tras posición en la escalada hacia la presidencia. La razón es porqué lo «verde» no se plantea como una alternativa al modelo que ya tenemos, como una opción económica de futuro. Ello no es culpa ni de los candidatos ni de 73% de los franceses que no lo ven como una opción prioritaria. Es culpa de buena parte de los 27% que sí que lo ven, incluyendo a la candidata Eva Jolie, que se han quedado en un discurso desidelogizado y aséptico sobre lo que significaría un cambio de modelo energético.

Lo lamento, pero voy a volver a Hermann Scheer. Él nos dice que el verdadero problema, para que se produzca un cambio de modelo energético es que el despliegue global tecnológico, infraestructural, organizativo, financiero, e incluso político, no es compatible con los requerimientos de las energías renovables. Desde este punto de vista, el reto de cambiar de modelo energético no es ni de disponibilidad de fuentes ni de costes, ni de tecnologías existentes. El problema de cambio de modelo energético es un problema de cambio de estructuras de poder. Éstas son las que hoy -y en Francia claramente el lobby nuclear- impiden que los ecologistas elaboremos discursos en los que se vea este cambio de modelo energético como una inversión de futuro, como las que ya he ido apuntando en mis sucesivas entradas a este blog.

En la situación de crisis actual, creo que la obligación moral de los ecologistas es mostrar que su vía, porque representa un cambio en las estructuras de poder actuales, es la opción válida para salir de la crisis. Si se sigue en la línea pactista de introducir un «toque de verde» en lo que ya hay, veo un negro futuro. Pues en tiempos de crisis, como sólo se ve como un «embellecedor» o como un freno al creimiento, el verde desaparece, porque sólo se ve, como eso, como un color que representa la esperanza, pero no la salvación de la realeconomik.

Si hablo de Francia, permítanme decirles que la situación actual me recuerda a la de la descolonización de Argelia. La visión de la época -incluso del Partido Comunista Francés, hasta avanzada la Guerra de Liberación (1954-1962). Candidato de cuyo partido, hoy, en Francia, también apoya la energía nuclear- era contraria a la independencia de Argelia. Hay un pequeño clip -muy mono- de los informativos franceses de la época que nos cuenta todas las desgracias que los franceses padecerían si perdían Argelia. Hoy, sabemos que ese discurso era el mantra del lobby colonial, pues soltar el «lastre» económico de Argelia, fue la mejor inversión económica de la Francia contemporánea. Estamos en las mismas, si Francia perdiera sus nucleares….

1093 km. y 66 años

Hoy, 11 de marzo de 2012 se cumple un año de la tragedia nuclear de Fukushima. Lo he pensado muchas otras veces, pero ante la profusión de artículos conmemorativos en la prensa del día, y el goteo de opiniones sobre la no sostenibilidad de las nucleares, la última la del The Economist, me pregunto cómo puede ser que en el mismo país, con tan sólo 66 años de diferencia y a escasos 1000 km. de distancia se hayan producido dos de las mayores barbaries -nucleares- de la humanidad.

¿Cómo puede ser que el país que sufrió las consecuencias de una de las mayores aberraciones de lo más sofisticado y extraordinario de la civilización occidental -la Física-; después, apostara por la seguridad -energética- que le proporcionaba la energía nuclear? La única explicación lógicamente plausible es que su debilidad de vencidos les hiciera creer en la superioridad de la ciencia y la técnica occidental y en su capacidad de dominar el mundo físico.

Mirado desde otro punto de vista, hoy, sólo se me ocurren cinco razones, para que después del horror de Hiroshima y Nagasaki el proyecto nuclear siguiera adelante:

1) la soberbia del ser humano que se cree que, cual demiurgo, dominará y moldeará a su antojo el universo físico (lograremos la energía nuclear segura y domeñaremos los residuos radioactivos )

2) la soberbia de los ganadores de la Segunda Guerra Mundial que pensaron que siempre controlarían el destino del mundo (decidiremos quién tiene energía nuclear y quién no y no habrá problema con los residuos pues siempre estarán bajo nuestra supervisión)

3) la voluntad de poder de los «ganadores» que pensaron que por tener una tecnología y un arma nuclear dominarían para siempre el destino del mundo (la estrategia de disuasión nuclear)

4) la perversión del sistema que necesita de la destrucción para seguir «progresando». Una vez más, la enseñanza de la metáfora del «ángel de la Historia» de Walter Benjamín, el ángel que no puede deshacer el caos ocasionado por la destrucción porque en el Paraíso sopla una tormenta tan poderosa que le enreda las alas y le obliga a seguir avanzando, en vez detenerse. Como es bien sabido, esa tormenta, es el progreso.

5) la codicia del conglomerado nuclear que presiona para que se siga manteniendo la fuente de sus jugosos beneficios.

En resumen, cinco cuestiones sobre las que, hoy, en el primer aniversario de la tragedia nuclear de Fukushima, deberíamos reflexionar. Cinco cuestiones que, una vez más, nos llevan a pedir la remoralización de la política energética.