Castor, una nueva agresión a la democracia y a la tarifa energética.

Una de las noticias de la semana es la hibernación de Castor, el almacén de gas submarino situado frente a las costas de Vinaròs (Castellón) cuya actividad se ha relacionado con movimientos sísmicos en la zona. Esta decisión, adoptada en el Consejo de Ministros del pasado viernes 3 de octubre, viene después de que vecinos y diversos movimientos ecologistas se manifestaran reiteradamente contra tal proyecto.

El almacenamiento Castor estaba recogido dentro de la Planificación Estratégica de los Sectores de Electricidad y el Gas 2008-2016 del Ministerio de Industria con la máxima categoría (A Urgente), como proyecto «necesario y prioritario» para el sistema gasista español, y básicamente pretendía ser una reserva de gas, para cubrir aproximadamente un cuarto de la demanda de gas en España para unos 50 días. Con las operaciones de inyección del llamado «gas colchón» se iniciaron los temblores y la alarma de los vecinos, hasta que en el mes de septiembre, después de que se produjera un seísmo de magnitud 4,2 en la escala de Richter, el gobierno ordenara el cese de la actividad.

Ello, que podría ser una buena noticia para los vecinos y los ecologistas, se ha transformado en un nuevo ataque a la ciudadanía. Por lo que informa la prensa, para compensar de las pérdidas que ello pueda reportar a la empresa privada concesionaria, Escal UGS (participada en un 67% por ACS), saldrán de los bolsillos de los ciudadanos 1.350 millones de €, que iremos pagando en la factura del gas, a tenor de unos 100 millones al año.

Puede que yo sea de otro planeta y no entienda nada, pero si interpretara adecuadamente, al menos a la vista de los resultados, los hechos son que se construyeron unas infraestructuras energéticas que no cumplieron todos los requisitos de seguridad. Como siempre ocurre, estas instalaciones se «vistieron» de una necesaria inversión pública en aras al cumplimiento del un supuesto interés general, pero las realizaron empresas privadas con el objetivo de obtener beneficios privados. La mayoría de la ciudadanía no opinó sobre la cuestión, aunque sí que existieron ciertos colectivos que (activistas y movimientos ecológicos y energéticos) se opusieron a ella. Los hechos les han dado la razón a ellos. Sin embargo, una vez más, el gobierno de España da la razón y compensa a las empresas del sector y nos obliga a los ciudadanos a pagarles su mal hacer.

Por tanto, si entiendo bien, en este país cuando una empresa privada no hace bien su trabajo, los ciudadanos somos quienes les tenemos que indemnizar, pagando un plus en una factura.

Tal como van las cosas, me temo que lo mismo ocurrirá en Canarias. Allí, si las prospecciones de Repsol causaran alguna tragedia ambiental, ahuyentan al turismo o cualquier otra cuestión, los canarios que activamente se están oponiendo a ello, les tendrían que indemnizar; o, lo que en el momento actual parece probable, si las demandas de los canarios lograran que se pararan las prospecciones, podrían acabar reclamando a los isleños o a sus compatriotas peninsulares que indemnizáramos a Repsol, pues tal como soplan los vientos, podría ser que en poco tiempo los europeos tuviéramos que indemnizar a las empresas que tenían previsto hacer un negocio, cuando éste se viera truncado por oposición de la población, de las autoridades ambientales o sanitarias o por cualquier cambio de legislación.

Esto, que ya ha ocurrido en el caso de algunas empresas tabacaleras, que han logrado indemnizaciones después de la aplicación de determinadas legislaciones anti-tabaco, se podría extender al conjunto de actividades, evidentemente las energéticas, si las negociaciones que en la actualidad se están llevando a cabo entre la Unión Europea y Estados Unidos, para la firma del Acuerdo Transatlántico del Comercio y la Inversión (TTIP en su acrónimo en inglés), prosperan.

Sobre este acuerdo habla el último informe del Seminari Taifa, y sobre él discutimos en pasado sábado. Aquí de él quiero destacar que de sus tres patas, liberalización comercial, regulaciones y creación de tribunales de arbitraje, la última parece especialmente preocupante, pues es el fin del de la posibilidad de alegar interés público en el arbitraje de inversor a Estado. Se trata de establecer tribunales de arbitrajes privados (ISDS), que darán a los inversores el mismo estatus que a los gobiernos. Los ISDS permitirán reivindicar a los inversores sus derechos ante tribunales privados, en los que abogados del sector privado podrán tomar decisiones que obliguen a los gobiernos a pagar indemnizaciones ilimitadas a los inversores sin apelación. Esto es gravísimo y atenta seriamente contra los fundamentos democráticos de cualquier sociedad, pues es mucho más propio de una república bananera que de un estado liberal, moderno y democrático.

Dicho esto, y en clave de humor, lamento que los «pobres» concesionarios de Castor no lo pensaran antes, pues de haberlo sabido, esperando un poquito, podrían haber recibido «legalmente» una indemnización mayor, logrando, así, que los ciudadanos tuviéramos una deuda de por vida con ellos. Es trágico; es horrible; y es inmoral, pero entra en el umbral de lo posible y probable. Espero y deseo que no lo tengamos que ver en Canarias.

Shale gas subprime

Hace unos días, Carlos, un lector del blog me hizo llegar un enlace a un informe titulado Shale and Wall Street: was the decline in natural gas prices orchestrated? La autora de este informe es Deborah Rogers, persona que tiene un blog llamado Energy Policy Forum que, según ella misma cuenta, creó para valorar y debatir la política energética de Estados Unidos. En mi opinión, la información que se puede leer en el blog, es seria y contrastada.

El lector me recriminaba no haber tenido en cuenta el aspecto financiero del actual apogeo del Shale gas. Creo recordar que hice alguna mención a ello en El declive del imperio petrolero occidental, pero es cierto que no con la seriedad y detalle del informe de Rogers. Después de que él me lo recomendara a mí, yo se lo recomiendo a ustedes.

Aquí no les voy a contar todo el detalle del informe. La idea general del informe es que la presente situación de exceso de oferta de gas en Estados Unidos (y de bajos precios del mismo), tiene como origen las predicciones que los analistas financieros de Wall Street realizaron sobre la evolución del sector. Y, para nada, ésta expansión se justifica con las perspectivas reales del mismo. De hecho, como el mismo informa apunta, éstas son bastante malas, pues: a) aún con la más optimista de las predicciones el retorno energético de la inversión es muy bajo (cuántas unidades de energía se emplean para extraer una unidad adicional); b) se está ya produciendo un rápido declive de la producción; c) las grandes empresas del sector están mostrando una gran reticencia a invertir en nuevos proyectos o infraestructuras asociadas al shale gas; y c) no se producen ni los efectos económicos, ni tecnológicos esperados.

De hecho, todo ello ocurre, porque como mucha gente del sector viene diciendo, la supuesta revolución del shale gas o oil, consiste en cucharetear con fuerza en los rincones, con el fin de sacar a la superficie los restos. Pero, una vez el gas o petróleo atrapado ha salido, no hay que esperar un surtidor constante, como antaño. En el proceso de extraer el shale gas o oil, no hay ni nuevas reservas ni nueva tecnología. Ya, en un artículo de 1891 de Calouste Gulbenkian, publicado en la Revue de Deux Mondes, se habla de esta nueva técnica, ideada por el Coronel Roberts en 1862, quien para renovar los yacimientos agotados empleaba dinamita, con el fin de desagregar las paredes rocosas que se interponían. Esta técnica fue utilizada con éxito en 1866, y consistía en lograr una explosión subterránea mediante el lanzamiento de un lingote de hierro. Con ello se lograba que algunos minutos después, llegara a la superficie, al mismo tiempo que un ruido sordo, un líquido mezclado con fragmentos de roca. Así fue cómo se renovó el más abundante de los yacimientos de América

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Hoy en día, la técnica se ha modernizado un poco, pero la esencia sigue siendo la misma: dinamitar a gran profundidad, para romper las rocas en las que el petróleo o el gas se hallan presos. La diferencia, entre ayer y hoy, está en que cada vez hay menos qué liberar, y que cuando ya se ha logrado, no hay más gas o fluído que fluya hacia fuera. Ello obliga a una constante perforación en horizontal siguiendo las vetas del hidrocarburo, añadiendo superficie de terreno, cada vez que un»nuevo» pozo se seca.

Este proceso, el de la constante adqusición y perforación de nuevos lotes, que se van agotando, es el que ha propiciado Wall Street; creando una nueva burbuja para financiar las inversiones fallidas. Me explico, con el auge del shale gas, se hicieron muchas y cuantiosas inversiones. Inversiones que, por las razones que acabo de mencionar, en el mejor de los casos, tendrán resultados efímeros. Pero, para poder cubrir el importe ya captado -con fondos de inversión, de pensiones…- y poder pagar los dividendos o intereses, se necesita seguir creando liquidez, pues el resultado de la venta del gas, en muchos casos, no es ni suficiente para cubrir los elevados costes de extracción. Por ello, Wall Street intenta captar nuevos fondos. Sin embargo, para que ello ocurra hay que añadir nuevos lotes de terreno -sobre los que crear títulos- y hacer borbotar gas o petróleo a mansalva -para hacerlo creíble. Ambas cosas son las que han creado el exceso de oferta actual que, a la postre, disminuye el precio del gas, convirtiendo en todavía menos rentables las inversiones iniciales.

No hace falta tener mucha imaginación para aventurar  -además de las obvias ambientales- las consecuencias de ello, pues se han creado títulos sobre unos yacimientos efimeros y de mala calidad, a precios de yacimientos de gas o petróleo fetén. Y, evidentemente, como ya viene siendo habitual, si algún día, estos títulos, se quieren realizar, descubriremos -como con el caso de las hipotecas subprime- que los activos que los respaldan estaban sobrevalorados. Creando, así, la subsiguente crisis financiera; ocasionada por reservas subrime.

Lo «divertido», en este caso es que ello tiene consecuencias geo-políticas. Este proceso ha conducido a un exceso de oferta -coyuntural, claro- que ha llevado a la tan cacareada disminución del precio del gas en Estados Unidos -incluso por debajo de los costes de extracción. Hoy, la consecuencia exterior inmediata de ello es una «falsa» exportación, pues no es que se venda fuera, por sobrar. Se vende fuera el gas, porque los productores americanos perderían dinero si lo vendieran en su país, por ello se aprovechan de unos precios internacionales más elevados. Ello crea la ilusión de que, como a finales del Siglo XIX e incios del Siglo XX, Estados Unidos será de nuevo país exportador. Pero, como vengo repitiendo -y cada vez más convencida- este es un el farol aunque, como ya se demostró hace unos días, nos los estamos creyendo,

Depende cómo se mire, da risa, pues toda esta burbuja, significa que el gran giro geo-político de Estados Unidos es una gran ilusión o una gran estafa. Así, la new era of American energy diplomacy basada en the vast new supply of natural gas in the United States es un bluff. !Qué crédulos somos los humanos!

Nueva diplomacia energética y Crimea

¡Por fin! Por fin ha llegado la noticia que he estado esperando todo este tiempo. Hoy, en el New York Times, y se titula U.S. Hopes Boom in Natural Gas Can Curb Putin. Aquí su encabezamiento, the crisis in Crimea is heralding the rise of a new era of American energy diplomacy, as the Obama administration tries to deploy the vast new supply of natural gas in the United States as a weapon to undercut the influence of the Russian president, Vladimir V. Putin, over Ukraine and Europe

Mi alegría al ver la noticia sólo es síntoma de mi soberbia, pues según mi interpretación de los hechos, lo que esta noticia demuestra es lo que vengo diciendo en este blog desde hace dos años. Me da la razón. Primero dije que la geo-política de la energía ya no es lo que era y, segundo, que lo que hay detrás de la fiebre del shale gas en Estados Unidos es el diseño de una nueva geopolítica y, por tanto, de unas nuevas relaciones de poder mundiales en las que, claro está, Estados Unidos intenta seguir teniendo el protagonismo.

Queda pedante y no es de buen gusto, pero esta vez lo voy a recordar. En enero de 2012, ya publiqué una entrada cuyo título, entonces interrogativo, era ¿Perdimos la geo-política del petréoleo sin enterarnos?. Posteriormente, en Octubre 2013, redacté tres entradas consecutivas que apuntaban al fin de la Doctrina Carter, al fin del atlantismo en las relaciones energéticas internacionales  y a cuestiones que ya no tenían encaje en el análisis geopolítico al uso. Unos meses más tarde, en marzo, ya apunté que la descordinación en la respuesta internacional y la falta de una explicación coherente a lo que en Chipre, en este momento, ocurría eran debidas a la desapareción del mundo de ayer y al tácito fin de un bloque atlántico (llámese OCDE, OTAN o como se quiera) con intereses supuestamente comunes. Siguiendo esa misma línea de pensamiento, el pasado noviembre di un paso más al decir que Estados Unidos estaba marcándose un farol con «su» shale gas con el objetivo de redefinir su nuevo papel en el mundo.

Por último, aunque el tono era distinto, en diciembre, en una entrada ya efemérides del cercano centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial, insinué que el orden petrolero internacional que se cimentó entonces, estaba en vías de desaparición.

El azar ha querido que mientras llegaban noticias de los asombrosos hechos en Crimea, yo estuviera trabajando en el mundo del petróleo de antes de la «Gran guerra». Ayer escribí para mí misma, sin pensarla mucho, una frase que venía a decir que antes de la guerra, buena parte del petróleo internacional provenía de los territorios en torno al Mar Negro. De hecho, en este mapa que ya mostré en una entrada anterior, queda clara la centralizadad de esta zona, confluencia de los tres imperios de la época, el Ruso, el Austro-Hungaro y el Otomano

Fuente: Garretson, 1957

Fuente: Garretson, 1957

Entonces, Crimea, cuya guerra algunos consideran como el préambulo de la de 1914-1918, todavía tenía gran importancia geo-política, pues es un istmo que guarda el paso a los estrechos del Bósforo y de Dardanelos -grandes protagonistas de la política internacional decimónica.

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Sé que no vale decirlo, pero si la Revolución Soviética no hubiera facilitado la partición de Europa y si los tratados posteriores a la Primera Guerra Mundial no hubieran repartido los territorios y activos petroleros como lo hicieron, el Mar Negro y, con ello, Crimea hubieran seguido siendo una pieza geo-estratégica fundamental. No fue así. Pero, quién sabe. Tal vez, ahora, que ese orden ya no existe, haya quién considere que ha llegado el momento de tomar posiciones. En mi mente, todavía es muy intuitivo, pero cada vez más tiendo a pensar que de» esto va la cosa». No es la partición de Ucrania, no es un conflicto entre poblaciones de distinta procedencia, no es que Putin sea un loco irreflexivo; es la toma de posiciones geo-estratgéticas en un orden mundial cambiante.

Hoy, en 2014, cien años después del inicio de la desaparción de Crimea como pieza fundamental en la arena internacional, ésta pequeña península podría recobrar el esplendor perdido. Hoy, también, cien años despues de esa fecha, para Putin (o para cualquier dirigente Ruso) es posible hacerlo, porque en la nueva geo-política de la energía que se está forjando,acaba con la que se moldeó entonces. Ese juego, se acabó. Esta vez, Putin o sus asesores, parecen saberlo. Al menos saben que la eventualidad de que Ucrania corte el suministro energético a Europa es sin riesgo alguno, pues no habrá reacción real. Lo apuntaba el lunes The Guardian, pero aquí en Europa, parece que como siempre seremos los últimos en enterarnos.

El declive del imperio petrolero occidental

Con un título tan pomposo, inicio la celebración del segundo aniversario de este blog. Sí, dos años ya. Años que vienen marcados por la celebérrima onomástica de la medusa y de servidora. De hecho, este blog fue un regalo recibido en la que fue la tradicional fabada en homenaje a nuestra común Santa, hasta que, después de unos 40 años de servicio al barrio, el Mesón del Jamón cerrara sus puertas.

¡Cuántas cosas están cambiado para todos nosotros! En fin, este tsunami capitalista que nos va barriendo a todos, podría estar amenazando también a las grandes compañías petroleras internacionales privadas transnacionales, conocidas en la jerga como International Oil Companies, cuyo acrónimo es IOC.

Llevo unos días buscando algo relativamente impactante y novedoso para celebrar este aniversario. Empecé esta búsqueda, leyendo un artículo académico, intelectualmente estimulante, de Gavin Bridge y Andrew Wood, titulado  Less is more: Spectres of scarcity and the politics of resource access in the upstream oil sector, que fue el que me dió la pista, pues en él, entre otras cosas, se afirma que las grandes, entre las grandes petroleras, estructuralmente, tienen problemas serios. Según estos autores, esta fragilidad se debe, y creo que tienen razón, a que su principal fuente de negocio es la extracción y venta de petróleo crudo. En el contexto actual, ello está amenazando su sostenibilidad a largo plazo, pues roto el mundo en el que las IOC y la OPEP eran las dos caras de la misma moneda; y roto el mundo en el que ellas eran las únicas compradoras del «mercado» internacional, parece que están teniendo problemas para asegurarse el acceso a «nuevas» reservas acordes con su modelo de negocio: petróleo de calidad, relativamente fácil de extraer, con un coste por debajo de los 15$ el barril.

Después de leer estas ideas, decidí buscar datos que muestren la cuestión. Pero, entre las cosas que también han cambiado en estos dos años, la Energy Information Administración estadounidense, después de tunear su página web, ha cancelado alguno de los servicios que ofrecía. Entre ellos, el que yo en algún momento de mi vida consulté más, los informes financieros de las grandes productoras de energía estadounidense. Así que, desgraciadamente, se acabaron las series homogéneas y gratuitas sobre las compañías petroleras. Los últimos datos, se corresponden con el informe de 2011, y se refieren a 2009. Soy una persona poco proclive a creer en confabulaciones y complots, pero la desaparición de tales estadísticas, en un momento en que ocurren cosas inexplicables en el sector energético estadounidense, es un pelín mosqueante. En fin, como la vida misma, tiraremos adelante con lo que tenemos…

Acabar en 2009 las estadísticas es fatal, pues este es un año poco significativo por ser el de mayor impacto de la crisis fuera de nuestra Europa meridional y por ser un año de bajos precios de petróleo: en términos reales se situaron en torno a unos 60$ del barril, entre un antes y un después, en torno a los 100$/br. Sea como fuere, los datos de conjunto que tenemos hasta ese año, muestran lo siguiente:

1) Las grandes empresas petroleras son muy rentables para sus accionistas, de hecho salvo en los años de grandes descensos del precio del crudo, recientemente 1998-99 y 2009, la rentabilidad de este tipo de empresas, al menos para los accionistas e inversores, es mucho mayor que la del resto de empresas productoras-manufactureras. De hecho, pasado el bache de 2009, los datos de Shell, ExxonMobil, Chevron, Total y British Petroleum (BP), muestran que los accionistas siguen cobrando buenos dividendos por acción.

2) En los primeros años del Siglo XXI estas empresas han tenido unos ingresos -y unos beneficios- excepcionales, que a la luz de los datos que nos ofrecen los informes anuales de las compañías citadas, parecen haberse recuperado y han vuelto a iniciar una tendencia creciente.

3) La principal fuente de estos ingresos es el segmento upstream (extracción y venta de petróleo o gas natural). Es asombroso ver, que en casi todas las grandes las ventas por este concepto representan en torno a un 85% del total, y que en algunos casos como el de Chevron, en los últimos tres años, ha sido de más del 90%.

Por tanto, y aunque parezca extraño, casi se podría decir que estas empresas son tan rentistas como las economías petroleras, pues su principal fuente de negocio son los ingresos que obtienen por la venta del producto del subsuelo, y mucho menos las ventas de bienes finales elaborados. De hecho, sin llegar a tener una relación tan exacta, como en el caso de las economías de los países exportadores de petróleo, los buenísimos años de estas empresas son los de altos precios del petróleo, mientras que los menos buenos, los de bajos precios.

Ante esta forma de negocio, que se basa en capturar el máximo posible de la renta del subsuelo, el dato preocupante, al que se refiere el artículo de Bridge y Wood, es la evolución de las reservas y la producción de estas compañías.

Fuente: EIA (2011)

Fuente: EIA (2011)

En este gráfico se observan, en primer lugar que, hasta 1998-99, estas compañías fueron perdiendo volumen de reservas. En segundo lugar, cuando éstas se empiezan a recuperar, el petróleo pierde peso dentro de ellas. Desde entonces, representan un 11% menos. Y, lo que es más grave, si a estas reservas le descontamos las arenas bituminosas de Canadá, el efecto todavía es más impactante. En total, hoy en día, las GPE, tienen más o menos el mismo volumen de reservas que antes, pero de peor calidad: las bituminosas de Canadá y el shale gas en Estados Unidos. Acorde con estos datos, los costes asociados a la extracción (en $2009/boe.) del petróleo y del gas, en los mismos años, casi se han triplicado.

Fuente, EIA (2011)

Fuente, EIA (2011)

En resumen, menos acceso al petróleo y más costoso. Sin entrar, ahora, en discusiones sobre si el petróleo se acaba, o no, lo que es evidente es que para unas empresas en las que, como media, entre el 85 y el 90% del negocio es su venta, se enfrentan a un problema muy serio, salvo que consigan seguir sacando el máximo de una, cada vez, menor cantidad: la renta minera de la que ya hemos hablado en otras ocasiones.

Por ello, a estas grandes compañías les interesa que el precio del petróleo -el gas es un poco distinto- se mantenga alto. A ello están ayudando los mercados financieros. De forma alarmante, mientras el futuro real -el negocio del petróleo físico- de estas compañías parece nublarse, el de sus operaciones a futuros, va viento en popa. En el NYMEX, una de las plazas en las que se negocian contratos para entregas futuras de petróleo o títulos derivados, se ha pasado de unas 400 operaciones al día a principios de Siglo a casi 2000, en la actualidad. Y, lo que es peor, se ha acelerado la relación entre ganancias en el NYMEX e inversiones en otros activos financieros. Por tanto, cada vez hay más agentes que tienen un título vinculado -aunque sea remotamente- con el hecho de que en algún momento podrán comprar o vender tantos barriles de petróleo a tal precio ¿Les suena, no? En algún momento de la historia, alguien -o algún fondo de inversión- preguntará si puede hacer efectivo su título. Y, entonces, ¿qué pasará? Tal vez no habrá reservas para todos, serán de mucha peor calidad de lo esperado -reservas subprime– o ese día el petróleo real se venderá a un precio muy distinto del pactado.

Mientras, nadie diga nada, nada pasará. Pero, sin alarmar, la cosa pinta mal, pues las empresas más poderosas del mundo, las que en buena mediada han marcado la geopolítica y las relaciones internacionales del Siglo XX, se están quedando rezagadas. Aunque, siguen ahí, agazapadas, escondidas detrás de la forma menos evolucionada y primitiva de su negocio -exprimir al máximo la renta minera-, ayudadas por los ilusos que van a la búsqueda del nuevo Eldorado petrolero y los mercados financieros.

Ante ello, ya no sé lo que quiero. Si se destapa la historia, cuando vean que no se pueden realizar los beneficios que prometieron, nos exprimirán un poco más, para extraernos, la rentabilidad que prometieron y que el petróleo ya no les puede dar. Y, si no se destapa, pues ustedes mismos….

Petropolis 2

Y pensar que de pequeña no callé hasta que me regalaron el petropolis, la versión petrolera del monopoly. No me acuerdo, pero puede que mis «pobres» padres, resignados, me lo regalaran en ocasión, también, de uno de mis santos. Ironías de la vida….

La estafa de la factura del gas

Creo que es la primera vez que hago una entrada delegada en este blog. Ésta responde a la faceta de denuncia de Nuevas Cartografías de la Energía y pretende llamar la atención sobre un fenómeno que algunos activistas como Manuel Fernández están empezando a denunciar.

Se trata de la factura del gas, un problema tanto o más grave que el de la factura eléctrica, pero que está siendo enmascarado por la mayor vistosidad de las actuaciones del oligopolio eléctrico que, dicho sea de paso, son «amiguitos» de los del gas. Ya publiqué una entrada dedicada a este asunto. En ella, siguiendo la información que mi colega, António Sánchez Andrés, de la Universitat de València me había proporcionado, explicaba que, en España, el 55% del precio final del gas se debe a la comercialización. Porcentaje que, si se compara con el de nuestros vecinos, es escandaloso. Ello, entre otras cosas, porque en el caso del gas nos enfrentamos, directamente, al «gran» monopolio, pues sólo una empresa, Gas Natural-Fenosa, controla el 60% del mercado español.

A lo largo de mis entradas, ya he ido mencionando otras cosas «sucias» relacionas con el gas, ya que, sobre la base de que ésta es la energía fósil más «limpia», se ha creado en el mundo una industria que directa o indirectamente favorece que surja el terrorismo en lugares como Argelia, alimenta la pobreza energética, y la esclavitud en Qatar; mientras, que en España, ocasiona el «famoso» déficit de tarifa, pues la innecesaria construcción de un exceso de capacidad, ha llevado a que las compañías consideren que los ciudadanos somos los que hemos de pagar.

Por si todo ello pareciera poco, me ha sido transmitido un informe elaborado por Manuel Fernández, un ingeniero, que tras haber asesorado a varias comunidades de vecinos, tal como él mismo cuenta, ha llegado a la conclusión de que se está produciendo una sobre-facturación del gas; siendo, además, el servicio suministrado peor de lo prometido, pues en los periodos de gran demanda energética por bajas temperaturas, las calderas funcionando a tope a veces no alcanzan las potencias nominales y no son capaces de proporcionar el confort esperado. Él sostiene que el origen de ello se debe a que la medición de consumo de gas se efectúa, en los contadores, por volumen del gas consumido, mientras la factura nos cobra KWh empleados.

Para hacer esta transformación, el Gestor de la Red (ENAGAS) calcula un coeficiente de conversión, pero éste se calcula en determinados puntos de la red de distribución y en determinadas condiciones de presión y temperatura que no tienen porqué coincidir con las que se dan en los puntos de consumo final de los usuarios. De hecho, Manuel cuenta que cuando el frío arrecia, y las calefacciones van a tope,se produce una disminución en la presión del suministro que, fuere por que el volumen (densidad) de gas que llega a nuestras casas baja -lo que debería reducir el factor de conversión- o fuere porque para compensar la pérdida de presión se introduce aire sin poder calorífico, conduce a facturaciones por encima de lo debido.

Ante todo ello, el hombre, ha intentado denunciarlo en la OCU, de la cual es socio, y ha intentado que Jordi Évole dedicara un Salvados a la cuestión, pero, por ahora, no ha tenido éxito. La prueba más evidente es que lo estoy denunciando yo en este, más que modesto, blog. Pero, nunca se sabe, tal vez entre alguno o alguna de mis lectores o seguidoras, alguien le podrá ayudar. La verdad es que la causa es justa. Como lo son todas las relacionadas con la lucha contra la arbitrariedad del oligopolio energético. Ocurre en España, pero también en otros lugares. Aquí, en el Reino Unido, ayer el periódico nos contaba que las Big Six ya han cobrado a sus clientes más de mil millones de Libras esterlinas por unas reformas que no han realizado. Estas medidas iban destinadas a aislar las casas para hacerlas energéticamente más eficientes, especialmente la de aquellas familias con mayor riesgo de padecer pobreza energética. El chollo, para ellas ha sido cobrarlo en la factura, pero no realizarlo.

Entre este escandaloso caso y los de España sólo hay una diferencia, que las puertas giratorias en el Reino Unido no parecen estar tan engrasadas como allí, pues afortunadamente destacados parlamentarios lo han denunciado, y lo mismo ha hecho John Major que, hace unos días, para horror de su sucesor de partido en el 10 de Downing Street, declaró que no podía ser que los británicos tuvieran que escoger entre comer o calentarse. Ojalá, alguno de «los nuestros» fuera igual, pues para mi el horror no es que las empresas usen el poder que tienen, la ignominia es que se les ponga la alfombra roja para hacerlo.

Las insondables vías de la pobreza energética

Hace unos días, The Guardian destapó y denunció la esclavitud en la que viven los trabajadores nepalíes que están construyendo las instalaciones para el mundial de fútbol de 2022. En la misma línea va la Organización Internacional del Trabajo. El mundo va a peor. Lo sé, como sé que en determinadas partes del mundo –especialmente desde la Edad moderna- las cosas nunca fueron bien. Dicho esto, me parece indignante el hecho que relata The Guardian: una media de un muerto al día y unas condiciones de trabajo que más bien parecen las de la construcción de las pirámides del antiguo Egipto, que las del símbolo de la modernidad y el ocio del Siglo XXI. Les dejo que lean estas noticias, para que se hagan una idea de lo que en ellas se trata. Aquí, como siempre, nos referiremos a aquello relacionado con nuestro modelo energético.

Me llama la atención como en Occidente, al menos en algunos países europeos, hemos tratado acríticamente a Qatar. Nos parecía muy cool, frente al anacrónico, conservador y reaccionario Reino saudí. Tengo mis dudas sobre el fondo de estas diferencias, ya lo expresé en una entrada anterior, pues las formas de gobierno y la estructura del poder qatarí se asemeja mucho a la saudí. Para ser sincera, creo que los distintos somos nosotros, no ellos. En tiempos, ¿qué esperábamos de una economía como la saudí? Básicamente que nos proporcionara una fuente de energía primaria barata, para poder desarrollar nuestro modo de producción y consumo -el fordista y el del consumo de masas-; que nos compraran los bienes que “nosotros” producíamos y que dieran liquidez al sistema financiero internacional, el “nuestro”, cuando nos conviniera. Hoy, ¿qué les pedimos a los qataríes?. Una vez nos hemos cargado nuestro modo de producción y de consumo, ya no tenemos las mismas necesidades energéticas ni tenemos bienes qué vender; sólo quedan algunos grupos que codician su dinero. Así que, entre todo aquello que podemos ofrecer queda el patrimonio y los símbolos de nuestra cultura y forma de ser: el Louvre, Georgetown…. y, claro está, nuestro más preciado instrumento de cohesión social a nivel local, regional o nacional: el fútbol.

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A pesar de ser de Barcelona, no soy muy futbolera, pero en mi ciudad es casi imposible no tener algún tipo de relación emocional con este club. Desde que vi que el Barça dejaba de patrocinar UNICEF, para ser patrocinado por la Qatar Foundation, me siento intranquila. No me gusta; no, no me gusta nada.

Hasta hoy, les hubiera dado noñas razones razones para mi desagrado, pero, con la evidencia en mano de la esclavitud en Qatar, ya no tengo ninguna duda. Este perverso mix entre petróleo y fútbol es una inmoralidad. Me explico, empezando con el hecho de que los nacionales qataríes (el 10% de su población) son inmensamente ricos, gracias a que unos trabajadores inmigrantes, que trabajan en pésimas condiciones, extraen el gas de su territorio.

Seguimos diciendo que este ínfimo porcentaje de la población mundial recibe unas extraordinarias rentas, por que quién compra sus hidrocarburos son los conglomerados energéticos transnacionales que, por ejemplo en España, venden a precio de oro el gas y la electricidad que con él se genera. Ello, como los y las seguidoras de esta blog ya saben, genera pobreza energética en los mal llamados países consumidores, pues una proporción creciente de la población no puede pagar las facturas. Es más, es el gas de Qatar – y el de otras partes del mundo- el que debería llegar, si seguimos con el caso de España, a las centrales de ciclo combinado de las empresas de UNESA que son las causantes del déficit de tarifa, lo supone una gran transferencia de renta desde la buena parte de la población al oligopolio eléctrico español.

Así que ya llevamos tres vías hacia pobreza: la explotación de los trabajadores en los yacimientos, la miseria de los que no pueden pagar las facturas, y el expolio de renta que han supuesto las centrales de ciclo combinado o el equivalente ¿Sigo adelante? 

El dinero que llega a Qatar es excesivo para una escasa población que ya no sabe en qué gastárselo, así que se empaqueta bajo forma de fondos soberanos lo que alimenta la financiarización de la economía que, como desgraciadamente bien sabemos, ha catalizado la desproductivización y al destrucción de millones de puestos de trabajo en el mundo. En el otro extremo, el dinero que no llega a Qatar alimenta el otro extremo de la cadena energética, a los accionistas de las grandes empresas energéticas -al, menos de las occidentales. No hace falta decir quiénes son estos accionistas, pues son los mismos que nos están empobreciendo.

Fuente: TNI

Fuente: TNI

Llegados es este punto, parece claro que los cools qataries son el otro extremo de la cadena -energética- de los otrora yuppies occidentales. Los que desde que Margaret Tatcher, a inicios de los 1980s, dio el pistoletazo de salida no han hecho más que pavimentar nuestro camino hacia la penuria. La última parada en este trayecto es la mascarada del lujo qatarí. Lujo que se fundamenta sobre todas la facetas de una pobreza generada por una forma de producir energía que favorece la explotación en los yacimientos; la exclusión de los usuarios finales; el poder extremo de sus empresas y la financiarización -en todas sus facetas- de la energía.

Lo que ya va más allá de lo imaginable es que quienes gracias a este modelo energético han amasado cantidades indecentes de dinero, no sepan qué es la grandeza de los ganadores: ¿cómo se puede tener el PNB per cápita más alto del mundo y no pagar el salario justo? y ¿cómo pude ser que la FIFA lo tolere? Lo peor, de lo peor, es que cuando llegue 2022, nosotros los empobrecidos, jalearemos hasta la extenuación lo que en Qatar ocurra, como ya lo hacemos con el Barça.

Puede ser una idea muy peregrina, pero propongo que la próxima vez que se vaya al «campo» nos empecemos a quejar; alto y claro, para que se sepa que somos «pobres, pero honrados» y que no queremos ser los cómplices de un modelo energético elitista que conduce a la miseria y a la esclavitud. Si no nos atrevemos a hacerlo frente a «nuestros» ídolos, pensemos, al menos, que otro modelo energético es posible.

Filólogos del sector eléctrico y déficit de tarifa

Precio voluntario al pequeño consumidor, así es como gracias a la enésima, y prometen que última, reforma del sector eléctrico se pasará a llamar la actual Tarifa de Último Recurso (TUR). Como la TUR, hasta ahora, era la tarifa que te aplicaban las Comercializadoras de Último Recurso (CUR), entiendo que éstas, de aquí poco se convertirán en el voluntariado eléctrico. No sé, para mi que el mayor activo que tienen las eléctricas es un artista del lenguaje y de la palabra. No pensaba iniciar así esta entrada, pero es que la realidad supera la ficción ¿Cómo se atreven?, ¿precio voluntario al pequeño consumidor? Parece un chiste, salvo que por «voluntario» se entienda -y perdónenme la expresión- «el precio que les dé la gana». Seguro; ha de ser esto, ya que lo contrario significa que, además de expoliarnos, se burlan de nosotros.

La pregunta es ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Cómo hemos creado unas estructuras de poder tan grandes que han logrado que las reformas del sector eléctrico, no se destinen a reformar a este sector, sino a consolidar el poder de las empresas que lo componen y a asegurar que los ciudadanos -que todavía podemos pagar la factura- les financiemos todos sus caprichos, veleidades y pelotazos. Piénsese que, por lo que se dice, todas las últimas reformas tienen como único propósito actuar sobre el déficit tarifario; pero ninguna de ellas tiene el objetivo de acabar con las causas del mismo.

A estas alturas, ya es conocido que en España hay un desfase entre los costes regulados del sector eléctrico, la tarifa y el precio al que las comercializadoras y generadoras pactan la compra de electricidad. Este desfase es el déficit de tarifa. Así que la cuestión es ¿por qué antes no existía déficit de tarifa, y ahora sí? La respuesta la dio Ana Marco, el pasado 29 de junio en una sesión de formación organizada por el Grup local de Barcelona de Som Energía. Ella, con una breve pincelada explicó lo que para mi, a día de hoy, es la interpretación más lógica y convincente que he oído sobre el por qué del déficit.

Legislativamente, el origen de todo este despropósito está en la Ley 54/1997 del Sector eléctrico. Esta ley es la traducción legislativa de la aceleración de las privatizaciones del sector que se produjeron a finales de los 1990, durante el primer gobierno de Aznar. En el preámbulo de esta ley se puede leer lo siguiente: … a diferencia de regulaciones anteriores. la presente Ley se asienta en el convencimiento de que garantizar el suministro su calidad y su coste no requiere (…) que el Estado se reserve para si el ejercicio de ninguna de las actividades que integran el suministro Así. se abandona la noción de servicio público, (…)  sustituyéndola por Ia expresa del suministro a todos los demandantes del servicio dentro del territorio nacional (…) el sistema eléctrico nacional deja de ser un servicio público de titularidad estatal desarrollado por el Estado (…) La gestión económica del sistema, por su parte, (….) abandona la idea de una planificación determinante de las decisiones de inversión (…), que es sustituida por una planificación indicativa (…) que puede facilitar decisiones de inversión de los diferentes agentes económicos.

Perdonen que me haya extendido en la cita, pero es que tiene mucha miga. Lo primero y evidente es decir que el suministro eléctrico deja de ser un servicio público. Esta frase habla por sí sola, es clara y nada ambigua. Pero, lo segundo y lo tercero lo es menos. Decir que la noción de servicio público se sustituye por la de «suministro a los demandantes», es una frase digna del mismo artista del lenguaje que hace un par de días, con la nueva reforma, nos regaló la perla del «precio voluntario». Tal como yo interpreto esta frase, lo que nos dice el legislador es que lo que antes era un servicio público, ahora se traduce en la «obligación» de suministro al demandante. El demandante, no es el ciudadano o ciudadana, el demandante, en economía neoclásica, es el que accede al mercado y, por tanto el que tiene demanda efectiva. Traducido; el que tiene suficiente capacidad adquisitiva para estar en ese mercado. Por tanto, la Ley 54/1997, establece que el sistema eléctrico -¿las empresas?- deberán suministrar electricidad a quienes les puedan pagar. Piensen el alcance de ello en una estructura monopolista como la eléctrica.

La tercera cuestión que quería resaltar de este preámbulo de Ley es el significado del fin de la planificación determinante por la indicativa. Esta parte es la que más me impresionó de lo que nos contó Ana Marco. En términos de política energética esto quiere decir que, en el anterior sistema, en el de planificación determinante, se hacia una previsión estatal de cuánto producir, para quién y a qué coste. Ello se traducía en la construcción de más o menos plantas generadoras (térmicas fósiles, hidroeléctricas o nucleares), en una determinada red de transporte y distribución y en unas tarifas concretas. Estas plantas, podían ser privadas o públicas, pero si se construían era porque así «lo solicitaba» el ministerio de industria y energía y si «se paraban» lo mismo. De ahí, la justificación de conceptos como la moratoria nuclear, pues se asumía que el parón de las nucleares fue un «fallo» de previsión del planificador y que, por esta razón, se tenía que compensar a las empresas que realizaron las inversiones. O, de ahí, que se aceptara que pagáramos (en la factura o a través de Presupuestos Generales del Estado) un «exceso» de capacidad de algunas centrales térmicas, pues se consideraba -equivocadamente, o no- que era bueno tenerlas por si el sistema tenía algún fallo.

Así, en este sistema los usuarios finales de la energía, fuera a través de la factura o a través de distintas figuras impositivas, compensábamos a empresas del sector en aras al aceptado interés general (no tener nucleares, mantener puestos de trabajo en la minería del carbón…) o pagábamos un extra por tener mayor seguridad en el sistema.

Decir, como hace la Ley 54/1997, que la planificación será indicativa para que los agentes económicos (véase las empresas del sector) decidan las inversiones a realizar, en la práctica se ha traducido en que éstas realizan las inversiones que desean, aun a riesgo de que el sistema eléctrico tenga un exceso de capacidad. El ejemplo más claro lo tenemos con las centrales de ciclo combinado. Ya he hablado de ellas en entradas anteriores. Si no me equivoco, éstas empezaron a funcionar en el año 2002 (curioso, el año que empieza la deuda acumulada hacia las eléctricas), y si los datos que proporciona invertia son ciertos, han costado 13.161,8 mil millones de €. Gas Natural Fenosa y Endesa son, junto a Iberdrola, sus principales propietarias. Hoy, como también dije entradas anteriores, estas centrales están más que infrautilizadas y, según los informes de Red eléctrica española, la tendencia es a la baja ¿A qué se debe este despropósito? Muy sencillo a que cuando, la planificación del sistema eléctrico dejo de ser imperativa y paso a ser indicativa, las empresas del sector decidieron que se invirtiera esta millonada en un sistema en el que ya se tenían las nucleares, las térmicas y la energía hidroeléctrica; y, en coincidencia con el arranque de electricidad de origen eólico y la solar.

En coherencia con la Ley 54/1997, si el suministro de electricidad ha dejado de ser un servicio público y si son los agentes privados quienes deciden las inversiones para satisfacer la demanda, lo lógico sería que si no hay suficiente demanda, para el exceso de oferta -de capacidad- que se tiene, las empresas privadas asumieran el cierre de sus instalaciones. Pero no. En España nos inventamos el déficit de tarifa. Ya que he llegado a la conclusión que conceptualmente, el déficit de tarifa es, sobre todo, el exceso de costes fijos -de inversiones realizadas y capacidad excedente- en el sistema eléctrico español.

Para mi, a estas alturas, si dejamos de lado el transporte y la distribución, del que hablaremos otro día. Hay tres categorías de costes fijos: a) los heredados de la planificación anterior, nucleares y térmicas del carbón; b) el exceso de inversión en capacidad, que se da, sobre todo, en las centrales de ciclo combinado, y c) el de las inversiones en nuevas tecnologías dirigidas a realizar la transición energética hacia un modelo distribuido y renovable.

Las tres se confunden en ese paquete de costes regulados, peajes y pagos por capacidad que pagamos en nuestra factura y que, en muchos casos, inciden sobre el déficit, pero en términos de política energética significan tres cosas muy distintas. La categoría «a» forma parte de un modelo energético del pasado, que por razones diversas se decidió cambiar y, hasta donde sea razonable, se acordó que compensaríamos a los perdedores. La categoría «b» forma parte de un «no» modelo, fruto de la falta de política energética real, en la que un colectivo realizó unas inversiones equivocadas y capturó la actuación del ministerio de industria y energía, logrando que otros paguemos su error. Por último, la categoría «c» debería formar parte del nuevo modelo energético que queremos para el país, caso que volviéramos a tener algo que se le pudiera llamar, sin rubor, política energética.

Para mi, si se hace de forma clara y no abusiva, lo primero es justo que se pague; lo tercero debería pagarse; y lo segundo ha de desaparecer de la factura y/o de los presupuestos. Sin embargo me temo, que éste no es el mismo criterio del legislador, pues lo segundo es lo que engrosa, día a día, la deuda acumulada, engañándonos al hacernos creer que estamos pagando por una capacidad que se planificó, desde el gobierno, imperativamente. No. Esta capacidad no es fruto de una planificación y de una política energética, digna de tal nombre, es el fruto de cuando se dejó de considerar al suministro eléctrico un servicio público y de cuando aquél paso a dirigirse a los demandantes efectivos.

Qatar, Arabia Saudí y Egipto: ¿nuevo orden frente al viejo?

Sin duda, una de las noticias de hace un par de semanas fue la abdicación del emir de Qatar, Sheikh Hamad bin Khalifa al-Thani en el principe heredero Sheikh Tamim bin Hamad al-Thani,. Este hecho fue calificado de insólito en la prensa y medios de comunicación. El FT habla de un hecho aislado en las petromonarquías del Golfo, y el The Guardian de un raro ejemplo. Reflexiones similares se podían encontrar en Le Monde y en El País. Entre líneas, en algunos de estos medios, se sobreentiende que este hecho, además de insólito, es una muestra más de la «modernidad» de Qatar, frente a los «tradicionales» países de la OPEP.

Sin duda, también, la noticia de esta semana es la crisis y golpe de estado en Egipto, en un escenario que, desde Europa, recuerda al de Argelia de los años 1990s. Hoy, salta la noticia que Arabia Saudí y Emiratos Árabes, respaldan este golpe con 6.650 millones de dólares. Curioso, pues Qatar, hace unos meses hizo lo propio con el gobierno encabezado por Morsi.

Todo esto, ¿indica algo? Personalmente, creo que sí.

Aunque se hable de el Qatar moderno, frente a los «tradicionales» países petroleros de la OPEP, y aunque no soy, ni de lejos, una especialista en Qatar, me atrevo a hacer alguna reflexión sobre las supuesta modernización de la economía de Qatar. Una rápida mirada a sus principales indicadores macroeconómicos, me indica que a grandes rasgos, hay poca diferencia entre la economía qatarí y la de cualquier país petrolero tradicional. Se puede hablar de diversificación, pero casi el 60% de su PIB tiene como origen el sector del petróleo y el gas; casi el 70% de sus ingresos fiscales se deben a la fiscalidad energética; sus quasi única partida de las exportaciones de bienes es petróleo y gas y su balanza de transferencias (remesas de emigrantes) es negativa, así como las exportaciones de capital, en todas sus formas. Si miran estos mismos indicadores para Arabía Saudí, Kuwait o cualquier otro, verá que son muy y muy similares. De hecho, todo ello indica que la principal -por no decir la única- fuente de excedente qatarí son los hidrocarburos, como en cualquier otra economía exportadora de recursos energéticos.

Por tanto, si ello es así, la cuestión es qué ocurre, para que no deje de hablarse de Qatar, mientras Kuwait -e incluso Arabia saudita- parece haber desaparecido del mapa, o al menos de los papeles. Para mi, además de la suerte, para Qatar, de ser un mini país con unas maxi bolsas de gas, lo que le da unos ingresos energéticos per capita superiores a cualquiera de sus vecinos y le permite, relativamente, tener unos excedentes de renta -o de capital- astronómicos; lo que ocurre es que Qatar, siendo un país equivalente a sus vecinos, es un país petrolero emergente, mientras que los otros representan al «antiguo orden».

Hoy, Egipto nos da un ejemplo de ello. Piénsese que mientras se sucedían las revueltas, algarabías y guerras civiles en el Mundo Árabe, salvo cuando Arabia Saudita lo consideró una cuestión de seguridad nacional, ha mantenido un perfil muy bajo. Mientras, Qatar ha estado más que activo, apoyando y financiando a los líderes emergentes, aunque fueran los «viejos» hermanos musulmanes de Egipto. De hecho, en este país, en el que entre el 50 y el 60% de sus exportaciones son de gas, Qatar no tuvo ningún empacho en realizar acuerdos y financiar el tesoro egipcio con la compra de bonos por valor de 3.000 millones de dólares.

Pero, cuál es la diferencia entre lo que representa Arabia Saudí y lo que es hoy Qatar. Arabia Saudí es un país, que como tal, nace en los años 1930 a la sombra del Rey Saud y de la ARAMCO, la actual compañía nacional de petróleos saudí, cuyo acrónimo significa ARabian AMerica Company of Oil. Así que por mucho que pese a los europeos, es un país creado para y con el orden petrolero -internacional- americano. Fue el paradigma del país «energético» del nuevo mundo que surgió después de la Segunda Guerra Mundial. En cambio, Qatar es un país que sale a la palestra con dos de los hechos símbolos del fin del euro-atlantismo en las relaciones energéticas internacionales (unas relaciones fundadas en unos países cuyas exportaciones de petróleo se dirigen a los países de la OCDE). Éstos son, la creación de la cadena Al-Jazeera en 1996 y el inicio de la exportación de gas natural liquado (GNL) en 1997. Curiosamente, en menos de un año, en Qatar se inician dos cosas que sin tener relación aparente, ponen en crisis la tradicional relación entre Occidente y las petromonarquías del Golfo, pues Al-Jazeera cuestiona el discurso mainstream desde y sobre la región; y la posibilidad de exportar gas fuera de los canales petroleros tradicionales, muestra la posibilidad de un nuevo tipo de relaciones energéticas internacionales.

En retrospectiva, más curioso aún es que ambos hechos coincidan en el tiempo con la crisis asiática de 1997. Crisis que supuso la desemergencia de parte de Asia, especialmente Japón, y la llamada emergencia de -otra- Asia. Con esta coincidencia de fechas, aunque éste sea un ejercicio meramente especulativo, quiero señalar que la moda Qatar se produce al mismo tiempo que el surgimiento de ese «nuevo mundo emergente» que gira hacia el Pacífico y el Índico. Mientras, desde este punto de vista, Arabia Saudita veía como sus asideros de poder en al arena internacional se desvanecían.

Tampoco soy una experta en Egipto, pero, de lo que voy viendo, entiendo una cosa. Las élites islamistas -aunque su origen se remonte a los años 1920, en Egipto o en Argelia- representan la financiarización de las economías árabes, han sido, en contraposición a las anteriores, las impulsoras de las políticas gasísticas -a gran escala- y son las que han sido apartadas, mientras occidente veía a los países árabes (lo fueran o no) como unos exportadores de petróleo, cuyo único destino era que su savia pasara por el Canal de Suez, el Mediterráneo y el Atlántico. No defiendo ni a los unos ni a los otros, pero, sospecho que deberíamos darle alguna vuelta a la idea de que los poderes islamistas son los portadores del «nuevo orden» al Mundo Árabe y Musulmán.

Es una intuición, no está razonado, pero algo de ello debe haber cuando desde Europa, la gran perdedora del «nuevo orden», se aplaude tan acríticamente el golpe de estado de Egipto, y cuando Arabia Saudita, el más ortodoxo, entre los ortodoxos, apoya a unos militares «laicos», frente a un gobierno religioso (Por cierto, no me vale que me digan que no es del mismo color…). No sé, todo esto, tal vez, es una gran tontería, pero hoy, al leer el periódico, es lo que me ha venido a la cabeza.

La gaseosidad del gas en España

El pasado 6 y 7 de junio se celebró en Madrid el X Simposio Hispano-Ruso. En él, mi amigo y colega de la Universidad de Valencia, Antonio Sánchez Andrés, presentó una ponencia sobre la Política económica y elites en España: el caso de la política energética. Próximamente, esta ponencia será publicada, y por tanto, estará al alcance de todos, pero antes, le he pedido permiso para que me dejara comentar tres aspectos de la misma en el este blog.

El primero de ellos es la conclusión de la ponencia que, aunque es perfectamente conocida de todos, hasta que la situación no cambie, tenemos el deber moral de seguir recordándola día tras día: el resultado de la política energética que se está realizando en España, aunque se diga que su objetivo es cualquier otro, es mantener la situación de las elites -energéticas, se entiende- que le dan soporte. Y, como nos dice Sánchez Andrés, esos sectores y agentes económicos se transforman en grandes constreñidores de la salida de la crisis en España.

El segundo aspecto, que es el que inspira esta entrada, es la situación del gas en España. Hace unas semanas, como posteriormente relató Ignacio Cembrero en El País, corrían rumores sobre un cambio en las relaciones gasísticas entre España y Argelia. Este es un tema que siempre dispara alertas, pues, en esta parte norte del Mediterráneo, existe la percepción de que estamos a merced de los argelinos. Llevo años argumentando lo contrario, y lo divertido es que ésta vez la noticia iba en mi sentido, pues como explica Cembrero en Argelia hay preocupación por si España reduce las compras de gas que se hacen en el país vecino.

Para una defensora de las formas de producción de energía descentralizada, como yo, saber que se reduce el uso de una fuente de energía fósil, que da lugar a grandes unidades  generadoras y comercializadoras de gas, lo anterior sería una buena notica, pero como ya expresé en una entrada anterior, tal vez, antes de hacer algo así, deberíamos pararnos a pensar. Con la idea de que «una imagen vale más que mil palabras», vuelvo a adjuntar el mapa de la red gasística en España. En él se observa la magnitud de las infraestructuras gasísticas actuales: 6 plantas de regasificación (7 si se incluye Portugal), más tres en construcción, dos de ellas en las Islas Canarias, a lo que le debemos sumar dos gaseoductos que parten de Argelia y llegan a la Peninsula Ibérica, uno a través de Marruecos y otro, directamente a Almeria.

Fuente: CNE

Fuente: CNE

Visto que, ya hoy, estas instalaciones están muy infrautilizadas, me pregunto, una vez más, si lo más sensato es cerrarlas para ir acrecentando los emplazamientos de ruinas energéticas.

Para mi, a día de hoy sólo hay dos argumentos para no cerrarlas: el enorme gasto realizado en algo que no vamos a utilizar, pues me parece indecente; y que, cuando de calefacción hablamos, el gas natural es una fuente energética que sufre poca transformación y que, por tanto, en términos físicos es muy eficiente, pues del gas que sale de Argelia, el 75% es empleado en casa.

Por lo demás, todo son argumentos en contra. Empezando, como nos muestran los itinerarios energéticos de Ramon Sans, porque esta eficiencia energética no se mantiene cuando hablamos de transformación de gas en electricidad, ya que, además de cara, en el proceso -en una central térmica de gas- derrochamos casi el 70% de la energía inicial del gas y, en una de ciclo combinado, el 55%. Y, acabando, por lo que se adivina en el mapa: el poder que subyace detrás de esta red de gas, pues muy pocas empresas son las que controlan este enjambre de tubos, instalaciones y plantas gasísticas.

Hemos hablado hasta la saciedad del monopolio eléctrico, que también participa en el «mundo del gas», pero pocas veces se habla del poder de las empresas gasísiticas en España. Aunque el «mundo del gas» sea más reducido que el de la electricidad; por lo que se refiere al gas -digamos el no eléctrico-, una sólo empresa acapara aproximadamente el 60% del mercado español: Gas Natural-Fenosa. Esto, se mire por donde se mire, es un monopolio, que además es verticalmente integrado, pues su actividad va desde los yacimientos en Argelia a los consumidores finales en cualquier localidad de la Península.

Los efectos de este poder son los que mi amigo Antonio Sánchez, intenta valorar. Él ha intentado cuantificar el porcentaje de las diversas actividades (desde la importación del gas hasta la comercialización al usuario final) en el precio del gas. Sus datos, hablan por si solos. En el año 2012, más del 55% del precio final del gas -antes de impuestos- se debe a la comercialización. Es decir, por cada 100 euros (antes de impuestos) que paga, un español, en la factura del gas, otorga una renta de monopolio de más de 55 euros a «nuestra» comercializadora. En Francia, país vecino, en el que existen esas empresas quasi-estales -criticadas por no estar sujetas a la competencia-, en el mismo tramo de actividad, los 55 euros de España, se convierten en 8 -y, sin posibles trampas del tipo de cambio. Por tanto, como dice mi amigo, esto pone de manifiesto una situación absolutamente irregular. Situación absolutamente irregular de la que poco se habla y, lo que es más grave, de la que históricamente se acusa, tácitamente, a los argelinos.

Esto tiene que ver con el tercer aspecto que quería destacar de la ponencia, pues la unión de una política energética dirigida a mantener el poder de las elites del sector y el poder de monopolio de las mismas, conlleva dos hechos: a) la transferencia de renta desde los usuarios finales -ciudadadanos y empresas no energéticas- hacia los accionistas y propietarios de las empresas energéticas, y b) como escribe el propio Sánchez Andrés, el encarecimiento de la segunda partida de costes de las empresas, la de los costes energéticos.

Lo primero, claramente, inicidirá en una disminución de la renta que los ciudadanos podríamos destinar al consumo y, las empresas, a la inversión productiva. Con ello, se añade un elemento más de ajuste y recesión a nuestra maltrecha economía, pues el resultado directo de la política energética del gobierno es reducir la demanda agregada y, de ahí, el producto interior bruto. Lo segundo, en cambio, incide directamente sobre la competitividad -al menos tal como la medimos hoy en día- de las empresas ubicadas en España. Aquí, si cabe, la cosa es todavía más perversa, pues mientras se hace una reforma laboral que tácitamente -o no tanto- sólo tiene como objetivo disminuir los costes salariales y aumentar la competitividad por esta vía, se hace una política energética que para el beneficio de muy pocos, incrementa los costes energéticos; contrarrestando lo «logrado» con la reforma laboral.

Me perdonarán, pero me desespero. No me puedo creer que nuestro Ministro de industria no sepa que la política energética es una política sectorial, con efectos transversales sobre todos los objetivos últimos de la política económica (crecimiento, empleo, inflación, equilibrio externo, distribución de la renta, medio ambiente), y no una política dirigida única y exclusivamente a favorecer las rentas monopolísticas de unos pocos. Por todo ello, pido a Bruselas, a la Troika, al FMI o a quién corresponda, que obligue a nuestro gobierno a hacer una política energética dirigida a reducir las rentas de monopolio, así tal vez podríamos acabar con una reforma laboral, cuyo único proposito es reducir las rentas salariales. Sé que es una demanda ingenua, pero nunca está de más probarlo.