Financiar la transición energética (II). Deslegitimizar al lobby fósil

Cuantas más vueltas le doy, más me convenzo de que el problema de la financiación de la transición no es de cantidad de dinero. Como reiteradamente hemos comentado en este blog, en los llamados países consumidores estamos pagando una factura energética exterior enorme, en España de más del 50% de las importaciones de bienes totales, por un combustible del que los ususarios finales sólo utilizamos, como media, un escaso 30%.

La factura energética exterior (FEE) no es algo abstracto, que un país o un estado paga a otro; es el resultado de la actividad de las empresas petroleras privadas en sus compras al exterior. Así, en España es el petróleo que, por ejemplo, Repsol o Cepsa compran para sus refinerías Petróleo que refinan y comercializan en el interior del país, o exportan como producto derivado. Por tanto, cuando los ciudadanos o las empresas no energéticas pagamos la factura energética, estamos pagando a estas empresas y, además, por un importe superior al de la FEE.

Ramon Sans, del colectivo CMES, acuñó el término de factura energéica ciudadana (FEC) para refererirse a ello. En la elaboración que de este concepto se está haciendo desde este colectivo, Josep Centelles define la FCE como aquella que engloba todo el gasto realizado en un año por personas y empresas de cualquier tipo. Así ásta incluye el gasto realizado en gasolina, gasoil, butano, gas ciudad….y los impuestos incoporados a estos productos. Ramon Sans calculó que la FCE es aproximadamente de 2,5 veces la factura energética exterior. Según sus cálculos, para Catalunya, un 4,2% de su PIB. Así que probablemente en España, como media, destinemos aproximadamente un 4% del PIB al pago del combustible fósil.

Basándome en estos mismos cálculos, estimo que la inversión que necesitáriamos para realizar la transición a un modelo 100% renovable es aproximadamente de un 0,15% de este mismo PIB. Aunque no haya contrastado este cálculo, sí que me creo que lo que deberíamos invertir es infínitamente menor que lo que ahora ya gastamos. Tanto más, si le sumáramos el dinero que los y las accionistas invierten en las empresas energéticas fósiles. Así,  por ejemplo, el capital social de una empresa como Repsol es de casi 1.375 millones de €. Así, ninguna duda, el dinero para pagar la transición energética existe.

Por ello, el problema de cómo financiar la transición se traduce en elaborar una estrategia para reorientar parte de este dinero al objetivo de la transición energética y en establecer, también, qué haremos con el más del 3% del PIB que ahorremos.

Sobre el papel, esta estrategia es muy sencilla, pero la realidad es que esta transición se debería desarrollar en sociedades en las que:

  1. Quién gestiona el dinero de la energía son en primera instancia -exceptuándo la parte de impuestos- los monopolios energéticos privados, que gozan de un poder inmenso y serán los perdedores del cambio de sistema energético.
  2. Ideológicamente hemos desprestigiado tanto lo colectivo, lo público y la política, que poca gente estará dispuesta a financiar, colectivamente, la transición energética mediante impuestos, tributos, cánones o cierto tipo de bonos: A la vez que somos una sociedad que nos hemos creído la magia del mercado y hemos renunciado a la planificación energética a largo plazo.
  3. Vivimos en la «rapidación»; en el mundo de los beneficios y de los dividendos empresariales a corto plazo. Ello fomenta –como veíamos en la entrada anterior de esta serie– huídas hacia adelante de las empresas -avaladas por sus accionistas, no hay que olvidar-, para exprimir al máximo lo que ya se tiene, con el fin de «devolver» con beneficios el dinero que personas, fondos o bancos invierten o prestan a las empresas.

Estas tres cuestiones llevan a tres preguntas, que si respondiéramos adecuadamente nos abrirían el camino hacia la transición. La primera es ¿cómo podemos hacer para acabar con el poder de los lobbies de la energía fósil?; la segunda es ¿Cómo reinventamos el sector y redefinimos el espacio público energético?; y la tercera, ¿Cómo generalizamos las formas de financiación éticas y no cortoplacistas?

Responderemos aquí, a la primera; a las dos siguientes en la tercera entrega de esta serie sobre financiación.

A día de hoy, la respuesta a la primera pregunta es la más fácil de responder, aunque sea difícil de lograr. Naomi Klein en su libro Esto lo cambia todo que, como ya dije, es uno de los que inspira esta serie de entradas veraniegas, dice claramente que ese es el objetivo de la campaña de desinversión. Se trata de iniciar un proceso de desligitimación, cuya meta final es situar el estatus de las compañías petroleras en el mismo nivel que el de las empresas tabacaleras. Desde mi punto de vista, esta es la «buena» razón para apoyar una campaña de este tipo, además de, como ya dije, la de evitar una «burbuja fósil», alimentada por las inversiones en un recurso en extinción.

Creo que si esta deslegitimación triunfa, deberemos iniciar el siguiente paso; el de la desubvención, ya que según alguién tan poco dudoso de pertenecer al «mundo petrolero», como el economista jefe Faith Birol de la Agencia Internacional de la Energía, las subvenciones a los combustibles fósiles fueron de 550.000 millones de dólares en 2013 –más del cuádruple de las subvenciones a las energías renovables.

Apoyo la desubvención por tres razones. La primera, por el efecto que ello tendría sobre las cuentas y los precios finales de las empresas petroleras. Tal vez así los usuarios finales se convencieran de que hay opciones más baratas que el combustible fosil. La segunda, por la liberación de recursos públicos que ello representa (aproximadamente la mitad del PIB español). Y, la tercera, porque aunque coincido con todos aquellos que dicen que lo más justo es aplicar el principio de «quién contamina paga» para que las petroleras financien parte de la transición, tengo mis dudas de que lo logremos. Por tanto, por ahora, hasta que éstas no estén suficientemente debilitadas, como para conseguir este objetivo, me conformo con que dejemos de pagarles a ellas. Así que ya podemos empezar a presionar a nuestros gobiernos para que acaben con estas partidas. Por una vez, contribuiría de buen grado, al «adelgazamiento» del sector público.

Sinceramente, en el mundo de hoy, creo que sólo «cerrarles el grifo» puede tener algún efecto. Hasta que no debilitemos su poder, no reinventemos el sector público -o la política energética- y no generalicemos las formas alternativas de financiación, visto su actual poder, cualquier otro intento bienintencionado y conciliador como fijar una imposición más elevada a su actividad, legislar que parte de sus beneficios se reinverta en renovables o pedirles que lo que actualmente destinen a compra de combustible lo «den» al Estado a cambio de un suministro en renovables, será inútil.

Esta estrategia, llamémosle financiera, de deslegitimación hunde sus raíces en argumentos morales. Estos argumentos causan los conflictos en la Blockadia de Naomi Klein –una zona transnacional e itinerante de conflicto que está aflorando con frecuencia e intensidad crecientes allí donde se instalan proyectos extractivos- y están en el contenido de la Encíclica laudato si´ del Papa Francisco. De hecho, leyéndo paralelamente ambos textos, llama la atención que dos personas de procendencias tan distintas -una perdiodista y activista ambiental y, la otra, el Papa- contemporáneamente publiquen un texto con un discurso con argumentos similares y cuyo objetivo, es el mismo: la necesidad de una nueva ética para evitar la catástrofe climática, que será, como reza el subtítulo de este blog, una nueva ética energética. Así, ambos libros son base de argumentos para la deslegitimación de las prácticas inmorales del lobby energético, pero sinceramente, como creo yo que éste se encuentra más allá del bien y del mal, la desinversión y la desubvención me parecen instrumento ideal para doblegarlo.

Ballena blanca, otra iniciativa en la buena línea

Ya hace un tiempo, mi amigo, el «de los recortes», me hablo de una nueva revista que acababa de salir. La revista se llama Ballena blanca y según reza en su portada es una revista de medio ambiente y economía.

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Hace aproximadamente una semana, el número uno de la misma apareció milagrosamente en el buzón de mi casa. Así que respondiendo a este hecho prodigioso -de hecho, doblemente prodigioso, pues implicó que el cartero de la zona, se desplazara hasta «mi» finca, cosa que cada vez ocurre con menor frecuencia-, he decidido hacer una pequeña entrada sobre esta revista. Se trata de ayudar a dar a conocer otra iniciativa -pues a mi modo de entender también lo serían La Marea o Alternativas Económicas– que intenta tres cosas extremadamente difíciles, en este momento: a) dar información independiente, sería y fundada -en argumentos, se entiende- sobre cuestiones de actualidad, que aun siendo vitales para l@s ciudadan@s, no aparecen, o se tratan adecuadamente, en los medios mainstream; b) dar salida a ese patrimonio periodístico que, por partidismo, por gestión empresarial ingenieril y por la crisis, está siendo dilapidado; y c) buscar nuevos formatos para llegar a todos aquellos lectores de periódicos que, como yo, después de años de bajar cada día al kiosco para comprar la prensa del día, si lo siguen haciendo, sólo es por mantener con vida el puesto de la esquina. Además, las tres iniciativas, comparten ser y apoyar la economía cooperativa.

Hablo aquí de Ballena blanca, y no de las otras dos citadas, además por haberla hallado en el buzón, por ser una revista que fundamentalmente trata, aunque no sólo, temas energéticos y ambientales. Así, añadimos al  cooperativismo energético de nuestro país, otra pieza: un nuevo, todavía modesto, medio de comunicación.

La revista es en papel, aunque tengan una página web, integrada en las redes sociales y en la que además de la información habitual (quiénes somos, qué hacemos, cómo subscribirse…) hay colgado un divertido vídeo titulado «clandestinos solares», que llama a la acción. Para mi, que ya tengo una cierta edad, esta mezcla de papel y página web está muy bien, pues me leí la revista enterita, sin el ansia que me da ver un texto en una pantalla sin saber cuánto falta para el final, y encontré material multimedia complementario con el texto escrito en la web. De hecho, esta es la misma fórmula de una de las revistas más apetecible de los últimos años en Francia, la Revue XXI, que sobrevive, y bien, gracias a las suscripciones a la revista en papel.

Dicho todo esto, como todo proyecto nuevo, el contenido de la revista tiene claroscuros. En el lado positivo dos cuestiones me han gustado especialmente. Lo que más, la infografía, muy pedagógica y original. Por ejemplo en dos páginas, con unos amenos gráficos, me queda muy claro, si me objetivo es reducir las emisiones de CO2, qué marca de coche me he de comprar y cuál no; aunque confieso que cómo el coche que más emisiones genera es un Lamborghini Aventador LP 700-4 (el coche de CR7), éste nunca hubiere estado a mi alcance. Cómo también me ha gustado, por poco tratado, la selección de algunos temas; por ejemplo uno sobre la ‘fiebre’ de los minerales en España.

Sin embargo, reconozco que el conjunto de la revista me ha desconcertado un poco, la revista me ha parecido un doble híbrido, el de una revista de divulgación y una de formación del ‘consumidor’ responsable; y el de una revista de divulgación y una de información especializada. Entiendo, y con este objetivo escribo este párrafo, que en función de la respuesta que los iniciadores del proyecto tengan de otros lectores como yo, irán cincelando el perfil definitivo de la revista. Aunque, claro está, ésta es sólo mi opinión. En cualquier caso, y por ello, aquí lo escribo, creo que este es un proyecto a apoyar. Por mi parte, después del doble milagro postal, considero que me he de subscribir a la misma. Así, al menos, podré ir viendo cómo evoluciona.

Por hoy, nada más, sólo dar las gracias a fuera quién fuera que me mandara la revista, y la enhorabuena a sus aguerridos iniciadores e iniciadoras.

La transición energética del Siglo XXI

Por primera vez en más de dos años, me he estado más de un mes sin hacer ni una sola entrada del blog. Han sido unas, laboralmente y geográficamente, movidas semanas, que me han tenido un poco apartada de todo. También de este blog. A pesar de ello, en este tiempo me he leído un par de libros, de los cuales he redactado sendas reseñas. Hoy, hablaré del proyecto que cuenta uno de ellos, cuya reseña completa podrá leerse en el próximo número de la Revista de Economía Crítica. El proyecto es la transición energética del Siglo XXI, la TE21, que Ramon Sans Rovira y Elisa Pulla Escobar -ambos miembros del CMES, Col.lectiu per un Nou Model Energètic i Social Sostenible– presentan en un libro de la Editorial Octaedro. La TE21 es extremadamente sugerente.

El proyecto es intrínsecamente sugerente, pues, para empezar, está anclado en algo que viéndolo, resulta evidente, pero que hasta donde yo sé, no forma parte de los cálculos y narrativas habituales sobre la transición energética. El libro cuenta de que de cada barril de petróleo, cada tonelada de carbón o metro cúbico de gas que consumimos sólo empleamos de forma útil un tercio –si de producir electricidad, se trata- o una quinta parte, cuando hablamos de movilidad. En otras palabras, en el mejor de los casos –con la excepción de las centrales de ciclo combinado- tiramos a la basura más del 66% de unos recursos que nos han sido dados y que no se podrán reponer. Ello, que en sí mismo es ya una barbaridad, se convierte en pecado si se piensa que existen otras fuentes de energía como el sol o el aire, ilimitadas y libres, que con el estado actual de la técnica y la tecnología permiten generar directamente ese mismo tercio o quinto de energía térmica, motriz y eléctrica -convertibles, cada una en las otras- que los seres humanos empleamos cotidianamente.

Esta forma de contar, desmonta los cálculos de todos aquellos y aquellas que contabilizan una hipotética transición energética en términos de barriles equivalentes de petróleo, pues realmente lo que se ha de cambiar no es el “barril de petróleo”, es la energía útil que, a partir de éste, se genera. Es decir, sólo una proporción del mismo.. Pep Puig i Boix, en uno de los tres micro prólogos del libro expresa esta cuestión a la perfección, cuando dice que se suele practicar, consciente o inconscientemente, un cierto confusionismo, pues se confunden las necesidades de energía que tiene la sociedad con la denominada energía primaria, cuando la sociedad, lo que requiere en realidad, es energía final disponible para su uso en la provisión de servicios.

A partir de aquí, la TE21, sin ambages ni ambigüedades, propone, basándose en la tecnología y equipo que ya está funcionando “en el mercado”, realizar una transición energética viable hacia un modelo distribuido y descentralizado, 100% renovable. ¿En qué difiere ello de otras propuestas de transición energética, que hoy en día están sobre la mesa, como el Roadmap2050 o el Desertec? A mi modo de ver, la TE21, difiere fundamentalmente en 5 aspectos.

En primer lugar, como acabamos de explicar, la TE21 es distinta de otros propuestas en que plantea, y justifica adecuadamente, que el objetivo de la transición energética no es en sí mismo sustituir las fuentes energéticas (petróleo, carbón…), sino lo que de ellas los seres humanos somos capaces de utilizar, de ellas. Corolario de ello es que la transición energética hacia un modelo de renovables requiere menos energía primaria de la que se suele calcular. Por tanto, menos instalaciones y espacio físico del que se solía plantear y, por lo tanto también, la transición, también, es menos costosa de lo que otras propuestas plantean. Para que se entienda, esta propuesta deja claro que no es más “barato” pagar un barril de petróleo para tirar a la basura entre dos tercios o cuatro quintos de él, que aprovechar el tercio o quinto útil del sol, el aire o el agua, que además, pequeño detalle, son fuentes gratuitas.

El segundo aspecto en el que difiere es que en esta propuesta se propone transformar sólo la energía final que se emplea y aprovechar las fuentes energéticas cercanas, acercando así el espacio de generación al de uso final. Desde este punto de vista, la propuesta es una propuesta universal –todos los territorios del mundo tienen riqueza en una u otra fuente renovable-, pero de aplicación local – a cada lugar le convendrá tener un mix energético distinto. Desde este punto de vista, se apuesta por una industria energética cercana, local y descentralizada. Es decir, de facto, apuesta por la democratización de las relaciones energéticas.

Diría que la propuesta va incluso más allá, pues al definir el disfrute de la energía como un derecho y explicar que éste es un bien social y estratégico sobre el que –a los ciudadanos y ciudadanas- se nos ha quitado el control, el libro no sólo plantea una transición energética económica y técnicamente viable, sino que apunta hacia una transformación política y social. Así, la TE21, es una propuesta que merece mucha más consideración y apoyo que otras consideradas equivalentes, como el Roadmap2050 o el Desertec, ya que, aunque éstas expresen apostar por las renovables, política y socialmente están en las antípodas de la que reseñamos

La tercera de las ventajas de la TE21 es que entra un debate semántico-conceptual que es cardinal: la diferencia entre consumo y aprovechamiento energético. En parte por un cierto imperialismo economicista y, en parte, porque el modelo energético hegemónico ha sido, desde la Revolución Industrial, el de la energía fósil, nos hemos acostumbrado a hablar de consumo energético. En términos de política energética el constante uso de “consumo” ha sido muy perjudicial. Para empezar, porque ha llevado a asimilar al usuario final de la energía con un consumidor y, de ahí, con un demandante. Y, para acabar, porque tácitamente ello nos ha llevado a valorar la eficiencia energética de las renovables de forma negativa.

La cuarta cuestión es que el libro deja muy claro qué son y qué no son las fuentes de energía renovables. No cae en las falacias de la descarbonización, de definir energía limpia como aquella que no emite CO2 o de generar una confusión terminológica entre lo que es energía renovable, limpia, verde y sostenible. En esto, también la TE21 se distingue de otras propuestas como las ya citadas y de muchas de las políticas energéticas –aplicadas especialmente en Occidente- derivadas de los Protocolos de Kyoto.

Por último, la quinta cuestión que merece mucho debate son algunos de los aspectos económicos vinculados a la propuesta. Desde este punto de vista, su principal aportación es entender que la factura energética exterior (cuánto estamos pagando en petróleo, gas y uranio importado) es un gasto excesivo e innecesario, mientras que su propuesta sería una inversión, que además de ahorrarnos la factura energética, tendría considerables efectos arrastre sobre el conjunto de la economía. Así, al plantear que la TE21 es económicamente viable, están proponiendo también una línea de actuación en la construcción de una alternativa económica viable a la crisis.

Por todo ello, la transición energética del Siglo XXI es una buena propuesta que, además, está justificada, razonada y cuantificada. En el el libro aunque en él se sugiera, falta todo lo que vendría después. Creo, sin embargo, que este libro está para esto. Para construir a partir de él. El proyecto que presenta es el necesario primer paso. Aquellos y aquellas que lo lean, pueden empezar a construir los siguientes.

No me resisto a añadir un post scriptum a esta entrada, aunque sé que mucho no estarán de acuerdo con ello, el libro también muestra que esta nueva sociedad podrá disfrutar de unos estándares de bienestar material equivalentes –aunque se insiste en la idea de eficiencia y ahorro energético- a los de hoy en día. En este sentido el libro es, también una apuesta por la bondad y el progreso implícito en la técnica y la tecnología. Estas propuestas “ilustradas” me llenan de satisfacción, pues una de las cuestiones que más me preocupa del debate energético –ecológico y ambiental de los últimos tiempos es la creciente percepción de que hay un antagonismo entre la ingeniería, el avance científico-técnico y el medio ambiente y que la Enciclopedia hizo más mal que bien a la humanidad. Personalmente entre lo que subyace a algunas de las propuestas de decrecimiento y lo que subyace a la TE21, me quedo con lo segundo.

Vilopriu 30 años: de la alegalidad a la ilegalidad

Ayer, sábado 22 de Marzo 2014, si la información no me ha llegado mal, en Vilopriu, província de Girona, se celebraron los 30 años de la instalación del primer aerogenerador en Cataluña por parte de la cooperativa Ecotècnia. Entonces, ese aérogenerador tenía una potencia nominal de 15kW y se conectó de forma alegal a la red, pues no había ningún tipo de legislación al respecto. Unos años después, en 1984, cerca de allí, en la entrañable localidad de Garriguella, se instaló el primer parque eólico del Estado. Contaba con cinco molinos de potencia nominal de 24 kW cada uno, y sus promotores fueron ENHER y la Generalitat de Catalunya.

Fuente: parcseolics.wordpress.com

Fuente: parcseolics.wordpress.com

¿Qué ha cambiado desde entonces, hasta ahora? Pues no pocas cosas.

El proyecto, del que se celebran sus 30 años, fue un caso de entrepeneurship avant la page. Según se puede ver en el blog creado para tal efemérides, los impulsores del proyecto eran diez, presumo todos ingenieros, ataviados según la moda progre de la época y casi todos con barba, que se aunaron en 1981 en torno a una pequeña cooperativa, con un capital inicial de 80.000 pesetas (el equivalente a 480 euros). En vez del típico garage made in USA, alquilaron una habitación en un piso de la Ciutat Comptal, y desde allí no sólo crearon el prototipo que en 1984 se instalaría en Vilopriu. Con el tiempo, exportaron su tecnología por todo el mundo, incluso tuvieron un contrato de transferencia de tecnología con la empresa japonesa Hitachi Zosen, hasta que en 2007 Alstom adquirió la compañía por 350 millones de euros; lo que ocasionó que Ecotècnia S. Coop. se convirtiera en Alstom Wind. Una empresa que, hasta donde yo sé, tiene la sede en Barcelona, y que ha «poblado» la Península Ibérica de aerogeneradores.

Si Catalunya y España no fueran como son, este sería un caso del que oiríamos hablar en todas las escuelas de negocios del país, pero me temo que no debe ser así. Aunque han sido galardonados con un buen número de premios internacionales, aquí, ¿Para qué vamos a alabar y ayudar a los «nuestros», cuando realizan satisfactoriamente los valores en los que supuestamente creemos?…. Casi no queda memoria de la pequeña empresa de éxito, rentable e innovadora, que protagonizó el acontecimiento -aunque sus fundadores siguen siendo muy activos-, como, si no se remedia, acabará ocurriendo con la parte industrial del Grupo Mondragon, holding cooperativo al que Ecotècnia estuvo asociado desde sus inicios.

Algunos de sus miembros que, entonces desarrollaron un aerogenerador de 15 kW de potencia nominal, que proporcionaba electricidad a unos 60 hogares, hoy participan en la creación de los modernos ECO100, capaces de generar 3MW, para unas 2.500 familias. De hecho, algunos de sus miembros son los impulsores de la interesante iniciativa EOLPOP, Viure de l’aire del cel, que es un proyecto cuyo principal objetivo, siguiendo el modelo alemán, es establecer un procedimiento para la participación ciudadana en la propiedad, gestión y uso de la electricidad eólica. Si les interesa, en su página WEB encontrarán toda la información necesaria.

Probablemente la multiplicación de iniciativas de este tipo, pequeños proyectos de generación y uso de energía, de propiedad compartida o cooperativa, como he expresado en un buen número de entradas de este blog, sería una de las claves de la recuperación y regeneración de la «España democrática», en todos sus sentidos. Pero, me temo que una vez más, ello no será. De hecho, unos párrafos más arriba preguntaba ¿qué ha cambiado en los últimos 30 años? Por lo dicho, ya está claro que ha desaparecido de nuestra memoria la «pequeña» Ecotècnia; como está claro que la tecnología de hoy permite  mejores y más potentes y eficientes aerogeneradores, pero lo que no he dicho es que lo que entonces fue alegal, hoy probablemente, sería ilegal.

Desde este punto de vista, recordar los 30 años del aerogenerador de Vilopriu me parece muy ilustrativo. Nos recuerda que lo que hace tres décadas fue posible, ahora, con la Ley en la mano, ya no lo es; pero nos ha de recordar también que se hizo. Es más, desde entonces el prototipo se ha convertido en un potente, rentable, eficiente, y estilizado molino de viento capaz de suministrar electricidad a localidades enteras. Así que no nos engañemos, todo está mejor que hace 30 años, la técnica y la tecnología han mejorado, se ha probado que una iniciativa así podía ser comercial, se ha demostrado que no hacen falta inversiones faraónicas ni grandes empresas y, por si fuera poco, la experiencia se implantó con éxito. Entonces, ¿por qué prohibir experiencias similares?

Muy fácil, el problema no es la energía eólica es que mientras las grandes compañías energéticas nunca creyeron en el futuro de las renovables – o son tan listas que dejaron que otros les hicieran la tarea de investigación y prospección-, pequeños cooperativas y empresas apostaron por ella. Ahora, 30 años después, cuando la tecnología está probada y su rentabilidad certificada, el oligopolio eléctrico ha decidido quedarse con lo que otros hicieron, expulsándoles, para que todos sigamos dependiendo de su enercracia. Nos quieren sometidos. Por ello, han aprovechado este autoritario, pero débil, gobierno para que les haga una ley según la cuál unos o unas jóvenes emprendedoras, hoy, por innovar y por demostrar la viabilidad comercial de su actividad, estarían fuera de la ley.

Se trata de convertir lo que en un tiempo fue posible, e ilusión, en acto ilegal y/o criminal. Esto, es en lo que hemos convertido a la democracia. Hemos transformado el Estado de Derecho en  Imperio de la Ley, por un mal uso del concepto -mal traducido del inglés- de rule of law. Pero, está claro que hay una diferencia fundamental entre Estado e Imperio, pues el primero presupone contrato social y el segundo imposición; como hay una diferencia fundamental entre Derecho y Ley, pues el primero implica derechos y el segundo es «el yugo».

Esto es lo que nos recuerda Vilopriu, más allá de hecho energético, es una pequeña metáfora de nuestra involución ideológica, política y social. Puede que ustedes no le vean la relación, pero el otro día leí una columna de opinión de George Montbiot que decía que si George Orwell y Laurie Lee were to return from the Spanish civil war today, they would be arrested under section five of the Terrorism Act 2006. If convicted of fighting abroad with a «political, ideological, religious or racial motive» – a charge they would find hard to contest – they would face a maximum sentence of life in prison (…) They would go down as terrorists. 

Desgraciadamente, creo que todo va de lo mismo, pero supongo que sólo es un reflejo de mi enfado y amargura. Que me perdonen los organizadores del acto de ayer. El hecho de que la celebración de ayer fuera un éxito es esperanzador. Ojalá sirva para recordar que lo que entonces era posible y fue, ha de seguir siendo.

Mejor todos de la mano

Hoy, hace una semana, se celebró la asamblea general de Som Energia, una cooperativa de energía «verde», de la que ya he hablado, y a la que he alabado, en entradas anteriores. Sigo pensando, como creía, que esta es una iniciativa realmente prometedora, pero en la asamblea del otro día, vislumbré algunas sombras. Cuando, en febrero de 2012, califiqué a Som Energia de realmente prometedora, lo hice pensando en tres criterios: a) el de ser un instrumento de lucha contra los poderosísimos monopolios eléctricos que tenemos en el espacio energético de la Península Ibérica; b) el de ser una iniciativa, especialmente válida en tiempos de crisis, que promueve la inversión productiva -en vez del gasto energético- y los efectos de arrastre que de ella se deriven (nuevas actividades, oficios, tecnologías, empleos…), y, aunque condición para los anteriores, c) el promover un modelo energético, descentralizado y distribuido, frente a las hegemónicos centralizados. Viendo los resultados presentados en la asamblea, no puedo más que seguir aplaudiendo esta iniciativa, pues como su propia página web muestra en poco más de dos años se han logrado más de 8.000 socios cooperativistas; financiar con aportaciones de los socios unas inversiones productivas de más de 3,5 millones de euros; generar autónomamente 344.589 Kwh; y que 6.402 hogares contraten la luz fuera de los grandes oligopolios eléctricos y con certificado de garantía de energía verde. Cualquier persona con instinto emprendedor del mundo -ese instinto que nuestros gobernantes, dicen, quieren favorecer- elogiaría algo así, pero como dijo un celebérrimo ministro Spain is different y, añado yo, and Catalunya too. Así que, aquí, no sólo no se elogia, sino que se le ponen palos a las ruedas.

Mis amigos ingenieros del CMES, que calculan adecuadamente, me han ayudado a hacer lo que presento a continuación -que ellos me perdonen si no lo traslado adecuadamente; ya se sabe, los economistas…

En Catalunya, zona en la que Som Energia tiene el mayor número de cooperativistas, un hogar medio consume entre 4.000 y 5.000 KWeh (siendo la «e» de eléctricos) cada año. Es una barbaridad, pero es lo que nos dan las cifras. Por tanto, 6.402 hogares por -en la franja baja- 4.000 KWeh, significa una consumo de 25.608.000 KWeh/año. Si estos mismos KWeh se tuvieran que generar con petróleo (aunque el mix energético de generación eléctrica catalán es distinto), ello equivaldría a 48.316,98 barriles de petróleo. Está claro que no es mucho, y que dependerá del precio al que se cotice, pero en términos nominales, con el precio del barril brent (100,39$/br.) y el tipo de cambio euro-dólar (1,3006) de hoy, ello equivale a 3.729.464,57 de euros. A ello, le debemos añadir que esta cooperativa, hoy ya genera 344.589 Kwh, lo que, por ahora es muy poco, pero que si creciera significaría un no uso de fuentes fósiles y nucleares mucho mayor.

El debate, aquí no es si esto es mucho o poco dinero -aunque huelga decir que en un momento como el actual más de 3 millones de euros en un centro de sanidad o educativo sería como si les hubiere tocado «el gordo» de Navidad, ya que casi representan las nóminas anuales de 80 profesores titulares de universidad-, sino si esta cantidad de barriles de petróleo es necesaria y si podríamos ahorrarnos este dinero. La respuesta es evidente y afirmativa, pues el coste de todas las fuentes de energía primaria -no hablo de la generación- que comercializa Som Energia es cero. Ni el sol, ni el aire ni, por ahora, el agua, por ser libres, tienen precio monetario, mientras que sí lo tiene el petróleo -o gas o combustible nuclear- que importamos. Por tanto, que los usuarios finales -domésticos o industriales- apuesten por la electricidad generada a partir de fuentes renovables, implica que desaparece, de la cadena energética, el coste de la fuente de energía primaria. De hecho, una vez está instalada una placa solar o un aerogenerador, el coste de producir más KWeh es nulo (en economía diríamos que el coste marginal -el que supone producir una unidad adicional- es cero); mientras que en una central térmica, el coste de generar una unidad más de electricidad dependerá de cuánto cueste el barril de petróleo, el metro cúbico de gas o la tonelada de carbón. Es decir, éste es un dinero que podría no tener que pagarse.

Las opciones de lo que se pudiere hacer con ese dinero son variadas y van desde simplemente no gastarlo a invertirlo en un nuevo modelo descentralizado de generación y empleo de la energía, pasando por emplear el dinero -en divisas- que nos ahorramos a pagar las primas -en moneda local- a «nuestras» empresas. Sólo los 3.729.464,57 de euros que representarían la generación, a partir de petróleo, de los 25.608.000 KWeh/año, si no me equivoco, podría convertirse en una prima de 14 céntimos de euro por KWeh generado con fuentes renovables.

Por tanto, la simple existencia de una comercializadora – y productora- de energía renovable, siempre y cuando la generación de esa energía sea local, ahorra un coste que intrínsecamente no es necesario pagar. Suena a magia, pero es así. Si sólo unas 6.000 familias, permiten que se deje de emplear más de 48 mil barriles de petróleo al año y que se reduzca el déficit exterior en el equivalente a cerca de 5 millones de dólares, imagínense qué sería si todos nos pasáramos a las renovables….

Alguien podría considerar que este argumento es insolidario con los del «exterior», podría ser, pero personalmente tengo mis dudas. Tres son las razones para ello. En primer lugar porque, salvo la parte que se queda vía impuestos en los países productores, a quién le estamos pagando, de facto, ese dinero es a los grandes conglomerados transnacionales energéticos. En segundo lugar, porque la industria energética fósil -aunque esto no sea cierto en su faceta química e industrial- productora de combustible y generadora de electricidad es un sector obsoleto que ya genera muy pocos efectos de arrastre en la economía. Y, por último, porque en los llamados países productores el maná petrolero ha sido más una maldición que una bendición. Ni con los «milagros» recientes de casos como Qatar, se puede afirmar que el dinero del petróleo ha sido bien «invertido» en las economías petroleras, e, incluso, en algunos casos como Nigeria o Guinea sólo ha servido para generar más injusticia y miseria.

A esta iniciativa -y a las similares- yo sólo les veo ventajas. Creo, pues, que nuestros gobernantes deberían estar ayudándoles, ya que ahorran dinero al país, crean puestos de trabajo (sólo la cooperativa ha creado 7 de directos y algunos indirectos con la construcción y mantenimiento de las unidades generadoras), invierten en nuevas actividades de futuro, rehabilitadoras del territorio, y se han financiado con el dinero de los cooperativistas, y por tanto, sin presionar sobre el crédito, ni público ni privado. Sin embargo, éstas son las iniciativas que se intentan aplastar ¿Cómo? Muy fácil, haciendo una legislación que impide comercializar su propia energía, que impide una remuneración adecuada de la electricidad «gratis» que generan y obligándoles a que tengan que pasar por el aro de los grandes oligopolios eléctricos para poder comercializar energía. De hecho, tal como están las cosas, puede que los sucesivos cambios legislativos del ministro Soria acaben con Som Energia. No se crean, aunque sea una cooperativa creada en Cataluña, tampoco el gobierno local parece estar muy interesado en el tema… Creo que a un marciano se le cuenta esto y no lo entiende, pues cómo se va a comprender que en tiempos de profunda crisis, se aplaste a las pocas iniciativas locales creadoras de futuro sostenible.

Ante esta situación, considero que debemos redoblar nuestros esfuerzos para lograr la transición energética hacia un modelo distribuido, basado en renovables. Por esta razón, después de escuchar algunas intervenciones en la asamblea del pasado sábado, creo que no nos podemos despistar ni un momento y fomentar nuestra desunión. Nuestro enemigo es el oligopolio eléctrico que captura a todos los gobiernos de la Península Ibérica, no aquellas personas que viven a unos centenares de kilómetros de distancia. Hemos de ir todos juntos, con el mismo proyecto, que es el de lograr la generación universal de energía descentralizada. Por definición este es un único proyecto común que, intrínsecamente, por sus propias características se ha de implantar a nivel local. Si se lograra, entonces sería el momento de hablar de si la descentralización significa islas energéticas o redes federadas y distribuidas. Ya me gustaría estar en este debate, pero ese horizonte todavía es lejano, así que mientras llegamos a él, mejor todos de la mano, ¿no les parece?.

Realmente prometedor

Hace unas semanas, por pura casualidad, haciendo zapping en ese preciso momento en el que dudas entre catatonizarte delante el televisor o irte a la cama, surgió en la pantalla el final de un reportaje sobre la primera cooperativa de energías renovables en España, Som energia. Esta inesperada aparición, modificó el rumbo de mi noche, pues me precipité hacia el ordenador a la búsqueda de información sobre esta interesantísima iniciativa. Desde entonces, en pocos días, sé de gente que ya se ha hecho cooperativista y leí en el ameno especial del National Geographic sobre Energía, una entrevista a su fundador, Gijsbert Huijink, un holandés afincado en Girona, en que explica que esta inciativa emula a otras que ya existen en Europa como Ecopower en Belgica, Enercoop en Francia o EWS en Alemania.

Cuanto más sé de Som energia más me gusta. De hecho, si tuviera capacidad y aptitud suficiente, es lo que me hubiera gustado fundar a mi. Como no lo hice, me haré cooperativista y le daré toda la publicidad que pueda. Esta entrada, será mi primer apoyo a este proyecto.

El objetivo de Som energia es múltiple. Es una cooperativa comercializadora de electricidad generada a partir de fuentes renovables, y es una cooperativa de inversión para el desarrollo de pequeños proyectos independientes de generación de energía renovable. Además, ofrece información y formación y abre la puerta a todos aquellos y aquellas, activistas, en cualquiera de sus modalidades, que militan en pro de un modelo de producción de energía descentralizada y renovable, independiente de las grandes compañías eléctricas.

Al menos hay cuatro aspectos que me gustan de esta iniciativa.

1) Es un proyecto que muestra cómo podría ser el camino para lograr un modelo energéetico basado en la producción de energía descentralizada -renovable-, cercana a los lugares de consumo de los usuarios finales -personas y empresas-, e independiente de las grandes compañías del sector.

2) Es un apuesta por las inciativas, los emprendedores y la transferencia de tecnología  local, pues leo en su web que esta iniciativa es el resultado del trabajo hecho desde universidades,  grupos de científicos y organizaciones locales -en este caso de Cataluña. Por ello, es una apuesta y una inversión de futuro para el desarrollo de la actividad local o de proximidad.

3) Es un proyecto de gestión y financiación cooperativa. Lo que significa, por una parte, no dependiente de los mercados financieros y del crédito «standard» y, por otra, una forma de gestión descentralizada-horizontal, frente a la gestión jeraquizada y vertical de la industria energética dominante.

4) Es un proyecto abierto al conjunto de la ciudadania, y que crecerá más o menos en función de lo que nosotros queramos, crecerá o no, en función del poder –cracia— del pueblo –demos.

En el pasivo de esta iniciativa está la limitación de que la actual legislación española convierte en casi imposible que pequeños productores de electricidad, comercializacen a través de pequeñas redes su electricidad; pero frente a ello, iniciativas como esta son el primer paso para forzar el cambio de la Ley. Como el propio Gijsbert Huijink declara: si nos consolidamos como un grupo de consumidores importante, los políticos nos escucharán. Ojalá ello sea así, pues querrá decir que los consumidores volvemos a ser un poder con capacidad de influir en la definición de la política energética. Política, que, al fin y al cabo, como todas, debería ayudar a cubrir el conjunto de necesidades energéticas  del territorio y no para acrecentar los beneficios de los grandes monopolios energéticos que en él operan.