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Esta entrada no es mía. Algo falló, cuando la intenté rebloguear. El tiempo no me dio para la efémerides de los dos años de la tragedia del tsunami en Japón y la fatalidad de la planta Daiichi en Fukushima. Matías Nso, un blogero al que sigo, hizo esta entrada en behind the grids. Me gusta y refleja, no todo, pero buena parte de lo que siento. Aquí va el enlace http://wp.me/p1tnEs-51

Añado con motivo de esta efemérides, aunque sea un poco egótico, y sólo para quien no la hubiere visto en su momento, mi entrada de hace unos meses sobre La lección de la tragedia de Fukushima

Viviendo en el determinismo energético

Hay dos ejercicios excelentes que los académicos dejamos de hacer, porque no sólo no nos dan puntos para nuestro currículo, sino que la mayoría de nuestros colegas considera que son los propios de un o una profesora/a de segunda clase: las actividades propias de los tontitos, de los que no somos suficientemente buenos para publicar en las llamadas revistas de excelencia. Estos ejercicios son dar clases en el primer año, cuando los alumnos no están maleados por el dogma, o dar clases en cursos con alumnos provenientes de otras disciplinas, y dar conferencias divulgativas para el público en general. Es verdad que estas actividades no lucen, pero, como más lo pienso, más me convenzo que son una pieza clave del método científico, pues las preguntas de los legos interesados son los que -al menos en el ámbito de las Ciencias Sociales- te ayudan a ver si aquello que cuentas es, o no, absurdo. Es el mejor contraste, si se escucha lo que se te dice, para averiguar si has caído, como diría en gran John Stuart Mill, en la asunción de infalibilidad.

Tengo la suerte de impartir una asignatura sobre relaciones energéticas internacionales en un curso de alumnos con procedencia muy diversa. Ningún dia consigo acabar lo que tenía previsto explicar. Primero, pensé que era por que, yo, me enrollo como una persiana, pero después me di cuenta que el problema era otro: muchas de las cosas que les cuento no las entienden porque, aunque pasen y sean, no tienen sentido. Así que acabo pasando el resto de la clase, buscando la forma de explicar cuestiones que, una vez planteadas, atentan al -buen- sentido común de mis alumnos.

La noticia de la semana es la supuesta riqueza en hidratos de metano frente a las costas de Japón».  Parece, según nos informó el El País, que después del accidente de Fukushima, como Japón que no tiene petróleo, su gobierno está muy interesado en extraer este tipo de gas de «sus» mares.

Fuente: Washington Post

Fuente: Washington Post

Confirma esta idea el artículo del Washington Post, del cual está sacada esta imagen, pues el titular deja entrever que Japón está muy esperanzado con esta fuente de energía del fondo de mar. Por lo que nos dice este artículo, no sólo Japón, sino diversos países, que ven un nuevo Eldorado en sus ya esquilmadas aguas territoriales. España, también, pues parece que este nuevo «oro negro marino» se halla frente a la costa de Cádiz.

¿Realmente los hidratos de metano son algo nuevo? Puede que un geólogo les diga que sí, pues su estructura es distinta de la de otros hidrocarburos, pero, mucho me temo que para la industria energética, el CH4 significa exactamente lo mismo que el resto de petróleos y gases. Desde que se inició el apogeo de la extracción de petróleo y gas encerrado en esquistos, pizarras y bituminosas, hemos entrado en una fiebre del oro, cuyo objetivo sólo parece ser que seamos capaces de extraer tipos de petróleo o de gas de continentes en los que se encuentran cautivos. El gas que está preso en el interior de una pizarra o, ahora, el metano marino que -como decía Javier Sampedro en un recomendable artículo de opinión en El País– se halla enjaulado en el interior de un dodecaedro formado por 20 moléculas de agua.

No soy ni geóloga ni ingeniera, pero estoy convencida que ser capaces de llegar al corazón de las pizarras, de los mares o al permafrost del Ártico, requiere un excelso conocimiento científico y un grado de desarrollo tecnológico muy elevado; como asumo también que cada nuevo tipo de extracción por fractura hidráulica (fracking) o, ahora de extracción del metano glacial submarino, es costosísima, se mire por donde se mire. Si es así, la pregunta es obvia ¿por qué nos emparramos en malbaratar el progreso humano y miles de millones en destrozar –vean este video– ecosistemas enteros del planeta, en vez de intentar alternativas?

Dice Javier Sampedro en su artículo que los hidratos de metano de los fondos oceánicos pueden revelarse como la gasolina del futuro, pero solo lo serán del futuro próximo. Si son una solución a la permanente crisis energética, son solo una solución provisional y miope, puesto que el uso de estos combustibles sería exactamente tan dañino para la atmósfera como lo son nuestros actuales tubos de escape. ¿Lo pillan? En esta frase, los términos nuestros y actuales son la clave. En nuestro mundo sólo hay dinero y tecnología para mantener las estructuras de poder que ya existen, no para crear otras. Queda implicito en lo que escribo, pero por si hubiere alguna duda, hay dinero para tecnología fósil, pero no para renovables; somos los más listos del mundo inventando formas de extracción de fuentes fósiles, pero no de captación del sol e invertimos ingentes cuantías en mega-infraestructuras energéticas transnacionales en vez de instalar pequeñas unidades de generación al lado de casa.

El creciente auge de los petróleos y gases no convencionales, de todo tipo y pelaje, sólo cambia dos hechos en relación al sistema anterior: a) la tecnología de extracción, y b) los territorios -productores- que encabezan esta extracción. El corolario de éstas es que: a) se mantiene intacta la estructura de la cadena -y de la industria- energética (al fin y al cabo, es un petróleo o gas que se «enchufa» a un fuelducto que le lleva a los mismos lugares de refino, producción, generación o comercialización que antes); b) se convierte la producción de energía -y por tanto el consumo- en algo todavía más exclusivo, si cabe, pues encarece y sofistica la extracción de crudo o gas; y, c) se cambia la geografía de los territorios productores; por ahora, en favor de los grandes de la OCDE y de las economías emergentes.

En definitiva, hemos entrado en una revolución energética que gasta lo mejor del talento humano e invierte dinero a espuertas en proyectos destinados a que el producir y el consumir energía sea igual que antes; a que se contamine, todavía más que antes; a que se refuercen las estructuras monopolísticas y a que se excluyan a los «pobrecitos» del Tercer Mundo del juego energético. Esto sólo cobra lógica recurriendo a conceptos tan poco científicos como las condiciones negativas del ser humano: la codicia, la maldad y el egocentrismo.

Prueben de impartir una clase explicando esto. Los alumnos -tampoco la gente de bien- no les creerán, pués dirán que no tiene sentido. Ellos son los que tienen razón. Nada esto tiene sentido, pues vivimos instalados en el absurdo y ocurre lo inexplicable.

Frente a esta triste realidad, un nutrido grupo de académicos e investigadores-no todos, ni mucho menos- ha optado por caer en el determinismo energético, el que la industria les ha transmitido como un mantra, el decir que si las nucleares no son posibles, la única alternativa viable -aunque no les guste- es lo que tenemos. Esto tampoco es ni una explicación ni una justificación razonada, pero como se adecua más al discurso dominante, al decirlo se creen infalibles. De hecho, si se dice con fuerza y convencimiento, la gente tiende a creérselo. Es normal, pues en una mente sana es más fácil aceptar que las cosas se hacen porque no queda más remedio, que admitir que se hacen por maldad. Pero, ante ello, y sinceramente, creo que si ni ellos ni nosotros tenemos argumentos «científicos» para justificar que una forma de producir energía es mejor que otra, lo más honesto sería decir que lo que ocurre ha dejado de tener sentido y que no lo podemos explicar. Cualquier otra cosa es un insulto a la inteligencia y, además, legitimará las actuaciones de la gran industria energética.

La lección de la tragedia de Fukushima

Hoy se ha presentado en el Center for Strategic and International Studies el informe oficial sobre el accidente nuclear de Fukushima, elaborado por una comisión independiente por encargo de la Dieta de Japón. Quién lo ha presentado es el Chairman de esta comisión el Doctor Kiyoshi Kurokawa. Aunque yo he asistido al acto, un poco atraída por el título, al iniciarse éste, me he dado cuenta de la suerte que había tenido de poder asistir a él. Suerte, porqué, si he entendido bien, era la primera presentación del informe en Estados Unidos, coincidiendo, y parece que ello ha sido casualidad, con la publicación on-line del informe, completo, en inglés; suerte, por poder escuchar, en vivo y en directo, el relato del Sr. Kurokawa, como primera persona responsable del primer informe oficial independiente que se realiza en la historia del Japón constitucional –el de después de la Segunda Guerra Mundial-; y suerte por escuchar unas conclusiones valientes y que, si alguien les hace caso, podrían tener repercusiones enormes para Japón, claro está, pero también para todos aquellos países con instalaciones nucleares en su territorio. Sólo llegar al acto, me han dado el resumen del informe, en el que se incluye el mensaje inicial de Doctor Kurokawa. Sólo este mensaje es, ya, demoledor: (…) the accident at the Fukushima Daiichi Nuclear Power Plant cannot be regarded as a natural disater. It was a profoundly manmade disaster. (…) This was a disaster “Made in Japan” (…) Following the 1970s “oil shocks”, Japan accelerated the development of nuclear power (…) It was embraced (…) with the same single-minded determination that drove Japan’s poswtar economic miracle. With such a powerful mandate, nuclear power become an unstoppable force, inmune to the scrutiny by civil society (…).

En su explicación oral -también en el conjunto del informe- el Doctor Kurokawa ha insistido, y mucho, en los aspectos que han propiciado esa inmunidad de la industria nuclear al escrutinio de la sociedad civil. Según él, tres son las causas: el monopolio de las compañías eléctricas que gestionan las centrales nucleares, la captura de los órganos reguladores y legislativos, por parte de este monopolio, y una estructura japonesa de gestión totalmente jerárquica en la que nunca se cuestiona la autoridad del superior. Entre el público, varias personas le han preguntado si aquello que él contaba no era aplicable también a Estados Unidos. Su respuesta ha sido que, puede que la captura sea la misma, pero que en USA hay más transparencia y más cuestionamiento de las decisiones que se adoptan o dejan de adoptar. Es cierto que si una piensa que el informe, que hoy se ha presentado, es el primer informe oficial independiente -y participativo- en la historia del Japón contemporáneo, el hombre tenía razón. Pero, yendo más allá, lo que yo me he preguntado, pensando en España, es si realmente existe una diferencia entre Japón y nosotros si, en ambos casos, los monopolios eléctricos capturan la política energética, son los que, de facto, nos “informan” sobre las ventajas e inconvenientes de cada opción energética, deciden las regulaciones y lo que es seguro y lo que no. Es cierto que, en España, el movimiento antinuclear ha tenido sus victorias; también muchos fracasos. Sin embargo, en estos últimos años, creo que lo que el Doctor Kurokawa nos dice para el caso de la industria nuclear en Japón, serviría para España, en nuestro caso unas pocas empresas controlaran todo el espacio eléctrico y son las que, aunque no exista esta estructura jerárquica incuestionable, han capturado, también, el discurso. Lo vemos con nuestra factura, lo vemos con una errática política energética, corto placista, que sólo puede explicarse por la estrategias de beneficio inmediato de los accionistas eléctricos. Lo vemos con el vaivén de legislaciones contradictorias, y, lo hemos visto con el abandono de las eléctricas –cuando lo han tenido que pagar- de Garoña. Y, está claro, lo vemos en la relativa –aunque, quiero pensar, creciente- poca oposición que todo ello tiene. Para mi, hoy, después de tener el privilegio de escuchar a este ponente, tengo una cosa muy clara: el mayor riesgo de un determinado modelo energético no es si contamina más o menos, si es más caro o menos, si está basado en un recurso finito o no. El mayor riesgo es si pocas, y poderosas, empresas lo controlan, pues con su poder absoluto, nos tendrán en sus manos y tendremos que pensar y hacer lo que ellas quieran. Como, creo, he dicho en otras entradas, no hay ninguna forma de producir energía segura, siempre puede ocurrir un accidente imprevisto. Esta incertidumbre es el precio que los seres humanos pagamos por tener un mayor bienestar (cada uno o una decidirá lo que entienda por él). Pero, ante ella, lo que realmente es justo es explicitar que este riesgo siempre existe. En una sociedad democrática –de verdad- los ciudadanos, siendo conscientes de esos riesgos, decidiremos qué es lo que queremos y lo que no. Realmente, esto es lo más relevante de este informe. Decir, como valientemente ha hecho hoy el Doctor Kurokawa, que el accidente ocurrio porque no se dieron las condiciones para que la sociedad civil -¿los ciudadanos?- supiera y actuara en consecuencia.

1093 km. y 66 años

Hoy, 11 de marzo de 2012 se cumple un año de la tragedia nuclear de Fukushima. Lo he pensado muchas otras veces, pero ante la profusión de artículos conmemorativos en la prensa del día, y el goteo de opiniones sobre la no sostenibilidad de las nucleares, la última la del The Economist, me pregunto cómo puede ser que en el mismo país, con tan sólo 66 años de diferencia y a escasos 1000 km. de distancia se hayan producido dos de las mayores barbaries -nucleares- de la humanidad.

¿Cómo puede ser que el país que sufrió las consecuencias de una de las mayores aberraciones de lo más sofisticado y extraordinario de la civilización occidental -la Física-; después, apostara por la seguridad -energética- que le proporcionaba la energía nuclear? La única explicación lógicamente plausible es que su debilidad de vencidos les hiciera creer en la superioridad de la ciencia y la técnica occidental y en su capacidad de dominar el mundo físico.

Mirado desde otro punto de vista, hoy, sólo se me ocurren cinco razones, para que después del horror de Hiroshima y Nagasaki el proyecto nuclear siguiera adelante:

1) la soberbia del ser humano que se cree que, cual demiurgo, dominará y moldeará a su antojo el universo físico (lograremos la energía nuclear segura y domeñaremos los residuos radioactivos )

2) la soberbia de los ganadores de la Segunda Guerra Mundial que pensaron que siempre controlarían el destino del mundo (decidiremos quién tiene energía nuclear y quién no y no habrá problema con los residuos pues siempre estarán bajo nuestra supervisión)

3) la voluntad de poder de los «ganadores» que pensaron que por tener una tecnología y un arma nuclear dominarían para siempre el destino del mundo (la estrategia de disuasión nuclear)

4) la perversión del sistema que necesita de la destrucción para seguir «progresando». Una vez más, la enseñanza de la metáfora del «ángel de la Historia» de Walter Benjamín, el ángel que no puede deshacer el caos ocasionado por la destrucción porque en el Paraíso sopla una tormenta tan poderosa que le enreda las alas y le obliga a seguir avanzando, en vez detenerse. Como es bien sabido, esa tormenta, es el progreso.

5) la codicia del conglomerado nuclear que presiona para que se siga manteniendo la fuente de sus jugosos beneficios.

En resumen, cinco cuestiones sobre las que, hoy, en el primer aniversario de la tragedia nuclear de Fukushima, deberíamos reflexionar. Cinco cuestiones que, una vez más, nos llevan a pedir la remoralización de la política energética.