Creación y destrucción del Oriente Medio petrolero occidental (1)

Desde hace unos par años que me ronda una idea por la cabeza. Me dedico a ella en mis ratos libres, pero como conseguir encontrar la información, leer y metabolizar es un proceso largo y laborioso, no sé si alguna vez seré capaz de desarrollar este pensamiento hasta el final. Por ahora, empiezo con el número uno de la serie.

Repasando entradas antiguas del blog, veo que en junio del 2014, ya hice un primer pinito sobre esta cuestión. Cuestión, que no es otra que la de la relación entre cómo se fijaron las fronteras de Iraq en 1925 y cómo se otorgaron las concesiones petrolíferas a la Turkish Petroleum Company (TPC) , antecesora de la Iraq Petroleum Company (IPC), y núcleo fractal del posterior reparto que las Siete hermanas y la Compañía Francesa de Petróleos (CFP) realizaron en Oriente Medio.

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Deseo, en entradas sucesivas de esta serie que hoy inicio, ir desgranando algunos de los pormenores de la compleja historia de la creación de la TPC y de cómo Oriente Medio se convirtió en región petrolera. Ahora, sin embargo, para empezar me gustaría explicar por qué este tema me interesa.

Cuando en 2003, la coalición liderada por Estados Unidos invadió Iraq, derrocó a su Presidente, Saddam Hussein, e impulsó una nueva constitución en 2005, internamente, abrió la puerta a la desintegración de una frágil, pero estable, arquitectura institucional. Y, externamente, marcó un punto de inflexión -para mi definitivo- en la industria petrolera internacional, que ha supuesto el fin del orden energético internacional del Siglo XX. Muestras de ello las tenemos en el mismo Iraq, donde nunca hasta esa fecha habían entrado inversores o se realizaban contratos con empresas fuera del ámbito de las grandes empresas petroleras internacionales privadas y occidentales, mientras que  desde el segundo lustro del Siglo XXI, más del 60% del petróleo se exporta hacia Asia, un 20% de los yacimientos están bajo control de empresas petroleras Chinas y otro tanto bajo el control de empresas no occidentales, al tiempo que se ha producido un florecer de la producción de petróleo y de gas de la mano de empresas petroleras medias de diversas nacionalidades, en un norte de Iraq, prácticamente seccionado, kurdo y que incluye la Región de Mosul, de la que hoy hablaremos en esta entrada. (Por cierto, que haciendo un paréntesis en este relato, recomiendo, a este respecto, el excelente y bien documentado artículo Under the Mountains: Kurdish Oil and Regional Politics de Robin Mills para el Oxford Institute of Energy Studies).

La creación del Iraq contemporáneo es el resultado de la desintegración del Imperio Otomano y de los tratados posteriores a la Primera Guerra Mundial. El trazado definitivo de sus fronteras fue un proceso largo y complejo que se inició en la Conferencia de Paz de París, cuando se estableció que a la espera de los tratados definitivos, Mesopotamia -como Siria y Palestina- quedaría bajo el mandato de las potencias Europeas. Estos mandatos se otorgaron en La Conferencia de San Remo (1920) y se estableció que Siria quedaría bajo protección francesa, mientras que Palestina y Mesopotamia, quedarían bajo el manto británico. Luego, en el Tratado de Sèvres, también del año 1920 se fijaron unas fronteras, que por lo que al norte de Iraq se refiere, incluían a la región de Mosul «con ciertas variaciones».

La cuestión de Mosul ya era espinosa entonces, pues en el acuerdo de reparto del territorio del Imperio Otomano, el Acuerdo Sykes-Picot, que británicos y franceses realizaran en 1916, con la guerra todavía en marcha, previendo la extinción del Imperio, esta región quedó bajo área de influencia francesa. Pero, en el Tratado de Sèvres, que nunca se llegó a aplicar, esta región quedara «con ciertas variaciones» bajo mandato británico.

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Este problema territorial se complicó todavía más, cuando después de que en 1921, la Sociedad de Naciones dictaminara que un sólo monarca, el Rey Faisal, gobernaría todo el territorio de Mesopotamia, ya reconvertido a Iraq, los británicos, en 1922, firmaron un acuerdo con él según el cual ambos, el Rey Faisal y los británicos, se comprometían a no ceder ni un palmo de territorio iraquí, al que se le sumaba la región de Mosul, a pesar de que años después Lord Curzon, el negociador británico en Lausana, aceptara que el único punto minado es el trazado de la frontera norte de Iraq, cuyos límites no han sido todavía legalmente fijados por las Potencias aliadas.

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La Conferencia de Lausana celebrada en los años 1922 y 1923, infructuosamente, se centró en el trazado de las fronteras, no de Iraq, sino de Turquía, puesto que el nuevo gobierno de Kemal Atatürk -posteriormente padre fundador de la Turquía laica moderna, que hoy también se tambalea- no sólo no reconocía los acuerdos del Tratado de Sévres, sino que reclamaba la inclusión de la región de Mosul en la nueva Turquía. En toda esta negociación de dos años, al menos por lo que se deduce de la correspondencia de Lord Curzon durante la misma, el escollo -insalvable- fue Mosul.

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Al final, la cuestión de las fronteras se resolvió en el año 1925, con un laudo de la Sociedad de Naciones, que más que laudo, parece mercadeo, puesto que Turquía renunció a sus aspiraciones sobre la región de Mosul, a cambio de recibir durante 25 años el 10% de los royalties del petróleo que la Turkish Petroleum Company -que convenientemente se renombró entonces, Iraq Petróleum Company- extraería en esa región.

Así, la existencia territorial de Iraq, como la de la mayoría de países surgidos por la desintegración del Imperio Otomano, se debe a un diseño, que a veces pareciera improvisado, de los vencedores de la Primera Guerra Mundial. Estas son las fronteras que, hoy, se desintegran.

La cuestión, sin embargo, va mucho más allá, pues como se puede intuir por la existencia del trueque de territorio por royalties del petróleo, queriéndolo o no, estas fronteras, especialmente las de Iraq, están intrísecamente enlazadas con el mapa de las concesiones petroleras que reclamaba para sí la TPC. Éstas, al final quedaron en el seno del flamante Iraq, dejando a Turquía sin una una gota de crudo.

Leyendo la documentación depositada en los archivos es muy difícil -al menos con lo que llevo visto y leído- afirmar que las fronteras de Iraq se fijaron exclusivamente para satisfacer los intereses de la TPC, pero sí que es cierto que estas fronteras no se fijaron definitivamente, hasta que un laudo de la Sociedad de Naciones incluyó a la región de Mosul en ellas . Como también es cierto que hay una coincidencia cronológica entre la fijación de estos límites territoriales y la adjudicación definitiva de las concesiones petrolíferas en las regiones de Bagdad y Mosul a la TPC.

Como veremos en la siguiente entrada de esta serie, dedicada a la historia de la TPC, esta concesión fue prometida, pero nunca otorgada, pocas semanas antes de que se declarara la guerra. Quedó en el aire, como lo quedaron las fronteras de Mosul, pero como se puede leer en la primera edición del Iraq Petroleum Company Handbook (1948), fue también en 1925 (mismo año del laudo), cuando después de unas largas negociaciones iniciadas en 1923 (mismas fechas que la Conferencia de Lausana), la promesa realizada por el Visir antes de la contienda bélica se convirtió en una concesión definitiva para la TPC.

Sin entrar ahora en el jugoso relato de estas concesiones, sólo con el relato de estos hechos queda patente  que en Iraq se establecieron a la vez, las fronteras, las concesiones petrolíferas y el germen de su principal instrumento de intervención pública: la IPC. Pues, aunque todavía tuvieran que pasar unos años para su completo funcionamiento, desde que en 1927, brotara petróleo de un pozo cercano a Kirkuk, las bases de la unidad política -un presupuesto centralizado que distribuyera por todo el territorio los ingresos obtenidos con el pago de royalties o venta del petróleo- quedaron establecidas.

Por todo ello, desde el mismo momento del nacimiento de Iraq, en él, unidad territorial, compañía petrolera nacional -privada o pública- y unidad política son los tres vértices de una misma cosa. De ahí, que en todos los casos, destruir uno de los vértices, lleva a hacer tambalear a los otros dos. Como de hecho, ocurrió.

Desde el punto de vista de la historia de la industria del petróleo internacional, el caso de Iraq, como se entenderá cuando se explique el papel jugado por la TPC, es muy relevante, pues en su territorio se gestó el núcleo de lo la industria petrolera internacional (anglo-americana-occidental) del Siglo XX. Y, por ello, el desmembramiento de Iraq, también ha de suponer su fin; al menos, en su forma actual. Esto va más allá de la despopepización de la que he hablado en otras entradas, es un cambio mucho más radical, que implicará -o ya está implicando- una transformación profunda del orden petrolero internacional.

 

Financiar la transición energética (I)

Llevo tiempo pensando que el cómo, el procedimiento, para financiar la transición energética será la clave de su éxito.

Creo que hoy en día, salvo los integristas, ultra liberales y negacionistas, poca gente discute la necesidad de transitar de una forma de producir energía intensiva en emisiones causantes del efecto invernadero a una que no lo sea; como creo que también hay consenso –se acepte públicamente o no- en que ya existe la tecnología para que esta transición sea posible ¿En qué, pues, no hay acuerdo? En si esta transición se puede efectuar dentro del paradigma –capitalista- actual o tendremos que cambiar nuestra visión del mundo.

El libro de Naomi Klein, Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima, nos da la respuesta a ello: la transición energética o será sistémica o no será. Parecida es, aunque ésta sea un tipo de argumentación con la que me siento mucho menos familiarizada, la conclusión de la ultra publicitada carta encíclica del Papa Francisco, Laudato si. Recomiendo la lectura de ambas, pero de cara a Septiembre, no ahora, padeciendo esta canícula agobiante, pues con su lectura simultánea la zozobra te acaba venciendo. Aunque les diga esto, este verano, para reactivar a nuevas cartografías de la energía, querría hacer una serie de entradas inspiradas en la lectura de ambos textos, entradas en la tríada cambio climático – transición energética – financiación.

El objetivo de esta serie veraniega es doble. Por una parte, pretendo dar argumentos que refuercen la idea de que, debido a la forma de financiación de la industria energética, el seguir contaminando y extrayendo fuentes fósiles del suelo y el subsuelo no es una opción para ésta, sino, como dice Naomi Klein, un imperativo estructural. Y, por otra, contribuir al debate con lo que es su corolario: sólo modificando las formas de financiación de las actividades e infraestructuras relacionadas con la generación, distribución y uso final de la energía, la transición energética será posible.

En entradas anteriores ya he ido introduciendo algunos aspectos de este debate. En concreto, si no recuerdo mal, he explicado lo siguiente:

  • Que uno de los problemas económicos y financieros de la transición energética es que a las fuentes primarias dominantes (carbón, petróleo, gas y uranio), a partir de las que generamos energía útil, empleada en nuestras casas, transportes o fábricas, se les otorga un valor de cambio. Éste se refleja en el precio, que es independiente de la cantidad de energía final utilizable que se produzca con ellas. Dicho de forma fácil, aunque el precio del barril de petróleo suba o baje, la energía final útil que se genera a partir del mismo es igual.
  • La razón por la que ello ocurre es porque las fuentes fósiles y el uranio son una mercancía apropiable, que se compra y se vende en mercados sin relación inmediata y directa con la energía útil final. Es claro que ello no ocurriría con el sol o el aire, pues no son apropiables y generan directa e inmediatamente electricidad aprovechable.
  • Históricamente el grueso de los beneficios de las empresas de la industria energética internacional son el resultado de la renta “minera” que se genera en el segmento aguas arriba, es decir en el de la extracción y venta de petróleo crudo, gas natural o carbón (el uranio presenta algunas particularidades). De ahí, que en la lógica de estas empresas, las actividades relacionadas con la obtención y venta de derivados son secundarias, aunque formen parte de su estrategia de supervivencia monopolística. Por ejemplo, British Petroleum, sólo consideró seriamente el refino en el Reino Unido, como resultado de la nacionalización de sus activos en Irán.
  • Como es lógico, el interés de la industria energética internacional, especialmente el de sus grandes compañías históricas (públicas, estatales y privadas), es mantener el negocio. En las circunstancias que acabamos de resumir, ello implica a tener cada vez más y mayor acceso a las reservas fósiles y/o que estas tengan el mayor precio posible. Como también explicamos, ello es lo que se logra con el poder del monopolio y con la construcción del discurso de la escasez.

Hay una última cuestión, que también planteamos al hablar de la burbuja financiera del fenómeno del fracking, pero que, en este blog, todavía no habíamos acabado de enlazar con los cuatro puntos anteriores: la necesaria huida hacia delante de la industria fósil.

Ello, lo expone de forma muy clara Naomi Klein en el cuarto capítulo de su libro, titulado (¡me encanta!), Planificar y prohibir. Palmetazo a la mano invisible.

Lo que nos cuenta esta activista ambiental es que las inversiones asociadas a la exploración, desarrollo y extracción de energía fósiles son tan costosas, que no se recuperaran nunca, salvo que se pueda seguir extrayendo combustible fósil durante décadas. Si ello no ocurriera así, las empresas del sector deberían anotar en sus balances un gran volumen de activos inmovilizados. De ahí, que en los mercados bursátiles, bajaría el precio de las acciones, y los accionistas (individuales, fondos de pensiones, fondos de inversión….) perderían la confianza en que estas empresas les seguirán aportando rentabilidades crecientes año tras año. Por ello, como escribe Klein, para que el valor de estas compañías permanezca estable o crezca, las empresas petroleras o gasistas deben estar siempre en disposición de demostrar a sus accionistas que cuentan con reservas de carbono frescas para explotar cuando se agoten las que están extrayendo actualmente.

De ahí, la idea de imperativo estructural ya apuntada, pues, es evidente que ninguna empresa capitalista –en este caso del tipo que fuere- renunciará voluntariamente a su principal fuente de beneficios; extraer energía fósil, en este caso. El quid de la cuestión aquí es que esta fuente de beneficios es finita –y además, en los últimos años se ha tenido que repartir con los nuevos llegados a la industria.

Imagínese usted que es un/a inversor/a o un pensionista que quiere comprar unas acciones para asegurarse una rentabilidad constante o creciente futura; ¿invertiría en una empresa cuya base del negocio es un recurso en extinción? La respuesta es, obviamente, no. Por esta razón, las empresas petroleras y gasistas, que son de las más poderosas del mundo, se ven abocadas a una huida hacia adelante, que tiene como objetivos, contradictorios y simultáneos, el convencer a los accionistas que el petróleo y el gas no se acaban (véase fracking y todas las formas de extracción de petróleo y gas no convencional), para que siga fluyendo hacia ellas el dinero de los inversores; mientras se azuza el discurso de la escasez, para que el precio del crudo y el gas aumente, asegurándoles así pingües dividendos.

Las consecuencias ambientales, sociales y políticas de esta huida hacia delante son bien conocidas, pero a pesar de ello se refuerza la hipertrofia fósil de la industria energética. Industria, que obligada por los compromisos con sus accionistas, no puede permitirse ninguna estrategia que no sea la del máximo beneficio en el corto plazo. Por lo tanto, este es el primer vínculo que se ha de romper.

Desde este punto de vista la proliferación de las campañas de desinversión en energía fósil, como las que iniciaron varias universidades anglosajonas y han seguido otros como el The Guardian, son extremadamente valiosas. Desgraciadamente, el sistema es tan perverso, que si estas campañas prosperan, la industria fósil acudirá a buscar la financiación de otros inversores todavía más codiciosos, inmorales, cortoplacistas y especulativos, que los anteriores. Por ello, afirmo que no hay otra salida que la de modificar cómo y con qué criterios financiamos al sector energético. Lo hablaremos en la próxima entrada.

El disparate de Iraq o el insulto a la inteligencia

Más allá del mundial de fútbol, que nos tiene a todos ocupados, la noticia de la semana es Iraq. Es el avance de los partidarios del Estado Islámico de Iraq y del Levante hacia Bagdad, después de ocupar Mosul y Tikrit. Es la posibilidad de que la Administración Obama considere intervenir de nuevo, para parar el avance y evitar una escisión-división del país en dos. Me perdonarán, pero es vomitivo. Estoy furiosa. Desde el momento cero de la invasión de Iraq, e incluso desde antes, pues bien pudiera ser que esta fuera una de las razones por las que Bush padre en su momento no acabara la tarea, se sabía que esto iba a pasar. Pero o somos tod@s burr@s o nunca hemos visto Laurence de Arabia.

Que conste que soy de las pocas que siempre pensó que el petróleo no era la razón de la belicosidad hacia Iraq. Ahora bien, aunque crea que el petróleo no fue la causa de la invasión de Iraq en 2003, sí que creo que la creación del Estado moderno de Iraq no se puede entender sin el petróleo. Por ello, entrar como se hizo, “como elefante en cacharrería”, y cargarse una estructura de gobierno y poder articulada en torno a un contrato social, cuya base era la distribución de las rentas del petróleo al conjunto de la población, sin crear nada nuevo, sólo podía llevar a la destrucción del estado nacional.
El Iraq contemporáneo tuvo su origen en la desintegración del Imperio Otomano y en el larguísimo proceso que culminó con los Acuerdos de Lausana, en 1923, cuando al establecerse las fronteras de Turquía, quedó fijado lo que el rey Faisal y los británicos ya habían pactado en 1922, que básicamente venía a decir que los británicos asesorarían en prácticamente todo al Rey Faisal, y a cambio él se comprometía a no ceder ni alquilar a ningún Foreign Power, ninguna parte de Iraq. Es decir que se salvaguardaba un Iraq unido, todavía bajo protectorado británico, en el que se unieron tres dispares provincias.

La integración de la provincia de Mosul, que ahora siempre se cita como la de la “patria” de Saddam Hussein, como si esa fuera la razón de lo que allí ocurre, fue una de las más controvertidas. Hasta que no quedó claro que su territorio quedaba dentro del ámbito de las concesiones de la Turkish Petroleum Company (TPC) (antecesora de la Iraq Petroleum Company), y, hasta que no quedó claro que la TPC estaba controlada por los británicos a través de la Anglo Persian Oil Company (antecesora de British Petroleum), ni Iraq ni la Industria Petrolera Internacional quedaron definitivamente establecidas.

La Iraq Petroleum Company se creó en 1929, su domicilio social estaba en Londres, y si exceptuamos las participaciones del “inefable” Calouste Gulbenkian y del gobierno Iraquí, los socios de la corporación fueron los antecesores de la británica British Petroleum, de la francesa Total, de la estadounidense ExxonMobil, así como la ya entonces – y ahora- Royal Dutch Shell. Una vez creado este consorcio, en 1930, los británicos otorgaron a Iraq, al menos sobre papel, la independencia. Así, como ha sido el caso de muchos de los países petroleros de la región –como también de otros del Norte de África- la creación del estado nacional fue pareja a la creación de una compañía petrolera nacional, bajo tutela de un consorcio internacional. Ello, en la segunda mitad de Siglo XX, se transformaría en unas compañías petroleras nacionalizadas, con acuerdos comerciales con los mismos consorcios petroleros internacionales que las habían creado.

Lo importante aquí es entender que, y no sólo para Iraq, en la mayoría de los llamados países –árabes- exportadores de petróleo la creación del estado, el establecimiento de las fronteras y la creación de las compañías petroleras nacionales han ido de la mano. En una primera fase, hasta los años 1960s y 1970s, el pacto era que los consorcios internacionales “pagaran” a unos dirigentes que mantenían cohesionado el territorio (en este sentido la historia de ARAMCO, la compañía saudí, es extremadamente ilustrativa); y, en una segunda, por necesidades de mercado de las economías occidentales, se toleró a los dirigentes distribuidores – rentistas, que crearon un contrato social a través de la distribución de la renta del petróleo a la población. Así, el signo de identidad nacional era ser –directa o indirectamente- receptor de la renta del petróleo. Así se crearon los ciudadanos de los nuevos estados petroleros. Ciudadanos que se consideraban de un mismo país por recibir las rentas del subsuelo del territorio común; y ciudadanos que se modernizaron al convertirse en consumidores –de bienes- occidentales. Por ello, las compañías petroleras nacionales se convirtieron en el principal instrumento de intervención nacional. Es cierto que la otra cara de la moneda ha sido mantener en el poder a perdurables dirigentes autócratas, aunque ha ayudado –y mucho- a mantener bajo el manto de la unidad nacional, territorios y colectivos muy dispares.

Entre las muchos desatinos de los que podemos culpar a los ingenuos, pre-ilustrados, dogmáticos y extremadamente peligrosos neocons en todas sus ramificaciones y a sus ideólogos, los integristas economistas ultra-neoliberales, cabe no haberse dado cuenta, que más allá de la “ineficiente” gestión política del petróleo, las compañías petroleras nacionales en la mayoría de los países árabes de la OPEP, eran la base de la unidad territorial-nacional. Todavía recuerdo el sentido, no la literalidad, de las declaraciones de Paul Bremer en 2003 diciendo que en Iraq democracia y privatización del petróleo iban de la mano. Así, esta visión muy simplista, pero muy en boga en esos años, representada a la perfección por think-tanks, como el Heritage Foundation, ayudaron a desmembrar Iraq, pues despedazaron al instrumento que lo cementaba: su compañía petrolera nacional. Es más, tan grande ha sido el destrozo, que en el impulso se ha expulsado, también, a los históricos consorcios petroleros occidentales que, créanme o no, eran los garantes de la continuidad de este modelo.

Sigo pensando, y todo lo que ha venido ocurriendo lo confirma, que la invasión de Iraq no fue por el petróleo, pues con ella lo que se perdió fue el orden petrolero internacional que se gestó a lo largo del Siglo XX. Éste llevaba implícitas unas fronteras, unos estados y, evidentemente, unas alianzas internacionales. Hoy, todo está roto.

Aunque no me gustara este orden, aunque no me gustara lo que conllevaba, aunque la industria petrolera internacional me parezca “lo peor”, antes de ir cual Rambo por el mundo, creyéndose que las recetas de los economistas son la panacea para el mundo, estaría bien pararse a pensar; caso que no se pudiera, lo de pensar me refiero, al menos podrían ir al cine a ver Laurence de Arabia… Es lo más leve que se me ocurre decir, pues como he dicho al principio, estoy furiosa.

Barruntando sobre los precios del petróleo

A veces las preguntas más básicas, llevan a laberintos inimaginables. Hay dos preguntas que llevan días martilleándome la cabeza. Algo que para mi, había sido evidente, en el contexto actual, me «patina».  Se han preguntado ¿por qué pagamos un único precio por el kwh que empleamos en casa o hablamos en singular sobre el precio del petróleo? Lo que aquí quiero decir, ahora sin entrar en ninguna valoración sobre el tema, es que si no se da una razón adicional -por ejemplo un proyecto político de espacio energético público y único: nacional, regional o local- es difícil justificar, desde el ámbito privado, por qué ha de costar lo mismo una electricidad que se genera en una nuclear que una que se genera con los rayos de sol; como también es difícil justificar que paguemos igual la gasolina si el petróleo viene de Arabia Saudí o del Mar del Norte, por decir algo.

En la teoría, un precio único para un bien, si es precio, debería significar que existe un mercado unificado. De hecho, sea o no fuere verdad, se habla del mercado eléctrico español o del mercado del petróleo. Tengo muchísimas razones para afirmar que tales mercados no existen; pero esto, ahora y aquí, da igual, porque lo relevante es que sin existir tal mercado y sin justificarse tales precios por sus costes, muchos analistas siguen empleando el precio como indicador de escasez o abundancia ¿Cuántas veces hemos oído decir que el precio del petróleo sube porqué no hay suficiente oferta -cantidad de petróleo que va al supuesto mercado- para cubrir la demanda? Infinitas. Por no decir las veces que hemos escuchado que el precio del petróleo sube, por que éste se acaba. Es evidente que, en el largo plazo, cuando un recurso es finito, cada vez será más difícil conseguirlo y, por ello, el precio tenderá a subir. Por ello, esto tampoco requiere mayor comentario. Sin embargo, lo que sí requiere comentario es qué ocurre en este lapso de tiempo, hasta que lleguemos allí, y si el precio del petróleo puede indicarnos alguna cosa.

Cada vez que el precio sube, escuchamos la misma cantinela: o alguien ha reducido la oferta o estamos al límite de nuestra capacidad. Pues bien, hoy me he dedicado a mirar la evolución de los precios y de las reservas mundiales, sobre todo desde la década de los 1980s, pues antes los precios internacionales del petróleo estaban fijados –posted– por las grandes empresas del sector y, en un breve lapso de tiempo, por la OPEP. Al mirarlos, he visto algunas cosas curiosas. Se las muestro.

El primer gráfico ofrece una evolución de una selección de precios internacionales del petróleo hasta 2004. Me he fijado, para variar, en los momentos en los que bajan los precios.

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Fuente: BP, Statistical Review of World Energy

Claramente, se ven dos años que marcan grandes caídas -siguiendo una tendencia- el 1986 y el 1998. Años que, mirando otro gráfico, el de la evolución de las reservas, observo que son los años en los que se añade un volumen significativo de reservas al «total» mundial.

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Fuente: BP, Statistical Review of World Energy

En el 1986, se añadieron reservas «convencionales» en Oriente Medio y, en 1998, las «no convencionales» de Canadá. Por tanto, aunque no tiene por qué haber ninguna relación causal, lo que nos dicen estos dos gráficos es que cuanto más bajo estaba el precio del petróleo, más reservas se añadieron y que, una vez se aceptó que éstas existían, el precio del petróleo empezó a subir. Si hubiere una relación entre ambas cosas, lo que diría es que, en el caso del petróleo, cuando se añade capacidad de oferta futura – pues el gráfico muestra reservas, no producción), el precio sube. De hecho, se pueden argumentar miles de cosas al respecto, pero ninguna de ellas quita el hecho de que las ventas al siguiente año pasaron a cobrarse a un precio superior al que tenían hasta ese momento.

Pensemos lo siguiente, los precios empezaron a escalar, después de que se mandara la señal que las reservas de las arenas bituminosas de Canadá se lanzarían al mercado. En este caso, podría ser lógico que el precio subiera, pues el coste de extraer y comercializar estas reservas es muchísimo más elevado que, pongamos, el de Iraq o el Mar del Norte, por tanto, son más caras. Sin embargo, lo que sube es el precio -en singular- del petróleo. Y, por tanto, el resultado es que después de ello, los antes ya estaban vendiendo petróleo (empresas estatales o privadas) de otros lugares «más baratos» vieron aumentar sus ingresos. Esto es lo que ocurre, cuando existe un único precio – o precios , de una forma u otra vinculados- para distintas cosas, con costes distintos, que se asimilan. Sean las distintas calidades de petróleo o las distintas formas de producir electricidad.

Esta interpretación tiene que ver con lo que David Ricardo (1772-1823) y John Stuart Mill (1806-1873) es sus respectivos Principios de Economía Política, nos explican sobre el significado de la renta mineraEl ejemplo que he escogido, lo ilustraría bien, pero como patrón explicativo de la evolución del precio del petróleo, puede ser verdad o no. De hecho, si vamos más allá en el tiempo, la relación ya no aparece tan clara, pues la tercera gran incorporación de reservas, la que se observa en el gráfico en el 2006-2007, se corresponde con el petróleo muy pesado de la Faja del Orinoco, en Venezuela. A partir de estos años, la relación ya no es tan lineal. Es más, en los dos últimos años, al aparecer en escena el fenómeno de petróleo y gas no convencional de Estados Unidos, los precios del petróleo parecen desdoblarse. Pero, sobre esto, ya hablaré otro día.

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Qatar, Arabia Saudí y Egipto: ¿nuevo orden frente al viejo?

Sin duda, una de las noticias de hace un par de semanas fue la abdicación del emir de Qatar, Sheikh Hamad bin Khalifa al-Thani en el principe heredero Sheikh Tamim bin Hamad al-Thani,. Este hecho fue calificado de insólito en la prensa y medios de comunicación. El FT habla de un hecho aislado en las petromonarquías del Golfo, y el The Guardian de un raro ejemplo. Reflexiones similares se podían encontrar en Le Monde y en El País. Entre líneas, en algunos de estos medios, se sobreentiende que este hecho, además de insólito, es una muestra más de la «modernidad» de Qatar, frente a los «tradicionales» países de la OPEP.

Sin duda, también, la noticia de esta semana es la crisis y golpe de estado en Egipto, en un escenario que, desde Europa, recuerda al de Argelia de los años 1990s. Hoy, salta la noticia que Arabia Saudí y Emiratos Árabes, respaldan este golpe con 6.650 millones de dólares. Curioso, pues Qatar, hace unos meses hizo lo propio con el gobierno encabezado por Morsi.

Todo esto, ¿indica algo? Personalmente, creo que sí.

Aunque se hable de el Qatar moderno, frente a los «tradicionales» países petroleros de la OPEP, y aunque no soy, ni de lejos, una especialista en Qatar, me atrevo a hacer alguna reflexión sobre las supuesta modernización de la economía de Qatar. Una rápida mirada a sus principales indicadores macroeconómicos, me indica que a grandes rasgos, hay poca diferencia entre la economía qatarí y la de cualquier país petrolero tradicional. Se puede hablar de diversificación, pero casi el 60% de su PIB tiene como origen el sector del petróleo y el gas; casi el 70% de sus ingresos fiscales se deben a la fiscalidad energética; sus quasi única partida de las exportaciones de bienes es petróleo y gas y su balanza de transferencias (remesas de emigrantes) es negativa, así como las exportaciones de capital, en todas sus formas. Si miran estos mismos indicadores para Arabía Saudí, Kuwait o cualquier otro, verá que son muy y muy similares. De hecho, todo ello indica que la principal -por no decir la única- fuente de excedente qatarí son los hidrocarburos, como en cualquier otra economía exportadora de recursos energéticos.

Por tanto, si ello es así, la cuestión es qué ocurre, para que no deje de hablarse de Qatar, mientras Kuwait -e incluso Arabia saudita- parece haber desaparecido del mapa, o al menos de los papeles. Para mi, además de la suerte, para Qatar, de ser un mini país con unas maxi bolsas de gas, lo que le da unos ingresos energéticos per capita superiores a cualquiera de sus vecinos y le permite, relativamente, tener unos excedentes de renta -o de capital- astronómicos; lo que ocurre es que Qatar, siendo un país equivalente a sus vecinos, es un país petrolero emergente, mientras que los otros representan al «antiguo orden».

Hoy, Egipto nos da un ejemplo de ello. Piénsese que mientras se sucedían las revueltas, algarabías y guerras civiles en el Mundo Árabe, salvo cuando Arabia Saudita lo consideró una cuestión de seguridad nacional, ha mantenido un perfil muy bajo. Mientras, Qatar ha estado más que activo, apoyando y financiando a los líderes emergentes, aunque fueran los «viejos» hermanos musulmanes de Egipto. De hecho, en este país, en el que entre el 50 y el 60% de sus exportaciones son de gas, Qatar no tuvo ningún empacho en realizar acuerdos y financiar el tesoro egipcio con la compra de bonos por valor de 3.000 millones de dólares.

Pero, cuál es la diferencia entre lo que representa Arabia Saudí y lo que es hoy Qatar. Arabia Saudí es un país, que como tal, nace en los años 1930 a la sombra del Rey Saud y de la ARAMCO, la actual compañía nacional de petróleos saudí, cuyo acrónimo significa ARabian AMerica Company of Oil. Así que por mucho que pese a los europeos, es un país creado para y con el orden petrolero -internacional- americano. Fue el paradigma del país «energético» del nuevo mundo que surgió después de la Segunda Guerra Mundial. En cambio, Qatar es un país que sale a la palestra con dos de los hechos símbolos del fin del euro-atlantismo en las relaciones energéticas internacionales (unas relaciones fundadas en unos países cuyas exportaciones de petróleo se dirigen a los países de la OCDE). Éstos son, la creación de la cadena Al-Jazeera en 1996 y el inicio de la exportación de gas natural liquado (GNL) en 1997. Curiosamente, en menos de un año, en Qatar se inician dos cosas que sin tener relación aparente, ponen en crisis la tradicional relación entre Occidente y las petromonarquías del Golfo, pues Al-Jazeera cuestiona el discurso mainstream desde y sobre la región; y la posibilidad de exportar gas fuera de los canales petroleros tradicionales, muestra la posibilidad de un nuevo tipo de relaciones energéticas internacionales.

En retrospectiva, más curioso aún es que ambos hechos coincidan en el tiempo con la crisis asiática de 1997. Crisis que supuso la desemergencia de parte de Asia, especialmente Japón, y la llamada emergencia de -otra- Asia. Con esta coincidencia de fechas, aunque éste sea un ejercicio meramente especulativo, quiero señalar que la moda Qatar se produce al mismo tiempo que el surgimiento de ese «nuevo mundo emergente» que gira hacia el Pacífico y el Índico. Mientras, desde este punto de vista, Arabia Saudita veía como sus asideros de poder en al arena internacional se desvanecían.

Tampoco soy una experta en Egipto, pero, de lo que voy viendo, entiendo una cosa. Las élites islamistas -aunque su origen se remonte a los años 1920, en Egipto o en Argelia- representan la financiarización de las economías árabes, han sido, en contraposición a las anteriores, las impulsoras de las políticas gasísticas -a gran escala- y son las que han sido apartadas, mientras occidente veía a los países árabes (lo fueran o no) como unos exportadores de petróleo, cuyo único destino era que su savia pasara por el Canal de Suez, el Mediterráneo y el Atlántico. No defiendo ni a los unos ni a los otros, pero, sospecho que deberíamos darle alguna vuelta a la idea de que los poderes islamistas son los portadores del «nuevo orden» al Mundo Árabe y Musulmán.

Es una intuición, no está razonado, pero algo de ello debe haber cuando desde Europa, la gran perdedora del «nuevo orden», se aplaude tan acríticamente el golpe de estado de Egipto, y cuando Arabia Saudita, el más ortodoxo, entre los ortodoxos, apoya a unos militares «laicos», frente a un gobierno religioso (Por cierto, no me vale que me digan que no es del mismo color…). No sé, todo esto, tal vez, es una gran tontería, pero hoy, al leer el periódico, es lo que me ha venido a la cabeza.

Aunque el petróleo de mucho dinero, es un mal negocio

El otro día, mientras escribía la anterior entrada, tuve un momento de mala conciencia, incluso temí que, posteriormente, algún comentario me acusara de insolidaria, en relación a los países productores. Pensé que alguien me diría que si nos acoplamos energéticamente, los países consumidores dejaríamos, después de explotarlos durante años, de «ceder» una parte de la renta mundial a aquellos que nos han suministrado energía durante décadas. Esta es una cuestión sobre la que he pensado bastante -sin llegar a ninguna conclusión satisfactoria-, pues si la producción de energía se descentralizara, las rentas que reciben los países exportadores de petróleo, como pago por el producto de su subsuelo, podrían disminuir o peligrar. Esta cuestión es ambivalente, ya que si bien es cierto que la existencia de estas rentas ha ayudado a mantener en el poder a regímenes autoritarios -gracias a la distribución de las mismas a la población, manteniendo la paz social-, no es menos cierto que gracias, también, a estas rentas, las sociedades de buena parte de los países petroleros han tenido un nivel de vida mucho más satisfactorio que el de otros países subdesarrollados. Esto es especialmente cierto para el caso de los Países Árabes de la OPEP. Por ello, mi opinión es que cuando se plantean hipotéticos cambios de modelo energético, esta es tambien un variable crucial a considerar. Esta semana, sin embargo, mis pensamientos se decantan más del lado de la balanza de que, tal vez sí, tal vez, ha llegado el momento de acabar definitivamente con estos regímenes. Pienso, concretamente, en Arabia Saudí.

Todo empezó cuando, preparando clases, visualicé un vídeo que una colega me había indicado hace unos meses. El vídeo en cuestión es un documental de Documentos TV, cuyo título es Planeta en venta. Este documental habla del expolio que los fondos de inversiones de todo tipo y las grandes compañías agroalimentarias están haciendo en cualquier lugar del mundo con tierras «disponibles». Para mi sorpresa, viéndolo, descubro que Arabia Saudí es uno de los grandes jugadores de esta partida, pues su definición de seguridad alimentaria pasa por la compra masiva de tierras en África o Brasil. Debería matizarlo, pero mi primera sensación al verlo fue pensar en las nuevas formas que el colonialismo -financiero- está adoptando.

Hoy en día, buena parte de los excedentes de liquidez que lubrican los mercados financieros internacionales y financian «nuestros» déficits provienen de los Fondos Soberanos, unos fondos de inversión estatales que se nutren de los excedentes de las balanzas por cuenta corriente. Hoy, de los aproximadamente 5.000 miles de millones de dólares que tienen estos fondos, poco menos de 3.000 tienen como origen la venta de recursos energéticos y minerales en el mercado internacional, y poco más de 2.000 la venta de otros bienes y manufacturas. Aproximadamente, un 10% de estos fondos pertenecen a Arabia Saudí. Según la última clasificación del Sovereign Wealth Institute, el fondo saudí es de 532,8 miles de millones, y sólo es superado en importe, por el de Abu Dhabi, Noruega y China. Este esbozo de cifras apunta hacia el significado de la metamorfosis del petróleo, que de bien energético internacional pasa a activo financiero global. Cada vez que se paga por un barril de petróleo, el los mercados «reales» o de los de «papel», los accionistas de las empresas energéticas acumulan dividendos, y las fondos de los países productores, petrodólares. Esta es una de las particularidades del petróleo frente a otras fuentes de energía, pues es a la vez potente activo energético y financiero.

En una economía financiarizada como la que tenemos, es esta «otra cara» del petróleo -la capacidad de a partir de un barril de petróleo de crear una «riqueza» inmensa-, el que lo convierte en irremplazable. Por ello, también, convierte en insustituibles unas estructuras de poder -de gobernanza- monopolistas -las de la industria energética internacional- que, en el sistema, son las encargadas de «captar», moldear y canalizar el excedente energético hacia los mercados internacionales de capital.

En el año 2009, ya escribí un artículo en la revista Culturas en el que sostenía que existía una fuerte interdependencia entre Estados Unidos y Arabia Saudí por el hecho de dinero del petróleo. Esta es una línea discursiva cuyos fundamentos se pueden encontrar, en los años 1970, en obras de estructuralistas como Jean Marie Chévalier y que se ha concretado, en los 1990, en los escritos de algunos economistas institucionalistas-radicales de Estados Unidos como Shimshon Bichler y Jonathan Nitzan.

Estos días en los que se conmemora el primer aniversario de las revueltas en el Mundo Árabe y ha resurgido el malestar con Irán, gracias a la lectura de un texto de Paul Stevens que un buen amigo me hizo llegar, he vuelto a pensar en esta cuestión.

El texto cuenta que 2010 fue un año récord en excedentes petrolíferos ociosos. A finales de este año había un cierto pánico en los mercados, pues se consideraba que existía un serio riesgo de desplome de los precios del petróleo en el mercados internacional, como ocurrió en 1998. Frente a ello, el conflicto con Irán, actúa como un bálsamo: se absorbe la capacidad excedente, sube el precio del crudo por el miedo a conflictos mayores en la zona, y Arabia Saudí añade entre dos o tres millones de barriles al día a un «buen precio» superior ¿Quienes se benefician de ello? A día de hoy, tres grupos de agentes: los saudíes, los gestores de los fondos soberanos en los mercados internacionales de capital y todas aquellas compañías que vendan petróleo crudo.

Me doy risa a mi misma, llevo más de diez años predicando que la OPEP nunca ha tenido el poder que se le suele atribuir, pues son tan sólo un eslabón de la cadena energética internacional; pero, dicho esto, estos días empiezo a pensar que Arabia Saudí sí que es imprescindible. Básicamente, porque, desde mediados de los 1970, ha sido pieza clave en la creación de petrodólares y, por ello, su actuación es vital para satisfacer las necesidades de liquidez del sistema. Por esta razón, son también pieza clave de esa industria energética internacional que con sus prácticas monopolísticas alimenta a «los mercados».

Así, mientras nos dominen «los mercados», padeceremos las consecuencias de la geopolítica del dinero del petróleo. Aunque la OPEP dejara de existir, aunque las compañías privadas entraran en Libia y en Iraq, aunque cambie todo lo demás, la gran paradoja es que, para que el flujo financiero del dinero del petróleo se mantenga, se necesita a una Arabia Saudi como la de hoy. Una Arabia Saudí capaz de intervenir de forma rápida, porque el destino de toda su producción y de todo el dinero que ésta genera están en manos de la misma persona: el Rey. Un país en el que no hay fisuras ni intereses distintos ni accionistas a los que contentar. Esta unicidad es la que asegura que el sistema se mantenga tal como es.

Así, una vez más, vuelvo al punto de partida del blog: un modelo energético basado en el petróleo es nocivo para la humanidad, pues requiere de estructuras de poder autoritarias y centralizadas para poder cumplir la función que le asigna el sistema. Incluso, cuando ya es evidente que podrían existir fuentes energéticas alternativas, su dinero, «obliga» a mantener estructuras de producción -y por tanto de poder- verticales, centralizadas y jerarquizadas. Por ello, como reza esta entrada: ¡aunque dé mucho dinero, el petróleo no es buen negocio!

¿Perdimos la geo-política del petróleo sin enterarnos?

Estos días se conmemora el primer aniversario de las Revueltas Árabes. La revista digital FP en español realizó una pequeña previsión meteorológica de los tiempos que se avecinan en el Mundo Árabe. Esta previsión consiste en micro aportaciones de conocedores del área que hemos realizado un pronostico político-meteorológico. En mi caso, el diagnóstico fue de lluvioso-tormentoso. Las tormentas eran metáfora del choque que se está produciendo en el mundo árabe entre los dirigentes y las élites protagonistas de cuando el mundo estaba regido por Yalta y los grupos de poder emergentes.

El mundo dividido en bloques, trajo consigo que todos los países del mundo, salvo -y de forma relativa- los que en algún momento conformaron el Movimiento de los países no alineados, se alinearan o con el bloque del Este o con el del Oeste. Esto también fue valido para los Países árabes, cuyos dirigentes, de una u otra manera, emularon los valores de uno de los dos bloques y sirvieron a sus intereses. En el caso de los Países árabes ricos en recursos naturales, más allá del discurso, al integrarse buena parte de éstos en la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) o en su «filial» árabe (AOPEP), su destino geo-político quedó vinculado al de los países consumidores de Occidente, agrupados en torno a la Agencia Internacional de Energía de la OCDE.

Así, desde los primeros 1970s nos hemos acostumbrado a analizar casi cualquier acontecimiento que ocurriera en los países árabes ricos en recursos naturales o en relación al petróleo o en relación al efecto que este acontecimiento pudiera tener sobre la disponibilidad, cantidad o precio del petróleo. De hecho, hay dos ideas que se han transformado en axiomas del análisis geo-político internacional contemporáneo.

La primera idea es que muchos dirigentes de estos países -fuera Gadaffi en Líbia, Sadam Hussein en Irak, Al Asad en Siria, el régimen paramilitar en Argelia, o cualquiera de las petromonarquías del Golfo- se mantenían en su sitio gracias a la distribución de la renta del petróleo a la población; fuera de forma directa como en las petromonarquías, o de forma indirecta como en Libia, Argelia, Iraq o Siria. Por ello, siempre se consideró que el interés de los dirigentes era lograr el máximo de ingresos de la venta del petróleo en el exterior, para «comprar» la paz social en el interior.

La segunda idea es que, a a pesar de unos intereses supuestamente antagónicos entre países productores y países consumidores, en Occidente se toleraban y apoyaban a estos dirigentes, porque dependíamos de ellos para que el petróleo crudo fluyera hacia los consumidores occidentales. Y, porque, como dice el refrán, «mejor loco conocido que sabio por conocer»

El corolario de lo anterior es que visto que los dirigentes de los países árabes gozaban de la renta del petróleo, y visto que los occidentales necesitábamos de ese petróleo, buena parte de las relaciones entre Occidente y el Mundo Árabe se dirimían diplomáticamente en los foros de la industria energética (OPEP-IEA/OCDE) o, militarmente, con intervenciones -o amenazas de intervención- de Estados Unidos en el Medio Oriente. Ambas formas de actuar, generaban unas relaciones con muchos vaivenes, pero estructuralmente estables.

Si algo nos ha mostrado la primavera árabe es que esta forma de ver el mundo ya no se adecua a él. De hecho, si se recurre a las hemerotecas, se constata  el estupor generalizado de hace un año, pues era difícil de entender que dirigentes de «toda la vida», legitimados, internamente, gracias a las rentas del petróleo y legitimados, externamente, gracias a su fiabilidad como suministradores de crudo a Occidente, fueran desalojados de su lugar en tan poco tiempo. Desde mi punto de vista, lo ocurrido en Libia es el caso más evidente de ello.

Estos últimos días, ha empezado a producirse el goteo de un tipo de noticias distinto que arrojan luz sobre lo anterior. A través de Alfanar y su utilísimo servicio de traducción al castellano de noticias en árabe, llegaba un pequeña nota, titulada El gas político compra la primavera árabe, cuyo inicio es extremadamente clarificador, pues reza «No es cierto que el petróleo sea más importante que el gas en los cálculos de la economía y la política». Sólo esta frase apunta hacia el hecho de que la geo-política y economía de la energía es más amplia que la del petróleo; la continuación del artículo apunta hacia el hecho de que países como Turquía -y, yo diría que, en intención, también Egipto- han experimentado un cambio en las élites dirigentes, debido al creciente protagonismo que el gas ha adquirido en las relaciones energéticas internacionales

De signo distinto, pero también en esta línea, el Informed comment de Juan Cole introducía una breve nota, cuyo título es Can Solar Energy in Mideast Stop a Gas War?. Esta noticia todavía es más sorprendente que la anterior, ya que este título da un doble salto: ni menciona el petróleo, habla de una guerra del gas -que ni sabíamos que existía- pero que se puede superar gracias a la energía solar ¡Es increíble!

Estas breves notas dan dos lecciones. Una a los que seguimos anclados en una forma de ver la geo-energía que es propia del mundo de ayer. Como se puede intuir del gráfico adjunto la industria energética internacional del Siglo XXI ya no es la que era: en el consumo mundial, EuroAsiaPacífico gana peso y, en el global, el petróleo ya no es el rey. Por ello, la geo-política de la energía, y el papel que los Países árabes juegan en ella, va a cambiar.

Consumo de energia mundial, por fuente y en área geográfica

Fuente: BP, Statistical Review of World Energy 2010

La segunda, consecuencia de lo anterior, es que cada nueva propuesta que incluya fuentes de energía distintas del petróleo, sea ésta la generación de gas electricidad a partir de gas, de «carbón limpio» o de energía solar o eólica, implicará un cambio radical en las élites políticas de los países productores, en los espacios geo-energéticos mundiales y en las relaciones energéticas internacionales. Esto -para bien o para mal- también se ha de tener en cuenta, cuando en los países consumidores decidimos cambiar nuestro modelo de consumo energético.