La transición energética del Siglo XXI

Por primera vez en más de dos años, me he estado más de un mes sin hacer ni una sola entrada del blog. Han sido unas, laboralmente y geográficamente, movidas semanas, que me han tenido un poco apartada de todo. También de este blog. A pesar de ello, en este tiempo me he leído un par de libros, de los cuales he redactado sendas reseñas. Hoy, hablaré del proyecto que cuenta uno de ellos, cuya reseña completa podrá leerse en el próximo número de la Revista de Economía Crítica. El proyecto es la transición energética del Siglo XXI, la TE21, que Ramon Sans Rovira y Elisa Pulla Escobar -ambos miembros del CMES, Col.lectiu per un Nou Model Energètic i Social Sostenible– presentan en un libro de la Editorial Octaedro. La TE21 es extremadamente sugerente.

El proyecto es intrínsecamente sugerente, pues, para empezar, está anclado en algo que viéndolo, resulta evidente, pero que hasta donde yo sé, no forma parte de los cálculos y narrativas habituales sobre la transición energética. El libro cuenta de que de cada barril de petróleo, cada tonelada de carbón o metro cúbico de gas que consumimos sólo empleamos de forma útil un tercio –si de producir electricidad, se trata- o una quinta parte, cuando hablamos de movilidad. En otras palabras, en el mejor de los casos –con la excepción de las centrales de ciclo combinado- tiramos a la basura más del 66% de unos recursos que nos han sido dados y que no se podrán reponer. Ello, que en sí mismo es ya una barbaridad, se convierte en pecado si se piensa que existen otras fuentes de energía como el sol o el aire, ilimitadas y libres, que con el estado actual de la técnica y la tecnología permiten generar directamente ese mismo tercio o quinto de energía térmica, motriz y eléctrica -convertibles, cada una en las otras- que los seres humanos empleamos cotidianamente.

Esta forma de contar, desmonta los cálculos de todos aquellos y aquellas que contabilizan una hipotética transición energética en términos de barriles equivalentes de petróleo, pues realmente lo que se ha de cambiar no es el “barril de petróleo”, es la energía útil que, a partir de éste, se genera. Es decir, sólo una proporción del mismo.. Pep Puig i Boix, en uno de los tres micro prólogos del libro expresa esta cuestión a la perfección, cuando dice que se suele practicar, consciente o inconscientemente, un cierto confusionismo, pues se confunden las necesidades de energía que tiene la sociedad con la denominada energía primaria, cuando la sociedad, lo que requiere en realidad, es energía final disponible para su uso en la provisión de servicios.

A partir de aquí, la TE21, sin ambages ni ambigüedades, propone, basándose en la tecnología y equipo que ya está funcionando “en el mercado”, realizar una transición energética viable hacia un modelo distribuido y descentralizado, 100% renovable. ¿En qué difiere ello de otras propuestas de transición energética, que hoy en día están sobre la mesa, como el Roadmap2050 o el Desertec? A mi modo de ver, la TE21, difiere fundamentalmente en 5 aspectos.

En primer lugar, como acabamos de explicar, la TE21 es distinta de otros propuestas en que plantea, y justifica adecuadamente, que el objetivo de la transición energética no es en sí mismo sustituir las fuentes energéticas (petróleo, carbón…), sino lo que de ellas los seres humanos somos capaces de utilizar, de ellas. Corolario de ello es que la transición energética hacia un modelo de renovables requiere menos energía primaria de la que se suele calcular. Por tanto, menos instalaciones y espacio físico del que se solía plantear y, por lo tanto también, la transición, también, es menos costosa de lo que otras propuestas plantean. Para que se entienda, esta propuesta deja claro que no es más “barato” pagar un barril de petróleo para tirar a la basura entre dos tercios o cuatro quintos de él, que aprovechar el tercio o quinto útil del sol, el aire o el agua, que además, pequeño detalle, son fuentes gratuitas.

El segundo aspecto en el que difiere es que en esta propuesta se propone transformar sólo la energía final que se emplea y aprovechar las fuentes energéticas cercanas, acercando así el espacio de generación al de uso final. Desde este punto de vista, la propuesta es una propuesta universal –todos los territorios del mundo tienen riqueza en una u otra fuente renovable-, pero de aplicación local – a cada lugar le convendrá tener un mix energético distinto. Desde este punto de vista, se apuesta por una industria energética cercana, local y descentralizada. Es decir, de facto, apuesta por la democratización de las relaciones energéticas.

Diría que la propuesta va incluso más allá, pues al definir el disfrute de la energía como un derecho y explicar que éste es un bien social y estratégico sobre el que –a los ciudadanos y ciudadanas- se nos ha quitado el control, el libro no sólo plantea una transición energética económica y técnicamente viable, sino que apunta hacia una transformación política y social. Así, la TE21, es una propuesta que merece mucha más consideración y apoyo que otras consideradas equivalentes, como el Roadmap2050 o el Desertec, ya que, aunque éstas expresen apostar por las renovables, política y socialmente están en las antípodas de la que reseñamos

La tercera de las ventajas de la TE21 es que entra un debate semántico-conceptual que es cardinal: la diferencia entre consumo y aprovechamiento energético. En parte por un cierto imperialismo economicista y, en parte, porque el modelo energético hegemónico ha sido, desde la Revolución Industrial, el de la energía fósil, nos hemos acostumbrado a hablar de consumo energético. En términos de política energética el constante uso de “consumo” ha sido muy perjudicial. Para empezar, porque ha llevado a asimilar al usuario final de la energía con un consumidor y, de ahí, con un demandante. Y, para acabar, porque tácitamente ello nos ha llevado a valorar la eficiencia energética de las renovables de forma negativa.

La cuarta cuestión es que el libro deja muy claro qué son y qué no son las fuentes de energía renovables. No cae en las falacias de la descarbonización, de definir energía limpia como aquella que no emite CO2 o de generar una confusión terminológica entre lo que es energía renovable, limpia, verde y sostenible. En esto, también la TE21 se distingue de otras propuestas como las ya citadas y de muchas de las políticas energéticas –aplicadas especialmente en Occidente- derivadas de los Protocolos de Kyoto.

Por último, la quinta cuestión que merece mucho debate son algunos de los aspectos económicos vinculados a la propuesta. Desde este punto de vista, su principal aportación es entender que la factura energética exterior (cuánto estamos pagando en petróleo, gas y uranio importado) es un gasto excesivo e innecesario, mientras que su propuesta sería una inversión, que además de ahorrarnos la factura energética, tendría considerables efectos arrastre sobre el conjunto de la economía. Así, al plantear que la TE21 es económicamente viable, están proponiendo también una línea de actuación en la construcción de una alternativa económica viable a la crisis.

Por todo ello, la transición energética del Siglo XXI es una buena propuesta que, además, está justificada, razonada y cuantificada. En el el libro aunque en él se sugiera, falta todo lo que vendría después. Creo, sin embargo, que este libro está para esto. Para construir a partir de él. El proyecto que presenta es el necesario primer paso. Aquellos y aquellas que lo lean, pueden empezar a construir los siguientes.

No me resisto a añadir un post scriptum a esta entrada, aunque sé que mucho no estarán de acuerdo con ello, el libro también muestra que esta nueva sociedad podrá disfrutar de unos estándares de bienestar material equivalentes –aunque se insiste en la idea de eficiencia y ahorro energético- a los de hoy en día. En este sentido el libro es, también una apuesta por la bondad y el progreso implícito en la técnica y la tecnología. Estas propuestas “ilustradas” me llenan de satisfacción, pues una de las cuestiones que más me preocupa del debate energético –ecológico y ambiental de los últimos tiempos es la creciente percepción de que hay un antagonismo entre la ingeniería, el avance científico-técnico y el medio ambiente y que la Enciclopedia hizo más mal que bien a la humanidad. Personalmente entre lo que subyace a algunas de las propuestas de decrecimiento y lo que subyace a la TE21, me quedo con lo segundo.

Monopolio natural e industria energética

En mi primer año en la facultad, teníamos una asignatura que se llamaba Teoría Económica I. Era una introducción básica a la teoría económica que, francamente, a pesar de lo que diré a continuación, estaba bien. En mi manual de entonces, que todavía conservo, se puede leer lo siguiente: cuando  discutimos los problemas que surgen de la monopolización de una industria y la respuesta  política estatal apropiada, es esencial contestar a la pregunta: ¿es la industria un monopolio natural? Este manual dice que el monopolio natural se produce cuando una sola empresa puede producir la cantidad total que se vende, a un costo medio menor que lo podrían hacer dos  o más empresas. Esto ocurre cuando se generan economías de escala. Este decir, cuando ante una elevada inversión inicial -un gran coste fijo-, cuantas más unidades se produzcan, más baratas resultan.

De ahí, se dice que son casos típicos de monopolio natural las comunicaciones, el transporte y la energía. En el mismo manual, unas páginas más adelante, respondiendo a qué tipo de política estatal debemos hacer, dice que si la empresa es un monopolio natural…romperlo sería contraproducente, puessólo necesitamos unos cables eléctricosSi tuviésemos dos o más empresas en estas actividades, estaría duplicando la inversión….del monopolio existente e implicaría una pérdida de recursos.

En resumen, a un alumno o alumna que entre en una facultad de economía se le explica que la industria energética, por requerir grandes inversiones iniciales, es inexorablemente monopolio natural. Por ello, mejor no hacer nada para evitarlo -en todo caso, regularlo-, ya que si hubiere más de una empresa energética o más de un cable, no sólo se encarecería innecesariamente el producto, sino que la sociedad derrocharía recursos que podría destinar a otras actividades.

Lo crean o no, que te cuenten esto es tu primer año de carrera cincela la mente. Incluso en un caso como el de mi generación en el que estudiamos una economía mucho más política, humana y transversal que la actual, difícilmente nos cuestionamos que los monopolios naturales no son un destino inapelable. En mi caso, me ha llevado más de 25 años, caer del caballo.

No discuto que si hay una industria en la que, por las razones que fuere, sólo se pudiere producir (bienes o servicios) a partir de unas inversiones iniciales muy elevadas, se generarían las dichas economías de escala; lo que me pregunto es sobre la premisa: la  inevitabilidad del monopolio natural en la industria energética.

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Formulado de otro modo, entiendo que una vez hemos construido una gran planta de generación eléctrica, una gran refinería, unos oleoductos que atraviesan medio mundo, unos cables que cruzan territorios enteros, una gran central nuclear, una presa como la de las Tres Gargantas en China, etc… cuanta más energía podamos generar, transportar o producir, más rentable -en sentido amplio- será la inversión; pero mi pregunta es si realmente ¿ésta es la única organización industrial posible para producir y distribuir la energía? Históricamente, la respuesta es no.

Si se analiza la historia de la energía se puede aventurar que la naturalidad del monopolio energético de innata tiene poco. Fundamentalmente es una historia que empieza en el último cuarto del Siglo XIX en Estados Unidos, cuando la Standard Oil, con Rockefeller a la cabeza, inicia la construcción «masiva» de oleoductos por el conjunto del país, y cuando General Electric, gracias a los conocimientos de Tesla, empieza la producción hidroeléctrica a gran escala, a partir de la central de las Cataratas del Niagara. Es decir, la industria energética se vuelve monopolio natural, a finales del Siglo XIX, cuando la forma de producir energía se convierte en centralizada: cuando se decide que desde único centro productor (o generador) se suministrará electricidad o combustible a los ciudadanos dispersos por el territorio, a los que se les puede hacer llegar, o no, un cable o un tubo.

La industria energética se consolida como monopolio cuando de forma natural (sic!), después de varios avatares de la historia -el Imperio colonial británico, la desintegración del Imperio otomano, los Acuerdos de Versalles, la Revolución soviética y Yalta, por citar algunos- la industria se internacionaliza, lo que obliga a invertir en grandes infraestructuras, que conecten los llamados países productores con los países consumidores; el monopolio siguiendo su naturaleza se refuerza cuando, en los años 1980s, se inician las grandes privatizaciones y se convence a los propietarios de pequeñas plantas generadoras, que lo «más natural» es que vuelquen la electricidad que antes alimentaba sus pueblos o fábricas a una red general; y, entiendo que, con esta misma lógica, si prosperan planes como el Desertec o RoadMap2050, también será «más natural», generar la electricidad en el Norte de África para ser empleada en Alemania, que tener unas placas solares al lado de casa.

Puede que como economista sea una nulidad, pero, ahora lustros después, todo esto me parece muy poco natural, en el sentido de que «no hay otra». De hecho, fuera de la economía, los que saben de esto, no cegados por el insoslayable monopolio natural, hablan de elección. Hablan de caminos posibles, pero no tomados (Armory B. Lovins); hablan de elección de tecnologías que favorecen el monopolio y la concentración de la propiedad (Lewis Mumford) o de tecnologías energéticas que evolucionan escogiendo las características que le permitirán interactuar con los poderes establecidos (Josep Puig i Boix).

De ello, hoy en esta entrada, sólo me interesa resaltar que mientras desde la economía hablamos de la inevitabilidad del monopolio natural de la industria energética, fuera de ella, de lo que se habla es de elección y de poder. Para mi, en mi estado mental presente, son «los otros» los que tienen razón, aunque admito que me ha costado más de 25 años barruntar que llamar monopolio natural a la industria energética es tan sólo, otro más, de los ardides lingüísticos en los que los economistas estamos demostrando un talento sin igual.

Celebrando un año de nuevas cartografías de la energía

Esta semana, en mi más estricta intimidad, he celebrado el primer aniversario de Nuevas cartografías de la energía. El 14 de diciembre de 2011, el blog se estrenó con una entrada sobre la fallida Cumbre de Durban. El azar ha querido que, un año después, en esta semana se celebrara, casi sin pena ni gloria, la también fallida Cumbre de Doha. En esa primera entrada ya expresé mi opinión sobre estas cumbres. A lo largo de este año, ésta no se ha modificado ni un ápice: las cumbres energéticas-ambientales eran, y son, la perfecta coartada para el inmovilismo de todos, bajo la excusa de que no se alcanzan acuerdos globales.

Mientras nos movíamos de cumbre fallida a cumbre fallida, ¿qué he ido aprendiendo, entrada tras entrada? Creo que no me equivoqué en querer hablar sobre las relaciones de poder en las relaciones energéticas, pues espero, entrada a entrada también, haber aportado argumentos a favor de la idea de que lo que nos impide cambiar de modelo energético no son ni las fuentes, ni la tecnología, ni los costes; son determinados grupos de poder que entorpecen y paralizan cualquier propuesta que les pueda menguar su posición de privilegio en el sistema.

Sin embargo, lo que no pensé hace un año es que para justificar mis opiniones, en vez de hablar de macro-proyectos centralizados de producción y comercialización de energía renovable, como los de Desertec o Roadmap 2050, que ocuparon mis primeras entradas; acabaría hablando cada vez más de tres cuestiones que, admito estaban fuera de mi imaginación cuando Nuevas cartografías…inició su singladura. Estas tres cuestiones son el poder de los monopolios eléctricos en España; el creciente peso del carbón en las relaciones energéticas internacionales y el giro que, en éstas, está suponiendo la insensatez de la explotación de los petróleos y gases no convencionales, en cualquier país en el que los hubiere, con el fin de lograr una supuesta autonomía energética.

La última muestra de esta insensatez me ha llegado hace un rato, bajo la forma de una petición de Avaaz para que en España se prohíba la extracción de gas mediante fractura hidráulica (fracking en su término en inglés).

No quiero, en una entrada de aniversario, transmitirles mi pesimismo sobre los cambios que estamos experimentando en el modelo energético, pero cada vez me temo más que lo único que estamos haciendo es adaptar al capitalismo del Siglo XXI el modelo energético de finales del Siglo XIX y de inicios del XX. Por ello, tiendo a pensar que en el segundo año de Nuevas cartografías de la energía, de una manera u otra, la minería del carbón, los «nuevos» petroleros no convencionales y la re-nacionalización de las políticas energéticas de los países consumidores serán, todavía más, protagonistas de las futuras entradas.

Sin embrago, ahora, en el presente, me gustaría hacer un pequeño balance de los 12 meses de actividad blogera. En total, han sido 42 entradas, lo que, si hiciéramos una media, equivaldría a 3,5 entradas por mes. Mis lectores saben que no he tenido esta regularidad, ya que a veces he publicado varias entradas en pocos días, y otras, como ahora, llevo un mes sin escribir nada nuevo. Intentaré mejorar mi regularidad.

Por lo que se refiere a los comentarios, he tenido 69. Me hubiera gustado tener algunos más, pero estoy bastante esperanzada, pues en los dos últimos meses, he tenido comentaristas, que han inyectado savia nueva al blog. Veremos cómo va, pero ya, a día de hoy, agradezco a todos aquellos y aquellas que han participado en la aventura de Nuevas cartografías…¡Ojalá se consolide la tendencia del último mes! y este blog se convierta en un foro de debate sobre cómo lograr un modelo energético más justo.

En este balance, lo mas curioso es la distancia entre las entradas más populares entre mis lectores y lectoras y las que a mi me gustan más. Ello me lleva a replantearme, aunque no he adoptado ninguna decisión al respecto, la función de este blog, pero, lo más probable es que siga con la más tónica de ahora: la de buscar un equilibrio entre la actualidad energética y las reflexiones más morales-conceptuales, pues las entradas de más éxito han sido del primer tipo, mientras que a las que, yo, a las que más cariño les tengo, son del segundo tipo.

Por si alguien siente curiosidad, las entradas más populares han sido aquellas vinculadas a la serie de Intentando entender la factura eléctrica, aunque la que tuvo más entradas en un día, con un récord absoluto y nunca más alcanzado -256 entradas en un día-, fue la de Repsol perdió una ficha en el casino global. En cambio, si tuviera que escoger, mis cinco entradas predilectas, por orden de publicación, son la de Propiedad privada, mercado y dogma; la de El final B de ¡qué bello es vivir!; la de Negro futuro; la de Democracia y energía y la de la Lección de la tragedia de Fukushima. No creo que sea, porque son las mejores, sino porque reflejan mucho mejor mis «neuras».

Bueno, no quiero aburrirles, pero si agradecerles profundamente haber sido lectores, lectoras o comentaristas, esporádicos o fieles, del este blog. Se lo agradezco porque gracias a mi empeño de transmitir ideas u opiniones a internautas diversos, egoistamente, he pensado y he aprendido más de política y relaciones energéticas en un año que en toda mi vida anterior ¡Gracias y espero encontrarles aquí cuando Nuevas cartografías de la energía celebre el segundo aniversario!

Democracia y energía

Estos días de calor intenso aprovecho para leer parte de todo aquello que quise leer durante el curso. Traje conmigo un artículo de Timothy Mitchell, cuyo título es Carbon democracy. Es un artículo más académico que periodístico que, desde mi punto de vista, trata un tema vital de las relaciones energéticas: la relación entre modelo energético y democracia –aunque, tal vez, sería más adecuado hablar de formas de democracia.

La tesis del artículo, aunque aderezada con otros ingredientes, es que the emergence of the mass politics (…) out of which certain sites and episodes of welfare democracy were achieved, should be understood in relation to coal, the limits of the contemporany democratic politics can be traced in relation to oil. Así, la principal idea del artículo es que a finales del Siglo XIX e inicios del XX, las huelgas y el movimiento obrero fueron efectivos gracias a que el modelo energético basado en el carbón (forma de extracción, almacenamiento, transporte ferroviario y fluvial, uso en la siderurgia….) funcionó a través de una red que interconectaba núcleos –obreros- vitales para la marcha del capitalismo. De hecho, Mitchell relata que, en 1914, la masacre de los mineros de los yacimientos de Ludlow (Colorado, USA) puso en un brete a la familia Rockefeller, propietaria de las citadas minas. La solución de la familia al problema fue contratar a un economista de Harvard, Mackenzie King, quien después de diagnosticar que el sindicalismo is a power which, one excercised would paralyze the nation more effectively than any blocade in time of war, recomendó como “vacuna” la concertación social y, a la postre, abrió la vía, para que el sistema aceptara the forms of welfare democracy and universal suffrage that would weaken working-class mobilization.

A partir de este planteamiento, el autor sostiene que la implantación de un modelo energético basado en el petróleo fue una de las vías para asegurar la desmovilización política-ideológica: la extracción de petróleo requiere menos trabajadores –y en territorios lejanos-; los oleoductos son vulnerables, pero no se paran por una huelga de ferrocarril, no requieren personas en los almacenes….y, además, dio lugar a formas de transporte individual –el de carretera, tanto de personas como de mercancías- frente a los colectivos.

Estos argumentos se suman a algunos a los que yo ya he venido aportando en entradas anteriores, aunque en mi caso -salvo para la entrada dedicada a la marcha de los mineros- mi aproximación a la relación entre energía y democracia ha venido motivada por el grado de centralización o descentralización de las modelos energéticos. En este blog siempre he sostenido que cuanto más descentralizado y cuanto más cercano el lugar de producción del de consumo, más catalizador de democracia será el modelo energético. De ahí, mi constante crítica a los proyectos, basados en energías renovables, como el Desertec y el RoadMap2050, pues este tipo de proyectos acrecienta el poder de monopolio de las eléctricas, permite la exclusión selectiva de los consumidores y crea estructuras de gestión –de poder- jerárquicas, verticales y centralizadas.

Al leer el artículo de Timothy Mitchell no he cambiado de opinión, pero como ya empecé a barruntar a raíz de las recientes huelgas de la minería en España, creo que para valorar la bondad o maldad de un modelo energético también debemos empezar a considerar cuán distanciado –no sólo del lugar de producción al de uso final- está del trabajo humano. Nunca defenderé, pues me parece un disparate, que el mundo del carbón fue mejor, ya que, simplemente, no lo fue. Pero, me empiezo a temer que, bajo el discurso -creo que con cierto fundamentosi hago caso del artículo de George Montbiot del pasado 8 de agosto- de que en el capitalismo actual se dan las condiciones para realizar la transición hacia energía limpia, lo que nos están diciendo es que se dan las condiciones para que la producción de la misma sea aséptica: lo más alejada posible de las personas y de su trabajo.

Mirado desde buena parte de Europa, hoy ya la energía que proviene del petróleo es aséptica en ese sentido: sale del subsuelo, gracias a las perforadoras; nos llega gracias a unos tubos; se refina y produce en unos espacios llenos de chimeneas, pero en los que no vemos personas, y la consumimos gracias a un interruptor que, hoy, gracias a que la técnica avanza que es un barbaridad, se controla a distancia; o la consumimos gracias a un surtidor de gasolina que, gracias a que somos de lo más dóciles que hay, nos la auto-servimos en el coche. Así, tendemos a olvidarnos –si no fuera por los vertidos, el CO2 o las guerras, que no es poco- que la producción de energía se debe al esfuerzo y al sacrificio humano. Este olvido todavía será mayor, cuando la energía nos llegue del Sol del Sahara, a través de sofisticadas tecnologías e infraestructuras que, nos dirán, tendrán dos supuestas virtudes: no contaminarán y casi no necesitarán de nadie para funcionar. Con ello, el capitalismo neoliberal habrá logrado la cuadratura del círculo: que los pudientes tengan acceso a la energía sin que nadie pueda reclamar sus derechos sobre su producción.

En este escrito expreso más mis dudas que mis certezas. Ni en mis peores momentos desearía el regreso a un sistema en el que mi bienestar –si quedara del lado amable de la vida, cosa que cada vez dudo más- dependiera de las ingratas condiciones laborales de la mayoría; sin embargo, desde hace unos meses sí que me ronda por la cabeza la idea de que sin obreros no hay salvación posible. No hay posibilidad de confrontación ideológica y de alternativas. Estos días, en estas lecturas veraniegas que voy haciendo, voy añadiendo algunas piezas a este pensamiento.

Toni Judt, en el libro que sigo leyendo desde la anterior entrada, argumenta que la estabilidad de Europa después de la Segunda Guerra Mundial se debe que Europa occidental se desideologizó, al convertir a los ciudadanos en consumidores. Y, que en ese proceso, la importación del modelo de producción y de consumo, made in USA, fundado en el petróleo, tuvo una importancia cardinal. Más fuerte es en su afirmación –aunque menos justificada- Mitchell, pues a este respecto sin tapujos escribe que as US planners worked to engineer the post-war political order in Europe, they came up with a new mechanism to defeat the coal-miners: to convert Europe’s energy system from one based on coal to one based predominantly on oil.

Tengo que pensarlo más, que darle todavía más vueltas, pero si sigo el razonamiento de Judt y de Mitchell llego a una conclusión. Debemos rebelarnos contra los megaproyectos de supuesta energía limpia, sean éstos solares, eólicos, geotermales o de carbón limpio, porque refuerzan el poder de monopolio de la industria energética; y los hemos de combatir, también, porque en el mundo post Yalta, son una vuelta de tuerca más en la desideologización que iniciamos –al menos en Europa- con el petróleo. En resumen, la mejor de las combinaciones, poder extremo de monopolio y falta de contestación, para el totalitarismo perfecto.

El final B de ¡Qué bello es vivir!

Cualquier persona del «Oeste» nacida después de 1946 habrá pasado algún momento de las fiestas navideñas viendo este clásico del cine que es ¡qué bello es vivir!. Es la imagen buena e ingénua, wilsoniana, de los Estados Unidos de América. Esta película es una metáfora de lo que las actuaciones de los pequeños pueden lograr frente a los poderosos. James Stewart y la pequeñísima cooperativa de crédito de su familia, gracias a su fraternidad y ausencia de codicia, sobreviven a la crisis de 1929 y evitan que su localidad se convierta en Potersville: ciudad sin personalidad y de perdición del Sr Poter, banquero codicioso y sin escrúpulos, que ha ido acumulando propiedades y capital, no por su propio trabajo, sino por las desventuras de sus congéneres.

Estoy segura que si se le pregunta a cualquiera opinará que el Sr. Poter es malo, malo, y George Bailey, bueno, bueno. Pero en el mundo de la industria energética las cosas parecen funcionar al revés. De hecho, en el mundo energético vamos hacia el el final B de ¡qué bello es vivir!: el Sr Poter se ha quedado con todos; por su maldad, sí, pero también porque en ese mundo han desaparecido los aspirantes a ángel, como el simpático Clarence de la película -que, atentos al dato, lee a Mark Twain-, mientras en la realidad, a los señores Poter energéticos les ayudan unos aprendices de brujo, tan zafios, pero mucho más malos que los de la obra de George Dukas.

Hoy, ¿qué multiplican estos aprendices de brujos? Multiplican simultáneamente dos tipos de propuestas: las de «tecnología puente» (libres de CO2, pero con fuentes convencionales), como el crear carbón limpio, seguir invirtiendo en la fusión nuclear o el shale gas, con las propuestas «verdes» de futuro, aptas para señores Poter: Desertec o el Roadmap2050 -del los que ya dimos noticia-, Seatec -cuya idea es similar a la de Desertec, pero con grandes plataformas eólicas en el Mar del Norte y Báltico, en vez de placas termosolares en el Sahara- y el Transgreen.

Basta una rápida mirada por las «tecnologías puente» para descubrir que, en plena crisis económica, el shale gas, además de otras cuestiones es una nueva excusa para crear una nueva burbuja en un sector en el que las inversiones no van a ser rentables;  los proyectos nucleares, se llevan miles de millones de los consumidores y contribuyentes, aunque abiertamente ya se diga que no hay dinero suficiente pare ello -ya cité lo que nos decía el tribunal de cuentas de Francia, a lo que ahora añado el informe de Citigroup sobre las nucleares en el Reino Unido-; y desde Estados Unidos hasta el Reino Unido se apoyan los proyectos para separar y esconder el CO2 proveniente del carbón -lo que se conoce como CCS. Es más, no se cuestiona que el «mundo nuclear» venga avalado por organismos internacionales como la europea Euroatom o la AIEA  o el recientemente creado «mundo del carbón limpio» vea prosperar las iniciativas gubernamentales europeas, de los países de la OCDE, o de Estados Unidos.

Todo ello induce a pensar que la actual transición energética es la recuperación de lo que las eléctricas, por culpa de algunos agudos, pero «blandos», moralistas como Frank Capra o, antes, el Presidente Wilson, perdieron. Siempre, en una línea de continuidad. Venimos, como nos dice Hermann Scheer, de un mundo de abastecimiento energético organizado por un consorcio de gran tamaño con multiples dependencias, y ahora nos desplazamos por un mundo de «tecnología puente», también, de abastecimiento centralizado como es el nuclear y lo será -si existe- el del CCS,  para irnos hacia el mundo de las super-redes centralizadas verdes y faraónicas, que, dicho sea de paso, también  están siendo consideradas de forma positiva por grandes ONGs ambientales como Greenpeace.  Es decir -¡y da risa, sino fuera de llorar!- como podemos leer en ese utilísimo libro que es El imperativo energético, con las energias renovables (…) se les presenta (a los monopolios eléctricos) la ocasión de volver a adoptar un papel de productores del que fueron desplazados en el transcurso de las últimas décadas.

Lo más plausible es que, como el caso de la eterna quimera nuclear, nunca veamos realizados tales proyectos, tal vez, técnicamente posibles, pero, por lo demás imposibles. Sin embargo, mientras destinamos recursos -económicos, humanos, políticos…- a ellos y los iniciamos, habremos perdido unas preciosas décadas para construir un mundo mejor. Habremos eliminado cualquier posibilidad de supervivencia para los pequeños Bailey energéticos. Reduciendo posibilidades y actores, vamos concentrando poder, reducimos la diversidad de las fuentes y nos encadenamos a unos prometeos energéticos, que. finalmente, después de perder comba en el orden del mundo que se inició el mismo año que la estrena de ¡Qué bello es vivir!, saltan con fuerza en el que, con Yalta definitivamente muerta, se está imponiendo.

De ahí, la importancia del Imperativo energético que nos propone Hermann Scheer. Imperativo que es categórico, pues, moralmente, no tenemos otra opción que la de apostar por la descentralización energética. De ahí que, como ya hizo el desaparecido Scheer desde su condición de parlamentario del SPD en Alemania, nuestra obligación sea la de definir inmediatamente una ética -una política- energetica.

Roadmap2050

Hará cosa de un par de años, asistí en Madrid a la presentación en España, organizada por el grupo de estrategia de la energía y cambio climático del Real Instituto Elcano, del proyecto Roadmap2050. Siendo yo una economista política, reconozco que existen algunas cuestiones técnicas que se me escapan, pero quiero decir que el acto me pareció excelente. En su conjunto fue ameno, riguroso, poco maniqueo en la presentación de los resultados y con un mensaje muy claro: existen las condiciones objetivas para que Europa tenga un modelo energético libre de CO2, existen distintas opciones para ello y el hacerlo o no es una cuestión de voluntad política.

Reconozco que, aunque, desde entonces he ido cambiando de opinión sobre la bondad del proyecto, esa presentación fue una especie de epifanía, pues me abrió todo un terreno, para mi inexplorado, de cómo variaría la geo-política mundial si se hiciera una propuesta firme por otro tipo de modelo energético.

El pasado 15 de diciembre, en medio de la mayor crisis política de la Unión Europea, se presentó el Roadmap2050 en Bruselas, y Dinamarca, que el próximo 1 de enero del 2012 tendrá la presidencia semestral de la UE, ha declarado que el Roadmap2050 será la base para lograr un acuerdo en la Directiva Europea sobre la eficiencia energética y, lo que es más importante, ha afirmado que estas negociaciones no van a ser «business as usual».

El Roadmap2050 es un proyecto demasiado amplio para ser comentado en una sola entrada. Por esta razón, en ésta me quiero centrar en tres aspectos del mismo, relacionados de forma muy literal con el título de este blog.  Reduciendo al mínimo el contenido de este proyecto, decir que lo que éste pretende es crear una  Eneropa baja en emisiones de CO2. Es decir un espacio geo-energético nuevo, armado sobre la base de un nuevo modelo energético, cuyos territorios serían solaria, los estados de las mareas y las islas del viento.

Fuente: Oma Koolhaas (Roadmap2050)

¿Qué significa esta Eneropa?

En primer lugar, podría significar algo positivo para la construcción Europa. El Roadmap2050, 60 años después, como lo fue la Comunidad Europea del Acero y el Carbón, es un intento de crear funcionalmente Europa. Como debía creer Robert Schuman, construir una comunidad energética y una red de infraestructuras europeas ad hoc es una buena base sobre la que edificar una política europea común. Sin ánimo de llevar mucho más allá el paralelismo, al igual que en los años 1920 la electrificación de la URSS fue el símbolo de la unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, la electrificación común de todos los territorios europeos podría ser el símbolo de la Europa unida del Siglo XXI.

En segundo lugar, asumir como posible el hecho de que energéticamente Europa podría abastecerse, en gran medida, de sus propias fuentes solares, eólicas, geo-termales y maremotrices, supondría un giro copernicano en lo que ha sido la geo-política y las relaciones internacionales de la segunda mitad del Siglo XX. Piénsese que un proyecto de este tipo implica -aunque después haré un matiz- dejar de «depender» del suministro de crudo y de gas de Rusia, del Norte de África y de Oriente Medio; como implica también que organismos como la Agencia Internacional de la Energía -lugar en el que se agrupan los intereses de las principales empresas y gobiernos de los países consumidores- pierden su identidad, pues el propio concepto de país consumidor, como opuesto al productor- desaparece.

En tercer lugar, la construcción de Eneropa, por su propia definición, necesariamente implica proyecto y política. De hecho, entiendo que cuando la presidencia danesa de la UE afirma que esto no va a ser «business as usual», se está refiriendo a este aspecto. Y, aquí, es donde entran buena parte de las dudas sobre este proyecto. Para llevar a cabo una transformación tan grande como la que propone Roadmap2050 hace falta tener una estrategia y una visión a largo plazo -quedándome corta, al menos, un horizonte de dos décadas- de lo que querríamos que fuera Europa. En un contexto democrático, además, haría falta un gran consenso para poder llevar a cabo la ingente transformación económica, política y social que supondría pasar del «mundo fósil» al «mundo renovable». Vista la lamentable y preocupante situación en la que hoy en día se encuentra inmersa la UE, la ocurrencia de estas tres condiciones -estrategia, largo plazo y consenso- se me antoja casi imposible.

Ante esta imposibilidad surge la siguiente cuestión, ¿Por qué Roadmap2050, un proyecto basado en las renovables, goza de tanto favor en los círculos energéticos del poder en Europa?. Tal vez, porque en alguna de sus facetas es muy similar al de Desertec, pero a lo grande: implica la construcción de grandes infraestructuras centralizadas; podría dar mayor poder a los monopolios eléctricos y cuenta -en su escenario 100% renovables- con la anexión del Norte de África a la Solaria de Eneropa. Esto último, y lamento decirlo, es una de las grandes paradojas de la historia, pues la última vez que se intentó anexar energéticamente el Norte de África a Europa fue, en 1941, con el sueño euroafricano del General Weygand en Argelia.

En la excelente presentación de Roadmap2050 en Madrid se acabó diciendo que lo mejor de esta propuesta es que si se llevara a cabo todo seguiría igual, sólo que de forma limpia. Tal vez sea cierto que con la implementación de ello tendríamos coches, calefacción, fábricas…., pero, por el grado de centralización de las relaciones energéticas que implica, no es necesariamente cierto que todo vaya a seguir igual.

El gran poder que podrían alcanzar determinadas empresas privadas haría muy fácil la captura del poder político . En un momento como el actual, en el que éste ya está muy fragilizado con el embiste de los «mercados», esto no es una buena noticia. Por otra parte, algunos de los ejemplos que he citado nos deberían llevar a reflexionar sobre las consecuencias de dejar la política energética en manos de unos pocos.

Insisto, la propuesta implicita del Roadmap2005 de construir una Eneropa política es muy positiva, por las transformaciones internas que podría acarrear y por lo que podrían ser unas nuevas relaciones internacionales menos centradas en las securización del suministro de petróleo y de gas, sin embargo en su apartado político me falta ver cómo, en Eneropa, no existiendo la voluntad política de la se hablaba en la presentación de Madrid, será posible frenar el poder de los gigantes energéticos que -!tiene gracia!- gracias a las renovables, vamos a crear.